Relato erótico
¡Vaya morbo!
Os habréis dado cuenta que cada vez hay más matrimonios o parejas que quieren hacer un intercambio o un trío. Normalmente es el marido el que tiene la fantasía o en algunos casos la mujer. Nuestra amiga nos cuenta que después de negarse repetidamente tomó la decisión, según ella, acertada.
Carmen – Córdoba
Me llamo Carmen, tengo 35 años, estoy casada y quiero contar una experiencia muy agradable que he tenido. Todo se inició hace unos dos años cuando a mi marido, durante nuestros juegos en la cama, se le empezó a meter en la cabeza que le encantaría verme con otro hombre. Yo, al principio, no le hacía caso, pero tanta fue su insistencia que, al final, yo incluso me calentaba pensando en ello, llegando a unos orgasmos increíbles.
Él seguía insistiendo e insistiendo pero yo no me atrevía aunque, tengo que reconocer que, cada vez me atraía más la idea.
Estando de vacaciones, mi marido me propuso que saliéramos pero indicándome que me pusiera sexy porque quería lucirme. Haciéndole caso, ese día me puse mi ropa interior más sexy y encima una blusa y una falda muy corta, que sabía que le gustaba mucho.
Salimos a pasear y mi marido no paraba de sobarme con cierto descaro. Yo le decía que estuviera quieto pero él seguía haciéndolo sin hacerme caso. Al final entramos en un bar, pedimos unas cervezas y él, muy juguetón, continuaba con su sobeo por encima de la falda pero, a veces, metiéndome mano.
Todo aquello, poco a poco, me iba poniendo caliente y más en la situación en la que nos encontrábamos, en que alguien nos podía ver. Al notar mi azoramiento, mi marido me decía en voz baja:
– Eres una cobarde, piensa que lo pasaríamos muy bien si te dejas, aunque solo sea acariciar, por otro.
– Eso solo lo dices de boca ya que si en algún momento me decido a complacerte, tú te volverías atrás y luego me echarías en cara mi actitud – le contestaba yo, también en voz baja.
– Es una cosa muy normal entre parejas que se quieren y que buscan nuevas sensaciones – repetía él.
Tanto me insistía y ya que mientras me hablaba, seguía calentándome, que al final le dije que lo intentaría pero donde y como yo quisiera. Él, en ese momento muy contento, me dijo que de acuerdo y me preguntó qué es lo que pensaba hacer. Yo, la verdad, no sabía que decir y se me ocurrió que mientras lo pensábamos y se hacía más tarde, podríamos ir al cine. Mi marido estuvo de acuerdo y fuimos a la sala que se estaba más cerca.
Entramos con la película ya empezada y nos sentamos en una fila de las últimas, como solíamos hacer. Al entrar en la fila para sentarme, tropecé con alguien y me disculpé retrocediendo y sentándome en el asiento anterior. Mi marido se sentó a mi lado y disimuladamente continuaba acariciándome.
Mientras sus manos recorrían mi cuerpo, cada vez más excitado, yo pensaba cómo y cuándo podría ponerle los cuernos al cabrón de mi marido, ya que insistía tanto.
Esto me ponía cada vez más caliente y en un momento de la película miré hacia la persona que se sentaba a mi lado y observé que me estaba mirando las piernas, supongo que porque notaría que mi marido me las estaba, en algunos momentos, acariciando. Desde ese momento me puse muy nerviosa y le miraba de vez en cuando para ver si seguía observándome.
Mi marido estaba tranquilo, mirando atentamente la película y en ese momento se me ocurrió que ¿por qué no podría ser ahora y con el muchacho que estaba a mi lado y ponerle los cuernos en ese momento a mi marido que no se enteraba? Dicho y hecho, empecé a acercar mi pierna discretamente hacia la del muchacho y en un momento la tenía pegada a la de él. Inicialmente noté que la separaba como si tuviera un resorte, pero al ver que yo insistía, el muchacho pegó ahora la suya a la mía y empezó a moverla un poco. Yo me incliné levemente hacia mi marido, como muy amorosa, y se lo puse más fácil al chico el que pudiera meterme mano. Inicialmente no pasó nada. Yo me sentía muy nerviosa y excitada a la vez, pero no me atrevía a ir más allá. En eso noté como unos dedos empezaban a acariciar mis muslos por encima de la tela de mi falda. Solamente eso me puso súper excitada y me notaba muy mojada. Me removí en el asiento, intentando facilitarle la labor y al poco tiempo noté como los dedos empezaban a acariciarme las piernas desnudas y subían hacia mis bragas. Me abrí lentamente de piernas, poniendo mis manos sobre la falda y ayudé al muchacho a que llegara a mis bragas. Le miraba de vez en cuando y le notaba muy nervioso y excitado.
Él me acariciaba por debajo de la falda y yo, ya muy excitada, pasé disimuladamente mi mano sobre su mano y se la apreté sobre mi chocho muy fuerte e inmediatamente le puse mi mano en su polla, que noté durísima y muy gorda. No pudiendo aguantarme más, le susurré al oído al muchacho, que me siguiera cuando me levantara. En ese momento me giré a mi marido y le dije que iba a salir un momento y que me esperara.
– ¿Te pasa algo? – me preguntó.
– No, todo está bien, estate tranquilo que te voy a complacer en lo que más deseas – le contesté.
Salí de la sala y esperé un momento hasta que vi que el muchacho salía y me miraba. Entonces me dirigí a los aseos y él me siguió.
Al llegar a ellos, me giré y le dije al chico que esperara un momento, entré en el de las mujeres y al ver que no había nadie, volví a salir diciéndole que pasara. Nada más entrar, el muchacho se abalanzó sobre mí y me empezó a besar y a sobar, entramos en un aseo y apresuradamente, subiéndome la falda, me bajé las bragas y le desabroche el pantalón sacándole una verga dura y gorda que me puse a acariciar. Él me había abierto la blusa y me estaba chupando las tetas hasta que me abrí de piernas y le pedí que me penetrara, cosa que hizo inmediatamente moviéndose rápidamente y haciéndome gozar como una cerda.
– ¡Puta, más que puta! – me decía mientras me follaba como un loco – ¿Querías esto…? ¡Pues toma, toma…!
Yo pensaba en el cabrón de mi marido que ya tenía su ración de puta, mientras sentía un enorme placer. No tardamos más de cinco minutos en llegar a un orgasmo bestial por mi parte y sintiéndome llena de leche del muchacho, el cual en cuanto descargó su semen en mi interior salió de mí y me dijo:
– ¡Eres una golfa muy buena!
Me dio un beso y salió del aseo. Yo me arreglé un poco y volví al interior del cine, donde estaba mi marido sentado. El muchacho ya no estaba. Aún chorreando leche y jugos, me senté al lado de mi marido y él, mirándome, me preguntó qué era lo que me pasaba. Yo, muy mimosa, le besé y le dije:
– Nada, me encuentro muy bien y reconozco que tú tenías razón en todo y voy a contentarte igualmente en todo lo que me permitas hacer.
Él, sin entender nada y sin salir de su asombro, me repetía que era lo que había pasado y yo, sin poder aguantarme más, le dije:
– Pues que ya tienes un par de cuernos y si es eso lo que te gusta, quiero ponerte muchos más.
Mi marido, besándome, me dijo que le encantaba verme así y que ya que yo lo había hecho cuando y donde había querido, que la próxima vez lo quería ver él, a lo cual yo accedí.
El final de la noche fue excelente, con otro polvo interminable con mi marido y después hemos tenido otras experiencias, que en otra ocasión contaré.
Besos de parte de los dos.