Relato erótico

¡Vaya con el chaval!

Charo
2 de enero del 2020

Fueron a las fiestas del pueblo y se reencontraron con los amigos y vecinos. Le sorprendió ver al hijo de la vecina lo mayor y guapo que estaba, pero aún le sorprendió más ver como tenía el rabo.

Fina – VALENCIA
Soy una mujer pequeña y frágil, con un culito gordo y respingón y un par de melones grandes y agradables para la vista y el tacto, por lo menos el de mi marido, tengo treinta y seis años y nunca he salido, ni he tenido relaciones con otro hombre que no fuese con Valentín, mi marido, hasta la historia que quiero contaros.
Eran las fiestas del pueblo Valentín participaba en los desfiles, disfrazado de cristiano, y ya que el desfile pasaba por nuestra calle, decidimos por comodidad, verlo desde el pequeño balcón de casa.
Estábamos mis padres, mi abuela, un par de viejas vecinas y yo cuando llamaron a la puerta y apareció mi vecina Dora con su hijo Daniel, que se apuntaban a verlo de casa. Daniel tiene 23 años, es alto, grande y fuerte. Juega al rugby, y lo consideramos tanto mi marido como yo, como un buen chaval, muy educado y muy cariñoso.
Cogí un taburete de la cocina y me dirigí hasta el balcón donde me arrodillé y apoyé mi cuerpo en la esquina del balcón para ver mejor la calle. Poco a poco nos fuimos acomodando todos y al rato de apagar las luces de la calle, noté unas manos en mis costados, al girar vi que era Daniel, que estaba intentando hacerse un hueco para ver algo, con lo que quedó pegado a mi y cada vez que se movía restregaba todo su paquete por mi culo y dado el vestido veraniego que yo llevaba, parecía que no llevara nada. Poco a poco y con cualquier excusa, sus manos subían y bajaban de mis costados hasta mis tetas, donde muy sutilmente las tocaba. Yo, la verdad sea dicha, con tanto toqueteo me estaba encendiendo, pero estaba intranquila por si alguien notaba estos escarceos, por lo que levanté un poco la vista y noté que todo el mundo tenía la vista fija en la calle.
Dado que yo no hacía ni decía nada, Daniel debió creerse que le daba cancha, porque cada vez más atrevido, posó su mano derecha por dentro de mi vestido y empezó a sobarme, primero mis tetas desnudas y a pellizcarme los pezones y cuando finalmente le pude retirar su mano, las bajó hasta mis ingles, donde empezó a acariciar mi conejito por encima de las bragas, hasta que introdujo un dedo y empezó a taladrarme el clítoris, volviéndome loca y haciendo imposible quitarle la mano sin armar ningún escándalo.
Lo cierto es que me estaba volviendo loca de gusto, entre las caricias y el saber que alguien nos podría ver hacía que el grado de cachondez subiese hasta el máximo. Agarrada a la barandilla, con fuerza y ahogándome mis chillidos, me corrí como una loca y ya cumplida su faena, mi demonio retiró su mano y ya placidamente nos dedicamos a ver el dichoso desfile y cuando terminó de pasar, decidimos bajar a la calle, para tomarnos algo y esperar a mi marido.

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– Ir bajando y esperadme en el bar, voy a cambiarme de ropa y enseguida estoy con vosotros – les dije.
La verdad es que estaba muy agitada y no me apetecía que me viesen así. Cerré la puerta detrás de ellos y me metí en el baño. Quería descargar la tensión que llevaba, masturbarme hasta no poder más y después a lavarme y asearme un poco, cuando con sorpresa vi a Daniel sentado sobre una esquina de la bañera.
– ¿Qué haces aquí, estás loco? – exclamé.
Pero él, haciéndome la señal de silencio con la mano, vino cara a mí. Y yo reculando hasta hacer tope con la puerta.
– No hay nadie, ya se han ido todos y vengo a cobrar lo que me debes – me contestó.
Al mismo tiempo que hablaba, con uno de sus dedos me lo pasaba de mi cabeza hasta el ombligo.
– ¿Qué te debo yo? – Dije – No te debo nada y es más de lo que ha pasado antes, tú y yo tenemos que hablar.
Él estaba a pocos centímetros de mi cara y cogiéndomela con sus manos me dio un beso de tornillo que por poco me ahoga.
– ¿Estás loco? – Repetí – Puede subir Valentín, o tu madre que están abajo esperándome.
– No te preocupes que no nos echarán de menos, queda fiesta para rato – respondió y cogiéndome por la cintura me elevó hasta su altura, donde me obligó a cogerle por el cuello y empezó a besarme y a desnudarme.
– Tranquilo, tranquilízate – dije – estás un poco tenso, suelta, suéltame, hablemos con calma y no hagas ninguna tontería, suéltame por favor.
– ¿Qué te suelte? Mira como estoy por tu culpa – exclamó y diciendo esto se bajó su pantalón corto sacándose un tremendo rabo duro y excitado, pasándomelo por mi cuerpo y cogiéndome por la cabeza.
Obligándome a agacharme me lo metió en la boca, que por poco casi me ahoga. Como ya he dicho antes el único rabo que había visto y tocado era el de Valentín y no era ni la mitad que este, y nunca me lo había metido en la boca.
Como pude empecé a chupar a bajar a subir y aquello cada vez estaba más duro. Daniel bufaba como una locomotora, me cogía por la cabeza, apretándome cada vez más, como si me estuviera follando por la boca, cuando de pronto me levantó, como si fuera una pluma, me apoyó contra la puerta, apartó mi tanguita y me la metió, sin más tonterías ni suplicas. Seria joven, pero como me follaba, su lengua recorría mi boca, limpiando mis encías y mi campanilla, mis piernas rodeaban su cintura y su rabo penetraba hasta lo más hondo de mí. De mi boca salían palabras obscenas, pero la rotación de mi pelvis era señal inequívoca que aquello me gustaba, sería una locura, pero nunca me habían follado, como me estaba follando este chaval.
Daniel me besaba con un ardor y un cariño, con una especie de devoción que me ponía más caliente si cabe.

