Relato erótico

Viaje excepcional

Charo
1 de noviembre del 2018

No cogió vacaciones para poder ahorrar algún dinerillo. Había alquilado un piso para independizarse y quería hacerle unos arreglos. Su jefe le pidió un favor, le dijo si podía acompañar a su mujer y a sus hijos al pueblo de su familia. Aceptó y casi, fueron unas vacaciones.

Ignacio – Zaragoza
Me llamo Ignacio, tengo 23 años y no tengo novia pero no me faltan chicas ya que, según me dicen, estoy bastante bien. Mido 1,80, pelo castaño claro, ojos marrones, delgado pero de complexión fuerte y trabajo como conductor de una furgoneta de reparto. Lo que voy a contar ocurrió el verano pasado. No había querido coger las vacaciones para poder guardar algo de dinero para acabar de montarme el piso para mí solo que había alquilado y dejar de vivir con mis padres. Por las noches solía irme a tomar algunas copas pero llevaba ya más de un mes sin estar con una chica, ya que casi todas mis amigas, como es natural, se habían ido de vacaciones.
Tengo que confesar que, por mi naturaleza muy caliente, en todo este tiempo me había hecho un montón de pajas leyendo vuestras revistas. Así me mantenía despierto aunque, no puedo negarlo, cada vez estaba más cachondo. Una mañana me levanté, como siempre, a las ocho en punto cuando sonó el teléfono. Era mi jefe que me pedía, por favor, llevara a su mujer a su pueblo ya que él tenía que asistir a una reunión a la que no podía faltar. Como era un buen jefe y además me dejaba su coche, acepté.
A las doce estaba a la puerta de su casa con su coche particular y no tardó en aparecer Amalia, su mujer. Ella tiene 48 años, es morena, gordita de todos sitios y estatura regular. No es guapa pero sí atractiva. Tiene la sonrisa fácil y es muy amable. A decir verdad yo sólo la conocía casi de vista y haber hablado con ella muy pocas palabras cuando, alguna que otra vez, acudía a la empresa para recoger a su marido. Después de acomodar a sus dos críos, de cuatro y dos años ya que se casaron ella y mi jefe siendo mayores, nos encaminamos hacia el pueblo hablando por el camino de todo un poco. Quizá debido a la calentura que yo llevaba encima me sorprendí mirando de reojo el principio de sus gordas tetas y el apretado canalillo que me mostraba su pronunciado escote.
Al acercarse la hora del almuerzo, me dijo que parara en un lugar agradable para comer unas cosas que ella ya llevaba preparadas. Elegí un pequeño pinar con una fuente. Amalia sacó una cesta y una manta sentándonos los cuatro. Al sentarse ella observé sus gordos muslos hasta casi la braga. Me estaba poniendo caliente y mi polla crecía sin descanso por lo que con un rápido movimiento, me la coloqué de lado para evitar que se me notara. Pero mis ojos se me iban hacia las blancas carnes tan ofrecidas. Acabamos la comida, los chicos jugaron unos cinco minutos hasta que empezaron a dar señales de sueño. Los metimos en los asientos de atrás en el coche y allí se quedaron dormidos. Dejamos las puertas abiertas para que les diera un poco el aire.
– ¿Quieres algo más? – me preguntó entonces Amalia.
De buena gana le hubiera dicho que sí, que quería follármela, pero me contuve. Dándole las gracias, le dije que no.

