Relato erótico

Via libre

Charo
9 de febrero del 2019

Siempre le había gustado su cuñada, pero era un fruto prohibido. La situación ha cambiado, se ha separado de su hermano mayor y ahora se siente libre para ligar con ella.

Rubén – Castellón

Esta historia sucedió cuando yo apenas tenía 20 años, con ya algunas interesantes experiencias sexuales, unas ardientes ganas de sexo y todas mis acciones dirigidas a conseguir lo anhelado: un agujero donde meterla. Mi cuñada, por ese entonces de aproximadamente 26 años, era una morena simpática, cabello ondulado, buen par de tetas, un caminar rítmico y objeto de deseo de muchos que la conocían en el barrio. Hacía casi un año que se había separado de mi hermano mayor, lo que hacía menos prohibida la idea de pensar en tenerla.
Durante una de nuestras acostumbradas reuniones nocturnas, junto con mis amigos de infancia, vimos aparecer a mi querida cuñada. Se acercó moviendo su moreno trasero y los ojos de todos y cada uno de nosotros delataban perfectamente nuestros más negros pensamientos y perversos deseos.
– Hola, cuñado – me dijo al verme – ¿Cómo estás?
– Íbamos a tomar unas copas por ahí, ¿te vienes? – la invité.
– Vale – contestó sonriendo.
El local donde acostumbrábamos a ir para escuchar música y tomar algo, era un local nuevo en el barrio y se encontraba a unas dos manzanas de nuestro habitual sitio de charlas y reuniones. Llegamos al local, pedimos unas cervezas y en la máquina de discos pusimos las canciones que habíamos escogido. El mayor de todos nosotros, Manuel, había iniciado la persecución de mi cuñada quien, sin quedarse atrás, coqueteaba con él descaradamente, mientras los demás se unían al juego diciéndole a mi cuñada todo en cuanto a piropos se les venía a la cabeza.
Yo, por supuesto, me encontraba entre el dilema moral de defender a mi cuñada de los morbosos ataques de mis amigos, hacerme el despistado o
ser partícipe del acoso que comenzaba a dar algunos frutos ante mis incrédulos ojos. Manuel ya la estaba abrazando, le tocaba las piernas y mi querida cuñadita hacía poco o nada por zafarse de tan embarazosa situación.
– Manuel ¿qué haces no ves que mi cuñado se está poniendo colorado? -dijo ella riendo.
Era una risa que cayó como un dardo venenoso sobre mi atribulada cabeza ingenua, pero a la vez comenzaba a conocer a una cuñada completamente diferente de la que minutos antes yo conocía.
– Te estoy haciendo el ritual de bienvenida – le decía Manuel.
– Bueno, pues házmelo mejor, para que tenga más gracia – replicó ella.
El visto bueno que dio mi cuñada al manoseo de Manuel, tuvo los frutos esperados, por lo que la invitación no se dejó esperar.
– Entonces, vamos a dar una vuelta por el parque, los dos solitos -le dijo
Manuel.
– ¿Crees que a la primera vas a tener todo? ¡Ni lo pienses!

– No importa, tiempo hay de sobra…
Era ya tan descarada la conversación que no tuve alternativa y me salí del local con dirección a mi casa, no sin antes, con cara de pocos amigos, decirles que hacían una linda pareja. Camino a casa, no podía pensar en otra cosa, veía a mi cuñada y a Manuel pasando las manos por sus piernas y más que nada, esa risa. Era una risa tan jocosa, tan de mujer ansiosa. Ya en la cama, después de darle vueltas al asunto, la imagen de mi cuñada se me presentaba una y otra vez. Ese par de morenas nalgas, esas tetas. De pronto el sueño pareció hacerse realidad. Mi cuñada avanzó hasta mi cama, lentamente, se inclinó frente a mí y para no mostrarle mi enojo, cerré los ojos cuando oí que me decía:
– Cuñadito, no sea celoso, solo estábamos jugando con Manuel… si alguna vez vuelvo a estar con un hombre, ese seguro que serás tú.
Sentí como su respiración aumentaba de ritmo. Me besó en la boca con esos labios carnosos. Posó su mano izquierda sobre mi polla, haciendo un lento pero eficaz movimiento en dirección a los huevos. Al alcanzarlos, con suavidad los aprisionó y sentí que un escalofrío invadía mi juvenil cuerpo. Comenzó a bajar el cierre de mi pantalón y salió mi verga dura como un pedazo de carne ansioso de encontrar un refugio que le diera húmeda hospitalidad.
– ¡Que aparato tenías guardado! – exclamó y comenzó a mamármelo.
Puso su lengua en la cabeza de mi verga dura y mamaba como una diosa. Le cogí la cabeza con las dos manos y la presioné con fuerza para sentir que mi verga le llegaba hasta su garganta. La muy puta seguía mamando y hacía que las venas de mi polla saltaran como si fueran a explotar…
– ¡Más cuñadita… así… que gusto… más…!
La cabeza me daba vueltas, me la mamaba de maravilla. Por otra parte, ella también sentía placer cuando me dijo:
– ¡Dámela toda en mi boca… así… dame toda tu leche…!
Se desesperaba por sentir el producto lechoso de mi verga. Mi verga iba a explotar de placer. Comenzó a salir la leche como un torrente que colmaba a mi cuñada y entonces comprendí que era una mujer que más que ansiosa, estaba desesperada por mi palo duro y lleno de leche desbordante. Fue entonces cuando desperté de mi lujurioso sueño y tuve que ir al baño a limpiarme de todo el semen que había derramado sobre mis sábanas blancas.

