Relato erótico

¡Vaya cambio!

Charo
14 de julio del 2019

Su secretaria es una chica guapa, pero muy tímida. Sus compañeros le dijeron que estaba cañón con la operación de tetas que se había hecho. Él no se había ni dado cuenta, en cuanto la vio mil cosas pasaron por su mente.

Víctor – Sevilla

Reconozco que soy un despistado. Es el colmo que tuviera que llegar un compañero y hacerme esa pregunta para darme cuenta de que Sandra, mi secretaria, se había hecho una operación de incremento de pecho. Os parecerá imposible pero, después de cinco años trabajando codo con codo con ella, había provocado que no la viera como mujer sino como un ser asexuado.
Todavía recuerdo esa tarde, acababa de llegar de comer con unos clientes cuando Julio, el director financiero de la empresa se acercó a mi despacho y sin esperar a que le diera permiso, se sentó en una silla muerto de risa. Al verlo de tan buen humor, le pregunté a que se debía su visita.
-¡Tenía que comprobar lo que me habían contado!
-No te comprendo- respondí totalmente en la inopia.
-¡No me jodas que no te has dado cuenta! En toda la oficina no se habla de otra cosa. ¡Menudos melones que se ha puesto!
Alucinado, le reconocí que era mi primera noticia. Mi compañero me miró con recochineo y sin cortarse, se rio de mí diciendo:
-O eres gay o te hacen falta gafas. ¡Son acojonantes! ¡Cada una de esas tetas debe pesar al menos dos kilos!
No sabiendo que contestar, iba a responder con la salida fácil de una burrada, justo cuando la vi levantarse y venir hacia mi oficina.
-¡Dios mío! ¡Menudas tetas!- exclamé sin pensar en que podía oírme.
Afortunadamente, mi secretaria no me oyó y por eso cuando entró, seguía sonriendo. Sin conocer el objeto de la visita de Julio, pidió permiso para entrar y tras obtenerlo, me dio una serie de cheques a firmar. Os juro que tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para retirar los ojos de esas dos bellezas. ¡Mi amigo tenía toda la razón al decir que eran descomunales! Y aunque la mujer llevaba una chaqueta holgada, el tamaño de los implantes era tal que había que ser ciego para no notarlo. En cuanto terminé salió del despacho y Julio casi llorando de risa, me dijo:
-Son la octava maravilla del mundo, ¿No crees?
Seguía en shock al no comprender que Sandra, mi Sandra, se hubiese implantado semejante despropósito. Esa locura no concordaba con el concepto que hasta entonces tenía de ella.
Siendo una mujer guapa, siempre la había catalogado como una mujer seria y anodina, de la que incluso desconocía siquiera si había tenido novio.

