Relato erótico
¡Vaya fiestón!
Nos llegan relatos en los que nos cuentan que a los maridos se les olvida la fecha del aniversario y que si ellas no lo dicen se quedan sin regalo. En este caso, es todo lo contrario. Su marido le monto una fiesta o mejor dicho un “fiestón” por todo lo alto.
Elena – La Rioja
Eran las 8 de la tarde y yo estaba en casa preparándome a conciencia. Hoy era el día de nuestro aniversario de boda, y aunque no estaba muy segura de que mi marido se acordara, yo quería sentirme más sexy que nunca. Así que me compré lencería nueva e iba a vestirme con todo un ritual, asegurándome de que todo quedara bien colocado en su sitio.
Además me estaba mirando en el espejo, lo que cada vez me ponía más excitada mientras veía como mi cuerpo se balanceaba lentamente, como si fuera una danza erótica.
Me eché más aceite en los muslos y dejé que resbalase por mis piernas. Mis manos recogían el aceite otra vez desde abajo e iban subiendo lentamente por mis piernas lentamente con un solo destino. Pasaron por las rodillas y siguieron subiendo por ellas hasta que cuando llegaron a ese punto de deseo, las apreté fuertemente entre mis piernas y me mordí el labio inferior en medio de la excitación.
Pero, de pronto, paré sobresaltada. Era el teléfono. Mi marido me decía que había preparado una noche muy especial fuera de casa. Había reservado una mesa en un buen restaurante y una suite en aquel gran hotel en el que pasamos la noche de bodas. Y yo que creía que no se acordaba. Terminé de vestirme deprisa, pero con todo detalle y fui al restaurante en el que habíamos quedado. Ya me estaba esperando. No sabía como lo había hecho, pero él también se había preparado a conciencia para la ocasión. Allí estaba, con un traje nuevo, perfectamente aseado, y son una sonrisa de complicidad que le daba un aire muy sexy.
Yo no paraba de preguntarle que era lo que había preparado para esta noche porque mientras estaba frente al espejo, había imaginado mil cosas distintas y me picaba la curiosidad, pero él no quiso contestarme.
– Algo sencillo, como nosotros – me dijo.
Pero yo seguí insistiendo cada vez más y de repente casi se me cae el tenedor de las manos y el vello se me puso de punta. Se había quitado un zapato y su pie subía por mis piernas hasta llegar a mi chocho, mientras me miraba firmemente a los ojos y me decía:
– Tranquila, ya lo sabrás en su momento, esta noche vas a disfrutar como nunca.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y mis braquitas se empaparon en un instante de pura excitación. Terminamos la cena y me llevó a ese hotel del que tan buenos recuerdos teníamos. Subimos a la habitación, justamente aquella en que pasamos la primera noche, mientras intentaba recordar como era. Abrió la puerta y me dejó pasar, pero yo me quedé perpleja en la puerta.
La habitación era… simplemente que no había habitación. Todo lo que veía era una especie de diván en el centro, sin nada más que se pareciera a un mueble.
Me pasó una mano por la cintura y me acompañó suavemente dentro mientras me miraba con deseo. Yo llevaba un precioso vestido largo y ajustado, abierto en la parte derecha, que mostraba de vez en cuando mi muslo, y un amplio escote que hacía desear los encantos que escondía.
Sirvió un poco de cava y juntamos nuestras copas, brindando para que esta fuera una de las mil y una noches.
Eso me hizo estar aun más excitada porque en estos momentos deseaba sentir el contacto de sus labios y su lengua dentro de mi boca.
Entonces pasé mi mano por detrás, bajando la cremallera de sus pantalones y comencé a acariciarle la entrepierna, mientras él se separaba un poco de mi y comenzaba a quitarme el vestido. El me cogió en brazos y tomando la botella de cava, me llevó a ese diván del centro de la habitación, se tumbó encima de mi, apretando su polla bien dura contra mis braguitas, y comenzó a besarme. De pronto, cogió la botella de cava y derramó un poco sobre mis pezones, que inmediatamente se pusieron duros al sentir el frío contacto. Esta vez el gemido fue mucho más largo. Sentí su lengua jugando con ellos y como seguía bajando hasta mi ombligo. De nuevo cayó el cava sobre mi cuerpo e inmediatamente pasó su lengua para beberlo todo. Pero algo llegó hasta mis braguitas y volví a sentir un escalofrío de placer. Pronto llegó hasta esta prenda y comenzó a morderme suavemente por encima de ellas, mientras yo no podía dejar de mover la cintura. Me las fue bajando lentamente, besando la suave piel de mis piernas hasta que consiguió quitármelas completamente.
