Relato erótico
Vacaciones con sorpresa
Su hijo y su nuera los invitaron a pasar las vacaciones en un apartamento que habían alquilado. Les dijo que no, que se habían casado hacia poco y estarían mejor solos pero, tanto insistió que al final aceptó. Fue una buena decisión.
Jordi – Barcelona
Nunca pensé que tendría una experiencia que contarte. Tengo 60 años, casado, padre de tres hijos y abuelo por cinco veces, aunque tengo que reconocer que, físicamente no estoy nada mal. Soy alto, 1,80, grande, con el típico barrigón del hombre que gusta de comer y beber bien, nada calvo y con un carácter alegre y simpático.
Este verano pasado mi hijo mayor, Albert, 30 años, casado con Mireia de 25, nos invitó a mi mujer y a mí a pasar el mes de vacaciones en un apartamento que había alquilado en Cadaqués. Yo no quería ir pues no me gusta molestar a los jóvenes y menos siendo casi recién casados. Albert y Mireia se casaron hace un año y aún iban muy calientes. Pero mi mujer empezó a decir que si no íbamos se lo iban tomar a mal. Total que, para hacerla callar, al final fuimos. El apartamento era justo para dos parejas, estaba situado frente al mar, un mar increíble por limpio y transparente, y tenía una amplia terraza para tomar el sol si no querías bajar a la playa. A mí me gusta el mar pero no la arena, así que me alegré de aquella terraza.
A la mañana siguiente la familia se fue al agua y yo me quedé en la terraza, en la tumbona con el pequeño bañador, unas cuantas cervezas en la nevera y los periódicos del día. Me las prometía muy felices cuando, de pronto, llamaron a la puerta. Tentado estuve de no ir pero como insistieron, me levanté y abrí encontrándome frente una preciosa morena de pelo largo. Llevaba un minúsculo bikini y una especie de sandalias de tacón.
-Usted debe de ser el padre de Albert – me dijo, dándome la mano -Soy Noelia, amiga de Mireia y Albert. ¿Están ellos en casa? -le dije que no, que estaban en la playa -¿Sabe a cual han ido? – insistió ella.
Otra vez le dije que no. Ella me miró, sonrió y tras unos momentos de duda me preguntó:
-¿Puedo esperarles aquí? He quedado con ellos y sin saber donde están…
Le dije que naturalmente que sí y la invité a pasar a la terraza. Puse una tumbona y le ofrecí una cerveza, que ella aceptó. Entré en el apartamento y fui a la cocina a buscar dos cervezas en la nevera y cuando regresé a la terraza tuve una sorpresa, muy agradable por cierto.
La tal Noelia se había sacado el sujetador del bikini y tumbada, tomaba el sol con los ojos cerrados. Admiré sus formas esbeltas, sus muslos largos y bien torneados, sus caderas de curva suave, su cintura estrecha, el bulto de su monte de Venus, el ombliguito y al final esas tetas soberbias, grandes, redondas, abultadas y adornadas con una aureola grande y rosada de cuyo centro sobresalía un pezón bastante desarrollado. Mi polla acusó el efecto y de un golpe se me puso tiesa como un palo. Al estar en casa me había puesto un bañador antiguo, pequeño y estrecho con la idea de ver si me atrevía a sacármelo para tomar el sol desnudo. La erección de mis 18 cm de polla fue tan brutal que la tela cedió y cuando Noelia abrió los ojos, al oír que le preguntaba si deseaba la cerveza en vaso o en la misma lata, se encontró a dos palmos de su cara con mis cojones colgando por un lado del tensado bañador y la mitad de mi polla al aire.
Fue todo tan rápido que me quedé allí parado como un tonto, una cerveza a cada mano y mi sexo a la vista. Sandra lo miró, miró mi cara y lanzó una alegre carcajada mientras se sentaba sobre la tumbona.
-¡Vaya con el padre de Albert! – dijo riendo.