La noche silenciosa volvió a darme el descanso que había perturbado la imagen de mi querida cuñadita. Después de un sueño reparador y los sonidos de pasos en el corredor de la casa, desperté y me preparé para mi acostumbrada caminata matinal, un refrescante baño y un vigoroso desayuno, todo listo para reiniciar la jornada laboral en una de las tres imprentas que funcionaban en el barrio. Eran alrededor de las 10 de la mañana, cuando a escasos quince metros de la ventana donde se localizaba mi mesa de trabajo, vi cruzar a mi querida cuñadita con un saludo cordial, una sonrisa que mostraba sus blanquecinos dientes y una voz que, entre risas, me decía:
– Hola cuñado, nos vemos por la noche.
¿Qué era esto… una invitación, una advertencia, o una burla? No lo sabía, pero continué mi trabajo.
Las horas pasaron lentamente hasta aproximarse a la de la tan anunciada charla nocturna. El caso es que, estando todos juntos en el local, los juegos y que se habían iniciado la noche anterior, comenzaron a cambiar de tono, pasaron a ser invitaciones directas y sin desaprovecharlas, mi cuñada salió a bailar con Manuel, el más atrevido, con mi cuñada.
Al día siguiente, con lujo de detalles, nos enteramos que Manuel había incluido a mi cuñada en su lista de “misión cumplida”. Se la había follado por todos los agujeros que pudo encontrar. Se la había mamado, follado por delante, por detrás, de lado… No era nada inesperado, ni mucho menos, pero mientras Manuel se jactaba de su proeza, yo sentía un desprecio nada disimulado por mi cuñada, la zorrona resultó demasiado fácil para mi amigo. Bueno, pasaron los días y yo trataba de evitar a mi cuñada con cualquier pretexto que se me ocurría. Dejé de ir con mis amigos al local en las ocasiones que sabía que ella estaría con ellos y a pesar que ella trataba de buscarme. Vanos eran sus intentos pues, de alguna manera, la lograba evitar. Eso, hasta un fatídico domingo por la tarde. Estaba en el bar, junto con Blanca, una amiga que estaba intentando ligarla. Era una linda chica de unos 18 años, que me traía de cabeza. Estábamos charlando cuando, de repente y sin yo darme cuenta, apareció la persona que menos deseaba ver en ese momento: mi cuñada.
Se sentó a la mesa, con nosotros y pidió una cerveza, al momento en que Blanca decía que ya se tenía que marchar. Al cabo de hora y media y tres botellas de cerveza vacías, mi cuñada me dijo que se sentía aburrida y que le gustaría ir al cine. Dicho y hecho, se levantó de la mesa y me dijo que la acompañara, que ella pagaría las entradas y que lo podíamos pasar bien. Entramos al cine, nos sentamos uno junto al otro, sin dejar de sentir cierta inquietud.