Abrió, entonces, bruscamente mis piernas, y vio perfectamente mi coño, completamente húmedo. Acercó lentamente su lengua hacia él mientras me miraba con cara de deseo. Cayó de nuevo el cava en mi cuerpo, volví a gemir, y su lengua comenzó a acariciarme, lentamente primero, como si no quisiera, pero poco a poco fue aumentando la velocidad mientras sentía mi clítoris completamente mojado. Yo me movía cada vez más rápido y estaba a punto de correrme cuando… se separó de mi.
– ¿Que haces? -grité totalmente excitada – ¡No te pares ahora que estoy a punto de correrme!
No me respondió y se acercó hasta su americana, mientras mis manos excitaban mi clítoris en un intento desesperado de llegar hasta el final. El estaba otra vez a mi lado y me agarró fuertemente las manos.
– Si no paras, voy a tener te atártelas – dijo.
Yo le miré completamente extrañada, porque nunca le había visto así. Estaba completamente desorientada y forcejeaba para soltarme las manos.
– ¡Tú lo has querido! – me dijo mientras empezaba a atarme las manos de las argollas que había en cada esquina del diván y después hizo lo mismo con las piernas.
Estaba completamente a su merced, indefensa para que él hiciera conmigo lo que quisiera. Se subió encima del diván, justo sobre mi cara y se agachó poniéndome su miembro excitado junto a la boca y me gritó:
– ¡Chúpamela!
Con un poco de miedo, empecé a comérsela toda mientras él gemía de placer. Poco a poco mi miedo fue convirtiéndose en excitación y no pude parar de chupársela cada vez más aprisa hasta que, de repente, cogió otro pañuelo y me vendó los ojos, lo que me despistó aún más si era posible. De nuevo se alejó de mí y oí como se abría la puerta de la habitación y hablaba con alguien. Oí otra vez que los pasos se aproximaban a mí, pero noté que había alguien más en la habitación.
– ¿Qué pasa… qué haces? – pregunté.
Pero toda su respuesta fue ponerse otra vez sobre mí y volver a meterte su polla en la boca. Empecé a chupársela otra vez, despacio al principio y más deprisa a medida que iba olvidándome de lo que había pasado. De repente noté que unas manos acariciaban mi vientre, otras me agarraban los pechos, otras me empujaban una pierna hacia un lado y otras me empujaban la otra hacia el lado contrario.
Quería gritar, pero no podía porque la polla de mi marido estaba dentro de mi boca, ahora más dura que nunca. Había contado cuatro personas diferentes cuando sentí que una quinta metía su cabeza entre mis piernas, directamente a mi coño. Lo abrió bien con sus dedos y empezó a comérmelo despacio, haciendo círculos alrededor de mi clítoris. Luché por desatarme pero no lo logré y realmente el de la lengua estaba haciendo un buen trabajo. Me estaba excitando poco a poco y mi marido lo estaba notando. Como él solo estaba allí para pasar el primer momento, ahora se retiró y se sentó en un sillón que había en una esquina, que yo no había visto y empezó a masturbarse.
Inmediatamente otra polla se puso delante de mi boca. Yo ya había perdido la vergüenza y estaba empezando a excitarme realmente por lo que empecé a comérmela con un gran deseo, mientras notaba como me mordían los pezones y otro empezaba a chuparme delicadamente los dedos de los pies. Mi excitación iba en aumento y eso hacía que mis caderas empezasen a moverse lentamente al ritmo de la lengua que había relevado al otro y que ahora me está masajeando directamente el clítoris.
Mi respiración estaba muy acelerada y mis gemidos de placer se oían en toda la habitación, sintiendo que mi cuerpo se preparaba para estallar y grité:
– ¡Aaaah… me voy a correr!
En ese instante, todos se retiraron de mi cuerpo y dejaron que me quedase allí, sobreexcitada, moviendo la cintura arriba y abajo y apretando fuertemente las piernas en un intento desesperado de llegar hasta el final. Pero no lo conseguí y estaba empezando a calmarme un poco cuando aquellos cinco desconocidos volvieron a la carga, me abrieron las piernas y noté que una polla enorme llenaba mi coño desbordado de fluidos. Yo sabía que no era la de mi marido, pero era enorme y me estaba penetrando hasta lo más profundo de mis entrañas. Me daba cierta vergüenza porque sabía que mi marido lo estaba mirando, pero no podía dejar de disfrutar. No quedaba un solo rincón de mi cuerpo que no estuviera siendo acariciado por los demás, hasta que mi cuerpo estuvo otra vez a punto y me estremecí cuando volvieron a retirarse los desconocidos.
