Relato erótico
Ventana indiscreta
Estaba cansada, el calor era insoportable y antes de meterse en la cama se dio un buen baño de espuma. Seria por la temperatura o porque estaba cachonda pero, “jugo” un poco con la esponja.
Raquel – Madrid
La noche era preciosa, aunque muy calurosa. Me levanté del salón, fui a la nevera y me llevé un vaso de zumo de naranja frío a la habitación. Aquella mañana me levanté con más pesadez que con ganas, el calor era insoportable y no supe que ponerme. Cogí mi toalla y me dirigí a la ducha a refrescarme, ya que es la mejor forma de dormir cómoda. Mis pantaloncitos blancos, ajustados, dejaban ver el sudor de una noche cálida, mi camiseta húmeda transparentaba la redondez de mis pechos y la sombra de mis pezones. El sudor de mi rostro trazaba un recorrido por mi cuello hasta perderse por el canalillo, entre mis pechos.
Abrí el grifo de la bañera y le puse una pastilla de jabón de burbujas. Los rayos de luz del sol que entraban por la ventana del techo del baño, se reflejaban en cada uno de los grandes espejos del cuarto. Deslicé mis manos a mi cintura, hundí mis dedos debajo de los pantaloncitos y bajé la tela ajustada por mis caderas, liberando mis glúteos redondos, firmes y duros. Acto seguido, cogí una punta de la camiseta y me la quité frente al espejo, sintiendo una frescura agradable. El sol ahora se reflejaba sobre mi espalda, causando aún más calor y un río de sudor en ella. La lentitud de la presión de la llave del agua hacía insoportable la espera para tomar de una vez por todas mi baño, no aguanté más, cogí la esponja que se encontraba dentro de la bañera y la exprimí a la altura de mi pecho para refrescarlo. El contacto fue un shock, pues me olvidé de abrir el agua caliente. El agua fría despertó mis sentidos, pude ver frente al espejo como la espuma cubría mis pechos y por el canalillo un hilo de jabón se deslizaba a mi abdomen. La sensación fue tal que despertó mi lívido, que como un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Mojé de nuevo la esponja y la exprimí de nuevo, ahora en mi abdomen plano, confundiendo en mi vientre el sudor y el jabón, pero ahora la lubricación también intervenía. Repetí la operación y ahora el agua resbalaba por la parte interna de mis muslos como aquella primera menstruación de toda mujer. Con la punta de mis dedos pellizqué mi pezón derecho, mientras la esponja se deslizó por debajo del pezón izquierdo. Tomé mi seno y la humedad de mi mano subió por mi pecho acariciando con frenesí hasta llegar a mi cuello.
Mojé con la otra de nuevo la esponja y la exprimí desde mi vientre a mis nalgas. Solté la esponja y acaricie mis glúteos, mientras mi otra mano regresaba a mis pechos. Seguí como loca todo detalle a través del espejo. Acaricié mis nalgas y sobé la cara externa de mis caderas.
Mis 98 centímetros de cadera son mis más grande orgullo, no ha sido fácil mi trabajo constante en el gimnasio por mantenerlas duras, redondas y firmes, pero ahora mi orgullo era motivo de mi más grande excitación. Hundí mis dedos en mis muslos y tracé un valle hasta mis rodillas, por la parte externa e interna de mis piernas. Una y otra vez mis manos iban de la rodilla a la entrepierna y viceversa, hasta que mi mano derecha se detuvo en mi entrepierna. Mojé con la otra mano la esponja y la escurrí sobre mi pubis, comencé a frotar mis dedos contra mi pubis y los introduje en mi vagina para masturbarme. Encontré mi clítoris hinchado, así que jugué con él. Mi excitación creció tanto que comencé a caminar hacia atrás hasta dejarme caer en la silla.
Cogí mi toalla y sequé mi cuello, continué por mis hombros y bajé a mi pecho, sequé suavemente mis senos acariciándolos con la tela, continué por mi abdomen hasta llegar a mi pubis, un hilo de agua corría por mis muslos los cuales sequé dejando para el final mi espalda y glúteos. Cogí mi crema hidratante y la apliqué en mi cuerpo, contemplé mi figura en el espejo, mis senos brillaban reflejando la claridad de la mañana, mis piernas lucían suaves y tersas, y mis nalgas cada vez más redondas. Empecé a subir mis braguitas color carne por mis pies delineando un camino que continuó por mis pantorrillas y mis muslos apenas rozándolos con mis manos. Me incorporé y lo ajusté de manera ideal a mis caderas, creando así un efecto de desnudez. De la misma manera, introduje mi blusa corta por la cabeza y cubrí mis senos que marcaban en la tela el pardo de mis pezones dejando al descubierto mi ombligo.
Frente al espejo admiré mi cuerpo por unos momentos, salí del baño al cuarto a elegir la falda más sexy para vestir. Regresé con una minifalda roja de colegiala que me llegaba justo a tres cuartas partes de mis muslos, cogí unas medias y las subí lentamente por mis pantorrillas y muslos. Finalmente me coloqué los zapatos de tacón y me dispuse a maquillarme. Al terminar modelé frente al espejo y me coloqué de perfil, observé como mis nalgas lucían espectaculares en mi mejor minifalda y mis senos se veían admirablemente redondos.
