Relato erótico
Viaje “ajetreado”
Iban a Madrid en el tren nocturno. El compartimento tenia plaza para seis personas. En cuanto arrancó el tren entraron dos chicas extranjeras. Estaban “muy buenas” y el descanso nocturno fue nulo.
Daniel – Barcelona
Jorge y yo viajamos de Barcelona a Madrid en tren y allí tuvimos una experiencia que queremos contar, pues creo que vale la pena. Tomamos el tren nocturno. Llegamos a la estación con tiempo y nos acomodamos en nuestro compartimiento, bastante confortable por cierto, con seis asientos, tres a cada lado, y muy cómodos, con lugar de sobra para las mochilas y los bolsos.
El tren estaba anunciado para las 23.16 con llegada a Madrid a las 7. 45 del otro día. Podríamos dormir toda la noche. Al rato, para nuestra grata sorpresa, llegaron otros pasajeros al compartimiento. Dos chicas que merecían un diez. Una morena, de cabello cortito, ojos verdes, un par de enormes tetas y un culo redondo y salido. Otra rubia, casi pelirroja, menos espectacular pero no menos atractiva, tetitas redonditas, con pezones puntiagudos, delgada y con un culito dulce y chiquito que hacía juego con sus profundos ojos celestes.
Nos miramos con Jorge y sonreímos satisfechos por nuestras compañeras de compartimento. Después de todo te pueden tocar dos viejas gordas con olor a naftalina, como las que nos tocaron en otro viaje. Se sentaron frente a nosotros, nos sonreímos mutuamente con gentileza pero no hablamos, aunque Jorge, en voz baja, me dijo:
– Con las tetas de la morena frente a mis ojos, no voy a poder dormir.
El tren partió y nadie más vino al compartimento, por lo que viajaríamos más cómodos de lo previsto. Las chicas eran austriacas y estaban viajando como nosotros. El problema era que ellas no hablaban español y nosotros ni una palabra de alemán así que en un inglés básico, tratamos de presentarnos y charlar un poco sobre nuestro viaje.
La morena se llamaba Anabella y la rubia Sylvia, tenían 20 años y eran de Salzburgo. Habían estado en Francia y ahora, tras visitar Barcelona, iban a Madrid para luego regresar a Austria. Charlamos un rato y nos preparamos para dormir, llegando al acuerdo de poner las piernas en el asiento contrario y así estaríamos los cuatro más cómodos. Nosotros nos sacamos las zapatillas, yo me aflojé el tejano y me estiré en el asiento, en cambio ellas se sacaron la ropa, se pusieron una túnica tipo camisón y doblaron la ropa en un rincón, sacaron del bolso un par de almohadas hinchables y una manta para cada una. Lo que se llama organizadas las chicas. En forma alternada estábamos Anabella, Jorge, yo y Sylvia. Bajamos el nivel de iluminación al mínimo y esperé a que el movimiento del tren me acunara como a un niño y me durmiera.
En la forma que nos recostamos, estirados uno frente a otro, me encontré tapado bajo una manta suave que Sylvia estiró sobre nuestros cuerpos y con los dedos de los pies a un par de centímetros del chochito de la chica, que se había puesto de costado.
El movimiento del tren llevó mi pie a rozar el coño de Sylvia continuamente, pero ella no parecía sentirse molesta por el roce pues no movió su cuerpo ni un centímetro para evitarlo.
Me envalentoné y con la punta del dedo gordo presioné su rajita y se lo metí dentro de su chocho húmedo y calentito. La única reacción fue una sonrisa amplia y cómplice.
Seguí trabajando con mi pie y la sonrisa se transformó en suspiros. Anabella y Jorge notaron que algo pasaba pero no dijeron nada, aunque al cabo de unos minutos, cuando intenté introducirle el dedo gordo del pie en el culo a Sylvia, los suspiros se transformaron en gemidos.
A estas alturas era claro para los cuatro lo que pasaba. A Anabella le dio un ataque de risa por los suspiros y gemiditos de Sylvia. Todos nos reímos juntos con ganas, cómplices de la situación creada. Anabella, que estaba al lado de la puerta, se levantó, bajó las cortinas del pasillo y cerró la puerta con el pasador. Sylvia habló un par de palabras en alemán con su amiga, que me sacó del asiento y se sentó en mi lugar.
Ahora estábamos sentados Sylvia conmigo y Anabella con Jorge. Sylvia se acurrucó sobre mí, apoyando su cabeza rubia sobre mi pecho y dejando sus labios frente a los míos. En cosa de segundos nos estábamos besando mientras mis manos recorrían su cuerpo a lo largo y a lo ancho. Sus tetitas estaban coronadas por un par de pezones puntiagudos y duros que besé por encima de la túnica, mordiéndole la punta. Sylvia dejó escapar una serie de grititos excitantes pues le dolía y le gustaba al mismo tiempo. Mis manos estaban una en su coño y otra en el culito, tierno y chiquito.
Sylvia tampoco perdía el tiempo y su mano acariciaba mi verga que se había endurecido con toda su fuerza y quería escapar de mis pantalones. Entonces le metí un dedo, lubricado por sus jugos, en el culo. Sylvia suspiró y gimió profundamente. Mi dedo estaba clavado en las profundidades del agujero estrecho, que apretaba mi dedo con fuerza, casi sin poder sacarlo.
