Relato erótico

Ventana indiscreta

Charo
21 de abril del 2020

Estaba de vacaciones y mirando por la ventana de su habitación, desde la que se ve el jardín de los vecinos, y se quedó con la boca abierta. Habían contratado a una chica para que los ayudara en la casa y era un bombón.

Alejo – Almería
Lo que quiero contaros ocurrió un mes de Agosto de hace muchos años. Yo tenía 20 años y estudiaba en la universidad.
La ventana de mi cuarto daba al jardín de la casa de los vecinos, una buena gente y muy atentos. Por esa época contrataron una sirvienta para que los ayudara en la casa. Al cabo de un mes ocurrió algo que me hizo vivir una etapa que marcó mi vida sexual para siempre. Desde mi habitación se veía la habitación donde Rosa, la sirvienta, dejaría ver sus instintos más salvajes solo para mí.
Rosa era una mujer joven, aunque mayor que yo. Tenía 29 años, venía de Valencia, medía 1,65 m, su piel morena hacía juego con sus ojos grandes, negros y un cabello largo, rizado, del mismo color de sus ojos. Sus labios eran gruesos. Esa mujer solo inspiraba sexo.
Cuando la vi por primera vez tendiendo la ropa, llevaba puestos unos shorts apretaditos, que dejaban ver unas piernas hermosas y las marcas de un tanga de muerte que salían a relucir. Su culo era firme, redondo, duro y grande, además llevaba una camiseta playera que dejaba ver su cintura, su ombligo de morder y unas tetas muy grandes, con el tamaño perfecto para mí, es decir, que cada una no cabía en mis manos.
En esa época, yo no tenía clases los jueves, y los martes el estudio en la universidad empezaba por la tarde, así que esos días de la semana los tenía reservado para deleitarme con la figura de la hermosa Rosa trabajando. Moviendo su cuerpo al tiempo que cantaba las canciones de moda mientras que yo, voyeur a muerte, me masturbaba con su presencia.
Un martes yo, desnudo y caliente, en pleno acto de pelármela, lancé un grito e hice que Rosa mirara hacia mi ventana abierta. Apenas giró su mirada y puso sus ojos en mí, mi verga soltó un chorro de semen que hasta yo me sorprendí. Mientras me derramaba a caudales veía los ojos grandes y fijos de Rosa observando semejante espectáculo, pero su rostro no mostraba ninguna expresión, así que apenas dejé de sacar leche, me escondí en mi cuarto, cerrando la cortina, pues de verdad me sentí mal, pensando que Rosa le diría a los vecinos “la joya” que tenían como vecino, y que éstos le dirían a mis padres lo ocurrido. De verdad me sentí muy mal.
Llegó el Jueves y yo pensé que Rosa iba a salir ese día a arreglar el patio y de reojo empecé a ver que ocurría, pero eran las 10,30 y Rosa no aparecía, ni se escuchaban sus cantos de sirena. Yo era un mar de nervios, pero a las 11 escuché su voz cantando fuerte y yo, escondido detrás de la cortina cerrada, la vi salir. Ese día el sol mañanero estaba radiante. Era normal en ella sus ropas matadoras, shorts apretados, playeras cortas y pies descalzos ó en sandalias.

