Relato erótico

Viaje, avería y sexo

Charo
30 de octubre del 2018

Su mejor amiga le pidió si podían ir a ver a unos familiares que tenía en un pueblo cercano y si podían ir en su coche. Iría con ellos una amiga. Su coche era viejo y les dio algún problemilla.

Kiko – Sevilla
Amiga Charo, habíamos estado en casa de unos familiares de mi amiga de infancia Carmela y con su amiga Nuria, de Barcelona. Carmela me había pedido el favor ese viernes de que le prestara mi viejo automóvil para irnos de paseo al pueblo de sus ancestros. Yo gustoso accedí y lo habíamos pasado bien.
De repente el automóvil empezó a fallar hasta quedarse parado en la penumbra de ese sinuoso camino desolado. Vaya suerte la nuestra. Revisé inútilmente con una linterna el posible daño, pero no vi nada. No es que supiera mucho de mecánica tampoco. Así que empezamos a rascarnos la cabeza sin saber que hacer.
De pronto un camión destartalado, casi en ruinas, venía a paso lento conducido por un señor al borde de la ancianidad que amablemente atando mi coche con una cuerda fuerte, nos arrastró un kilómetro y medio camino arriba en donde por fortuna había una estación de gasolina con algunos servicios extras de mecánica.
El mecánico nos dijo que se trataba de un problema eléctrico. Había que reponer unas bujías y otras cosas más y a esa hora era difícil hallarlas, así que tendríamos que esperarnos hasta el día siguiente por la mañana que casualmente llegaba el pedido del pequeño almacén de repuestos que allí funcionaba. Afortunadamente había un modesto restaurante aún con servicio y un pequeño motel que constaba de cinco habitaciones de las cuales cuatro estaban ocupadas por camioneros de paso. Tocó entonces quedarnos esa noche los tres en la única habitación estrecha, pero limpia. Fuimos muy afortunados. Después agradecimos sobre manera que nos ocurriera todo ese drama.
Comimos y que alivio sentimos entonces. Subimos a la alcoba en la que solamente había dos camas sencillas con sendas sábanas blancas, una mesa de noche con una bonita lámpara-reloj encima y un pequeño aseo con los tres servicios básicos, jabón y un par de toallas colgadas.
– Bueno Nuria como solo hay dos camas, yo dormiré sola y tú con mi amiguito – dijo Carmela jocosamente guiñándome el ojo, mas por molestar a su amiga que por otra cosa.
– Me da igual – respondió con seriedad su amiga.
– Era solo broma – aclaró Carmela sin dejar su actitud burlona que tanto la caracteriza.
– Está bien – replicó Nuria – pero en serio, prefiero dormir con tu amiguito que contigo, te mueves mucho.
– Pues mejor para mí – replicó Carmela ya con seriedad.
– ¿No te incomoda que durmamos juntos? – me preguntó con naturalidad Nuria, buscando mi mirada.
– No, para nada, será un placer – le respondí sonriente mientras una primera palpitación suavecita se hacía sentir en mi glande sudado.

