Relato erótico
Solamente una vez
Habían dejado de verse pero, él volvió a la carga. Quería hacer realidad una fantasía que había quedado “pendiente”, ir a un club de intercambio. Como ella había vuelto con su marido, dijo que se volverían a ver, pero solo una vez.
Antonio – Zaragoza
Judit había sido mi pareja años atrás. Nos conocimos y ella abandonó a su marido para estar conmigo. Siempre la había considerado una bomba en la cama. Sin duda, esa fue la causa para que mantuviese una relación duradera con ella. Vivíamos a 300 kilómetros de distancia. Ella en Madrid y yo en Zaragoza, aunque por trabajo, solía acudir con cierta frecuencia a la capital. Continuábamos en contacto, principalmente a través de sms y correo electrónico. Sabía que después de haberlo dejado, o quizá debería decir, de haberlo dejado yo, ella había vuelto con su marido.
Por mi trabajo, soy abogado, acudía a Madrid varias veces al mes, donde disponía de un pequeño apartamento en el centro. Normalmente hacía coincidir esa visita en viernes para así aprovechar el fin de semana, donde quedaba con amigos y alguna mujer interesante.
A menudo le mandaba sms y correos para intentar quedar con ella algún día, pero se ponía a la defensiva, alegando que seguía enamorada de mí y no deseaba verme después de haberla abandonado. Se lamentó un rato más y al final dijo que accedía a verme aunque solo seria una vez y nada más.
Por fin llegó el día deseado. A la hora acordada Judit llamó a la puerta. Entró en la casa. Nos dimos un beso en los labios. Era evidente que no me guardaba ningún rencor y que también se alegraba de verme. Le ofrecí un refresco que comenzó a beber y casi de inmediato comencé a besarla.
Ardiendo de deseo le saqué la camiseta y empecé a lamer su cuello y a tocar sus pechos por encima del sujetador. Me acordaba de su perfume y muchos recuerdos vinieron a mi cabeza. Judit es una mujer espectacular. Tiene grandes pechos, su figura es escultural. Rubia natural, ojos azules y la misma edad que yo, entonces 42 años.
Ella también me deseaba y comenzó a desabrochar mi camisa dejando mi pecho al descubierto.
– Me encanta tu pecho peludo. Sabes que siempre me gustó.
– A mi me gustas tú. Tu perfume, tu pelo, tu cuerpo, esa ropa interior tan bonita que llevas siempre. No sabes la cantidad de veces que he lamentado haberte dejado.
Acariciaba su cuerpo y le quité el sujetador. Mi boca se dirigió a sus pechos. Mis manos bajaban por sus caderas hasta topar con los vaqueros. Llevé mis manos hacia delante y desabroché su botón. Directamente los bajé. Ella hizo lo propio con los míos.
Era un recuerdo que tenía olvidado. Su ropa interior era estilosa, como ella. Su tanga era negro, semitransparente por lo que marcaba perfectamente el fino vello de su sexo. Estaba a mil. Quería estar con ella.
Un minuto después, los dos estábamos desnudos. Nos besábamos como posesos y nos tocábamos por todos lados. Estaba muy empalmado, por lo que me decidí a llevarla a la cama.
Continuamos magreándonos. Sin dudarlo, ella agarró mi miembro y lo introdujo en su boca. Lo lamía de forma golosa. Los recuerdos de sus mamadas volvieron también a mi mente. Era una mujer de lo más sensual y sexual.
Decidí tomar la iniciativa y la di la vuelta. Metí la lengua en su coño y empecé a chupárselo. Empezó a mojarse muchísimo. Sin duda continuaba excitándola. Al final, tomando la postura del misionero la penetré. Sentía la humedad de su chocho.
Pasamos el resto de la tarde en casa hasta el anochecer. Se puso muy guapa, con un vestido negro para salir a cenar.
Tomamos algo en una terraza, antes de ir a cenar a un restaurante, para después tomamos una copa. En el pub donde estábamos, fue donde le expliqué la fantasía que tenia.
Puso el grito en el cielo. Se enfadó muchísimo, pero al final dijo que sí.
– Vamos a ir a un club swinger. ¿Sabes lo que es? Es un local liberal, se intercambio de parejas.
Aceptó a regañadientes. Tomamos un taxi y nos llevó al local que había elegido para la ocasión. Entramos. Había bastante gente puesto que era viernes. Conocía a parte del público y sobre todo a los camareros puesto que ya había acudido en alguna ocasión
Pasamos a la zona donde estaban los divanes. Quedó bastante sorprendida de la cantidad de gente que había. Muchas personas desnudas, haciendo sexo, otras en ropa interior y la inmensa mayoría con una toalla de ducha que cubría sus cuerpos.
No decía nada, así que le dije lo que debía hacer.
-Tienes que ponerte eso. Quédate sólo con las bragas y ponte la toalla.
Dejó toda la ropa en una taquilla y salió tan sólo con la toalla. La tomé de la mano y nos tumbamos en uno de los sofás. Ahora sólo quedaba esperar.
