Relato erótico

Una buena racha

Charo
29 de noviembre del 2018

Dice que suele tener éxito con las mujeres y ha querido contarnos algunas “sesiones” que ha vivido. Empezó cuando cumplió la mayoría de edad y sigue con la buena racha.

Rogelio – Pontevedra
Amiga Charo, nunca sospeché que mi polla fuese a tener tanto éxito entre las mujeres. La primera hembra que me follé tenía 30 años, doce más que yo. Lo hicimos detrás de la puerta trasera de una discoteca del pueblo, en el suelo, en el campo. La había seducido a toda velocidad en la sala de baile, con dos copas de más, tocándole el culo y besándola en el cuello despacio al ritmo de la música. Yo sabía que ella estaba muy cachonda y en cuanto le dije “vámonos”, le faltó tiempo para responder que “sí”.
Yo tenía 18 años, pero mis brazos eran fuertes como los de un hombre, estaba muy bien musculado, ya medía más de 1´90 y aunque nunca había follado con una mujer madura, yo sabía que mi polla era dura, muy resistente y que no me iba a fallar. En cuanto salimos a la calle, ella me cogió de la mano y me llevó al descampado en el que aún se oía la música y se veían los destellos del pub. Cuando llegamos al campo, yo la besé apasionadamente por todo el cuerpo, por la cara, por el cuello, por las tetas, que tenía preciosas, no había visto cosa igual. Sabían dulce, como toda su piel. Le di la vuelta, puse mi paquete en su trasero y ella comenzó a moverse lentamente intentando meterse mi sexo aun con el pantalón, en su culo. Su cuerpo ardía casi más que el mío. Mi polla crecía rápidamente al notar la blandura y carnosidad de su trasero. Era maravillosa.
Sin dudarlo, le quité el vestido con violencia y se quedó en bragas pues no llevaba sujetador. Tenía unos pezones grandes, morados, muy duros y estaba realmente excitada. Ella me quitó la camisa y se puso a chuparme el pecho. Con las manos, se agarraba a mi espalda, arañándola.
Enseguida le dije que se echara en el suelo. Había pinchos y hierbajos, pero ya no veíamos nada. Me quité los pantalones y con una mano le arranqué las bragas, puse mi mano en su sexo y comprobé que estaba muy mojada. Me tumbé encima de ella y la penetré de golpe, de una vez, metiéndosela con fuerza hasta el fondo de su vagina. Me pareció sensacional ese calor húmedo, ese placer intenso y me puse un poco nervioso, pero en cuanto empecé a apretar, me di cuenta de que aquello iba a acabar muy bien.
La metía y la sacaba con rapidez, con fuerza, apoyándome en el suelo con mis manos. Ella gritaba de placer, su cara parecía aún más hermosa con su expresión de gusto. Era realmente hermosa. Cada una de mis embestidas la ponía aún más cachonda. Se agarraba con fuerza a mi culo, a mi espalda, a mi cuello, y, entre jadeos, solo podía escucharla decir:
– ¡No te pares, cabrón, no te pares…!.