Lo raro era que cargaba montañas y montañas de ropa para lavar, era una cantidad exagerada que ni los vecinos, marido, mujer y una niña de 5 años, podían hacer en un mes. Empezó a esa hora y yo veía que cantaba y lavaba mirando hacia mi habitación, y sonriendo. Yo, sorprendido, después de un rato me atreví a abrir las cortinas y la ventana corrediza de mi cuarto y empecé a observarla con los brazos cruzados, ella sonreía coquetamente y cantaba aún más fuerte con letras insinuantes que me hacía calentar más.
Después de una hora, ella empezó a lavar la ropa interior, pero antes la olía y lamía, sobre todo las bragas y yo, ni corto ni perezoso, empecé a quitarme la ropa hasta quedar en calzoncillos, pero ella hizo lo mismo, empezó por su camiseta “ombliguera” y quedó en sujetador, dejando algo para la imaginación, después los pantaloncitos volaron y ella se giraba para que yo viera su majestuoso culo, hermoso para lamerlo y castigarlo. Quedó en ropa interior y me llamó la atención que sus sujetadores eran blancos y sus bragas tanga negras. Obviamente no eran del mismo juego, pero daba igual.
De un momento a otro ella olvidó la ropa sucia y se echó agua en sus tetas que apenas se mojaron la tela del sujetador dejó ver sus pezones, grandes y marrones, después se empapó la cabeza y se bajó el tanga hasta las rodillas, empezando a meterse el dedo corazón y anular por su coño afeitadito y se masturbaba mirándome sensualmente. Yo ya estaba con mi verga bien tiesa hasta que noté que ella tenía un orgasmo y apenas ella convulsionaba su cuerpo, hice mi último tirón y mi semen salió disparado como esa primera vez en que ella me miró. Rosa sonreía coquetamente y me hacía señas de que la llamara por teléfono.
Busqué en una libreta vieja el teléfono de los vecinos, rápidamente la llamé y ella contestó. Así tuvimos sexo telefónico, ella me decía de todo y al finalizar quedamos en que el próximo jueves ella me haría cuerpo a cuerpo todo lo que me había dicho por teléfono.
Durante esa semana no la vi, ni siquiera el martes, pero el jueves oí el teléfono, contesté y era ella. Me dijo que, para evitar comentarios de los vecinos, lo más fácil era que saltara el muro que separaba las dos casas y que ella me estaría esperando, dispuesta a todo, jurándome que no me iba a arrepentir. Yo me puse lo básico. Un pantalón deportivo, una playera y unas sandalias. Me costó trabajo escalar el muro. Cuando coroné la otra casa noté que mis brazos estaban raspados y sangrando un poco. Crucé el patio, llegué a la cocina y escuché la voz de Rosa:
– Estoy aquí arriba, no tardes, mi vida.
Subí hasta el cuarto principal y ahí estaba entre las sábanas, y se notaba que estaba muy caliente. Solo llevaba puesto unos shorts amarillos apretados. Entré y ella me miró con los mismos ojos que noté esa primera vez que me vio, fijos en los míos y su rostro sin ninguna expresión, pero pasó sus dedos por su chocho, y los acerco a mi nariz y me dijo con voz entrecortada:

– Aquí me tienes, en bandeja de plata.
Me empujó a la cama desordenada de mis vecinos, me desnudó rápidamente y antes de que yo empezara a manosearla, ella ya estaba mordiendo y chupando mis pezones. Sentía dolor y placer al mismo tiempo, me decía que quería saborearme y supo que yo sabía a limón. Presurosa me lamía todo el cuerpo, explorando y descifrando en qué parte que ella mordía y lamía yo gritaba más. Descubrió que mi ombligo, mis pezones, y mi cuello eran las zonas donde trabajaría más. Yo la apretaba y arañaba sin temor, ese culo ya era mío, lo besé y mordí hasta morir, hasta que ella dio una vuelta repentina y yo ya tenía su chocho en mi nariz. Lo caliente y el olor que emanaba, me invitaba a chupar, mi lengua pasaba de su coño jugoso a su ombligo y ese camino estaba lleno de saliva, le metía la lengua, tiraba con mi boca su labio superior y ella respondía con gemidos de gatita en celo mientras apretaba sus dedos en mi nuca, empujaba mi cabeza y tiraba mi cabello.
Entonces la empecé a penetrar, yo encima de ella y Rosa me decía:
– Cariño, no la saques, no la saques…
Mi vaivén la hacía gritar, pero de pronto cambiamos de posición, ella se puso a cuatro patas y le metí mi verga dura en el coño por detrás, pero ahí le propuse que si quería mi verga por el culo, ella se rió y dijo que lo dejara para lo último. Ella ya había tenido tres orgasmos y yo quería mi parte, me dijo que cuando sintiera que me iba a correr le avisara con tiempo. No dejé de lamerle y chupar sus pezones que eran grandes y la punta era de forma muy alargada, que tetas tan ricas. De pronto empezó a lamerme el cuello, bajó a mis pezones, los chupó y mordió haciéndome gritar, con pequeños mordisquitos llegó a mi ombligo, sus labios harían eyacular a una estatua. Eso duró unos 3 minutos hasta que se metió mi verga en la boca.
– Aguanta, aguanta… – me decía.
Se la metía hasta la garganta y a veces sentía que Rosa iba a vomitar, pero la lamía tan bien, chupaba y chupaba como una bomba, besaba mi verga tiernamente y mis huevos no dejaron de sentir el calor de su lengua. Cuando yo ya le decía que no aguantaba más ella, con la mano empezó a masturbarme y me derramé en su carita. Lamía, mi leche invadió su cara, su cuello y sus tetas. Unas gotas quedaron en su cabello rizado y cuando acabé de bombear, ella untó todo mi semen en su torso, quedó mojadita de mi leche, me dio un gran beso pasando parte de mi semen a mi boca, me acarició tiernamente y esperamos para un segundo polvo mío.

