Relato erótico
Vecinas con buen rollo
Se compraron una casa en las afueras de la ciudad, con jardín y piscina. Al poco tiempo llegaron unos nuevos vecinos. Una mujer divorciada y su hija. Tenían buen trato con ellas y su mujer se alegro de que viviesen allí.
Vicente – Tarragona
Hola Charo, me llamo Vicente, tengo 68 años y lo que voy a contar hubiera querido que se tratase de mi imaginación, pero desgraciadamente no es así.
Hace tiempo mi mujer y yo adquirimos una casa, bastante buena, ubicada en una urbanización con canchas de tenis, piscinas, en fin un delirio de casa, con muy buenos y buenas vecinos y vecinas.
Tanto mi mujer como nuestros hijos lo pasábamos de maravilla, hasta que se mudó justo a nuestro lado una mujer divorciada y madre de Yolanda, una jovencita de 20 años que desde un principio, no diré que me cayera mal, todo lo contrario.
Aunque la chica es algo gordita y no muy alta, es rubita, con grandes ojos azules y sin exagerar digo que parecía un ángel o más bien un querubín, por lo gordita. La chavala, con rapidez, se hizo muy amiga de mi mujer y mi hija así que me acostumbré a verla por casa diariamente y aunque mis nietas son apenas unas niñas, Yolanda se las llevaba a la piscina y ellas disfrutaban mucho de su compañía, hasta que un día al llegar a mi casa y al asomarme por la ventana de nuestra habitación, la vi tomando sol. Diréis que eso no es nada del otro mundo y no lo sería, sino fuera porque Yolanda se encontraba totalmente desnuda.
Al principio la curiosidad venció sobre el sentido común, así que por entre las persianas de mi habitación, por un corto rato, me deleité observando su bello cuerpo a una distancia no mayor de unos cinco metros y cuando ya estaba por dejar de mirarla, comenzó acariciar sus bellos y colorados pezones y casi de inmediato con la otra mano empezó a tocarse el coño. Yo me encontraba como dicen en un palco de primera, sus piernas ligeramente abiertas apuntaban hacía mi casa mientras que yo, desde el segundo piso de mi habitación, me extasiaba viendo como sus finos dedos comenzaban a entrar y salir de su chocho.
La joven estuvo como casi quince minutos metiendo y sacando sus dedos de su húmedo coño y en su rostro pude apreciar lo mucho que lo disfrutaba. A medida que continuaba metiendo y sacando sus dedos, abría más y más sus piernas, sin dejar nada oculto a mi imaginación. La verdad es que la chiquilla debía ser una especia de cachonda sexual ya que no fue esa la única vez que la pude observar haciendo tales cosas con su cuerpo.
Estando un día Yolanda en casa, pasando el rato con mis nietas, comenté mi nuevo horario, pero me llevé la sorpresa cuando la oí decir en voz baja:
– Ya lo sé, llegas todos los días a las dos de la tarde y subes a tu habitación.
En ese instante me sentí sumamente avergonzado. Era lógico que ella supiera que yo estaba presente en mi casa y viéndola por la ventana de mi habitación. Al siguiente lunes, cuando llegué a mi casa, al poco rato me asomé por la ventana, pero Yolanda no estaba allí.
En medio de todo, pensé que lo más seguro era que la joven se hubiera sentido avergonzada y de seguir haciendo esas cosas las haría a solas en su habitación, lejos de las indiscretas miradas de los vecinos como yo. Ya me había quitado toda la ropa y me disponía a darme un buen baño, cuando sonó el timbre de la entrada principal.
En esos momentos solamente atiné a agarrar mi bata de baño, ponérmela por encima y bajar para ver de quien se trataba. Seguro estaba que no era mi mujer pues ella tenía llave de la casa y no regresaría hasta la noche en compañía de las niñas.
Cuando abrí la puerta, casi de inmediato como un vendaval entró la pequeña Yolanda, únicamente usando un pequeño y ajustado bikini que realzaba más sus curvas. En una de sus manos sostenía un protector solar, mientras que en la otra una pequeña toalla blanca. Al verme y como de costumbre, me dio un beso en la mejilla, pero a diferencia de otras ocasiones, su cuerpo semidesnudo se quedó un rato pegado al mío. Yo reaccioné nerviosamente, preguntándole que deseaba. A lo que ella se limitó tan solo a mostrarme el protector solar.
Como no entendí cual era su deseo, le volví a preguntar mientras observaba su joven cuerpo. Fue cuando Yolanda me dijo:
– Necesito que me hagas el favor de ayudarme a ponerme un poco de esto en la espalda – al tiempo que me estregaba el envase y de manera resuelta se encaminaba al patio trasero de mi casa.