Entonces empezó a recoger todo mientras yo miraba aquel enorme culo cuyas nalgas se movían de un lado a otro. Si se daba la vuelta y seguía inclinada lo que entonces veía yo eran sus enormes ubres colgando así que, levantándome, acabé perdiéndome entre unas matas donde me saqué la dura polla con la intención de hacerme una paja y liberarme de los malos pensamientos. En esto estaba cuando oí que me llamaba, muy cerca de donde yo estaba. Me guardé la polla rápidamente y salí. Pero en la cara se me debía notar lo que había estado intentando hacer pues me preguntó:
– ¿Qué te pasa… estás colorado y pareces nervioso o es que te pone cachondo estar aquí a solas conmigo?
Olvidándome de quien era, y debido a la calentura que me mordía el cuerpo, le confesé que me ponía cachondo y entonces ella, añadió:
– ¿Te gustaría que te lo hiciera yo?
Me quedé mudo, mirándola con los ojos muy abiertos y al ver que yo no reaccionaba, ella me tomó de la mano y nos metimos de nuevo entre las matas. Allí reaccioné, me bajé la cremallera y me saqué la polla fuera del pantalón. Amalia la miró y cogiéndomela comenzó a masturbarme lentamente. Las manos de la mujer de mi jefe sobre mi polla motivaron que mi erección fuera tremenda. Con la mano le alcé la cara y uniendo mis labios a los suyos, la besé en la boca mientras mis manos recorrían sus gordas nalgas. Al final levanté su falda por detrás y bajándole un poco las bragas hundí mis dedos entre aquellas cachas rozando los pelos de su culo y el humedecido coño. Amalia se retorcía gimiendo mientras se frotaba con mis dedos el chocho. Cachondo a morir, la empujé por los hombros suavemente. Ella se arrodilló y tomó mi polla con la boca metiéndosela hasta el fondo de su garganta al mismo tiempo que con una mano acariciaba mis cojones. Chupó con ganas, incluso mis huevos y yo, viendo que tenía mi leche casi a punto de salir, le dije que se tumbara para follármela pero ella, sin hacerme caso, se aferró con las dos manos a mi verga como queriendo extraer toda mi leche.
A pesar de que mi intención era follarla, ella se negaba diciéndome que no con la cabeza y sin dejar de mamar hasta que, apoyándome en un árbol, descargué en su boca. Cuanto más bombeaba yo leche ella más fuertemente chupaba y metiéndose una mano en el coño empezó a gemir. Después de tragarse mi leche, me dijo:
– Quiero, pero me da miedo follar contigo, sé por mi marido que eres un tipo muy marchoso y además no tomo nada.
Por más que supliqué, no conseguí que cambiara de opinión. Arreglamos nuestras ropas, recogimos todo y montamos en el coche. Ya en el vehículo, viendo que los críos estaban entretenidos mirando por la ventanilla, le subí la falda lentamente y le fui sobando los gordos muslos mientras ella acariciaba mi polla que yo me había sacado fuera del pantalón. Acabó masturbándome hasta que me hizo correr una vez más mientras conducía. Llegamos al pueblo pasadas las cinco de la tarde y desde la casa llamó a Zaragoza para decir a su marido que habíamos llegado sin novedad y añadió sin yo esperarlo:

