Relato erótico

Una buena “comisión”

Charo
12 de agosto del 2019

Trabaja en el sector inmobiliario e inversiones. Lo que nos cuenta ocurrió cuando había muchas personas que querían invertir en casas y terrenos. Allí tuvo la oportunidad de conocer a una mujer madurita y de buen ver.

Eduardo – ALBACETE
Me gustan las mujeres maduras y aquel día, en cuanto la vi cruzar la puerta supe que pasaría algo. Se llamaba Conchita, debía tener unos 63 y estaba interesada en inversiones inmobiliarias. Desde el principio yo fui muy agradable con ella, en realidad lo soy con todas las mujeres mayores, y ella no se quedó atrás. Algo me hizo pensar desde el primer momento en que empezamos a hablar que esta vez la cosa acabaría bien. Debo decir que no parece la edad que tiene, pasa perfectamente por una mujer de 50 ó 55 años sin problemas. No es muy alta, más de un metro y medio, tiene muy hermosos ojos y lo que más resalta y a mí me encantó desde el principio fue el voluminoso par de tetas que tiene. Son realmente impresionantes, quizá parezcan más grandes por el hecho de que ella es menudita. También tiene un hermoso par de piernas, que en su juventud deben de haber sido muy codiciadas.
Ella y su marido estaban interesados en comprar un par de propiedades como forma de invertir un dinero que tenían según ella “parado”. Después de ver algunas posibilidades quedó en volver otro día para estudiar alguna opción más en profundidad. Como forma de prolongar la conversación le dije si le parecía bien ir a visitar alguna de las propiedades y ella aceptó gustosa.
Salimos en su coche y más que viaje de negocios fue un viaje de placer. Desde el primer momento, cuando arrancamos, comencé a mirarle sin ningún tipo de reparos las piernas que se ofrecían más descubiertas debido a que la falda se le había corrido un poco y dejaba bastante para ver. Mis ojos alternaban entre sus piernas y sus tetas que parecían aún más grandes que la vez anterior. Me hubiera encantado tocarlas en ese momento, en medio del tráfico y a la vista de todos. No me importaba ya que me decía a mi mismo que esa par de de bellezas no me las podía perder. Ella notó casi enseguida mis miradas y me dijo:
– Suerte que no tienes que prestarle atención al tráfico, sino seguro que ya hubieras provocado varios accidentes.
– Es que me encanta ver las bellezas naturales de la zona. – contesté con ganas de ir a más.
– ¿Esto es parte de la estrategia de ventas?
– No. Esto es parte de mis gustos personales.
– ¿Te gustan las viejas?
– No. Me gustan las mujeres mayores que yo.
En pocos minutos más llegamos hasta un apartamento que le interesaba. Subimos a visitarlo y como buen caballero la dejé pasar adelante. De paso le miré un poco el culo, que si bien es un poco pequeño, no estaba mal de forma. Ella lo notó enseguida, pero no dijo nada. Después de mostrarle el apartamento, subimos al ascensor y fuimos hasta la azotea para que viera el paisaje desde allí. Cuando terminó de verla me dijo:
– Bueno, vamos. Ya he visto lo que quería ver. ¿Y tú has visto bien lo que te faltaba ver?
– Sí, y la verdad es que no desentona con el resto – dije yo ya descaradamente.

