Relato erótico

Valio la pena darle el gusto

Charo
11 de septiembre del 2019

Su marido quería llevar cuernos y ella le dijo que sí. En el fondo le daba mucho morbo pensar que podría follar con otro hombre. Lo que no se imaginaba es que fuese tan satisfactorio.

Carmen – Sevilla
Desde el día que le fui infiel a mi marido, con su consentimiento, cada vez que me follaba se ponía caliente, recordándome lo grande que tenía la polla Enrique y lo puta que era cuando follaba con él. Esto nos excitaba a ambos. Yo le recordaba que la idea había sido suya y que se jodiera. Si quería ser cabrón, yo estaba dispuesta a colaborar, ya que le quería ofrecer a Enrique mi culo virgen de mujer madura y cachonda. Dispuesta a todo, concertamos una nueva cita con Enrique, pues a pesar de que mi marido parecía haberse “espabilado” con los cuernos que gustosamente lucía. Me había comprado mi encuentro con Enrique, un conjunto de tanga, sujetador y liguero de color rojo con encajes. En cuanto me miré al espejo, no pude por menos que reconocer que tenía una pinta de putón increíble.
Además me había arreglado el coño. Lo llevaba peludo como le gustaba a Enrique, pero bien “moldeado”.
Cuando mi marido me vio dijo:
– Estás buenísima y con pinta de zorra.
-Por supuesto, pero recuerda que te pongo los cuernos porque tú quieres. Ya era hora de que a mi edad me sintiera llena de una verdadera polla, y no te extrañe mi comportamiento de zorra, pues ya sabes, que hoy quiero sentir como me la mete por el culo y sentirme realizada por completo.
Cuando Enrique llegó me dio un morreo de impresión. Era un experto de los besos, metió, su lengua en mi boca y succionaba mi lengua y mis labios con tal maestría, que casi me corro.
Sus manos no paraban quietas, me estaba sobando a conciencia mis pechos, y mis pezones le respondieron, poniéndose duros. Deslizó su mano entre mis muslos y frotó mi pipa por encima del tanga, al tiempo que me decía:
-Que caliente eres putita mía, que ganas tenía de volverte a ver. Te voy follar por todas partes. Eres una golfa, mi golfa madurita.
Nuestra primera idea fue salir a tomar algo y bailar, como la vez anterior. Me vestí con una mini falda que dejaba al descubierto mi culo y mis muslos. La complementé con una blusa súper escotada. Casi me daba corte salir así a la calle, pero cuando vi como me miraba Enrique, entendí que debía gustarle ya que dijo:
– Que pinta de zorra tienes, como me gusta a mi edad llevar a mi lado a una madura caliente y además casada.
Una vez en el local, bailamos enganchados uno al otro. Enrique era más alto que yo y por tanto, al colgarme de su cuello, mi falda dejaba al aire mi culo. Llegué a esta deducción, porque cuando Enrique se fue al baño, me arrinconaron varios tíos babosos que debían pensar: “Le voy a dar gusto al cuerpo de la vieja”.
Cuando Enrique regresó nos sentamos en un reservado y allí comenzamos a besarnos con pasión. Con su lengua me dio un buen repaso a mis encías al tiempo que, desabrochaba la blusa y bajó el sujetador, dejando al aire mis pechos, comenzó a chupármelos.

