Relato erótico

¡Vaya Bombón!

Charo
25 de septiembre del 2020

Su mujer se iba a ver a su familia y estaría fuera un par de semanas. Aquella mañana su hijo, que vivía con ellos, le dijo que una amiga suya se quedaba a desayunar. Era un bombón que lo deslumbró.

Jaime – Málaga

Me llamo Jaime, tengo 45 años y soy directivo de una empresa del ramo de la alimentación. Con mi familia, acabamos de estrenar un chalet adosado, comprado con nuestros ahorros y con una hipoteca, como casi todos los españoles. Está en un pueblo cercano a Málaga. Mi mujer es alemana y tenemos un hijo de 22 años que vive con nosotros. Oscar, que asi se llama mi hijo, ha terminado los estudios de mecánico y se ha especializado en camiones de gran tonelaje. Es un buen chico.
Cuando mi esposa se marchó a su país para visitar a su madre, no me preocupé demasiado. Estaba muy acostumbrado a realizar las tareas de la
casa. Mi hijo ocupa una habitación amplia en el semisótano que le permite tener un acceso independiente a la casa, lo que le da la libertad de movimientos necesaria para su edad. La mañana de un sábado Oscar apareció en la cocina, donde yo estaba preparando el desayuno.
– Papá, tengo una visita, ¿puedes poner una taza más para el desayuno?
-me dijo.
Quedé algo sorprendido, pero de acuerdo con lo que decía mi mujer, era mejor no entrometernos en sus asuntos privados, no crear conflictos de generaciones que son muy desagradables y no conducen a ningún buen fin. Yo pensaba que el diálogo abierto de “hombre a hombre” era la mejor vía de entendimiento entre un padre no muy viejo y un hijo no muy mayor, pero que tampoco era un niño.
– ¿Visita masculina o femenina? – pregunté.
– Es una chica papá, la conocí anoche en la discoteca.
– ¿Asunto serio? – seguí.
– Que va, se llama Diana, es rubia, de mi edad y está bastante bien.
Bueno, ya en posesión de todos los “datos técnicos” de la visita, coloqué la tercera taza en la mesa de desayuno y esperé la aparición de la chica para desayunar.
Al ver aparecer a Diana por la puerta de la cocina se me quitó el aliento. Rubia, piel color leche, ojos azules, exageradamente bonita de cara, con una boca de labios abultados, más bien alta, blusa roja, abierta que dejaba ver el nacimiento de sus senos firmes.
De cintura pequeña que se abría en unas caderas generosas cubiertas por una minifalda estrecha que denotaban el nacimiento de un magnífico par de piernas, que bien podrían ser la obra de algún escultor galardonado.
– Hola Diana, encantado de conocerte – dije tendiéndole la mano –
El desayuno se desarrollaba con la normalidad más absoluta, aunque yo no podía quitar la vista de la blusa abierta de Diana, mostrando un pecho casi al completo. Sin quererlo, noté que tenía una erección.

– Conocí a Diana en la discoteca. Estaba con sus amigas celebraba su 19 cumpleaños -dijo Oscar, para iniciar una conversación.
– Permíteme que te felicite -dije yo y agachándome para besarle las mejillas, apoyé mi mano sobre esa teta que me estaba enloqueciendo.
Los pensamientos eróticos que surcaban mi mente se confirmaron. No llevaba sujetador. Eran pechos duros y firmes y para peor, después de mis caricias, afloraron dos pezones que intentaban atravesar la blusa. Diana era amable, simpática, pero infantil y por lo general divagando en sus apreciaciones. Una mentalidad adolescente en un cuerpo maduro y exquisito de una mujer perfectamente formada. Sus padres tenían un negocio en un pueblo vecino y los fines de semana los pasaban en lacasa del bosque, que Diana encontraba extremadamente aburrida.
– Papá, hoy voy a comer afuera con Diana, vendré a la tarde para dormir un poco y a la noche voy a volver a salir con ella – dijo mi hijo.
Eran las seis de la tarde cuando Oscar apareció en el jardín donde yo estaba trabajando, arreglando algunas jardineras.
– Hola ¿tienes ganas de una taza de café con leche o de una ginebra con tónica? – le pregunté.
– Prefiero un café.
– Pues ven, lo tengo en el termo, siéntate. Es bonita tu Diana, como ha ido la noche.
– No como tú lo estás pensando. Diana tiene novio pero que por trabajo estará todo el fin de semana afuera. Por eso Diana sale conmigo, pero aparte de unas caricias, unos besos y algunos “toques”, nada más.
– Oye Oscar, a ver si lo he entendido bien. ¿Me estás diciendo que tú sales con Diana, la traes a casa, te acuestas con ella en tu cama, la tienes desnuda en tus brazos, pero de esto nada de nada?
Realmente, aunque increíble, era así. Diana argumentaba ideas estúpidas e inconsistentes de fidelidad para no dejarse penetrar, aunque afirmaba no ser virgen y Oscar aceptaba esas ideas y se conformaba con chuparle las tetas, tocarle el culo y masturbarla. No dije nada más, estaba atónito y no podía creerme la estupidez que estaba escuchando.
– ¿Qué más da, papá? Me divierte viendo la cara de estúpidos que ponen
los otros chicos cuando abrazo a Diana. De cualquier manera, cuando vuelva su novio no la veré más.
– Quizás por eso… – murmuré.
Esa noche yo no podía conciliar el sueño. Pensaba en Diana apareciendo por la puerta de la cocina, en la dureza de su pecho, en las piernas blancas, largas y torneadas que asomaban por debajo de la minifalda negra.