Yo realmente no sabía ni que decirle ya que ella, de manera bien resuelta, abrió la puerta y rápidamente se tendió sobre el mueble del jardín acostándose boca abajo. De la misma manera bien decidida, me dijo:
– Venga, Vicente, date prisa que seguramente no tienes todo el día para ponerme la crema.
Con suma tranquilidad ella misma se soltó el broche que mantenía el sostén del bikini en su lugar y luego se terminó de recostar. Yo estaba parado en la puerta que da al jardín como un idiota viendo su sabroso culo, hasta que me acerqué a ella procurando ocultar la rápida erección, que el ver su cuerpo me había provocado. Tomé asiento a su lado y colocando un poco de la crema sobre la palma de mi mano, comencé por esparcirla por su espalda. A medida que se la iba untando, la muy sinvergüenza dejaba escapar uno que otro gemido diciéndome cosas como:
– Que manos más fuertes tienes Vicente, pero por favor pásame la crema un poquito más abajo.
Mis manos llegaban hasta la parte superior de su braguita, pero por temor a mancharla, me abstenía de tocarla. Al poco rato me pidió que también le hiciera el favor de ponerle la crema en la parte trasera de sus muslos, lo que hice procurando contener las ganas que tenía de saltarle encima. Cuando me comentó que no le había pasado la crema sobre sus nalgas, le
dije:
– ¿Cómo quieres que lo haga sin ensuciarte de crema el bikini?
– Pues bájamelo – me soltó sin más.
Lo hice cuando ella levantó el culo para ayudarme. En esta postura tanto su ano como su coño estaban perfectamente a la vista y sin poder resistirlo más me abrí la bata dejando al aire mi tiesa polla.
– ¿Qué haces? – me preguntó girando su cabeza.
– En este ese momento mi verga se encuentra en toda la entrada de tu chocho – respondí.
Sin mayor consideración se la comencé a hundir entre sus rosadas carnes y Yolanda, a medida que la penetraba, gemía y movía de forma suave sus caderas, hasta que nuestros cuerpos se hicieron uno. Con mis manos busqué sus bien formados y grandes senos, mientras que con mi boca buscaba la de ella para besarla. El placer de estar con una jovencita de 20 años era algo increíble para mí. Mi verga entraba y salía de su lindo y sabroso coño hasta que, a petición de ella cambiamos de posición, colocándose ella sentada a horcajadas sobre mi verga. Por un buen y largo rato ambos disfrutamos de ese momento, hasta que la muy puta me dio tres violentas culadas que me hicieron correr.
Desde ese día prácticamente me había convertido en su esclavo sexual. Yolanda llegaba a mi casa cuando mi mujer no se estaba, se quitaba toda la ropa, y cuando no me pedía que le comiese el coño, ella me mamaba la polla.
Sus gustos por el sexo iban en franco aumento y en ocasiones mi mayor temor era que ella no quedase bien satisfecha. Sus juegos se fueron poniendo día a día hasta más raros y violentos. En una de esas ocasiones me preguntó como sería hacerlo con dos hombres a la vez, porque ya para entonces llevaba yo un tiempo en que, por curiosidad de Yolanda, metiéndosela por el culo.
Siguiéndole la corriente y con algo de morbo, le dije que de seguro sería toda una experiencia para ella. Pero en esos momentos la verdad que no pensé que ella hablase en serio pero a los pocos días me sorprendió trayendo a casa a un chico más o menos de su edad. Al parecer él, al igual que yo, era una especie de esclavo sexual de Yolanda, ya que sin chistar, cuando ella le dijo que se quitase la ropa, el chico sencillamente la obedeció y eso sin conocerme a mí.
Cuando la vi a ella con un disfraz de colegiala, que se dedicaba a mamar la verga de ese chico, me dieron unas ganas tremendas de metérselo por el culo pero cuando ya me estaba acercando con mi verga en la mano, ella se sacó la del chico y me dijo:
– Con ropa no, desnúdate del todo.
Eso fue sencillamente una orden para mí, ya que sin cuestionar nada así lo hice. Ya desnudo me acerqué a su cuerpo y pensaba comenzar a desnudarla, cuando ella me ordenó que se lo metiera tal y como estaba, apenas y le bajé las bragas blancas de algodón y de inmediato se lo encajé entre sus lindas y rosadas nalgas. Ella dejó de mamar la verga del chico y él se colocó en posición de metérselo a ella por su coño. La verdad que prácticamente fue un acto de contorsionismo, pero finalmente mientras yo se lo encajaba por el culo a Yolanda, el chico se la metía por el coño.
Fue un encuentro extraño pero muy placentero y que desde este día se ha ido repitiendo con bastante asiduidad.
Saludos a todos y besos a todas.