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– Gracias cariño – me decía – no sabes las veces que me he masturbado pensando en este momento.
Se salió cuando estaba a punto de correrse, por lo que yo me agaché y poniéndomela en la boca y aspirando con fuerza, me tragué su tremenda corrida.
Una vez más serenos y repuestos me dijo, besándome en la boca, con mucho cariño:
– Ponte otra ropa, pero no te duches ni te pongas bragas, quiero que bajes con tu marido sintiendo como corre mi semen por tus piernas.
– ¿Estás loco? ¿A qué viene eso? – pregunté asombrada.
– Tú obedece y calla, eres mía y harás lo que yo quiera – me dijo el muy bandido, pellizcándome con fuerza el pezón y haciéndome un poco de daño.
Un poco confundida con todo lo que me había pasado, le hice caso, me cambié de ropa y salí a la calle donde me estaban esperando mi marido y los amigos, que de verdad no se si me habían echado de menos pero ninguno me pidió explicaciones de mi tardanza. Las piernas me temblaban, mi excitación no había bajado un ápice, mi conejito me pedía guerra y yo mirando a todos lados para ver si la gente me notaba algo raro.
Pasaron los días y yo hacia lo posible por olvidar todo esto, a Daniel prácticamente no lo había vuelto a ver y mi vida seguía igual de aburrida y tediosa que antes. Un fin de semana vino mi vecina a decirme que si podía cuidar a su “chiquito” que se tenían que ir al pueblo, porque se les había puesto un familiar enfermo.
Cuando vino a comer y me miró con esa cara de pillo que tiene, las bragas se me cayeron a los pies, las rodillas me temblaron y mi coñito, empezó a rezumar jugos, no di pie con bola de lo nerviosa que estaba. Sus miradas, sus toqueteos sutiles y la proximidad de mi marido, me tenían en vilo.
Afortunadamente terminó la comida, nos pusimos a ver la tele y me quedé dormida en el sofá y ellos en un sillón cada uno mirando los deportes. Cuando al rato me desperté mi marido estaba durmiendo, pero Daniel, estaba fijo mirando mis pantorrillas, que al estar tumbada sin quererlo habían quedado abiertas y enseñando mis braguitas. Al darse cuenta de que ya estaba despierta, en lugar de disimular un poco, se tocó su miembro por encima del pantalón y mordiendo su labio inferior, moviendo sus labios me dijo:
– Que buena que estás – haciendo una seña de que me abriese más de piernas y que me abriese la bata y le enseñase el sujetador.
– ¿Estás loco? – le dije yo también por señas – Mi marido esta ahí y nos puede ver.
Pero al insistir y bajo la amenaza de que iba a chillar y despertar a mi marido, poco a poco fui abriendo mis piernas y enseñando lo que él quería ver o sea las bragas en su totalidad.
– Y ahora enséñame el sujetador – insistió.

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Ante el cariz que estaban tomando las cosas, me levanté para irme, pero fue más rápido que yo y casi sin darme cuenta me abrió toda la bata, se coloco detrás de mi y empezó a morderme el cuello y las orejas, mi punto débil y cuando le iba a contestar con un tortazo, un ligero carraspeo de mi marido nos hizo darnos cuenta de donde estábamos y corriendo medio desnuda me fui al baño.
Al volver del baño estaban conversando los dos y habían quedado para el día siguiente ir a ver un partido de rugby a media mañana, por lo que yo subiría a despertarlo y darle el desayuno. Se despidió dándome un beso en la mejilla y un apretón de mano a mi marido.
– ¡Hasta mañana entonces! – dijo sonriendo.
Ya os contaré lo que siguió en una próxima carta.
Besos, querida amiga.

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