Y sin darme tiempo a reaccionar, levantó una mano y con dos dedos cogió la tela del slip y con un golpe seco, la apartó. Mi polla salió entera al aire libre, tiesa, gorda, hinchada.
– ¡Vaya con la polla del padre de Albert! – corrigió la exclamación.
Yo seguía con las dos latas en la mano, presentando armas. Pero las dos latas se fueron al suelo cuando ella, agarrándome con una mano la verga, acercó su boca y sacando la lengua me lamió todo el capullo. Luego se lo tragó empezando a mamármela con una gran profesionalidad. Mientras lo hacía, sus manos me sobaban los huevos o las nalgas. Incluso algún que otro dedo llegó a acariciarme el agujero del culo. Aquella chica era una viciosa pero… ¡que gusto me estaba dando!
Pero si seguía así me iba a correr pronto. Esta idea de eyacular en la boca de una chica tan atractiva, ya me gustaba pero quería ver si podía llegar más lejos. Follármela, por ejemplo.
– Me voy a correr – le dije al fin.
-¿Tenemos tiempo antes de que vengan? – me preguntó ella.
– ¿Tiempo de qué? – le pregunté yo sin entender.
– De follar, ¿de qué va a ser? – replicó mirándome como si yo fuera tonto.
Un tonto quizá no lo soy del todo pero atontado sí que estaba en aquellos momentos. Que una amiga de mis hijos, completamente desconocida para mí, me estuviera mamando la polla sin más y ahora me ofreciera follármela, era para atontar a cualquiera de mi edad y condición.
Cuando tuve conciencia de lo que me iba a perder si seguía atontado, la tomé de la mano y la llevé a mi habitación. Me quité el bañador mientras ella se bajaba la braga y desnuda se tumbó en la cama con las piernas abiertas. Tenía el coño totalmente afeitado. Sus labios abultados eran una llamada a mi sexualidad así que me coloqué entre sus piernas, acerqué mi boca aquella raja y comencé a lamérsela. Al poco rato ella me acariciaba la cabeza y no paraba de decir:
-¡Que lengua… que gusto… como la mueves… así, así… oooh… no pares, insiste, insiste… oooh… el clítoris, eso es, así… me corro, me corrooo… oooh…!.
Mi boca quedó en el acto llena de una gran cantidad de licores olorosos y espesos. Había sido una corrida descomunal la de aquella chica. Me fui deslizando por su cuerpo, besando y lamiendo todo lo que iba encontrando a mi paso. El ombligo, el estómago, los pechos, los pezones y al final la boca, tragándonos nuestras lenguas. Así estábamos cuando me cogí la polla con una mano y apunté el capullo en su raja. Noelia, al sentirla, levantó las piernas para facilitarme la operación y de un golpe toda mi verga entró en un coño profundo, joven, caliente y muy mojado. ¡Que gusto sentí más intenso!
Estuve unos instantes quieto, degustando aquella maravilla. Luego comencé a moverme, primero lentamente y a medida que la excitación se iba apoderando de mí, aumentaba el ritmo. Noelia gemía. Había cruzado sus piernas en mis riñones y culeaba para ayudarse en el placer. No tardó casi nada en correrse de nuevo dejándome la verga como si la hubiera metido en un baño caliente. Seguí follándomela hasta que ya no pude más y comencé a sentir que me corría. Aceleré el movimiento hasta que ella empezó a gritar, mientras movía la cabeza de un lado a otro:
-¡Me corro otra vez… es increíble, que gusto más bestia… que polla tienes cariño… así mátame, hazme tuya, destrózame… que gusto… aaah…!.
Justo cuando ella explotó, yo eyaculé como un semental dejándole el coño tan lleno de leche que cuando se la saqué, le resbalaba por la raja del culo. Mientras descansábamos ella, abrazada a mi, no paraba de besarme diciéndome:
-Nunca me había corrido tantas veces. Eres maravilloso y sabes cómo hacer feliz a una mujer. Sé qué vais a estar aquí todo el mes y yo también así que, ¿podremos repetirlo, verdad?
