Relato erótico
¡Vaya si salio bién!
Eran muy amigos de una pareja y durante el año solían salir a cenar y a tomar unas copas. Llegaba el verano y decidieron alquilar un apartamento en la Costa Dorada. Nunca habían compartido vacaciones con nadie, pero creyeron que podía salir bien. Y… ¡vaya si salió bien!
Oscar – Zaragoza
El sitio era más pequeño de lo que pensábamos ya que solo tenía un dormitorio con una cama grande donde podría dormir una de las parejas, y un sofá-cama en el salón donde dormiría la otra pareja. Lo echamos a suertes y a nosotros nos tocó el salón.
Nos instalamos y nos dispusimos a disfrutar de nuestras vacaciones. Los primeros días transcurrieron con normalidad, fuimos desconectando de los trabajos que habíamos dejado en la ciudad, fuimos relajándonos y cogiendo bonitos bronceados. Algunas noches, cuando nos acostábamos todos, mi mujer y yo hacíamos el amor con cuidado de hacer el menor ruido posible para no despertar a nadie. Todo iba bien. Aunque quizá demasiado previsible.
Poco a poco me fui fijando más en nuestra amiga, cuyo nombre es Julia. Sabía que estaba buena pero cada día descubría que estaba mejor de lo que yo pensaba y comencé a obsesionarme con tenerla entre mis brazos. Es alta, guapa y con unas curvas que quitan el sentido. Cuando estaba en bikini era impresionante y cuando estábamos en casa y ya nos habíamos quitado los bañadores siempre iba con vestidos cómodos, sueltos y sin sujetador, lo que hacía que yo fuera medio empalmado todo el día y alguna noche, al hacer el amor con mi mujer, pensaba más en Julia que en quién tenía al lado.
Una noche ellos hicieron un poco más de ruido del normal y aunque mi pareja se había dormido ya, yo todavía no lo había hecho y empecé a oírlos. No pude evitar levantarme sin hacer ruido y asomarme con mucho cuidado a la puerta. Allí estaban en plena faena. Él estaba tumbado y ella agachada chupándole la polla. Lo hacía condenadamente bien, la mamada era increíble, el cabrón se retorcía de placer y ella subía y bajaba tragándose todo su aparato. Al rato él la apartó y la tumbó en la cama, se colocó encima y la penetró sin contemplaciones. Comenzó a moverse deprisa mientras ella arqueaba la espalda comenzando a gozar de aquella penetración. Como podréis imaginar yo estaba totalmente empalmando, había metido la mano bajo mi pantalón corto y me estaba acariciando la polla. De repente, él comenzó a convulsionarse y a descargar su leche en el interior de Julia. Al instante se incorporó y se separó de ella dando la sesión por terminada. Yo veía que ella no había tenido ni siquiera un orgasmo y esperaba y deseaba más. La estupenda mamada que le había hecho provocó que mi amigo se corriera muy pronto.
La veía enfadada, cabreada, pero también muy excitada, pasando sus manos por sus tetas, las cuales son impresionantes y por su entrepierna. La situación era muy morbosa, ella súper caliente, con el tronco de su marido que ya se había dado la vuelta y comenzaba a resoplar como si estuviera dormido y yo en la puerta con mi polla en la mano dispuesto a satisfacer a mi amiga en lo que quisiera. Pero no me atreví a entrar.
Una mañana nos bajamos todos a la playa, menos su marido que fue a hacer unas gestiones de algo relacionado con su trabajo. Julia se fue al agua y mi mujer y yo nos quedamos tendidos al sol. Desde donde yo estaba veía perfectamente como se le movían los pechos con los juegos cada vez que saltaba o corría, con un vaivén que hacía que mi polla creciera por momentos.
A veces se agachaba para hacer algo en el suelo y entonces me mostraba un panorama de su culo que hacía que se me nublara la vista. Comencé a estar demasiado empalmado para poder disimularlo. Era una playa prácticamente privada y no había casi nadie. Vi a mi mujer tumbada boca abajo tomando el sol con la parte superior de su bikini desabrochado. Le pregunté si quería que le pusiera crema bronceadora pero no contestó porque estaba medio dormida así que pensé que quien calla otorga y me puse a hacerlo. Necesitaba acariciar una piel femenina y mi mujer también tiene un buen cuerpo. Así que vacié un poco de crema por su espalda y comencé a extenderlo, recorría su piel lo mas despacio que mi cabeza me decía pero mi corazón, y algún que otro órgano, me pedían que fuera mas deprisa y comenzara a acariciar pronto esas piernas y ese culito. Fui bajando y al pasar por su culo mis manos y sus nalgas intimaron más de lo que ella esperaba, protestó, pero poco a poco se fue dejando hacer hasta que la excitación pudo con el pudor, entonces abrió ligeramente sus piernas y mis dedos fueron penetrando en su cueva. Intenté hacerlo lo mas disimulado que pude, fue suficiente para ver que ella estaba cada vez más caliente y llegó a un orgasmo que intentó disimular todo lo que pudo, ya que aunque no había casi nadie, había que tener cuidado no montar un escándalo.