Miraba la película y de reojo a mi cuñada. Cruzó las piernas y con el pretexto de que le apretaba el pantalón que llevaba, tiraba de él por la parte del cierre, ese cierre que tapaba la cueva de labios carnosos y peludos que yo comenzaba a imaginar en mi mente. Mascaba yo un chicle de menta cuando ella, fijando su mirada en mí, me dijo:
– ¡Invítame a un chicle!
No tenía más chicles que el de mi boca así que, con cierta indiferencia, le contesté:
– Es el único que tengo.
– ¡Pues, dame ese! – me dijo como iniciando un reto, como si ella pudiera hacer lo que se le antojara o como si yo debiera cumplir sus ordenes al instante.
Demostrando un poco de rebeldía respondí:
– Esta en mi boca, si quieres, sácalo de donde está…
Yo no esperaba que mi cuñada reaccionara como lo hizo. Me tomó con una mano de la barbilla y sin más introdujo su lengua en mi boca. Traté de esconder el chicle para que no me lo sacara pero eso ocasionó que su lengua se moviera por todo el interior de mi boca. Cuando me di cuenta, los dos estábamos disfrutando de un beso con lengua que hacía que el chicle pasara de una boca a la otra. Nos gustó tanto el juego que cuando el chicle estaba en la boca del otro, con excitación y deseos de continuar, devolvíamos el chicle de boca a boca.
La excitación comenzó a sentirse en el ambiente. Yo la abrazaba y posaba mis manos en su ajustado pantalón, acariciaba las piernas y mis manos se deslizaban de arriba hacia abajo. Ella, por su parte, tocaba mi verga ya dura, la presionaba con fuerza y trataba de sacarla de su ya incómodo escondrijo. ¡Estábamos listos para todo! Ya no veíamos la película, solo oíamos algunas voces sin importancia. Lo mejor del cine lo estábamos haciendo nosotros.
La oscuridad de la sala era nuestro cómplice y lo estábamos pasando muy bien, nos excitábamos mutuamente y gozábamos a tope. Lo único que deseaba era tirarme a mi cuñada. Le tocaba las tetas, le metía mano en el coño, metía mi dedo, apretaba sus muslos, estaba como loco… Una vez que terminó la película, salimos del cine como sonámbulos. Eran tanta las ganas de follar, que nos dirigimos a la casa donde mi hermano menor alquilaba una habitación que, por suerte, se encontraba vacía, disponible y a tan solo dos manzanas del bar. Llegamos al lugar y sin más demora, comenzamos a tocarnos, la besaba, me besaba, la tocaba, me tocaba… Era tanta la desesperación que los dos perdimos el equilibrio y por suerte caímos sobre la cama, le saqué su blusa y al descubierto quedaron esas dos morenas tetas que yo jamás olvidaré.
– ¡Cuñada, dame esas tetazas que tienes tan buenas!
Ella, por su parte, no ofrecía resistencia alguna y me decía:
– ¡Soy tuya, cuñadito, fóllame entera… quiero que me jodas!

Frotaba sus nalgas con vehemencia, con ganas mientras exclamaba:
– ¡Que buena estás… qué buena…!
La desesperación se hizo evidente cuando ella empezó a implorar:
– ¡Bájame el pantalón… ya no aguanto más… fóllame!
Yo estaba agradecido, me pedía lo que yo ansiaba darle con todas mis fuerzas. Le bajé el pantalón y comencé a besarle el ombligo, bajé poco a poco hasta llegar a esa selva de pelos negros que escondían su húmeda raja que yo había visto. Estaba tan húmeda que chorreaba. Por lo menos, ya se había corrido una vez. Le metí mi lengua en su coño y sentí el sabor tan caliente de su corrida primera. Ella se retorcía en la cama y gemía sin cesar.
– ¡Métemela… métemela en el coño, ya…!
A cada súplica de mi cuñada, sentía yo el deseo de aguantarme y hacerla sufrir. Quería metérsela pero me gustaba oírla suplicando mi verga.
– ¡Ya no puedo más, fóllame como a tu hembra… soy tuya… va…!
Cuando no pude más, puse la cabeza de mi vibrante pedazo de carne maciza en su raja y ella, al notarla, exclamó:
– ¡Sí, así, más… aprieta más!
Mi verga jugueteaba en su clítoris, se lo pasaba de arriba hacia abajo y mi cuñada se moría de placer. Al final me subí encima de ella y cogiéndole las piernas, puse mi verga dura en su coño sintiendo unas tremendas ganas de meterla de una vez hasta el fondo.
– ¡Sí, haz lo que quieras conmigo! – gritó.
Se la metí con todas mis ganas y cuando sentí que ya estaba dentro, empujé hasta sentir las paredes del coño que antes había albergado a mi propio hermano mayor.
– ¡Toma! – exclamé – ¡Ahí la tienes, toda para ti!
Agradecida, mi cuñada gimió:
– ¡Más, cuñado, más… así… así… con fuerza… oooh…!
Comenzábamos a sudar copiosamente, sentíamos un calor desorbitante. El hecho de haber sido cuñados siempre tiene un tinte de prohibido, de excitante. Eran momentos de excitación y gozo máximos…
– ¡Ya… me corro… qué bueno… aaah…!
Sentí como en ese momento, mi verga no daba más, iba a explotar de gozo. Por mi cuerpo sentí como, desde la cabeza hasta la punta de mi verga, corría una descarga de semen que me dejaba vacío. Mis venas sentían una presión que parecía que estallaban.
– ¡Me corro! – grité – ¡Toma mi leche, mi leche de macho… tómala toda!

Ella aceptó encantada el regalo blanquecino que estaba depositando en su coño y me decía.
– ¡Así, córrete, dame toda tu leche…!
Después de esa noche se podría decir que la vida retomó su acostumbrado vaivén, cosas iban cosas venían, pero esa follada quedó en mi recuerdo como algo que, aunque quizá no debió pasar, me eriza el cuerpo y se me endurece la polla al recordar esas morenas tetazas, ese culo, ese coño, esa querida cuñada mía.
Abrazos para todos.

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