De nuevo estaba sola retorciéndome de placer sobre el diván, sintiendo mi coño vacío ahora que se habían retirado, pero no podía dejar de moverme porque quería más, necesitaba más. Solo cuando empecé a calmarme un poco, volvieron a la carga. Me desataron las piernas y me las levantaron abiertas cuando sentí que una lengua estaba trabajando mi ano. Quería ver como eran, pero el pañuelo de mis ojos me lo impide, lo que incrementa el morbo. De nuevo noté como otra polla penetraba mi coño húmedo. Este se movía mucho más rápido que el anterior haciéndome gemir como una loca mientras me taladra una otra vez con su miembro erecto. En ese momento sentí como un dedo entraba dentro de mi ano. No pude resistirlo más, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y llegó el momento, pero… una vez más se volvieron a retirar. Estaba enojada, mis caderas se movían alocadamente mientras mis piernas, ahora libres, pataleaban sobre el diván. Me mantenían en un estado de excitación constante pero sin llegar a ese orgasmo que tanto tiempo llevaba deseando y no me dejaban alcanzar.
De nuevo bajó un poco mi excitación y de nuevo volvieron a la acción. Me desataron las manos y me obligaron a ponerte a cuatro patas. Uno de ellos se había puesto debajo de mi, en posición del 69, y comenzó a masajearme el clítoris otra vez con la lengua, mientras yo me tragaba toda su polla hasta la garganta, jadeando. Sentí como otra lengua recorría mi ano y en cuanto se alejó, una polla lo penetró poco a poco. Era más pequeña que los anteriores pero tenía el tamaño justo para excitarme y no hacerme daño. Me movía y jadeaba como una loca mientras esos cinco expertos trabajan todos mis agujeros.
Por quinta vez volvieron a retirarse, pero esta vez yo estaba libre completamente. Mis manos bajaron lentamente por miss pechos y pellizcaron miss pezones, siguieron bajando acariciando el vientre y llegaron a las ingles.
En ese momento, cuando menos lo esperaba, me agarraron las manos y separaran mis piernas bruscamente, sintiendo como una gran polla entraba en mi coño llenándolo entero. Nunca había sentido algo tan grande dentro de mí, ni nada me había dado tanto placer. Se me escapó un gran gemido de puro éxtasis. Se movía despacio, pero firme, golpeando rítmicamente mis nalgas al entrar hasta el fondo. Gemí y jadeé mientras mis caderas se movían al ritmo de sus golpes. Sentía un calor que me abrasa por dentro y oía a mi marido muy cerca ahora, sabiendo, por sus jadeos que estaba a punto de correrse.
Sin saber como, me quitaron el pañuelo de los ojos y encontré frente a ti la polla de mi marido, que soltó en mi cara un gran chorro de semen que me llenó la boca y resbalaba por mi cara hasta caer sobre mis pechos. Era lo único que me faltaba, la visión de mi marido al correrse sobre mí era lo último que podía aguantar. Mi cuerpo empezó e estremecerse y a convulsionarse mientras notaba que se preparaba para el momento cumbre. Tanto tiempo deseándolo sabía que iba a ser bestial. Al contrario de lo esperado, la enorme polla de un negro fornido que me estaba taladrando una y otra vez, no se retiró, sino que aumentó su ritmo. Yo grité, fuera de mí:
– ¡Sigue… sigue… más fuerte! – agarrando con fuerza su culo ayudándole en sus embestidas, hasta que sentí como mi vagina se contraía en el orgasmo más brutal que había sentido nunca.
Apreté la pelvis contra su cintura y clavé mis uñas fuertemente en su piel haciéndole gritar, mientras mi cuerpo se contraía una y otra vez. A continuación, uno tras otro, mis misteriosos amantes, follaron mi coño y llenaron mi cuerpo de semen.
Luego fueron saliendo de la habitación. Agotada y sudorosa, me dejé caer sobre el diván mientras mi marido me abrazaba por la espalda y al final entendí lo que había pasado. Mi regalo de aniversario era experimentar uno de esos relatos que leíamos en la cama antes de hacer el amor y que le decía que tanto me excitaban.
Besos y si tengo otro regalo especial, ya os lo contaré.