Relato erótico
Una máquina de follar
Fueron a un local a celebrar el cumpleaños de un amigo. Todos sus amigos y amigas iban con su pareja, menos Paco. Había estado una vez con él y lo consideraba “una maquina de follar”.
Fina – MADRID.
Amigos de Clima, no tengo lo que podríamos llamar un cuerpo de escándalo, pero sin duda soy atractiva. Tengo 25 años y mido 1,60 cm. Mi cara es bonita, con labios finos pero francamente deseables, tengo el pelo rubio a media melena enmarcando unos preciosos, o eso creo yo, ojos claros. Mis pechos son grandes, tal vez un poco caídos, pero cualquier hombre desearía perderse en el Canal de Suez por mí. Las piernas están bien, tal vez un poco sobradas de carne, pero lo que menos me gusta es mi trasero, tal vez demasiado redondeado. De todos modos, las mujeres nos comemos el tarro con estas cosas más que los hombres.
Aquella noche iba a asistir a la fiesta de cumpleaños de mi amigo Roberto, no sin antes dedicarme a mi diversión favorita, leerme un par de testimonios de vuestra revista, y ponerme a tono. Me coloqué un vestido atrevido y debajo, un tanga negro.
La fiesta estaba en buen momento cuando llegué. Era en un pub con pista de baile en el fondo y una zona de sofás tras la pista. La zona de sofás tenía muy poca iluminación. La pandilla estaba reunida al completo, lo malo para mí es que la mayoría de mis amigos iban con su pareja, y hoy tenía ganas de guerra.
De pronto vi a Paco. No es que las pollas enormes me pongan especialmente caliente, pero desde un día que follé con él, me había hecho muchas pajas pensando en su rabo Por lo demás, no estaba mal. Moreno, alto, tal vez demasiado delgado, pero con esos ojos verdes profundos y esos labios carnosos…
Paco, sin embargo, parecía más bien distraído. Como si no se diera cuenta de las ganas que yo le tenía. Tras un rato de bailoteo me propuso sentarnos un rato y tomarnos unas copas. No dije que no. Nos sentamos en un sofá y empezamos a hablar.
– Buena fiesta. Roberto está disfrutando como un enano –dijo él.
– Y aún podría ser mejor.
– ¿Qué quieres decir?
Yo estaba muy cerca de él, a pocos centímetros de su boca.
– Chico, a ti hay que explicártelo todo.
Y, sin darle tiempo para más, coloqué la mano sobre su paquete y empecé a sobarlo. Una delicia. Aquello era enorme. ¡Y vaya par de pelotas! Un auténtico semental. Mientras exploraba ese pedazo de carne, fundí mis labios con los suyos. Delicioso. Paco sin duda sabía usar los labios, y su lengua, de inmediato, despertó y empezó a jugar con la mía.
Mientras tanto, yo no perdía el tiempo. Bajé la cremallera de su pantalón y liberé al monstruo. Aún sin estar completamente erecta, aquella polla debía medir veinte centímetros, amén de tener un grosor considerable. Comencé a masturbarla casi con miedo, y al ver cómo crecía empecé a pensar en si podría con ella. Luego bajé la cabeza e intenté metérmela en la boca. Casi no me cabía, pero poco a poco fui introduciéndomela, y después empecé a recorrerla con los labios arriba y abajo arrancando sus primeros gemidos de placer.
– Eres estupenda Fina. ¡Qué bien lo haces!
Pero muchas veces lo bueno no dura. Y así, tras una breve mamada, me di cuenta de que no podía seguir, pues nos iban a ver.
– No podemos seguir aquí, semental. Nos van a ver todos.
– A mí no me importa. Desde este verano llevo deseando probar todos tus agujeros, y no hago más que hacerme pajas pensando en ti.
Cuando dejé de chupársela, me metió la mano debajo del vestido. Enseguida tocó mi pequeño tanga, llevándose una sorpresa.
– Vaya. ¡Estás empapada! – exclamó.
Le llevó pocos segundos de caricias para que yo empezara a dar suspiros y gemidos. Cada vez estaba más cachonda. Paco apartó el tanga un poco, se puso a acariciar mi clítoris y llevó un dedo a mi agujerito, jugueteando en la entrada sin llegar a penetrarla. Yo estaba a punto de explotar, y me tuve que poner la mano en la boca para mordérmela y no gritar. De pronto empezó a penetrarme con sus dedos, no pude aguantar más y, dando un suspiro, me corrí. Él aún continuó un poco con una mano mientras con la otra me quitó el tanga y se lo guardó en un bolsillo.