Estaba lista para un día más en la oficina. Después de desayunar salí y me encontré fuera de mi casa a mi vecino Salva. Nos saludamos y pude ver como su mirada hacía un recorrido por mi cuerpo. Me acompañó hasta la estación del metro y me despedí deprisa dándole dos besos y rozando sin querer sus labios. Me subí y él se dirigió de nuevo a su casa.
El vagón del metro iba bastante lleno, así que me coloqué de pie al lado de los asientos, pues sabía tres estaciones después más se iba a llenar. En efecto, minutos después el vagón iba a su máxima capacidad. Ya en estos días la caballerosidad se ha perdido y aunque estaba delante de un chico, este no me cedió el lugar y para acabar de rematar, un tipo me empujaba con su portafolio por la espalda, me incliné casi encima del chico. Mis muslos quedaron muy cerca de sus manos, yo nada más le miré. La cercanía de sus manos me ponía nerviosa. De repente con el movimiento del tren sentía como sus dedos rozaban mis muslos. Pensé que era circunstancial. De pronto sentí como su mano se posó en mis rodillas y sus dedos se hundían en mi muslo subiendo rápidamente. No podía moverme para evitarlo y no quería gritar. Sus manos húmedas acariciaban mis muslos y mis braguitas comenzaban a mojarse sin que yo lo deseara. Subió aún más y metió sus dedos debajo de mis bragas masajeando mis glúteos. Tuve que hacer un gran esfuerzo para disimular mi excitación.
Aquel delicioso masaje entre tanta gente merecía un premio, así que cuando me bajé del vagón me agaché y le di un beso en los labios. Llegué a la oficina extasiada. Al entrar, mi jefe ya estaba esperándome. Entré a su oficina y para evitar que viera mis medias húmedas por la excitación, al sentarme crucé mis piernas.
Tardó demasiado en explicarme el reportaje que iba a cubrir, pues no podía quitar su mirada de mis muslos. Se preparó un trago y siguió explicándome, solo que esta vez se sentó en la silla de al lado y fijó su mirada en mi falda (ya existe un pasado de historia con mi jefe).
No se aguantó más y se decidió a acercarse para tocarme las piernas, pero en ese momento entró a la oficina su esposa sin avisar. Afortunadamente no se enteró de nada, pero mi excitación iba en aumento y nadie podía calmármela. Salí de su oficina y mis caderas iban calientes desde que me levanté, así que las moví con cadencia enfrente de mis compañeros.
Llegué a mi mesa, me senté delante del ordenador y crucé las piernas en mi silla, levantándome la falda. Más que trabajar me entretenía en ver como con un pretexto u otro los hombres se detenían a observar el espectáculo.
Así transcurrió la mañana hasta la hora de la comida. Salí a comer rápido y regresé a la oficina. Al pasar por la oficina del subdirector, escuché como alguien se quejaba. Por la oficina de mi jefe había una pequeña rendija, así que decidí ver qué pasaba. Irene, la secretaría de mi jefe estaba con mis dos jefes. Mientras el subdirector la besaba, mi jefe metía las manos debajo de la blusa cogiéndole los pechos. Ella gemía del placer. Mi jefe bajó una de sus manos y comenzó a masturbarla, mientras el otro le desabrochaba la blusa besándole el cuello al mismo tiempo. Ante mi vista se mostraba la mano de mi jefe frotando el pubis de Irene debajo de sus braguitas. Y pensar que por la mañana esa mano podía haber sido quien calmara mi sed de sexo… y al ver esta escena crecía aún más y más mi excitación. Mi jefe deslizaba la falda de Irene hacía abajo, mientras sus deliciosas nalgas se descubrían. Debo aceptar que posee un cuerpo divino. Ella se giró y ahora besaba a mi jefe. Mientras lo hacía, desabrochó el pantalón del subdirector dejándolo caer al suelo. Le bajó los calzoncillos y el pene que tanto había visto en sueños estaba ahora ante mis ojos, grande, ancho y larguísimo.
Irene comenzó a acariciar la verga, mientras mi jefe le mamaba las tetas. La despojaron del sujetador y quedó a merced de mis jefes desnuda. Irene era mi amiga y no podía ser tan egoísta si yo me decidía a participar. Así que me decidí a entrar, pero cuando salí de la oficina de mi jefe para dirigirme hacia allí, Andrea, mi compañera de trabajo, tenía unos asuntos que comentarme y echó abajo mis planes. Ese día era a la vez el mejor y el peor día de mi vida, ya nada podía sorprenderme.
Salí tarde de la oficina y decidí coger un taxi y regresé a casa. Cuando llegué, me quité los zapatos, cogí un refresco y me senté en el sofá del salón. La noche era preciosa aunque calurosa. Puse el vaso sobre la mesita, me acerqué a la ventana y la abrí. Me desabroché la minifalda y cayó lentamente sobre mis muslos, mis braguitas estaban mojadas de sudor, alcé mis brazos y me quité la blusa y el sujetador.