Por turnos nos dimos un baño. Primero entró Nuria, que salió fresca y renovada envuelta en una camisola clara que apenas le cubría algo de sus muslos y que por casualidad llevaba en su bolso. Se entreveían sus bonitos pechos y la braguita que llevaba puesta. Su cabello rizado castaño goteaba agua y sus piernas eran preciosas al tratarse una mujer de treinta y cuatro años. Vaya, yo me sentí un poco extrañado al principio al ver a Nuria tan resuelta y espontánea. Eso me encantaba. Y pensar que iba yo a dormir con semejante mujer dentro de un ratito. No creía que lograse pegar ojo.
A los diez minutos salió Carmela del baño y para mi sorpresa aún menos vestida. Vaya si que había cambiado mi amiga. Salió con una blusita blanca de tirantes pegada a su delgado cuerpo que dejaba su ombliguito al descubierto y su braga color morado de encajes seductores totalmente ante mis ojos. Yo no podía dar crédito a lo que estaba contemplando. Mi amiga Carmela en ropa interior desfilando como si nada para mí. Tantas veces cuando jovenzuelos le declaré mis amores y ella me rechazaba con el argumento barato de que éramos amigos y por eso ya no se valía ser novios. Sus tabúes habían desaparecido por lo visto. Afortunadamente.
– No te asustes amiguito, que nosotras no mordemos hombres, solo nos los comemos – exclamó Carmela con un tono burlesco.
Luego sonrió con hermosa naturalidad arrancándole una carcajada a la sensual Nuria. Yo me uní a sus risas dudando entre seguirles el juego y ocultar mi ya evidente erección. Me sentí anonadado de todas formas, pues no había vivido eso nunca. Impensable que ocurriera eso con mis amigas. Entré finalmente entré en el baño y el agua fresca inundó mi cuerpo aliviando mis calores. Solo hasta el último minuto me contuve con fuerza para no masturbarme en honor de ese par de hembras que casi desnudas estaban esperándome al otro lado de la pared. Salí del baño envuelto en una toalla del ombligo para abajo, pero abajo llevaba mi calzoncillo. Afortunadamente había controlado la erección, pero seguía sintiéndome muy excitado. El reloj de pared marcaba las diez y cinco minutos. Estábamos recuperados, pero aún exhaustos.
– Que muestre sus encantos – exclamó de pronto Carmela, acostada ya en su cama.
– Ah, claro, vamos, enséñalos – agregó Nuria juguetonamente, fumando un cigarro, acostada y haciendo un ademán con sus preciosas cejas que enmarcaban sus grandes ojos de un café brillante e indefinible.
Dejé que mi toalla resbalara al piso y ellas soltaron silbidos y comentarios burlones. Apagué la luz y me metí a la cama con Nuria. Las luces blancas de la estación de la bomba de gasolina se filtraban fugazmente por nuestra ventana abierta y el ronroneo leve del ventilador del techo acentuaba una atmósfera de tremendo erotismo. Ni me imaginaba entonces lo que vendría en minutos sucesivos.

Nuria y yo conversamos en voz baja sobre las cosas vividas ese día mientras ella terminaba su cigarro acostumbrado de antes de dormir. Terminó y lo apagó restregando las últimas cenizas contra la madera de la cama. Hubo un silencio sepulcral y luego me susurró al oído con esa preciosa voz suave la pregunta que se supone que yo, el hombre, debí hacer:
– ¿Quieres follar?
Tan solo la besé como toda respuesta. El aliento a cigarro me incomodó en un principio, pero el beso siguió su curso.
– Que bien besas, vamos a ver que tal haces el resto – me susurraba al oído dando un apretón a mi bulto bien formado bajo el calzoncillo.
Le besé su cuello y fue el punto detonante. Su zona débil. La excitación se le subió a la cabeza porque gimió con profunda cadencia. Seguí bajando por su cuello y ella hizo un gesto para despojarse de su camiseta. Continué lamiendo su piel desnuda y aromatizada con el jabón del baño reciente. Llegué por fin a sus tetas. Eran perfectas, medianas y bien duras. Su pezón carnoso fue juguete de mi lengua por varios minutos en los que Nuria no paró de susurrar cosas en voz baja. Llené mi boca con las carnes de sus tetas hasta el mismo cansancio para luego seguir mi descenso. Su abdomen era suave como de piel de bebé. Lo besé y lo besé amenazando con tomar la curva peligrosa hacia su sexo. Ella se moría de desespero, pero yo la mantuve en vilo hasta que con sus manos violentas me empujó la cabeza por el resbaladero del placer.
Mi nariz pronto estuvo pegada a su esencia. El olor salvaje de su fruta jugosa me llevó a unos placeres inauditos. El algodón de su braga recién puesta apenas empezaba a impregnarse de esos aromas femeninos. Lo retiré con suavidad y al zambullirme otra vez, tuve por fin su sexo pletórico de pelos que pinchaban mi rostro. Mi lengua lamió en su fruta hasta pegarse en su pepita dilatada y no pudo evitar lanzar un gemido, algo fuerte. Me detuve y le hablé al oído pidiéndole que fuera más cauta, pues Carmela podría despertarse y darse cuenta, pero su respuesta me sorprendió.
– Vamos, hombre, si Carmela allí donde está debe estar dándose el dedo escuchándonos follar y con ganas de unirse. Ni te imaginas las veces que hemos follado en tríos cuando vamos a fiestas allá en Barcelona – me dijo con voz susurrante.
– No te creo – le dije con voz excitada.
– Ya lo comprobarás con tu propia polla – fue su respuesta.
¿Carmela ha llegado hasta así de lejos en el sexo? Eso sí que ni lo imaginaba. Excitado y doblemente motivado, seguí mi faena hurgando mi lengua en los jugos viscosos abundantes de ese chocho.

