Relato erótico
Una experiencia para contar
Está soltera, dice que tiene un físico normal pero que es una mujer sensual. Le gusta leer los relatos de la revista Clima y reconoce que se pone cachonda. Lo que nunca se hubiera imaginado es que su monótono trabajo fuera el causante de que pudiera vivir una experiencia digna de ser contada.
Rita – BARCELONA
Me llamo Rita, y si bien soy una asidua lectora de esta revista, especialmente de los relatos eróticos, he de confesar que es la primera vez que voy a hacerlo de “forma activa”, es decir, escribir contando una experiencia.
De entrada me parece oportuno describirme, me encantaría poder decir, como estoy acostumbrada a leer, que soy una modelo, rubia, ojos azules… pero pienso que es mejor ser sincera, aunque ello desilusione a alguien, y bien, tengo 49 años, mido 1,69, peso 60 kg, pelo ondulado y negro, que luzco en media melena, ojos oscuros, y mi tez es más bien morena, en parte por naturaleza y en parte secuelas del verano, y aunque nunca he sido extremadamente bella, dicen de mí que tengo unos rasgos muy sensuales, mirada profunda, pues me encanta analizar a quien tengo frente a mí, y pienso que sé sacarme partido.
Sigo soltera supongo, en parte porque jamás me he atrevido a comprometerme “para siempre”, y, en parte, porque no ha aparecido mi “príncipe azul”. Espero que la descripción haya sido suficiente para poner en antecedentes a quien pueda leer estas líneas, y sin más dilación pasaré a contar lo que me sucedió.
Era un lunes de esos duros y agobiantes, serían alrededor de las 9’30 horas de la mañana y por la gestoría donde llevo trabajando ya más de veinte monótonos años, apareció un jovencito de unos 21 años, negrito, extremadamente delgado, mediría alrededor de 1,79, con carita de bueno y asustado, y tal y como pudo, ya que parecía muy tímido, me explicó que le mandaba su jefe, un constructor cliente de la gestoría, para que le tramitásemos su permiso de trabajo y residencia en España.
Después, a los efectos de cumplimentar el impreso de solicitud del indicado certificado, tuve que hacerle diversas preguntas, edad, estado civil, nacionalidad, etc. Asimismo necesitaba fotocopia de su pasaporte, a lo que me indicó que no lo llevaba encima, por lo que sugerí que pasara por la tarde. Me dijo que hasta las 19 horas no podría pasar. Yo, aunque la gestoría cierra a las 18 horas, le dije que le iba a esperar.
No sé por qué misterioso motivo me pasé el día pensando en él, y en su carita de asustado, era mezcla de lástima, ternura, instinto protector y… atracción, lo que sentía por ese chico. Sobre las 18’50 llamaron a la puerta de la gestoría, y he de reconocer que sentí un cosquilleo en mi estómago, me levanté y abrí, era él, venía todavía con la ropa de la construcción, lleno de polvo y barro. Me entregó su pasaporte, lo fotocopié y se lo devolví. Me dio las gracias y cuando estaba ya cruzando el umbral de la puerta, no sé de donde saqué el descaro, o las fuerzas o que sé yo… pero le grité:
– ¡Oye!… Espera… esto… yo… en fin que si te apetece… podrías… en fin… ¿te gustaría cenar algo de comida casera?
Él, sin tanta duda como yo, contestó un efusivo:
– ¡Sí, claro que sí!
Aunque añadió que primero preferiría ducharse, pero que estaba encantado de aceptar la invitación. Le indiqué mi dirección y quedamos para las 21 horas. Puntual, sonó el portero automático de mi casa.
Estuvimos cenando, charlando, me contó como era su tierra, su familia, sus costumbres… y así nos dieron casi las 12. Entonces comentó que debía marcharse, que se le había hecho tarde, y que le esperaba un madrugón al día siguiente. Nos despedimos y le acompañé hasta la puerta. Me agradeció una y otra vez la cena y el rato que habíamos pasado y cuando ya cruzaba la puerta, pareció quedar parado un instante, se dio la vuelta de pronto y quedamos muy cerca, frente a frente, yo estaba como en automático, no sabía ni que hacer, entonces él con sus manos cogió mis pechos diciéndome que eran muy bonitos, y de repente bajó su cabeza y me los empezó a besar, me tenía apoyada ya en la pared, luego subió su cabeza y me besó en la boca, y en ese momento puso su mano en mi coño, pero yo le dije:
– Por favor, no sigas.
– Pues cuando quieras estar conmigo, házmelo saber – dijo alejándose un poco de mí – A la fuerza no quiero estar contigo.
Pasaron varios días y confesaré que por las noches soñaba con él, besándome los pechos y, a veces, de recordar lo que había pasado, me excitaba tanto que acababa masturbándome. El hecho de pensar en ese muchacho me ponía súper húmeda, así que me armé de nuevo de valor y coraje y llamé a su jefe para decirle que debía pasar de nuevo por la gestoría para firmar “unos papeles, muy urgentes, y mejor sobre las 19 horas”.