Trabajadora incansable, nunca había puesto queja alguna a quedarse trabajando hasta altas horas de la noche si era necesario. Siempre llegaba antes y se iba después que yo, por lo que había supuesto que carecía de vida privada y ahora…. ¡No sabía que pensar!
Sin proponérselo me sacó de dudas cuando dijo que no tenía novio y añadió:
-¡Ten cuidado! ¡Eres el único soltero!
-¡Son brutales! -pensé mientras admiraba a lo lejos ese par de globos.
Sandra todavía sin estar acostumbrada a llevarlas, continuamente se chocaba con todo. El colmo para mí fue esa misma tarde cuando al pedirle un papel, me lo trajo y al dármelo sus dos pechos se posaron en mis hombros. Ella misma se dio cuenta y con voz avergonzada, me pidió perdón. Desgraciadamente al dejar caer ese peso sobre mí, provocó que si ya eran atrayentes se convirtieran en una obsesión.
-¡Pero qué buena está! -me dije completamente excitado.
Bajo mi pantalón, mi propia polla debió de pensar igual porque sin importarle descubrirme, se levantó de repente dejando claro la atracción que sentía por esa renovada asistente. Ella debió de percatarse porque totalmente colorada intentó apartarse pero la rapidez con la que lo hizo lo que provocó en realidad fue darme con ellas en toda la cara. El golpe que recibí con semejantes armas lejos de enfadarme, me hizo reír y sin poderme aguantar solté una carcajada. Mi risotada la avergonzó más y sin saber dónde meterse, me pidió perdón.
-No te preocupes- dije tratando de quitar hierro al accidente: -Jamás me habían atacado con algo tan bello.
No había acabado de decirlo cuando me di cuenta de que era una burrada y temiendo que ella se lo tomara a la tremenda, intenté disculparme. En contra de lo normal, la mujer se sintió reconfortada con la broma y regalándome una sonrisa, desapareció sin despedirse.
Ya solo, me recriminé el error y decidí que nunca se volvería a repetir, ¡Ella era mi secretaria y yo su jefe!, pero esto no evitó que en cuanto llegue a casa me pajee a su salud.
A la mañana siguiente cuando llegué a mi despacho, me di cuenta de que,
aunque no fuéramos cien por cien conscientes, ambos sabíamos que la atracción que sentíamos uno por el otro iba incrementando la presión y de algún modo había que dejarla salir o explotaría. Eso fue lo que ocurrió, ¡Un buen día explotó!
Todo pasó sin que nos diéramos cuenta ni ninguno lo preparara. Un día en el que el volumen de trabajo provocó que nos quedáramos solos en la oficina, fue cuando ocurrió. Nada nos podía haber hecho pensar que esa tarde, nos dejáramos llevar por la pasión y termináramos follando en mitad de mi despacho. Fue algo espontaneo, llevábamos más de dos horas encerrados en mi oficina trabajando cuando al necesitar un archivador de una estantería, Sandra me pidió que la sujetara no fuera a caerse. Os juro que en cuanto posé mis manos en su cintura, supe que no había marcha atrás porque como si fuera un calambrazo, mi sexo saltó al sentir la tibieza de su piel. Sé que ella sintió lo mismo porque cuando sin poder esperar le di la vuelta, me encontré que tenía los pezones erectos bajó la camiseta.
Sin pedirle permiso, la atraje hacia mí y con una necesidad absoluta, la besé. Sandra me respondió con pasión y pegando su cuerpo al mío, permitió que mis manos se apoderaran de su culo sin quejarse. Su cálida respuesta insufló mis ánimos y como si mi vida dependiera de ello, recorrí con mis labios su cuello mientras ella no paraba de gemir.

Buscando como desesperado esos pechos, desabroché su camisa para descubrir que tal y como había previsto, esa mujer tenía los pezones negros como el azabache. Esto al sentir la proximidad de mi lengua se encogieron como avergonzados y por eso cuando me introduje el primero en la boca ya estaba totalmente tieso.
-¡Qué maravilla!- exclamé al sentir su dureza entre mis dientes.
Sandra, al sentir que me ponía a mamar de su pecho, colaborando conmigo se sacó el otro mientras me decía lo mucho que había deseado que llegara ese momento. De pronto llevó sus manos a mi entrepierna y en plan goloso mientras me acariciaba por encima del pantalón, me dijo:
-Necesito vértela.
No pude negarme y bajándome la bragueta, saqué mi polla de su encierro. Mi secretaria se mordió los labios al verla por primera vez y sin darme tiempo a reaccionar, se arrodilló frente a mí mientras me decía:
-Déjame hacerte una mamada.
Como comprenderéis me dejé y por eso incrementando el morbo que sentía en ese momento al tener a esa morena a mis pies, cogí mi sexo con una mano y meneándolo hacia arriba y hacia abajo, lo puse a escasos centímetros de su cara. Satisfecho, observé que Sandra se relamía los labios y antes de metérsela en la boca, susurró con satisfacción:
-Te pienso dejar seco.
De rodillas y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos. De pie sobre la alfombra, vi como abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi rabo. Obsesivamente, sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande, lo volvió a enterrar en su garganta.
-Me encanta- le dije completamente absorto
Se levantó la falda y metiendo una mano dentro de su tanga, se empezó a masturbar mientras me confesaba:
-¡Necesitaba tanto esto! -dijo y antes de proseguir con la mamada, me pido que la follara.
Su entrega y mi calentura hicieron imposible que permaneciera ahí de pie y por eso levantándola del suelo, le quité las bragas y apoyándola contra mi despacho, la penetré de un solo empujón. Sandra, aulló al sentir su conducto invadido pero no se apartó, al contrario, movía las caderas como una loca. Dejándome llevar, eyaculé en su interior mientras mi mente comprendía que de no andar con cuidado, me convertiría en esclavo de esa preciosidad.