Estaba muy bueno su chocho. Nuria, entonces ya con descaro, me hablaba en voz algo más alta que siguiera así comiéndome su coño.
– Vamos Carmela, ven que esto da mucho gusto – dijo en voz alta y convincente a su amiga.
– Te dije que nosotras comíamos hombres – respondió Carmela con esa voz fuerte y bien timbrada en tono gracioso, mientras se levantaba para unirse a nosotros.
Yo pensaba que eso debía estar soñándolo. Yo con dos mujeres en una cama, que no era putas, sino una vieja y querida amiga y su compañera de piso.
Carmela encendió la luz argumentando que a ella le gustaba ver lo que se comía. Me senté al borde de la cama por orden de Nuria quien se dispuso desnuda, desde atrás, a acariciarme. Me abrazaba frotándome el vello de mi pecho y me daba besitos cálidos en mi cuello. Carmela, aún sin desnudarse y con actitud lujuriosa hasta entonces desconocida para mi, se arrodilló frente a mí colocando la almohada en el suelo para no maltratar sus rodillas.
Sus manos suaves acariciaban mi bulto, aún sin descubrir, como adobando el camino. Sus caricias me excitaban con la visión de sus pezones bien dibujados en su blusita de tirantes. Nuria entonces me devoró en un beso fuerte y delicioso que completaba apretando sus pechos desnudos y suaves contra mi cuello y mi hombro. No lo podía creer.
Carmela me bajó el calzoncillo, que yo ayudé a quitar levantando mis nalgas y mi verga salió a flote.
– ¡Que polla tienes amiguito! – exclamó – Y yo que no te presté atención cuando jóvenes. Lo que me perdí. Nuria, mira lo que te vas a comer – añadió obscenamente Carmela distrayendo a su amiga del beso apasionado que me propinaba en la boca.
– ¡Pero que polla tan gorda! ¿De dónde has sacado semejante herramienta? – comentó Nuria
Carmela empezó a pajearme lentamente mas por jugar con mi pene que por darme placer. Me miraba el grosor algo exagerado que heredé de mi familia paterna y hacía comentarios sobre las venas infladas. Las apretaba y me preguntaba si acaso no me dolían. Nuria, entonces, se arrodilló junto a Carmela y también echó mano a mi sexo. Me acarició los huevos mientras Carmela tomaba confianza pelando y cubriendo la punta de mi verga con mi prepucio. Por fin Nuria abrió su boca de labios rosados y se metió el glande y un pedacito más sin que Carmela parara de masturbarme. Yo estaba tocando el cielo anonadado de tanta abundancia y derroche de morbo sexual.
Carmela, entonces se levantó y yo contemplé lo hermosa que estaba con ese cabello brillante, largo y negro que se le derramaba hasta casi tocarle las caderas. Ella me sonreía como diciéndome que no me sorprendiera tanto porque todo esta vivencia sexual era natural y que forma parte de la vida. Me decía con su mirada lo agradecida que estaba de no tener ya tabúes en su cabeza que la alejasen de la felicidad.
Cuando me dio la espalda yo admiré su hermosa cabellera y como lentamente se fue bajando la braga que dejó a medio quitar mostrando seductoramente un tercio del canal que separaba sus hermosas nalgas.

Girando la cabeza para buscar mis ojos, hacía un sensual ademán erótico manteniendo una ceja alzada en forma arqueada. Luego se echó un poco mas hacia atrás acercando casi a mi rostro mismo, ese trasero que desde hacía una década me había suscitado tantas masturbaciones.
– Anda, termina de quitarme la braga – me ordenó.
Mientras Nuria me tenía al borde de eyacular chupando ávidamente mi falo, yo bajaba con lentitud esa braguita, como si estuviera desvelando ante mis ojos el misterio más guardando del mundo. Por fin quedaron desnudas esas nalgas tan bonitas, de suaves curvas y tersa superficie. Me embelesé al extremo y solo gracias a que Nuria hizo un breve descanso en su mamada, fue que pude evitar derramarme tan pronto ante semejante derroche de morbo.
Naturalmente, ocurrieron más cosas, pero ya te las contaré en una próxima carta
Besos de los tres.

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