Al cabo de unos instantes llegaron dos hombres, también ataviados con una toalla de cintura para abajo y se situaron a nuestro lado. A uno de ellos, algo más joven que nosotros, le conocía de vista, mientras que el otro, de unos 50 años se le veía bastante suelto dentro del local.
Me pidieron permiso para sentarse junto a nosotros, algo que acepté sin dudarlo. Me parecían perfectos para llevar a cabo mi fantasía de ver a Judit con dos hombres.
Ellos intentaron mantener una conversación con ella. Estaba cohibida y sus contestaciones a las preguntas e insinuaciones de los dos hombres eran monosilábicas. Entonces me preguntó:
– ¿Estás seguro que es esto lo que quieres? – Me preguntó en voz baja.
La sonreí y asentí con la cabeza. Ella se giró y volvió a mirar al hombre que pasaba sus manos por encima.
El más joven se arrodilló entre su amigo y yo. Comenzó a tocarla. Su amigo me miró y noté que me pedía permiso para soltarle la toalla….. Accedí.
Al coger sus bragas y dejarlas cerca de mí, moví la cabeza, observando que había unas cinco personas observando cómo tocaban a Judit. Dos de ellas, eran mujeres, algo que me sorprendió.
Comenzaron a besar su cuerpo. El joven era más activo y lamió de forma insistente sus pechos. El otro empezó a hacer lo mismo pero con sus piernas, sus muslos y no tardó en llegar a su sexo. Le hizo separar las piernas, dejando su sexo abierto, con sus labios vaginales por fuera, y con un fácil acceso a su clítoris.
Judit empezó a moverse. La conocía y sabía que disfrutaba de ello. Agarró mis manos, con fuerza, a la vez que se retorcía y gemía de placer.
Me apetecía tocarle la espalda. Llevé mi mano a sus pechos. La acaricié. Los toqué. Algo que había hecho muchas veces, sólo que ahora acompañado por dos personas que tenían sexo con ella y varias personas que miraban. Imaginaba lo mojada que debía estar. Lo que debía estar sintiendo la boca de uno y el miembro de otro. La veía disfrutar y eso me halagaba, me hacía feliz.
El joven estaba a punto de correrse. Lo veía en su cara y en su miembro. Era como ver una película X. La boca de Judit era una maravilla. Podría hacer que se le levantase a un muerto. El chico no iba a aguantar demasiado.
Momentos después, ella se sacó la polla de la boca y continuó con la mano mientras pasaba la lengua por sus testículos. En menos de diez segundos un gran chorro de leche manchó su cara.
El hombre de más edad sacó un preservativo y se lo puso. Iba a penetrar a Judit delante de mí. Siempre había tenido esta fantasía. A parte de ver como lo hacía con otras personas, muchas veces, en mis noches de soledad me masturbaba pensando que mi polla estaba en su boca mientras otro hombre la follaba. Por eso lo propuse.
– Judit, cielo. Ponte de rodillas, a cuatro patas.
– No quiero sexo anal, sabes que no me gusta.
– No te preocupes. Te la meterá por el coño y tú me la chuparás.
Los dos entendieron perfectamente lo que quería. El hombre ya se había colocado el preservativo. Aunque no las veía, imaginaba que sus manos palpaban el sexo de Judit. Imaginaba como le abría el chocho y como se la follaba. Era impresionante. Bajé mis manos por debajo de su cabeza y llegué a sus pechos. No podía aguantar más. La tomé por el pelo, y me corrí.
Por su parte, mi compañero la movía a su antojo, por lo que se notaba que estaba también a punto de tener un orgasmo. Las últimas sacudidas me hicieron suponer que estaba corriéndose.
Se retiraron, dejándonos solos a Judit y a mí. También se quedaron los mirones que habían estado contemplando la follada.
Aunque la había visto gozar y moverse, sabía que no había llegado al orgasmo. De pronto, se acercó una pareja. Judit quedó sorprendida.
-Nunca he estado con una mujer. – Me dijo
– Bueno, hasta hoy, sólo habías estado con dos hombres, ¿no?
-En realidad con tres. Cuando me dejaste, en venganza, quedé con alguien. Hoy te lo puedo decir.
No me importó. Sabiendo lo sexualmente activa que era, resultaba normal que pasara aquello. Me levanté y dejé mi puesto al hombre. La mujer colocó su cabeza entre las piernas de Judit. Veía como su lengua tocaba el clítoris, y su dedo se introdujo en su coño. El hombre acariciaba suavemente sus pechos.
Judit gemía, gritaba. Sin duda alguna, en aquella noche, había pedido todo el pudor. Gritó más fuerte y supe que había llegado al orgasmo. La otra mujer, en plan goloso, mostró el dedo húmedo, fruto de los flujos de Judit y se lo llevó a la boca.
Me pidió la llave de la taquilla y se fue a vestir. Minutos después, salimos del local y nos marchamos a casa. Ya allí, me dio las gracias por haberle descubierto un mundo nuevo para ella y haber disfrutado de una noche inolvidable.
Descansamos unas horas, y antes de levantarnos volvimos a hacer el amor. Después se marchó, no sin antes prometerme que nos veríamos pronto.