Agotado, me senté a su lado sobre la mesa. Momento que aprovechó para subirse encima de mí y mientras intentaba reavivar la pasión a base de besos, preguntarme con voz sensual:
-¿Mi querido jefe quiere repetir?-
Estaba a punto de contestarle que sí cuando noté, que saliendo de su letargo, mi polla iba poco a poco adquiriendo nuevamente su dureza y ella al sentir la presión contra su sexo, me rogó que la volviera a follar. Sacando fuerzas de mi flaqueza, la retiré a un lado y susurrándole al oído, le pedí que se estuviera quieta. La mujer refunfuñó al sentir que separaba sus manos pero al comprobar que iba besando cada centímetro de su piel, se dejó hacer. Totalmente entregada, experimentó por primera vez mis caricias, mientras me acercaba a su sexo. El olor a hembra en celo inundó mis papilas al besar su ombligo. Pasé de largo y descendiendo por sus piernas, con gran lentitud me concentré en sus rodillas y tobillos hasta llegar a sus pies.
Sus suspiros me hicieron comprender que incapaz, de reprimirse, había separado con sus dedos los labios de su sexo y habiendo hecho preso a su clítoris, lo acariciaba buscando su liberación. Esa visión hubiera sido suficiente para que en otra ocasión hubiese dejado lo que estaba haciendo. Sabiendo que quizás con otra mujer, hubiera dejado esos prolegómenos y sin más la hubiese penetrado, decidí no hacerlo y en contra de lo que me pedía mi entrepierna, seguí incrementando su calentura.
La que había sido durante años mi recatada secretaria no pudo contenerse y al notar que mi lengua dejaba sus pies y remontaba por sus piernas, se corrió sonoramente. Yo, por mi parte, como si su placer me fuera ajeno, seguí lentamente mi aproximación. Al llegar a las proximidades de su sexo, la excitación de Sandra era máxima. Su chocho goteaba, sin parar, manchando la mesa del despacho mientras su dueña no dejaba de pellizcar sus pezones, pidiéndome que la tomara. Sin hacer caso a sus ruegos, separé sus labios, descubriendo su clítoris completamente erizado. Nada más posar mi lengua en ese botón, volvió a experimentar el placer que había venido buscando.
-Por favor – la escuché decir.
Saborear su néctar fue el detonante de mi perdición y tras conseguir sonsacarle un nuevo orgasmo, me alcé y cogiendo mi polla, lo introduje lentamente en su interior. Al sentirse llena, arañó mi espalda y me pidió que me moviera. Se corrió largamente, tuvo por lo menos tres orgasmos.
Separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido. Tras relajarlo, traspasé su última barrera y asiéndome de sus pechos, la penetré.
Gritó, pero permitió que siguiera follando su culo. Sin dejar de gemir y sollozar por el placer que le estaba proporcionando. No tardé en notar que estaba a punto de correrme, le llené el culo de leche.
Cogiéndola en brazos, la llevé hasta el sofá que había en una esquina del despacho y abrazados nos quedamos en silencio.

Llevábamos en esa posición diez minutos cuando sin previo aviso y medio desnuda se levantó y saliendo del despacho, volvió con su bolso. La sonrisa que lucía en su rostro me informó que mi recién estrenada amante tenía algo que decirme. Lo que no me esperaba fue que sacando de su billetera una foto de ella desnuda me la diera.
-¿Y esto?- pregunté extrañado.
Muerta de risa, me miró y con tono pausado, me dijo:
-Como sabía que tu mayor fantasía era una mujer con pechos enormes, me los puse…. ¡Ahora quiero que tú cumplas la mía!
Sin saber a qué atenerme, le pedí que me aclarara que quería. Soltando una carcajada, respondió:
-Siempre he soñado con que el hombre que me folle me lleve tatuada desnuda en su pecho.
Ni que decir tiene que esa misma noche al salir de la oficina, Sandra me acompañó a un local para que grabaran su retrato en mi piel. Desde entonces somos pareja y mientras yo disfruto de esas enormes tetas, ella se vuelve loca al ver su imagen moverse al compás con el que hacemos el amor.
Saludos para todos.

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