-Cuando tú quieras, pero dentro de un orden. No debes olvidar que aquí está mi mujer y mis hijos. No quiero problemas – le contesté, devolviéndole los besos.
Al llegar mi familia nos encontró en la terraza, tumbados, tomando el sol. Ella con los pechos al aire pues, según me dijo, era su costumbre y mis hijos se hubieran extrañado si no lo hacía. Se saludaron con besos, le presenté a mi esposa y ésta, un momento en que estuvimos a solas, me preguntó medio en serio medio en broma:
-¿Qué, te lo has pasado bien a solas con esta pechugona?
-Mucho – le contesté en el mismo tono – Ella me ha chupado la polla, yo le he comido el coño y al final hemos follado como locos.
-Que burro eres, no se te puede hacer ninguna broma -me contestó mi esposa algo enfadada por mi respuesta y sin creerse nada de lo que le había dicho.
Comimos todos juntos, por la tarde los jóvenes fueron a dar una vuelta por el pueblo, después que Noelia fuera a su apartamento, situado en el mismo inmueble, a buscar un vestido, mientras mi mujer y yo nos quedábamos en el bar de abajo, viendo el mar y pasar turistas. También cenamos juntos pero por la noche ellos se fueron a una discoteca mientras que los viejos volvimos al bar de abajo para refrescarnos y esperar a que nos viniera el sueño.
Durante dos días no ocurrió nada digno de mención. Noelia iba con mi familia a la playa y yo me quedaba solo en el apartamento, tomando el sol en la terraza. Pero el tercer día volvieron a llamar a la puerta. Abrí y era ella. Se me echó al cuello, nos besamos como dos amantes y no salimos a la terraza. Fuimos directamente al dormitorio.
-No sabes lo que he sufrido – me dijo mientras nos desnudábamos – Tenerte a mi lado a cada momento y no poder tocarte, ni besarte. Ya no podía más.
Agarró mi polla con ambas manos.
Acarició mis huevos con una y con la otra se la llevó a la boca. Me la chupó como si fuera lo más importante de su vida y cuando me la hubo puesto tiesa a tope, se tendió en la cama, abierta de piernas, pidiéndome que la penetrara. Yo estaba excitado pero no tenía tanta prisa como ella, así que antes de metérsela en aquel coño caliente, coloqué mi cabeza entre sus muslos y empecé a comerle la encendida y chorreante raja. Debía de estar tan caliente como me demostraron sus palabras al entrar en el apartamento ya que a la cuarta o quinta pasada de lengua, empezó a decir que se corría. Efectivamente lo hizo, dejándome la boca y la cara toda pringada de sus licores vaginales.
Entonces cogí sus tobillos, los levanté todo lo que pude, separándole las piernas. Su coño apareció ante mi, abierto y lleno de perlitas blanquecinas. Llevé allí mi polla y la fui penetrando lentamente para gozar de su humedad y de su calor. Se corrió nada más empezar a follarla y una vez más cuando yo, incapaz de soportar por más tiempo mi excitación, me vacié en ella.
Todo el mes que estuvimos con mis hijos en Cadaqués, una o dos veces por semana, aparecía Noelia en el apartamento para ofrecerme su precioso coño. Gocé lo que nunca hubiera esperado y más por el hecho de que ella, ya instalados nosotros en nuestra casa de Barcelona, alguna que otra vez se presenta con la excusa de ver a mi hijo y a su mujer pero pronto encuentra un momento para que yo pueda follármela y así gozar los dos de unos polvos sensacionales. No sé cómo acabará todo eso pero la verdad es que espero que dure mucho tiempo.
Besos y hasta otra si es que ocurre algo digno de contarte.