– No sigas. Nos pueden ver todos – insistí gimiendo.
– Me da igual.
Pero a mí, sí me importaba, y aunque quería seguir con esa mano rebuscando entre mis secretos, me levanté de golpe. Llegaban Irene y Pepe, cansados de bailar y buscando los sofás.
– Vaya, pero si no somos los primeros – dijo Irene entre morreo y morreo.
Pepe estaba también bastante animado y no tardaron en meterse mano, eso si, con discreción por la presencia de los otros. Mientras, Paco y yo seguíamos a lo nuestro, aunque ahora más cortados que antes.
Me hizo sentar sobre sus piernas y con esta posición estratégica, su mano izquierda accedía fácilmente a mis dos agujeros, y también al clítoris. Primero un dedo por delante, luego dos, hasta estar bien mojados. Luego, tras jugar un poco con mi botoncito, un dedo por detrás. Estaba cada vez más cachonda, y tenía que ahogar miss gemidos girando la cabeza para besar a Paco, pero no llegaba a correrme.
Pronto, la mayor parte del grupo hizo un alto en el baile y se fueron sentando a charlar mientras bebían. Paco y yo, también hablábamos, aunque él estaba mucho más concentrado en lo que hacía con la mano y yo en no soltar gemidos delante de todos. Pero pronto me di cuenta de que esa situación me ponía mucho más cachonda. Estaba rodeada de todos mis amigos, con dos dedos de Paco entrando en mi agujerito, y sin que nadie se diera cuenta de lo cerca que estaba de partirme en dos gritando como una loca. Así que decidí dar una vuelta de tuerca a la situación: levanté el culito, separé aún más las piernas y, disimuladamente, me subí un poco el vestido hasta que la raja coincidió con mi almeja sentada sobre el paquete de él.
Luego, mientras me giraba para besarlo, le miré a la cara mientras, con mi mano izquierda bajaba la cremallera del pantalón, y manipulando sus calzoncillos con habilidad, liberaba su enorme polla. La cara de él era para verla. A medida que yo manipulaba el grueso cipote y éste se iba enderezando, él comenzaba a comprender mi vicioso deseo y sus ojos se abrían como platos. Hice unas cuantas bromas y simulé que me levantaba, para volver a sentarme sobre su tiesa polla.
Aparentemente nadie se había dado cuenta de nada, la oscuridad y mi vestido lo tapaban todo. Seguimos hablando, nosotros incluso contestando a lo que nos decían, aunque sin demasiado interés. Yo seguía con el mismo problema. El tronco de carne que había en mi interior me ponía a mil, pero necesitaba un ritmo más vivo para correrme. La solución al problema me la dieron nuestros amigos al proponer cambiar de bar.
– Id vosotros por delante, que nosotros nos quedamos aquí un poco más – dije.
Así, se fueron todos y nos dejaron solos. Irene, antes de irse, me echó una mirada más intensa de lo normal, se me acercó y me dijo al oído:
– Ya os dejamos solos, para que puedas hacer lo que quieras con él.
Entendí que, al menos ella, se había enterado de todo. Al pensar en que no sería la única me excité aún más, pero sin conseguir correrme.
– Acelera, semental, que si no me corro pronto me muero.
Y, obediente, Paco me agarró de la cintura y comenzó a subirme y bajarme a toda velocidad. Lo que me volvía prácticamente loca era que, al ser muy gruesa, el clítoris rozaba constantemente con la polla.
De pronto noté como mi cuerpo se estremecía, y poco después sentí como una oleada de placer en el interior de mi coño.
Aunque me tapé la boca, no pude impedir un grito de placer. El bar no estaba muy concurrido, pero muchos miraron hacia la zona de sofás. A mí me daba igual. Mi orgasmo duró cerca de un minuto, y mis fluidos lo inundaron todo.
Como nos estábamos quedando solos, pude aumentar el ritmo y correrme otra vez sin esperar tanto como antes, pues no creía que fuera capaz de aguantar otra explosión como aquella.
– Me tienes llena, cabrón. Me estás jodiendo como no me han jodido nunca. Me romperás en dos si sigues así, pero no se te ocurra parar.
Sin embargo, él llevaba otra idea. Sacando los dedos de mi ano, me abrazó con más fuerza, impidiendo que me moviera casi por completo.
– ¿Qué haces? Vuelve a meterlo, me estás volviendo loca de placer, no lo dejes.
Volví a correrme como una loca.
Mientras yo me iba a limpiar al baño, él volvió a vestirse. Al poco salíamos los dos del bar como si nunca hubiéramos roto un plato.
Besos a todos.