Cuando por fin conseguí dormirme, mis sueños me traían a una Diana desnuda, bailando conmigo en una discoteca mientras el disc-jockey se reía de mí. Me levanté totalmente bañado en sudor y con mi pene erecto como un bate de béisbol. Me di una ducha de agua helada para enfriar no sólo mi cuerpo sino aún más mis ideas.
– Buenos días, papá. Pon una tercera taza porque Diana pasó nuevamente la noche conmigo y está abajo.
Me quedó paralizado, con la cafetera en la mano sin atreverme a mirar a Oscar.
– Oscar, nos hemos quedado sin café. Toma la bici y vete al pueblo por café y de paso traes pan fresco y algunos bollos para el desayuno – le dije aquí tienes dinero.
A través de la ventana de la cocina vi a mi hijo ir en dirección al pueblo. Fui al baño. Me desnudé, me puse una bata y bajé a la habitación de Oscar. Allí estaba Diana, en la cama, con el torso descubierto mostrando sus pechos. Me quité la bata ante los ojos abiertos y sorprendidos de la chica.
– ¡Córrete, déjame sitio! – le dije.
– ¿Pero, qué hace? – exclamó la muchacha.
Mis manos acariciaban ya los pechos firmes de Diana mientras mis dedos jugaban con los pezones.
– Me gustas y te voy a follar – le dije en voz baja.
– Tengo novio – me contestó escuetamente.
– Lo sé, pero no soy celoso y además eso quedará entre nosotros.
Ya le había quitado las bragas y me había situado entre las piernas. Mi polla chocó contra la entrada humedecida de Diana. Le apreté una teta, la besé en la boca y le metí la lengua hasta la garganta. Las mejillas de Diana enrojecieron. De sus labios, carnosos y frescos, emanaba el calor del interior en una boca que yo no se cansaba de chupar.
– ¡Aaah… me gusta… me gusta… siga… sí, así…! – exclamaba ella.
– Claro que voy a seguir Diana, es mucho lo que tú tienes para gozar. Abre bien las piernas.
Diana abrió y levantó sus piernas. Mi polla, en el acto, iba y venía en esa vaina que se me ajustaba de maravillas. Diana me abrazó con fuerza, levantó su cuerpo como queriéndose meter mis pelotas en el interior de su coño, lanzó un chillido y se dejó caer en mis brazos. Un par de viajes más y yo comencé a lanzar leche a borbotones en la chocho de Diana.
– ¡Que buena estás y que bueno es joderte! – le dije.
– ¿Y si viene Oscar? – preguntó.
– Te vamos a follar entre los dos. ¿No has tenido dos pollas dentro al mismo tiempo? Verás lo que es bueno. Ahora levántate y apoya tus manos sobre la cama. Vas a ver que bien que te follo por el culo.
Diana se levantó, apoyó sus manos sobre el colchón de la cama, abrió sus piernas y comenzó a sentir como mi polla húmeda se iba abriendo paso dentro de su recto.