Llamaron a la puerta y al abrir, le vi, le sonreí y él también a mí, entonces cerró la puerta, se acercó hacia mí y me besó en la boca. Yo, al principio me eché un poco atrás, pero al sentir la fragilidad y la dulzura con que me besaba, abrí la boca y dejé que su lengua entrara en contacto con la mía, fue algo sin igual. Entonces empezó a tocarme los pechos mientras nos besábamos, yo le abracé por la espalda y bajé mis manos hasta joven y duro culo.
Mientras lo hacíamos, me llevó a hasta el sofá de la recepción, muy suavemente me empujó para que quedara acostada, me tomó por las piernas, me las abrió y cuando las tenía abiertas se fue acostando sobre mí, lentamente, primero, levantando ligeramente mi blusa, besando y lamiendo mi ombligo, para alcanzar luego mis pechos, quitándome, con una maña que, sinceramente, no esperaba, mi sujetador. Se puso a morder mis pezones como ya no recordaba, llegó hasta mi boca, pasaba por mi cuello, la nuca, los lóbulos de las orejas, de un sitio a otro, mientras no paraba de masajear mis pechos. Me tenía loca, loquita.
En ese momento yo estaba súper húmeda, y entonces él, fue bajando hasta quedar entre mis piernas, y de manera muy delicada, la cual creo que nunca olvidaré, bajó mis bragas, y con sus dedos separó lentamente mis labios vaginales, poniéndome toda al descubierto, con su otra mano ensalivó sus dedos y con las yemas tomó mi clítoris, frotándomelo muy lentamente, después de un momento acercó su boca y de repente se puso a “comerme”. Al hacer esto, yo me abrí de piernas lo más que pude para así dejarle llegar donde quisiera, su lengua iba desde mi clítoris, pasando por el coño y terminando en el culo. Después de hacerlo varias veces, tuve un orgasmo tremendo, y él recibió ese orgasmo en su boca. Entonces se acercó hacia a mí, nos besamos y al sentir su lengua noté mi sabor en sus labios y en parte de sus mejillas, lo cual de nuevo me excitó mucho, y fui agachándome hasta quedar de rodillas frente a él, como adorando a un ídolo.
Le desabroché los pantalones y se los bajé bruscamente junto con su slip. Empecé a lamerle y chuparle los testículos, su piel era suave y sin vello apenas. Su verga, dura ya desde hacía rato, era enorme, entonces decidí introducirla en mi boca, pero seré sincera, al principio me dio un poco de asco, pero después me gustó tremendamente. A él se le doblaban las rodillas, y yo no dejaba de succionar, chupar y lamer, hasta que se corrió abundantemente en mi boca y en mi cara.
Nos quedamos aturdidos un ratillo, entonces se volvió a subir sobre mí, y en ese instante nuestras partes entraron en contacto una con otra y después de unos segundos, yo estaba de nuevo húmeda, y él ya tenía su verga firme y dura. Me la introdujo despacito, primero la puntita, como queriéndome hacer rabiar, pues yo se la estaba pidiendo toda, pero él mantenía el tipo y seguía solo introduciéndome el capullo. Yo estaba como una niña impaciente y golosa queriendo más y más… y cuando más nerviosa y ansiosa me encontraba, de pronto me la introdujo toda, de un tirón.
¡Qué sensación! Empezó con un metisaca lento para llegar a alcanzar un ritmo vertiginoso, luego me dio la vuelta, me puso a cuatro patas y empezó un magistral movimiento giratorio, como si estuviera describiendo círculos. Me volvía loca, tocaba todas mis paredes vaginales, y a un ritmo que más bien parecía un baile, un dulce baile, hasta que me corrí. Estaba rendida, pero mi niño quería más. Mi coño estaba más que irritado y le dije:
– Por favor, para ya, no puedo más, me duele…
Entonces él, comprensivo, me propuso penetrarme analmente.
Yo, que nunca lo había probado y, sinceramente, ni deseado, acepté, pero después de varios intentos, mi amante desistió, porque mi trasero no estaba preparado para encajar un intruso de tales dimensiones. La verdad es que las ansias de mi joven amante por “acabar” se estaban convirtiendo en cierto enfado por su parte, por lo que me agaché de nuevo frente a él y empecé de nuevo a lamerle los huevos y la polla, la succioné, al rato intentó avisarme de que iba a eyacular, pero decidí premiarle y le dejé correrse en mi boca, y aunque intenté retenerla toda, acabé por tragarme parte de esa lechecita blanquita que derramó.
Desde entonces, de vez en cuando, le dejo que venga a mi casa a “visitarme”… pero eso es otra historia.
Besos