Yo estaba muy excitado, pero no quería que aquello se acabase así es que seguí atizándole duro, metiendo y sacando con fuerza, durante mucho tiempo, no recuerdo cuanto, hasta que ella me dijo que no podía más. Entonces, nos corrimos los dos y yo dejé mi pene dentro de su coño durante varios minutos. Fue realmente extraordinario.
Me di cuenta de que mi primera experiencia había sido un éxito. Y sabía que tenía una cosa entre las piernas que funcionaba muy bien. Así es que no perdí mucho tiempo y a los dos ó tres días lo intenté con una amiga de la primera. La amiga estaba como un tren, tenía un culo respingón, los pechos carnosos, grandes, de los que botan al correr, y un pelo negro rizado que la hacía muy cachonda. Fui a decirle algo por la tarde y su mirada me pareció extraña, luego me di cuenta de que la otra le había hablado de mis habilidades. Casi no pude decirle nada, ella misma me lo estaba pidiendo.
Nos metimos en un corral de sus tíos. Había gallinas, cerdos, caballos, gatos… y una buena polla. Me puso la mano en el paquete en cuanto entramos. Vi que la brillaban los ojos y que me miraba con lujuria. A mí me excitaba saber que era una de las tías más deseadas del pueblo. Le metí la lengua en su boca y ella me la empezó a chupar como si fuera una polla, de atrás adelante. Le toqué las tetas y casi me desmayo. Eran increíbles. Estaban calientes y redondas, mucho mejor que las de la amiga. Era una mujer de bandera. Tendría 38 ó 39 años.
Después de quitarle la blusa de golpe, me dijo:
– Quiero que me folles como a ella, como un toro a una vaca, vamos.
La agarré por el culo y la llevé hasta un abrevadero, donde ella puso sus manitas. La tía era alta, pero muy delicada y femenina. Estaba para empezar y no parar. Me cogí la polla y se la incrusté en la vagina por detrás, sin avisarla, sin darle tiempo para pensar. Lanzó un gemido, sorprendida, estremecida, muy cachonda y excitada. Su coño destilaba un humor viscoso que yo ya conocía. En cuanto me empecé a mover, ella comenzó a gemir. La sacudí muy fuerte, yo creo que demasiado, me imaginé en el papel del toro que se tira a la vaca y mis sacudidas eran tremendas, casi la tiro de cabeza al abrevadero.
Con mis manos agarraba sus tetas, que se movían como si fueran de goma, no podía pararlas. Yo le decía:
– ¡Toma, toma, toma…!.
Ella no paraba de gritar. Con sus manos me agarraba las piernas y el vientre, y yo no paraba de meterla y sacarla. La castigué duro, muy duro, pero realmente la encantaba. Media hora después mi polla estaba echando la leche encima de su cara sedienta y lujuriosa. Después subió rozando sus tetas con mi pecho y me dijo:

– Es verdad, follas como nadie.
Se puso la blusa y se fue. Mi tercer polvo no fue en el pueblo. Me había ido a vivir a Madrid, y una noche, después de trabajar, me fui de marcha a la caza de nenas. No tardé demasiado en encontrar a una buena jaca, de las que a mi me gustan, con las piernas largas, el culo bien arriba y las tetas grandes. Era rubia, mayor que yo también, con los labios pintados de rojo, con un vestido negro muy ajustado, me gustaba, me gustaba mucho. Me acerqué a ella y le dije al oído:
– Te juro que no vas a olvidar esta noche si te vienes a un sitio.
Me miró con cara de marciana, y me dijo:
– ¿De qué vas, tío?
La miré fijamente, y le repetí:
– Te juro que no me olvidarás.
Un coche no es el mejor sitio para echar un polvo. Por eso, cuando le estaba chupando las tetas, le propuse que saliésemos fuera, ya que nos habíamos ido a un descampado. Ella se tumbó en la chapa delantera del coche. Yo le bajé las bragas, y cuando ella esperaba mis labios, se encontró mi polla.
Me desnudé por completo mientras ella se agarraba a mi cintura. Le puse mis manos en las caderas y empecé a follar como un loco. Creo que nunca me había empleado con tanta fuerza. Sus tetas rebotaban continuamente, y la saliva le caía de la boca, que estaba abierta, cayéndole en el cuello. Me gritó:
– ¡Sigue, cabrón, sigue, vamos sigue, sigue…!.
Yo penetraba y penetraba, metía y sacaba mi sexo con contundencia, ella tenía la vagina realmente caliente, su piel ardía, sus pechos olían a miel y su rostro fue cambiando a medida que se acercaba su orgasmo. El final fue de locura y me corrí por completo dentro de ella, hasta quedarme sin una sola gota de semen… Increíble. Se levantó, se puso de pie, y me dijo:
– Follas como nadie, chaval.
A partir de esa noche, constaté que, en efecto, no se me daba mal la cosa y eché cantidad de polvos durante años, en los servicios de un avión, en una cafetería, en un túnel empapado por la lluvia, en un ascensor… siempre con el mismo resultado por parte de ellas:
– ¡Tío, que bien follas!

Nunca supe por qué, pero sé que mi sexo no era normal.
Saludos y ya os seguiré contando mis experiencias

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