Relato erótico

¡Vaya par de golfas!

Charo
3 de julio del 2020

Puso un contacto en la revista buscando mujeres, sin importar físico ni edad, siempre que fueran muy calientes, atrevidas y juguetonas. Al cabo de un tiempo recibió una carta en la que una mujer casada de 52 años, quería conocerle para escapar de la monotonía, recuperar el tiempo perdido y convencer a su íntima amiga de 56 años, que llevaba diez años viuda, que unos buenos polvos le podían devolver la ilusión por la vida.

José – Cádiz
Soy un chico de Cádiz con 40 años, alto, rubio, ojos azules, atractivo y con un buen cuerpo de deportista. Hace ya varios años, a raíz de un contacto en vuestra revista en el que buscaba mujeres sin importar físico ni edad, siempre que fueran muy calientes, atrevidas y juguetonas, recibí una carta en la que una mujer casada de 52 años, pongamos de nombre Julia, quería conocerme para escapar de la monotonía, recuperar el tiempo perdido y convencer a su íntima amiga de 56 años, a quien podríamos llamar Encarna, que llevaba diez años viuda, que unos buenos polvos le podían devolver la ilusión por la vida. Nada más recibirla, llamé con absoluta discreción al teléfono que en la carta me indicaban.
Tras un buen rato de conversación, pude convencer a Julia para que quedáramos en una cafetería. Jamás en su vida había estado con un hombre que no fuera su marido e incluso se avergonzaba de haber contestado a mi contacto. Para no presionarla y que se sintiera más segura le expliqué como iría yo vestido en nuestra primera cita para que ella pudiera identificarme en el anonimato. De esta manera dejaba a su elección el que ella, tras comprobar si yo le gustaba, se acercara a mí o se marchara sin más. Ese mismo viernes, a la hora prevista me presenté en la cafetería, me pedí una copa y esperé pacientemente. A los quince minutos aparecieron dos mujeres maduras espléndidas. Estaban adorablemente rellenitas, llevaban un escote generoso que dejaban entrever unas tetas enormes, tenían unas piernas encantadoramente gorditas y un culo de vicio. Por un momento pensé que podían ser ellas, pero dudaba ya que Julia me había dicho que iría sola. En cualquier caso, la más joven, no paraba de mirar para mí y discutía con la amiga acaloradamente. Tras un buen rato yo me levanté y me dirigí al servicio.
Al salir me encontré en la puerta con la que no había parado de mirarme que, aparentemente, se dirigía al cuarto de baño. Al pasar junto a mi, le sonreí y le pregunté si era Julia y con timidez me contestó que sí. Tras presentarnos, me contó que Encarna había querido acompañarla, pues en el fondo la situación le excitaba muchísimo, pero que ahora no se atrevía ni siquiera a conocerme por vergüenza, a lo que yo, insinuándome, le pregunté si a ella también le excitaba la situación y mi presencia. Avergonzada bajo tímidamente la cabeza. Yo la cogí suavemente por la barbilla y levantándole la cara, acerqué mis labios a los suyos y susurrando, se lo volví a preguntar. Ella me contestó que sí y nos fundimos en un ardiente beso.

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Gemía suavemente y se apretaba contra mí con desesperación cuando yo, con la mano en su culo, la acercaba contra mi miembro. De pronto me separó de ella y me dijo que esto lo arreglaba ella. Me anotó en un papel su dirección, que estaba muy cerca de la cafetería, y me dijo que fuera a su casa dentro de una hora que la puerta estaría encajada y que entrara con mucho sigilo y sin hacer ruido.
Efectivamente, tanto la puerta del jardín como la de la casa estaban encajadas y conforme me adentraba escuchaba unos ardientes gemidos. Me dirigí hacía el dormitorio y el espectáculo que me encontré me puso a cien. Encarna estaba atada al cabecero de la cama con el cinturón de un albornoz y tenía los ojos vendados. Julia le estaba comiendo el coño y, entre lengüetazo y lengüetazo, le decía:
– Ves como estabas caliente, zorra… estás empapada de pensar en lo que te estás perdiendo por idiota, ahora te vas a tener que conformar con lo de siempre.
Dicho esto cogió un consolador de látex y empezó a metérselo con exagerada lentitud. Encarna le pedía a gritos que, por favor, se lo metiera en condiciones que no podía más y Julia le decía:
– Estás castigada por desperdiciar una buena polla y no aprovechar la oportunidad de que te pongan bien el coño.
Mientras decía esto, miraba con cara de gata en celo como yo me desnudaba sin hacer ruido y observaba con lujuria la descomunal erección que yo tenía. Cuando me bajé los calzoncillos, fue alucinante verle la cara. Se apartaba coquetamente su preciosa melena morena, miraba con los ojos desorbitados y se relamía los labios con la lengua. En cuanto me acerqué cogió mi polla de 20 x 16 cm y se la metió casi entera en la boca. Mamaba con auténtico frenesí y me pasó el consolador para que yo siguiera metiéndoselo a Encarna, que gritaba, gemía y le pedía a la amiga que le comiera el coño. Julia, sin dejar de chupármela, me llevó hasta el coño de su amiga. Yo estaba loco por comerme aquel precioso coño tan descaradamente abierto. Saqué el consolador y la penetre con mi lengua una y otra vez, sacaba la lengua y recorría con voracidad la voluptuosidad de aquellos labios, entreteniéndome en relamer y chupar aquel endurecido clítoris. Julia, muy a pesar suyo, había dejado de mamármela y metía y sacaba el consolador en la boca de la amiga. Cuando vio que estaba a punto de correrse, apartó mi boca del coño de la amiga y agarrándome la polla se la metió en la boca a Encarna, que, sin darse cuenta del engaño, mamaba con verdadera glotonería pensando que era el otro consolador con el que solían jugar.