Anabella y Jorge no perdían tampoco el tiempo. Ella se la estaba chupando a mi amigo, que tenía puestos un par de dedos en su chocho. Nosotros nos seguíamos besando, mi lengua llegaba a cada rincón de la boquita de Sylvia y nuestras lenguas libraban un combate sin cuartel. Pero mi dedo seguía profundamente clavado en el culo. Sylvia me masturbaba con una mano mientras con la otra se apretaba las tetas, gimiendo dulcemente. Al cabo de un rato nos desvestimos completamente. Cuatro jóvenes en bolas en el compartimiento del tren nocturno a Madrid. Grande, ¿no?
Coloqué a Sylvia a cuatro patas sobre el asiento y con mi verga inflamada, continué el trabajo que mi dedo había empezado. Le lubriqué el agujero con un poco de saliva y jugo de su coño. Presionando con fuerza, le metí la verga en el culo de un golpe y hasta el final.
Mis huevos chocaron con su coño y Sylvia emitió un ruido gutural, mezcla de gemido, suspiro y grito de dolor, todo junto. La chica comenzó a moverse al ritmo del tren, adelante y atrás, con mi verga clavada en las profundidades de su culo. A mí me encanta follar por el culo, la sensación de mi verga abriéndose paso por un ano estrecho, es algo que me vuelve loco de excitación casi o más que follarme un coño jugoso.
El interior del culito de Sylvia estaba tan caliente que sentía como si hubiera metido mi polla en un horno.
Los gemidos y la respiración entrecortada de la chica anunciaban que estaba por tener un orgasmo así que, para ayudarla, le metí dos dedos en el chocho, lo más profundo que pude. Al correrse ella, yo ya no pude aguantar más y exploté dentro de su recto con un chorro de leche hirviente, lo que produjo otro orgasmo de Sylvia, que suspiraba agitada mientras su cuerpecito temblaba y se sacudía casi descontrolado.
Jorge se follaba sentado a Anabella, que saltaba sobre él como quien monta a caballo, sacudiendo sus impresionantes tetas y dando grititos continuamente. Era un hermoso espectáculo. Cuando le saqué la verga del culo a Sylvia, del cual chorreaba mi leche mezclada con sus jugos vaginales, nos pusimos en la postura del 69, chupándonos mutuamente por más de media hora, intercambiando en nuestras bocas jugos aromáticos de su dulce coño con restos de leche pegajosa.
Jorge y Anabella seguían jodiendo y gimiendo. No tengo ni idea de cuantas veces se corrieron, pero fue más de una. Luego de un paréntesis de unos minutos para fumarnos unos cigarrillos y descansar un poco, Sylvia y Anabella intercambiaron un par de palabras en alemán y en un segundo las parejas se cambiaron. Sylvia se acostó sobre Jorge que comenzó a besarla ardientemente, mientras Anabella me ponía su coño peludo y empapado, en la cara para que se lo chupase.
Agarrándola del culo, comencé a lamerle el coño que tenía un sabor exquisito y un perfume cautivador. Disfruté una barbaridad chupándoselo. En un momento le di la vuelta y le metí la lengua profundamente en el culo, arrancándole una serie de suspiros y pequeños temblores. Trabajé con mi lengua en aquel agujerito abriéndolo. De pronto, ella se sentó sobre mí, dándome la espalda, y con su mano se fue introduciendo lentamente mi verga hasta lo más profundo de sus entrañas culeras. Con mis dos manos, le masajeaba sus enormes tetas, que estaban duras y turgentes. Anabella subía y bajaba sobre mí, muy lentamente suspirando profundamente cada vez que se clavaba mi polla hasta el fondo. El culo de Anabella era algo especial, no muy grande pero carnoso y con un interior lubricado y sedoso que facilitaba la penetración. Sylvia se había acostado en el asiento con las piernas levantadas y Jorge la follaba rítmicamente, acompañado por los gemidos continuos de la rubia caliente.
En un momento, Anabella dejó de moverse y con mi verga dentro, comenzó a abrir y cerrar el esfínter del culo, apretando y relajando la presión sobre mi polla que explotó en forma increíble, con tres interminables chorros de leche caliente que le llenaron el culo hasta el máximo. Anabella paró, conteniendo casi toda mi leche en su interior, se acercó a Sylvia y por sorpresa, vació el contenido de culo sobre su cuerpo, cara y boca, mientras se reía a carcajadas y decía algo en alemán. Sylvia gritó algo, pero se lamió los labios, tomando toda la leche que pudo. Con los dedos se limpió los restos de leche, llevándolos a su boca y chupándoselos como un caramelo. Nos besamos y chupamos todos con todos un rato bien largo, riéndonos de cualquier cosa, pero ni a mí ni a Jorge se nos endurecía más la verga, así que nos sentamos los cuatro juntos en un asiento mientras nuestras manos hacían los últimos toques de una noche que estaba llegando a su fin.
Los besos eran ahora dulces y suaves. No solo estábamos todos agotados, sino que ya amanecía. Habíamos pasado una noche increíble, sin duda los cuatro la disfrutamos plenamente y había en nuestros rostros un aura de felicidad. Sacamos de los bolsos toallas y con un par de botellas de agua que teníamos, nos limpiamos mutuamente los restos de leche y jugos de nuestros culos, conchas y vergas. Nos vestimos y fuimos al vagón restaurante a tomar un reconfortante y merecido desayuno, después de tanto gasto de energía. Charlamos muy animados y decidimos que el paseo por Madrid lo haríamos los cuatro juntos, pero lo que pasó en los tres días que estuvimos en la capital es ya otra historia.
Saludos