Me tumbé a su lado y le pedí que me acariciara ella a mi pero me dijo que eso sí sería un escándalo porque se iba a notar mucho, y que si me tumbaba boca abajo no me podría masturbar y que si me daba la vuelta todo el mundo se daría cuenta. Así que me salió el tiro por la culata y me quedé tumbado en el suelo haciendo una perforación en la arena que ya quisieran las petrolíferas. Mi mujer no me satisfacía lo suficiente. Yo necesitaba más.
Mi ocasión llegó otra noche en la que también los oí hacer el amor, pero en esta ocasión no me quise levantar para no calentarme más, aunque el remedio no funcionó porque entre lo que oía y lo que me imaginaba tuve una erección de campeonato. La cosa debió terminar entre ellos tan mal o peor que el otro día porque al cabo de un rato oí como discutían y él zanjaba la riña con un “vete a tomar por culo”. Julia se levantó, salió del dormitorio y pasó por nuestro lado camino de la cocina. Disimuladamente abrí un ojo y pude observar como caminaba por el salón con una simple blusa enseñándome sus espléndidas piernas. La oí abrir el frigorífico, no sé si para sentir en su cuerpo el frescor o para coger un poco de agua fría. Me levanté, llegué a la cocina y la vi sentada en el borde de la mesa amplia donde nos juntábamos a comer, con una botella pequeña de agua en la mano. Yo llevaba solo un pantalón corto que apenas podía sujetar mi erección. Al verme clavó sus ojos en los míos. Tenía una mirada de deseo y de súplica. Necesitaba que la calmasen. Me acerqué a ella, me coloqué entre sus piernas que las tenía ligeramente abiertas. Abrió esos maravillosos labios y me dijo:
– Tengo mucha sed.
Esa fue la señal. Acerqué mis labios a los suyos y nos fundimos en un beso profundo, largo, apasionado, en el que nuestras lenguas jugaban a ocupar cada una el sitio de la otra y en el que nuestros dientes mordían nuestros labios con la intensidad justa para proporcionar un gran placer.
Nos rodeamos con nuestros brazos, mis manos acariciaban su cabello pero también iban desabrochando los escasos botones de su blusa que permanecían cerrados. Una vez su blusa abierta mi lengua comenzó a recorrer un camino descendente por su cuello hacia sus pechos y por fin se vio cumplido uno de mis sueños, acariciar y besar aquellos pechos que son los más perfectos que mi imaginación puede concebir. Ella acariciaba mi cabeza y me decía:
– ¡Sigue, sigue, por favor!
Mientras mi lengua lamia los pechos y los pezones, chuparlos gozando con ellos como tantas veces había soñado. Iba a seguir mi camino hacía su vientre pero me detuvo agarrando el bulto de mi pantalón y diciendo que estaba demasiado caliente para mas preámbulos y que necesitaba aquello que estaba tocando dentro de ella. Me quité el pantalón y mi polla se quedó señalándola como sabiendo hacía donde debía ir. La agarró, la acarició un poco, la colocó en la puerta de su sexo que yo todavía no había tocado pero que me di cuenta que estaba totalmente empapado y con un movimiento de ambos la penetré quedando ella sentada en la mesa y yo de pie, abrazados. Estábamos tan calientes que nuestro ritmo fue rápido desde el principio. A los pocos minutos ella ya se había corrido dos veces y yo iba a hacer lo mismo, me pidió que me corriese dentro, tomaba la píldora y no debía preocuparme, así que la hice caso y con un par de movimientos mas descargue toda mi leche en su interior. Paramos un poco sin salirme de su escondite, ella se había estremecido con sus dos orgasmos tanto que la tuve que tapar la boca con mis besos para ahogar sus gritos y no despertar a nadie y yo había descargado una buena parte de la acumulación que tenía por mis recalentones.