– Oye, Ignacio no está fino, le debe haber sentado mal algo de la comida y le he dicho que se quede aquí esta noche. Díselo a sus padres, por favor, para que no sufran.
Imaginé todo lo imaginable ante estas palabras y, aún sin tenerlo muy claro, me las prometí muy felices. Antes de la cena llegaron dos de sus hermanas con sus maridos. Las dos hermanas eran mayores que ella. Amparo tenía 52 años y Rosa 55 pero tampoco estaban nada mal a pesar de la edad. Las dos eran regordetas, al parecer era cosa de familia, pero así como Amalia y Amparo tenían unas tetas muy grandes, Rosa lucía unos melones de tamaño normal y además era mucho más simpática que su hermana ya que Amparo parecía más tímida, más cortada.
Los hombres estuvimos hablando de mil cosas mientras ellas preparaban la cena. Amalia me miraba de reojo y me sonreía llegando incluso a sacarme la lengua desde la cocina. Me tenía echando chipas. Amalia se sentó a mi lado en la mesa y de vez en cuando apretaba su muslo contra el mío. Incluso le coloqué la mano en aquella carne caliente que la falda, subida muy arriba, dejaba desnuda y a mi alcance.
Acabamos de cenar y los dos cuñados me invitaron a tomar el café y unas copas en el bar del pueblo pero yo, presintiendo algo, les dije que estaba cansado del viaje y que me iba a dormir. Los dos se fueron, los críos en menos de una hora estaban ya dormidos y así me quedé solo con las tres mujeres. Nos sentamos al fresco, en el patio y a los diez minutos ya hablaban de sexo. Cada una daba su opinión sobre ello. Rosa apuntó en voz baja:
– Desde luego los jóvenes de hoy tenéis más oportunidades que nosotras pues yo lo conocí todo al casarme. No puedo quejarme de cómo me trató mi marido pero ahora, después de tantos años, ya no es lo que era y la verdad es que paso bastante hambre.
Amparo me miró y por primera vez creí ver en sus ojos cierto interés, cierto deseo.
– Tú sí que te lo pasarás en grande – me dijo – No te faltarán chicas aunque como dice el refrán, gallina vieja hace buen caldo. ¿Qué te parecemos nosotras que ya somos gallinas viejas?
Yo, pensando en la mamada y en la posterior paja que me había hecho Amalia conduciendo, me llené de valor y les dije que las tres estaba de muy buen ver y que todavía levantarían más de una… me lo callé pero todas lo entendieron ya que se echaron a reír sin excesivos disimulos. Pasado un rato Amalia me indicó donde estaba mi habitación y me fui a dormir pero no había hecho nada más que acostarme, cuando llamaron a la puerta. Abrí y me encontré frente a Amalia en camisón. Entró, cerró la puerta y se abrazó a mí, frotándose contra mi polla ya casi fuera del calzoncillo. Levanté su camisón y agarré su gordo culo comprobando que no llevaba bragas. Pasé los dedos por aquella almeja cubierta de vello y los introduje en el cálido coño. Amalia respiraba casi gimiendo mientras le pasaba el capullo por la mojada raja y entre jadeos me dijo:
– ¡Espera, espera por favor, ponte esto…! – mostrándome el preservativo que llevaba en una mano.
Con rapidez me lo puse. Ella se echó en la cama levantándose el camisón hasta descubrir sus gordas tetas y dejando al aire un gran coño de labios rosados y húmedos.

Se lo frotó con los dedos sin dejar de mirarme hasta que separándole las piernas, lentamente me eché encima de Amalia que, bajando una mano, agarró mi polla y poniéndola entre sus abultados labios me dijo, clavando sus manos ahora en mi espalda:
– ¡Métemela… métemela despacio… así… aaah… oooh… como la siento…!.
Yo cimbreaba mi cintura encima de aquellas carnes calientes sintiendo como me apretaban la polla las paredes de su vagina. Cuando tenía cerca la corrida paraba y Amalia me increpaba como una loca apretando con sus manos mis nalgas fuertemente. Así se corrió por primera vez entre gemidos entrecortados mientras yo metía mi cara entre aquellas enormes tetas lamiéndole los erizados pezones. Comencé a bombear más aprisa hasta que, con un rugido profundo, deposité toda mi leche en el preservativo introducido en su almeja.
Entonces, sacándole la polla, me quité la goma y sentándome en su barriga metí la verga entre sus impresionantes pechos restregándomela fuertemente con ellos mientras intentaba meterle tres dedos en su humedecido coño. Así, lamiéndome la punta de mi verga y masturbándola con mis dedos, se corrió creo que tres veces más, dejándola muerta pero muy satisfecha. Cuando estuvo algo más repuesta, me dijo:
– ¿Te gustaría hacerlo con Rosa? Le he comentado lo que hemos hecho en el coche y no veas cómo se ha puesto. Seguro que antes de dormirse se ha masturbado a tu salud.
No quise oír más. Salí tras Amalia de mi cuarto y bajando al piso inferior nos metimos, tras asegurarnos que los cuñados aún no habían vuelto, en la habitación de Rosa. Estaba medio arropada por la sábana y al ver que detrás de Amalia iba yo, se tapó más y preguntó:
– ¿Qué pasa… donde vais? – y clavando sus ojos en mi abultado calzoncillo, exclamó:
– ¡No aquí no… mira que si ellos llegan…! – se levantó de un salto y añadió – Mejor en tu cuarto, Amalia.
La abracé por la cintura y busqué su boca, que se abrió al contacto de mi lengua pero apretando su vientre contra mi bragueta y al ver que yo intentaba acariciar sus pechos, insistió en irnos a la habitación de Amalia. Nada más entrar, agarré a Rosa por detrás pasando mi polla por su culo y bajando mis manos hasta su entrepierna.
– ¡Vete Amalia, por favor! -exclamó Rosa -Contigo aquí no me atrevería a…
La noté nerviosa como una colegiala cuando levanté su camisón y se lo quité dejándola completamente desnuda. Estaba gordita como ya he dicho pero, por su edad, sus tetas, más pequeñas que las de su hermana Amalia, eran duras y estaban tiesas. Su coño era muy peludo, con vello hasta el ombligo y que yo acaricié mientras ella apretaba mi endurecida polla y abría las piernas para facilitarme la entrada en su caliente gruta. No tardé en sentir la humedad en la yema de mis dedos.