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A todo esto, Julia le volvió a meter el consolador en el coño y con un mete y saca frenético le decía:
– ¡Mira que eres puta, tienes las sábanas empapadas y estás a punto de correrte con un consolador en la boca y otro en el coño y dices que no quieres una polla de verdad!
Cuando los gemidos de Encarna se acentuaron, su cuerpo convulsionaba, las mamadas se hicieron cada vez más profundas y ya era evidente que se estaba corriendo, Julia le quitó la venda de golpe. Sorprendida, apartó su boca de mi polla y tras mirarla un momento, cerró los ojos y literalmente engulló la polla, chupándola con locura y gimiendo como una desesperada mientras yo magreaba sus enormes tetas y le metía los dedos en el coño. La muy zorra se estaba corriendo de nuevo. Yo ya no podía aguantar más e intenté sacar la polla para correrme en sus tetas, pero no me dejó. Siguió mamando y cuando empecé a correrme, la amiga cogió mi polla y fue repartiendo los abundantes borbotones de leche entre las dos bocas. La escena era impresionante, aquellas mujeres maduras, con esos cuerpos voluptuosos de hembras de carnes generosas, esas enormes tetas, esos hermosos muslos y esos rotundos culos se relamían, recogían con la lengua lo que se derramaba por la comisura de los labios y se pasaban la polla de boca en boca estrujándola para recoger las últimas gotas y dejarla bien limpia.
Mientras descansábamos del orgasmo, Julia me contó que de las dos y sus respectivos maridos siempre habían sido muy calientes, pero por circunstancias ellas hacía muchísimo tiempo que no cogían por banda una buena polla. Encarna había enviudado hacía varios años y el marido de Julia de 60 años, pongámosle por nombre Paco, por culpa de un accidente, llevaba mucho tiempo con serios problemas de erección. La calentura de ambas las había convertido en bisexuales y suplían la falta de polla con el uso de consoladores. Se habían aficionado a ver películas pornos y juntas, habían decidido que el día que encontraran un hombre bien dotado se lo tirarían entre las dos e intentarían imitar en todo lo posible a las actrices pornos. A estas alturas de la conversación y con el magreo que me estaban dando entre las dos, yo estaba de nuevo empalmado así que les dije que quería verlas haciendo un 69. Quería comprobar si eran capaces de imitar bien a las actrices pornos.
Aquello superaba cualquier expectativa. Eran dos auténticas zorras. Se Lamían los clítoris, se metían la lengua, se mordisqueaban los labios, paseaban sus tetas por el coño y me miraban con caras de perritas en celo. Aprovechando que Julia era la que estaba encima, me acerque y le fui metiendo la polla muy lentamente en el coño. Aquella mujer suspiraba, gemía y movía el culo frenéticamente hacía atrás para sentirla más adentro.

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Yo, para ponerla más cachonda, continuaba con una follada profunda pero muy despacio. Encarna, aprovechando que estábamos follando a un palmo de su cara, agarraba mi polla y la llevaba a su boca y luego al coño de la amiga y así sucesivamente. Me puse tan cachondo que aceleré el ritmo de la penetración y, pocos segundos después, Julia se corría chillando como una loca. Como podéis imaginar, Encarna, con el jueguecito y la comida de coño que le había estado haciendo la amiga, no podía más y estaba desesperada. Cambió su sitio con el de Julia y, sin preámbulo alguno, se la metió entera en su empapado coño. En mi vida había imaginado que una mujer de 56 años podía moverse de aquella manera tan descaradamente maravillosa. Movía su culo acompasadamente hacia atrás y en círculos y metía su lengua y chupaba los juguitos vaginales de su amiga. Cuando llegó al orgasmo, su coño parecía un volcán en erupción y gritaba:
– ¡Que gusto cabrón… que gusto!
Julia estaba pendiente de mi y cuando detectó que me iba a correr, sacó mi polla y empezó a menearla y a restregarla por el culo de su amiga. Los borbotones de semen resbalaban por la raja del culo de Encarna y ella los recogía glotonamente con su lengua y los paseaba por su boca para provocarme. Cuando lo hubo dejado bien limpio, se levantó y con cara de vicio empezó a besar a la amiga. Se pasaban el semen de boca en boca, relamían lo que caía por las comisuras de sus labios y lo alternaban con mamadas profundas para sacar hasta la última gota. ¡Que locura! Cuando terminaron, con esa cara de figurada inocencia que ponen las zorritas y con restos de leche por la cara, me preguntaron si habían conseguido parecer actrices pornos. Besé con pasión a ambas y le contesté que ya quisieran las estrellas del porno ser tan calientes, cachondas y tragonas como ellas y, además, sin fingir.
Para reponer fuerzas nos dirigimos desnudos al salón con la intención de beber y comer algo. Cual no fue mi sorpresa… pero eso ya os lo contaré en una próxima carta.
Saludos y hasta muy pronto.

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