Agarré con ambas manos sus tetas, penetrándole el culo mientras jugaba con sus pezones duros. Diana giró la cara buscando mi boca para dejarse lamer los labios, al mismo tiempo que movía el trasero haciendo presión para que le penetrara más y más. Por fin la tenía toda adentro.
Cada viaje de la polla dentro de ese culo ardiente nos provocaba a los dos un placer que nos hacía hervir la sangre. Tan embebidos de placer estábamos, que no prestamos atención a la aparición de Oscar en la habitación. Quedó momificado viéndome enculando a Diana y a esta cerrando los ojos y echando baba por la boca en señal de gozo infinito. Cuando mis dedos comenzaron a jugar con su chocho, lanzó un chillido, producto de un orgasmo, que dejó a Oscar helado y mucho más aún viendo a su padre lanzar una exclamación como si fuera de dolor, acometiendo dentro del culo de Diana, aferrarse con sus dos manos en las nalgas de la chica para quedar con la cabeza tendida sobre su espalda. Así quedamos unos minutos que a Oscar le parecieron interminables.
Me fui recuperando poco a poco, besando la nuca de Diana y acariciándole las tetas desde atrás. Diana se dio la vuelta y dejándose meter la polla entre las piernas me besó.
– Me gustó mucho – me dijo.
– Ven con nosotros, Oscar – dije – Desnúdate, que Diana quiere tener algo contigo.
Oscar seguía sin entender lo que estaba ocurriendo, pero eso de participar le pareció una idea magnífica. Su polla, de buenas dimensiones, tenía la rigidez necesaria para el cuerpo a cuerpo.
– Acuéstate boca arriba, que Diana quiere practicar equitación contigo – le dije – Pero no te corras rápido, que esto es para disfrutar a sorbos y no a mordiscos.
Diana se montó sobre Oscar introduciéndose el bate en la argolla. Oscar cerró los ojos, lanzando una exclamación de felicidad al sentir el calor de su aparcamiento.
Con la polla de Oscar totalmente alojada en su chocho, Diana comenzó a menear la cabeza al ritmo de sus caderas. Con los ojos cerrados abría la boca, lanzando un gemido interminable. Pero alguien, mejor dicho algo, quería aprovechar ese espacio abierto. Mi polla pedía permiso para entrar en su boca y Diana me la comió entera. Por más que pensara en mis años mozos, no podía recordar que una boca más caliente y más ardiente albergara más generosamente mi polla de la manera como lo estaba haciendo ahora Diana.
Se detuvo para limpiármela un poco con la sábana y se la volvió a comer mostrando abiertamente el placer que sentía con esas dos pollas dentro de ella. Oscar se dejaba follar por Diana mientras él le acariciaba las tetas. Le parecía un sueño estar dentro de esa chica que ya había descartado completamente de sus posibilidades y que además estaba muy buena. Diana mamaba profesionalmente.

Tuve que apoyarme en una silla cuando comencé a acompañar las chupadas de Diana con movimientos de mis caderas. El primer chorro atravesó la garganta de Diana, el segundo lo recibió con la boca abierta y el resto le abrillantó la cara. Diana se relamía mientras aceleraba la cabalgada sobre Oscar. Lanzó un grito a tiempo que clavó sus dedos en la garganta de Oscar, que casi se queda sin aire. Se tiró hacia atrás quedando de rodillas sobre la cama ensartada en el pene de Oscar. Sus convulsiones no se detenían.
Me arrodillé junto a ella besándole y chupándole los pechos. Diana acariciaba mis cabellos, apretando mi cabeza contra sus pechos. Así permanecimos largos minutos. Ni yo ni conseguíamos salir de la erección. Oscar aún no se había corrido aunque su polla se sentía cómoda y placenteramente alojada en la chocho de Diana. Atrajo a la chica hacia sí y la besaba, follándola lentamente, tal como estaba montada encima de él.
En esa posición Diana ofrecía la entrada de su culo, oportunidad que yo, pensando que no volvería a verla, no desperdicié. Aproveché la dilatación reciente para volver a internarme en esa caverna placentera. Oscar fue el primero en eyacular seguido a los pocos minutos por mí que me derrumbé en la cama llevándome a Diana conmigo.
Oscar consiguió escabullirse de la presión de esos cuerpos. Prefirió abandonar el campo de batalla. El polvo que echó lo había agotado y se fue a la cocina por una taza de café. Diana quedó en la cama, boca abajo, con mi porra metida en el culo. Y así seguimos sin movernos un buen rato, hasta que me recuperé y aunque había perdido mucho de mi viril erección, me negaba a abandonar ese magnífico culo en el que estaba metido. Abrí las piernas por encima de ella, pasé mis sus manos por debajo de su cuerpo y comencé a amasarle las tetas. Diana abrió la boca dejándose dar besos en sus labios sensuales, que ella correspondía con la lengua.
Yo sabía que mi polla no entraría nunca más en un bomboncito de ese calibre y quería gozar de ese cuerpo hasta desfallecer. Los besos, las caricias, los chupetones, lengüetazos y la presión que Diana ejercía contra mi pene con su musculatura anal, me turbaban la mente. Diana sintió que mi polla, aún alojada en su culo, comenzaba a hincharse y a pedir lugar para expandirse. Sintió mis dedos jugar con sus pezones erguidos y sintió que se volvía a humedecer entre las piernas.
– ¡Quiero más, déjamela metida dentro, pero fóllame mientras me masturbo! – me suplicó.

Las embestidas que ahora le daba, eran como para partirla en dos. Diana vibraba, le entraron convulsiones típicas de un fuerte orgasmo y gritó. Se llevó las dos manos a su chocho, como si quisiera evitar que se escapara la sensación de placer que inundaba su cuerpo.
Nos entregamos a las caricias y a los besos hasta que, cansados y sin fuerzas, decidimos desayunar por fin. Era la hora de la comida cuando Oscar ponía el desayuno sobre la mesa.
Un beso para todos.

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