Hasta ahora, esto había sido un desahogo, ahora comenzaríamos a gozar de verdad. Ella había quedado tumbada en la mesa, volví a recorrer su piel con mis manos y mis labios, ahora sí me dejó seguir hasta su vientre. Besé sus muslos, eran tan suaves y cálidos como había imaginado viéndolos. Mi lengua hacía dibujos sobre su piel. Alcancé su sexo y comencé a besarlo totalmente embriagado por los olores y sabores que iba probando. Olor a sudor, a mujer excitada, en celo. Y el sabor de los restos de mi semen que habían salido y de sus jugos que hacían que toda la zona estuviera empapada, escurriendo por su piel hacía el orificio de su culito lo que aproveché para ir acariciando y estimulando poco a poco. Estaba dispuesto a probar todas sus entradas.
Mi lengua encontró enseguida su dilatado clítoris y jugueteo con él mientras mis dedos se iban alternando entre su sexo y su trasero. Tenía ya tres dedos en su rajita mientras otro investigaba por detrás y mi lengua martilleaba su glorioso botón cuando se comenzó a agitar y tuvo un orgasmo en mi boca que me supo mejor que ningún manjar de los dioses.
Yo necesitaba seguir gozando de esa espléndida mujer. Me levante y según la tenía tumbada en la mesa, la penetre despacio, ahora no había tanta prisa.
Iniciamos un movimiento muy sensual, a veces con su espalda pegada a la mesa y sus piernas en mis hombros, a veces las bajaba para rodearme la cintura y apretarme contra ella, a veces la incorporaba para besar esos labios de perdición mientras seguíamos gozando uno del otro. Así estuvimos un rato hasta que nuestros cuerpos aceleraron los movimientos y ella volvió a tener otro orgasmo. Yo todavía tenía que explorar algo más.
Se la saqué, la bajé de la mesa. Se puso de pie, hacía rato que no ponía los pies en el suelo. Me dio su espalda, apoyó sus manos en la mesa y me dijo volviendo la cabeza:
– Follame por detrás ahora, cariño. Lo estás deseando y yo también. Quiero que me sigas haciendo gozar como nunca lo había hecho y como lo haremos muchas veces a partir de ahora.
Ante esa declaración de intenciones, y ante sus piernas, sus muslos, su culo, su espalda y su cabello yo solo podía hacer una cosa. Me acerqué a ella, coloqué mi polla en la entrada de su ano y comencé una presión que junto con todos los fluidos que hacía rato llevaban entrando por ahí y con mis caricias, hizo que mi capullo entrará despacio, investigando una ruta desconocida, estrecha, pero que daba un grandísimo placer tanto a ella como a mi. No hubo empujón fuerte ni nada de eso, fui entrando poco a poco, centímetro a centímetro, hasta que toda quedó en su interior y mis huevos acariciaban sus nalgas. Mis manos alternaban entre sujetarme a sus caderas o acariciar sus pechos. El sudor descendía por su espalda y por el canal que forman sus nalgas hasta caer en mi polla cada vez que entraba y salía. Estábamos fuera de sí. De repente, ella se dejo caer en la mesa aplastando sus pechos bajo su peso y se mordió una mano para no gritar porque estaba teniendo un orgasmo descomunal. Se convulsionó. Quedó exhausta, tumbada en la mesa con los pies en el suelo y conmigo en su interior. Cuando su respiración se calmó un poco volvió a girar la cabeza y con una mirada inundada de placer me tiró un beso, hizo que me saliera de ella, se agachó, cogió mi polla con las dos manos y sin pensárselo más comenzó a chuparla, añadiendo a todos sus fluidos el sabor de la saliva que dejaba su lengua en su recorrido por mi tronco. Se la metió en la boca hasta conseguir que la entrase toda hasta el final. La sacaba y la metía. Después de tamaña sesión de sexo y de lo que llevaba conteniéndome, yo no pude aguantar más y realicé otra descarga mayor que la anterior. Se tragó gran parte del semen que despidió mi polla, y otra parte la extendió por su cara y sus pechos. Yo tuve que apoyarme en la mesa para no caerme.
Ella seguía chupando. Limpio con su lengua mi pene hasta dejarlo seco y brillante. Entonces se puso en pie. Se limpio. Se puso su blusa. Me beso con una calidez como nunca me había besado ninguna mujer y me dijo al oído:
– Hasta ahora éramos solo amigos pero esto es el principio de una mejor amistad. Gracias.
Saludos y besos.