Como siempre que me besaba, mi chocho reaccionó rápidamente mojándome las bragas. Era una situación impensable, que a mi edad estuviera salida y caliente como una perra en celo, deseosa de que mi amante llenara mis agujeros de polla y de leche. No pude resistirlo, mi mano buscó como una loca su polla. Se la saqué del pantalón y empecé una paja lenta y viciosa. Él seguía amasando y besando mis pechos, y yo gemía de placer.
Mi mano subía y bajaba por aquel palo duro, que tanto placer me había proporcionado y sentía como poco a poco, iba creciendo. Enrique puso su mano sobre mi nuca, agachó mi cabeza y llevó mi boca a la altura de su gordo capullo metiéndomelo hasta el fondo. Empecé a chupar lo que buenamente podía de aquella soberbia verga. Enrique subió mi falda y pasó su mano desde mi culo hasta mi húmedo coño, frotando por encima de las bragas y dijo:
– Ponte encima de mí, te la quiero meter en tu caliente coño.
Me senté sobre él y apartando las bragas, coloqué su endurecida polla en la “boca” de mi chocho y me fui dejando caer sobre él sintiendo como mi coño se abría para poder engullir en su totalidad su verga. Cuando sentí sus huevos golpear mis abiertos muslos comencé a gemir de placer y a correrme con intensidad. Me sentía tan llena de “carne joven” que mi excitación era constante.
Con Enrique descubrí que era multiorgásmica. Mordía mis pezones al tiempo que metía un dedo en mi culo haciéndome sentir un placer desconocido. Me parecía tener un continuo orgasmo y cuando Enrique arqueó su cuerpo y comenzó a descargar su cálida leche, que llenaba mi coño y resbalaba por mis muslos, me decía:
– ¡Qué caliente eres, y que ganas de polla tienes. Realmente ibas muy mal servida!
Intenté ir al baño para lavarme. Sentía como la leche se escurría por mis muslos, pero Enrique no me dejó. Dijo que ya me limpiaría el cornudo de mi marido. Su obligación era rebañar el semen de mi amante, y así podría comprobar lo bien follada que llegaba su mujer, cosa que él no hacía.
Cuando llegamos a casa, Enrique llamó a mi marido y subiéndome la falda le enseñó mi coño lleno de leche y mis braguitas empapadas así como mis muslos, diciéndole:
– ¡Fíjate como tu zorra tiene el coño bien follado y regado, cabrón, y no veas como le gusta!
Nos fuimos para el dormitorio y una vez desnudos, abriéndome de piernas, le dije a mi marido:
-Ven, cornudo, chúpame el coño y límpiamelo bien para que Enrique me lo vuelva a follar.
Se metió entre mis piernas y comenzó a chupármelo al mismo tiempo que Enrique puso su polla en mi boca. Se la mamé como una posesa, estaba deseando verla tiesa y gorda otra vez.
A los pocos minutos, entre la mamada que le estaba haciendo a mi amante y la soberbia comida de coño que mi marido me regalaba, mi calentura era tal que exclamé:
– Enrique, no puedo más. ¡Ven y métemela, quiero sentir tu polla dentro de mí!
Me abrió de piernas, puso el glande a la entrada de mi coño y empezó a frotármelo por los labios, pero era tal mi calentura que, mordiéndome los labios, exclamé:
-¡Anda, métemela dentro, métemela toda… quiero sentirla toda dentro de mi coño!

