Relato erótico

Una pareja agradable

Charo
7 de septiembre del 2018

Trabaja en unos grandes almacenes y hasta hace poco no sabía que su jefe era, casi, vecino suyo. Una noche al salir del trabajo, a su jefe, se le había estropeado el coche y lo acompañó a casa. Se encontraron alguna vez por el barrio y un día le presentó a su mujer.

Oscar – Zaragoza
Soy un chico de la zona centro, mi nombre es Oscar y tengo 32 años, estuve casado cuatro años y por incompatibilidad – ¡que palabra! – de caracteres, tuve que cortar. Desde entonces llevo una vida normal, tengo amigas pero me he planteado no vivir en pareja ya que vivo muy bien solo. Como digo soy un tipo normal, mido 1,70 con unos 75 kg de peso y soy moreno con entradas. Bebo lo justo y fumo solo en ocasiones. Trabajo como dependiente en unos grandes almacenes y ahí fue donde empezó mi aventura.
Antonio es el jefe de la sección donde yo trabajo. Es un hombre de unos 60 años, bien parecido y muy educado. Nos conocemos desde hace cinco años, lo que llevo en la tienda, aunque mi amistad con Antonio es reciente, apenas hace un año, ya que vive en la misma zona que yo, cosa que no sabía hasta que tuvo una avería en su coche. Al saberlo, me ofrecí a llevarlo con el mío y él, al darme su dirección y comentarle yo la mía, exclamó:
– ¡Hombre, si somos vecinos!
Desde entonces lo encontré varias veces por el barrio y uno de esos días conocí a su mujer, a la cual me presentó como Conchita.
Era una señora de mi estatura, de unos 50 años, pelo color caoba y gordita de todas partes, tetas, culo, una ligera barriguita, piernas y muslos. A pesar de todo, era muy atractiva. A los pocos días de habérmela presentado, me la encontré en el supermercado. Vestía un traje chaqueta azul y una blusa blanca.
– ¿Qué tal? – me dijo, dándome la mano mientras que yo la besaba en la mejilla.
Unos días después mi jefe, con el que ahora había más amistad, me invitó a comer.
– Mi mujer hace un estofado de miedo – me dijo Antonio.
En la sobremesa charlamos y supe que tenían dos hijos, uno casado y el otro en el extranjero. También me enteré de que a Conchita le gustaba ir a cenar y luego al bingo pero que a Antonio un poco menos así que, una noche, les invité yo a cenar y luego al bingo. Me sorprendió Conchita de lo elegante que iba. Se puso un vestido negro, de raso, ajustado en los pechos y en las caderas. Se le notaba el profundo canal de las tetas y también el del culo por más que ella tiraba del vestido. Llevaba zapatos con tacón de aguja y medias también negras.
Al acabar la cena, Conchita nos dijo que le gustaría ir a bailar y aunque Antonio parecía no estar muy de acuerdo, ante la insistencia de su mujer, claudicó. Había bastante gente por ser sábado y cuando empezó la música lenta, Conchita me dijo:

– Anda Oscar, baila conmigo que mi marido es un aburrido.
Me hice el remolón pero fue el propio Antonio quien me animó a salir a la pista. Bailamos, ella con sus manos en mis hombros y yo las mías, apenas tocando la punta de mis dedos, su cintura. Estábamos así cuando nos empujaron y la tuve que abrazar para que no se cayera. Entonces Conchita se colgó de mi cuello y seguimos bailando pero ahora un poco más apretados.
– ¿Qué perfume usas? – me preguntó y cuando yo se lo dije, añadió, metiendo su nariz en mi cuello – ¡Me encanta!
Aunque ella no era exactamente mi tipo, recorrí sus caderas con mis manos como ella hacía con mis hombros y antes de acabar el baile, apretándome de abajo a arriba, me dijo:
– ¡Gracias!
No sé porque pero aquello me excitó y al llegar a mi casa, tras despedirme de ellos, me la tuve que pelar.
– Quizá en este momento están en pleno polvo y ella me lo está dedicando – pensé, un poco prepotente, cuando entre gemidos, toda mi leche salía expulsada por la punta de mi polla.
Pasaron unos días y me la volví a encontrar, tomamos un café y me habló de lo bueno que era Antonio.
– Él te aprecia mucho, dice que eres un chico encantador – me dijo y luego volvió a invitarme a cenar en su casa, el sábado próximo.
Me presenté con un ramo de flores. Ella me abrió la puerta vestida con un pantalón negro y una blusa verde, de raso, bastante escotada que dejaba ver, al mínimo movimiento, un sujetador negro y muy pequeño. Me besó en la mejilla y al entregarle las flores, añadió:
– ¡Que bonitas son! – y las puso en un jarrón.
Tomamos uno aperitivo y he de confesar que tenía un nerviosismo especial al verle, a una señora como aquella, las tetas casi al completo cada vez que se inclinaba. Terminamos la cena, tomamos cava y brindamos al indicarnos Conchita que hacía poco había sido su cumpleaños. Antonio puso música y ellos dos bailaron muy apretados. Yo estaba violento y estuve por dar finiquitada la velada cuando Antonio me dijo:
– Ahora te toca a ti bailar con la anfitriona.
La cogí de la cintura y Conchita se me pegó de cintura para abajo, apretándome la mano mientras yo le clavaba los dedos en las caderas. Conchita, entonces, se restregó contra mí. Cuando me di cuenta, Antonio no estaba en el salón. Lo busqué, pensé que estaría en el cuarto de baño y entonces metí la mano bajo la blusa, tocándole a Conchita el surco de la columna vertebral. La miré a los ojos.

Ella los tenía clavados en los míos. Entonces ella, entreabriendo la boca, me mostró la punta de su lengua.
– ¿Y qué pasa con él? – pregunté.
– No te preocupes – me contestó ella.
La besé en la boca mientras recorría sus gordas nalgas. Su lengua parecía una serpiente. Le desabroché la blusa, subí su sujetador y contemplé, desnudos, sus enormes pechos que besé y lamí mientras ella se los apretaba. En ese momento, busqué para bajarle el pantalón, Conchita se estremeció y me ayudó a quitarle el corchete, metí la mano y le toqué el coño a través del fino tejido de la braga.
– ¡Estás empapada! – exclamé.
Ella se mordía los labios mientras me bajaba la cremallera del pantalón y al encontrarme la polla, la apretó y dijo:
– ¡Que dura la tienes!
Se agachó y se la metió en la boca. Le apreté la cabeza contra mi verga y entonces observé como Antonio, nos miraba desde una puerta sin cerrar del todo, masturbándose. Conchita, ahora, me lamía los huevos y me los chupaba mientras me meneaba la polla, hasta que le dije:
– ¡Desnúdate!
A los pocos segundos estaba en bragas, el sujetador sobre sus enormes tetas y las medias. Estaba gorda pero era muy sensual. Prácticamente yo me desnudé a la vez que ella, quitándome los pantalones y arrastrando a la vez, los calzoncillos.
– Jamás lo he hecho con otro que no fuera Antonio – me dijo- ¡Te deseo desde que te conocí!
Estábamos abrazados, mi polla chocaba contra el frontal de su braga y yo tenía una sensación muy especial al sentir este roce. Sin esperar más, le fui bajando las bragas por detrás, metiendo mis manos contra sus nalgas y le tocaba así, los primeros vellos de la raja del culo hasta que llegué a frotarle el ano suavemente.
– Despacio – me dijo entonces Conchita – Por ahí no lo he hecho nunca…
Seguimos besándonos mientras yo me atrevía a meterle un dedo en el coño, cosa que pareció gustarle ya que no protestó. Luego me incliné y le acabé de quitarle el sujetador. Tenía los pezones como de dos dedos de largos y las aureolas como galletas, y chupé como un niño mientras le bajaba las bragas hasta los pies.
– ¡Como te deseo! – me decía ella.
– ¿Quieres que te folle? – le preguntaba yo, sabiendo de sobra la respuesta.
– ¡Ya sabes que sí… toca mi coño, así, así, más… más…! – repetía ella.
Entonces se lo cogí a mano llena mientras le comía la boca y ella, agarrándome la verga y levantando una pierna, me decía:

– ¡Venga, métemela, fóllame…!.
La dejé hacer y mi verga entró en su coño de golpe, hasta los cojones. Ella me miraba a los ojos, mordiéndose los labios y yo apretaba los dientes y respiraba por la nariz. Sabía perfectamente que el marido nos estaba mirando y que seguramente también disfrutaba escuchando. Entonces le dije a Conchita:
– Invita a tu marido a venir, podemos follarte entre los dos.
Conchita no contestó en ese momento, pero nada más correrse por primera vez, lo llamó. Antonio tenía la polla fuera pero conservando puesto el pantalón. Su erección era considerable. Entonces nosotros nos separamos, Conchita se abrazó a su marido y se besaron. Ella se movía, encogiendo las nalgas, que yo acariciaba, hasta que se agachó hacia adelante, colocando el culo en pompa. Recorrí la raja con mi polla y al final se la clavé en el coño hasta chocar mis huevos con su carne. Conchita se la comenzó a mamar a su marido pero apenas unos segundos después, él se retiró de su boca, recogiendo su semen en la mano. Yo seguí follando a Conchita hasta que, con sorpresa, vi como Antonio se ponía debajo de su mujer y empezaba a lamerle el coño pero yo también notaba, de vez en cuando, como su lengua lamía también mis huevos. Esto me puso a mil y aún más cuando su lengua recorría también el trozo de verga que salía del coño de su esposa. De pronto, Antonio me sacó la polla del coño de su esposa y sin previo aviso, se la metió en la boca, empezando a mamármela con verdaderas ganas. Yo no hice nada por separarme, al contrario, metí mis dedos en la encharcada raja de Conchita y la fui masturbando. Antonio se la metía hasta la campanilla y me apretaba los huevos, pero se la sacó de la boca justo cuando yo eyaculaba, llenándole su peludo pecho de leche. Luego se la volví a enchufar en el coño a Conchita, que se corría por cuarta vez.
Ya más tranquila, Conchita se tendió en el sofá arrastrándome con ella.
– Quiero seguir con tu polla dentro de mi – me dijo sujetándome de las nalgas y mientras la besaba en el cuello, añadió con cierta vergüenza – Hace bastante tiempo que deseaba tener sexo con otro hombre y desde que te conocí, he querido hacerlo contigo.
– ¿Quieres tomar algo? – me preguntó Antonio, desde la cocina.
– Toma algo mientras me lavo – añadió Conchita besándome en los labios.
Pero yo, agarrándola de las nalgas y colocándole mi polla en la mano, le dije:
– Mira como estoy otra vez.
Conchita se sentó de nuevo en el sofá y me lamió los huevos y la polla. Se metía mi verga en la boca y se la sacaba en una lenta y muy agradable mamada y en este momento llegó Antonio con dos whiskys y que al ver como actuaba su esposa, comentó:

– Como puedes ver, Conchita está falta de sexo.
Tras darme uno de los vasos, se agachó y acarició a su mujer, besándola hasta que acabaron los dos lamiéndome la polla hasta que, esta vez sí, eyaculé muy abundantemente en la boca de Antonio que se tragó toda mi descarga con evidente placer.
– No soy homosexual, ni jamás me han atraído las pollas – me dijo Antonio – pero hoy tenía una fantasía.
Me volví a acostar con Conchita después de tomar un refrigerio y lo admitió todo, incluso follármela por el culo, aunque le costó relajarse ya que su marido lo había intentado más de una vez sin lograrlo, pero yo puse aceite en su ano y en mi polla y lo conseguí, corriéndome en su recto dos veces.
Hoy hemos salido los cuatro, o sea Conchita, Antonio, una amiga mía y yo. Sonia, esta amiga, es bisexual y deseo que Conchita y ella se monten un buen bollo y esto, si ocurre, ya os lo contaré.
Besos y hasta otra.

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