Mientras me recuperaba, me cantaba al oído canciones que ella se inventaba con letras cachondas y me soplaba el oído, al tiempo que frotaba sus tetas untadas de mi semen. Cuando vio que estaba listo, se posó encima de mí y empezó a cabalgar duro, rápido hasta que sentí que enterraba sus uñas en mi pecho y me decía en voz fuerte:
– ¡Me viene… me viene, mi amor… me corro…!
Ella llegó al cuarto orgasmo muy rápido y yo empecé a prepararme para mi segundo polvo, cuando me dijo:
– Tranquilo cariño, que tengo una sorpresa.
Entonces dirigió la mirada hacia el armario de la ropa y sorprendido, vi que la puerta de ese armario se abría lentamente y salió tímidamente una muchacha joven en ropa interior. Sus manos temblaban y estaba sonrojada. El frente de sus bragas estaba tan húmedo que dejaban ver la pelambrera alborotada de su coñito. Yo me asusté, pregunté qué pasaba y Rosa me dijo:
– Te presento a Nuria, mi amiga. Llegó anoche de mi tierra para buscar trabajo.
Yo miré a Rosa y ella guiñó un ojo y me dio tranquilidad. Así que llamé a Nuria. Debía tener mí más o menos mi edad. Era muy hermosa, de tetas grandes. Rosa le dijo que me mamara la verga y Nuria obedeció sin decir palabra. Mientras me chupaba el glande, Rosa me lamía el cuello, los pezones y el ombligo. Yo estaba loco, me salían lagrimillas de todo el placer que estaba sintiendo con dos mujeres, la una, putita complaciente y la otra sumisa y yo, ahí, en el cuarto de mis vecinos, sintiendo toda clase de placeres sin haberlo planeado. Rosa me volvió a decir lo mismo:
– Cuando sientas que te corres, me avisas.
Me dejó con Nuria en la cama, mientras ella se sentaba en una silla a masturbarse mirándonos. El coño de Nuria era mas bien estrecho, claro que supe que ya no era virgen. No tenía afeitado el coño como Rosa, era una mata de pelos que quedaban algunos en mi boca después de cada inmersión que hacía a tan maravilloso mundo profundo. Al rato Nuria lanzó un grito de placer, se alejó de mí y se colocó en posición fetal, yo intenté acercarme para ayudarla a que su orgasmo fuera más placentero, sin embargo, Nuria me empujó y me dijo que la dejara en paz. Rosa me decía, mientras entraba y sacaba rápidamente sus dedos de su chocho y con la otra mano se pellizcaba un pezón:
– Ella disfruta más si la dejan quieta, pues mientras siente el orgasmo no le gusta que nadie la toque.
Después Rosa se acercó a Nuria a hacerle mimos tiernos, hablaron al oído y empezaron a amarse frente a mí. Una relación lésbica que yo solo había visto en películas porno durante mi adolescencia, me empecé a masturbar y Rosa me dijo:

– No, aguanta.
Estas mujeres se entendían muy bien y me miraban con su clara de placer sonriendo y yo aguantando, pero intervine y empecé a besar a mis dos amantes mientras ellas dos lamían mi cuerpo y se peleaban entre ellas para chupar mi glande. Ver que ellas se besaban, me besaban, se metían el dedo, gemían y después me la chupaban, era fascinante. Al rato le dije a Rosa que ya no aguantaba más, así que rápidamente, se sentó en mi cara y me decía que le chupara lo más que pudiera su coño y Nuria fue a mi verga directa a explotar, la metió en su chochito y cabalgó hasta que me corrí dentro de ella. Rosa alcanzó a sentir su quinto orgasmo y Nuria, después de que me corrí, se masturbó hasta que al poco tiempo se retorció por segunda vez y se colocó en posición fetal para que nadie la molestara.
Así fue como conocí el más profundo placer de mi vida.
Saludos y hasta otra.

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