Me dispuse a disfrutar de la brisa de la noche que refrescaba algo mi cuerpo, comencé a acariciar mis muslos suavemente con mis dedos y froté mi vagina recordando lo sucedido desde que salí de casa. Acaricié mis pechos y pellizqué mis pezones.
Cuando comenzaba a disfrutar de mi cuerpo sonó el timbre, eran las 11 de la noche, ¿quién podría ser? Me vestí y bajé a abrir. Era mi vecino Salva que venía con una botella de cava frío para disfrutar con mi compañía. La verdad estaba cansada pero el chico siempre había sido amable. Lo dejé entrar y nos sentamos en el sofá. Él descorchó la botella mientras yo buscaba unas copas. El calor seguía en su punto, venía con unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, lo que hacía lucir su espalda amplia y sus marcadas piernas.
Conversamos durante media hora hasta que noté que había cruzado demasiado la pierna y Salva no dejaba de ver mis muslos. Me acomodé y bajé un poco la falda. La conversación comenzó a hacerse trivial, me comentó que no me había visto en un mes en el gimnasio, le contesté que estaba ocupada y que estaba resintiéndolo en mi cuerpo. Me preguntó que si aún conservaba las últimas medidas, le dije que no y él decía que sí. Le dije que cómo podía estar tan seguro y comenzó a narrar:
– Por la mañana te levantaste con más pesadez que con ganas, cogiste la toalla y te fuiste al baño.
Conforme narraba, mi cuerpo se volvió a encender y mi libido iba en aumento.
– Al terminar te miraste al espejo, te pusiste de perfil y observaste como tus nalgas lucían espectaculares en tu mejor minifalda y tus pechos se veían admirablemente redondos.
Quedé impactada, solo pude preguntar que como me había visto. Me contó que llevaba varios días espiándome a través de la ventana. Se armó de valor, subió al techo de su casa y trepó a mi techo, se desplazó sin que nadie lo viera y se asomó a la ventana del techo de mi baño. Apresurada tomé mi copa, cerré los ojos y bebí porque quedé seca de la boca. Él metió la mano en la hielera para coger la botella, al dejarla puso dentro la mano un momento y luego la situó sobre mi muslo. La sensación fue brutalmente deliciosa. Hundió sus dedos en mis muslos y comenzó a sobarlos suavemente en círculos, fría y suave su mano delineaba mis torneados muslos, metió sus manos de nuevo en la hielera y así refrescó una y otra vez mis muslos.
– ¿Tienes menos calor? – dijo mirándome a los ojos.
– ¡Sólo por fuera! – alcancé a decir.
Cogió un hielo, levantó mi falda y lo pasó entre mis piernas. Acto seguido metió el hielo en su boca y lamió mis muslos con él. Su lengua fría recorría mis muslos y sus manos ceñían mi cintura, acariciaba la parte interna de mis caderas y metía sus dedos debajo de mis braguitas. Yo solo atinaba a acariciar su cabeza. No lo podía creer, aquel chico del que nunca me había fijado, estaba dándome un placer incontenible. Desabroché mi falda y él me la quitó con la boca, metió sus manos en mis piernas, acariciando la parte interna de dentro hacia fuera. Tiró de mi cuerpo sacándome del sillón hasta la cintura, posé mis piernas en sus hombros y comencé a impulsar mis caderas hacia él ofreciéndole mi vagina. Para mi sorpresa se levantó y se fue a la cocina.
Me desesperé y comencé a meterme los dedos en la vagina, espectáculo que él observó unos minutos desde la cocina. Regresó con un frasco de mermelada y un cuchillo, me ordenó quitarme la blusa y le obedecí. Con el cuchillo empezó a untarme mermelada fría en mis pezones para después lamerlos, untó más y chupó mis pechos. Yo gemía del placer. Cubrió mi escote de mermelada y hundió su cabeza entre mis pechos para chupar. Cubrió de dulce desde mi boca pasando por mi cuello, mis hombros, mi pecho, mi abdomen hasta llegar al inició de mi pubis y comenzó a lamer y a chupar cada rincón del dulce. No pude más, lo senté en el sillón y comencé a bailar en su regazo. Le tomé las manos para que no pudiera tocarme, froté mis pechos contra su pecho, deslicé mi cuerpo en su cuerpo como una boa, froté mi vagina contra su pantalón y contra su pene, le pasé mis pezones por su cara, mi vagina por su boca.
Estuvimos así durante diez minutos hasta que se liberó. Me incorporé, lo cogí de la mano y lo llevé a mi cuarto. Sé que si estás leyendo está historia es porque eres voyeur como Salva, pero lo que pasó en mi cuarto nos pertenece solo a Salva y a mí. Lástima, tendrías que haber estado en el cuarto de Salva para, con sus binoculares, poder haber visto el acto sexual, pues por descuido dejé abierta las ventanas de par en par…
Besitos