Al final caímos en la cama donde ella empezó a besarme todo el cuerpo hasta llegar a mi polla. Después de darle unos ligeros lengüetazos se la fue metiendo en la boca. Sus muslos se apretaban en mi rodilla restregando en ella su coño. Yo miraba sus nalgas subir y bajar mientras con mis manos acariciaba sus pechos. Cuando tuvo bastante de polla se levantó y acomodándose, abrió sus piernas y me dijo:
– ¡Venga, méteme esta polla en el coño… fóllame… hazme tuya…!.
Me eché encima como loco, apretando sus tetas. Coloqué mi polla en su entrada y de un empujón entré en ella hasta los cojones haciendo que lanzara un largo gemido. Trataba de mover las caderas, mientras me susurraba palabras como:
– ¡Me rompes todo… me tienes llena, empalada… como siento tu polla… oooh…!.
Mi polla, entera, entraba y salía del coño a toda velocidad, sacándosela de vez en cuando para pasarla con dulzura sobre su abultado y endurecido clítoris. Rosa gemía corriéndose una y otra vez. Mientras me la follaba le pasé varias veces los dedos por el agujero del culo notando como se le dilataba. Comprendí que no sería la primera vez que se la metieran por ahí así que, haciéndole dar la vuelta y colocándola a cuatro patas, poco a poco la fui enculando. Rosa, casi en voz alta, no cesaba de repetir que la mataba de gusto. La bombeé varias veces con fuerza y en la última me quedé parado mientras mi polla soltaba borbotones de leche en aquel espléndido y gordísimo culo. Rosa contraía el ano entre gemidos y suspiros corriéndose como una loca. Era la primera vez que yo veía a alguien correrse en una enculada. Supuse que su esposo era un amante de esta penetración y la había acostumbrado a ella. Cuando me retiré de aquel agradable agujero, Rosa se derrumbó destrozada sobre la cama.
Salí al pasillo. Allí estaba Amalia. Hablamos sobre lo sucedido hasta que apareció Rosa con una cara de felicidad impresionante. Me dio un beso en la boca, metiéndome la lengua hasta la campanilla y me pidió el teléfono para llamarme cuando viniera a la capital. Naturalmente se lo di encantado.

Aquella noche Amalia durmió conmigo follándomela dos veces más, una a medianoche y otra al levantarnos. Luego, despidiéndonos de la familia, regresamos a Zaragoza convertidos, Amalia y yo, en amantes ya que, desde entonces hemos ido repitiendo los encuentros ahora en mi piso donde, una o dos veces al mes acude también su hermana Rosa. Llevo días intentando convencerlas para que también entre en la rueda Amparo, su otra hermana. Si lo consigo ya lo contaré.
Saludos.

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