Con un golpe de riñones me la metió entera de un solo golpe que me hizo gritar:
– ¡Así, así, como la siento, como me llega muy adentro y como me llenas el coño!
Enrique comenzó un mete y saca, follándome brutalmente y haciendo que yo, dirigiéndome a mi marido, le dijera:
-¡Qué polla, que polla más rica… mira como se follan a tu mujer, mira como se la meten toda…! – y a punto del orgasmo, le dije a mi amante – ¡Dame tu leche, la quiero sentir dentro!
Me corrí con tal intensidad que parecía que me estaba meando y Enrique, sin parar de follarme, me decía:
-¡Ahora, toma leche, zorra… tómala toda… cómo te estás corriendo, putita, toma polla!
-¡Si, Enrique, soy una zorra y una puta pero sólo para ti! – replicaba yo mientras me corría de nuevo gritándole que no me la sacara.
Cuando me la sacó y se tendió a mi lado, besándome, me volví hacia mi marido y le dije:
– Que polvo, que polvazo me ha echado, vaya polla que me metió hasta el fondo. Mira, vuelvo a tener mi coño inundado de leche de semental – y cogiendo su mano me la llevé a mi encharcado coño al tiempo que añadía – Ven aquí cornudo, fóllame tú ahora que tengo el coño lleno de caliente leche, métemela tú para que sientas en tu polla el calor de la leche que Enrique echó en el coño de tu esposa.
Mi marido comenzó a follarme mientras yo le decía:
-¿Qué cabrón, te gusta sentir la leche de otro en el coño de tu mujer? ¡Dame la tuya, cornudo, que me vuelvo a correr!
Mi marido se corrió y mi coño parecía una fuente, no cesaba de manar leche. Me fui a la ducha mis piernas se doblaban. Había perdido la cuenta de los orgasmos que había tenido y tenía el coño escocido de tanto follar. Cuando, después de un rato volví al salón, estaban los dos tomando una copa y charlando. Enrique le decía a mi esposo:
-Vaya hembra que tienes, está muy buena para su edad y además es caliente como una fragua, le encanta tragar una buena polla y lo mismo le da por la boca que por su coñazo de zorra. Pero ya veremos pues ahora se la quiero meter en su culo hasta los cojones.
Mi marido le contestaba:
-Pues sí, de verdad que si no lo veo no lo creo, vaya cambio que ha hecho era impensable para mi, tanto su comportamiento de verdadera zorra como su calentura y ganas de follar pues hay que ver como traga la putona. Parecía una mosquita muerta y no quería cuando yo le proponía el incluir un tercero en nuestras relaciones.

Cuando entré en el salón, me senté entre los dos diciéndoles:
-¿Qué estabais murmurando de mí?
-Solo el cambio que habías dado pues de ser una ama de casa normal y mujer de tu marido, en un corto espacio de tiempo te has convertido en una verdadera e insaciable zorra – contestó mi marido.
-Pues aun te quedan sorpresas por sufrir – le contesté y levantándome nuevamente me fui al baño a por un frasco de vaselina que había comprado para la ocasión y con él en la mano volví al salón diciendo – Enrique, cariño, vamos a la habitación que quiero sentir como me la metes por el culo.
Uniendo la acción a la palabra fuimos los dos a la habitación. Cuando al poco rato se acercó mi marido me vio de bruces sobre la cama. Enrique me metía dos dedos bien untados en el culo, para dilatar mi agujero.
Cuando consideró que ya estaba preparada, me colocó como una perra, con el culo en pompa, se lubricó su polla con vaselina y sentí su capullo en la entrada de mi agujero virgen y comenzó a apretar. Cuando su glande comenzó a abrirse paso me dio la sensación de que me rompían el culo. Intenté aguantarme pero no pude más y grité como una perra. Enrique, cogiéndome por las caderas me la metía al tiempo que me decía:
– Así Carmen, como me la aprietas. El coño lo tienes grande, pero tu culo es tan estrecho que da un gustazo de coña. ¡Cómo me gusta y si vieras como se la traga tu culo hasta los huevos, te correrías de gusto, zorra!
Yo me quejaba pero él seguía con su mete y saca. Pero cuando me metió la mano en el coñazo y frotaba mi clítoris, empecé a gemir, medio de dolor y medio de placer.
En este momento mi marido, que ya no podía más, se cogió la polla y me la metió en la boca hasta el fondo. Con mi boca succionando una polla y con mi culo ensartado por la de Enrique aquello era una locura. Mi marido, excitado, no tardó en correrse llenándome la boca con su corrida, pero no podía dejar de culear mientras decía:
-¡Qué cabrón que eres, con el pollazo que me has metido me has roto el culo! – y dirigiéndome a mi marido añadía yo –

¡Mira marido, mira como me follan, esto es una polla que me llena y no la tuya, cabrón! -entonces me dirigí a Enrique y le grité:
-¡Dámela toda y córrete de una vez, lléname el culo de leche!
Cuando Enrique eyaculó, me quedé un ratito quieta y concentrada en el gusto que da notar cómo te va saliendo la leche del culo y se desliza por los muslos. Fue algo inolvidable.
Un beso de parte de una madura satisfecha.

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