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No me importaba nada más que poder follarla. Y ella lo sabía y se prestaba al juego. Esa tarde vimos tres propiedades más antes de volver a la oficina y en el camino de vuelta me dijo:
– Ay mi amor. Soy una señora mayor, casada y olvidada de lo que es todo esto. De todas formas te confieso que además me gustó que fueras tan amable. ¡Y pensar que dicen que los jóvenes nos son tan educados como antes!
– Lástima.
– ¿Lástima qué?
– Que no te animes a liberarte un poco y a pasar un buen rato.
Conchita sonrió, posó su mano sobre la mía y volvió a agradecerme por mis atenciones. Volvieron a pasar un par de días hasta que volvió a aparecer Conchita por la oficina. Volvimos a salir en su coche. Al principio yo estaba un poco cortado por lo que había pasado la última vez, pero de todas formas no perdía la oportunidad de mirarla por todos lados. Todo era bastante formal en la charla hasta que ella soltó:
– ¡Que malo que eres! ¡Hoy me preparado para que puedas ver todo lo que quieras y tú no me dices nada!
En ese momento pensé que era una histérica que lo único que quería era hacerme calentar y después dejarme bien calentito. Pero de todas formas decidí seguirle el juego hasta ver a dónde llegaba.
– Es que tengo miedo quedarme con las ganas como el otro día – dije.
– ¿Te quedaste con muchas ganas?
– Sigo con muchas ganas. Y encima tú vienes así vestida. No sé qué voy a hacer para comportarme.
– Pensé que todo lo que me decías era para concretar el negocio – me dijo.
– Ya te dije el otro día que no se trata de hacer un negocio o no, sino de pasar un buen rato.
– ¿Uno solo?
– Eso depende de ti.
Sin darle tiempo a nada le cogí una mano y se la besé. Ella sonrió invitándome a más y entonces busqué su boca. Creo que al principio se sorprendió un poco, pero casi enseguida respondió a mis besos. Pronto nuestras lenguas se entrelazaban y mis manos comenzaron a recorrer su cuerpo hasta llegar al hermoso par de tetas que me tenía loco desde hace varios días. Como era de esperar estaban un poco blandas, pero el tamaño que tenían me volvía loco. Ella se limitaba a dejarse hacer todo lo que quisiera y pronto mis dos manos recorrían su cuerpo en busca de sus zonas más íntimas. Al meter mi mano debajo de su falda noté que llevaba un portaligas y unas prendas de encaje que pronto aparté de mi camino. Me encontré con un coño bastante peludo y jugoso. Conchita solo gemía y besaba, pero sin que le dijera nada, se abrió de piernas para que mis dedos jugaran mejor en su interior. Podía sentir como se humedecían más y más a medida que jugaba con su clítoris y su raja. Entonces aparté mi boca de la suya y me dirigí a sus pechos. Ella misma los sacó de su ropa, mostrándose enormes y deseosos de acción. Comencé a besarlos, a morderlos y a chuparlos con devoción.

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Conchita acariciaba mi cabeza invitándome a devorarlos a la vez que con su otra mano empujaba la mía. Suspiraba y me pedía más. Estuvimos unos minutos así hasta que casi llorando me dijo:
– ¡Me corro mi amor, me corro…!
No tardó más que un par de segundos en expulsar un torrente de líquidos que empaparon mi mano. Yo seguí un poco más jugando con mi mano en su coño y con mi boca en sus pechos, hasta que ella, de pronto se sentó en el sofá y me dijo:
– ¡Fóllame, por favor fóllame!
Me desnudé y la desnudé a ella. Ella me acarició la polla y me volvió a pedir que se la metiera. No quise hacerla esperar y me coloqué sobre ella con mi verga en la entrada de su coño. Comencé a jugar a rozarle el clítoris con la cabeza de mi verga y ella a pedirme que se la metiera de una vez por todas. No la hice esperar más y ante su pedido se la metí toda de una sola vez, hasta el fondo. Ella dio un gran suspiro y empezó a moverse y yo a bombear. Primero lentamente, haciendo que sintiera como mi verga entraba y salía de su coño, luego fui aumentando el ritmo paulatinamente.
Yo no aguanté mucho más y en un par de minutos vacié toda mi leche dentro de ella. Quedamos en esa posición un rato, besándonos y acariciándonos y sin sacar mi polla de su coño. Pero estábamos en esos juegos previos a otra follada como la anterior, cuando sonó su móvil. Ella se sobresaltó y al ver que era el número de su casa se puso muy nerviosa. Como si el marido hubiera entrado en ese momento. Habló unas pocas palabras y se vistió apurada. Yo no entendía nada hasta que me contó que era su marido y que la estaba esperando en casa, para ir a una reunión con amigos. Salimos prácticamente corriendo de la casa y me llevó hasta mi oficina. En el camino casi ni habló. Se la notaba muy nerviosa. Le pregunté qué pasaba y me dijo:
– Es que lo que acabamos de hacer no está nada bien.
– Lo que no está bien es quedarse con las ganas – dije.
– Perdóname, es que nunca le había metido los cuernos a mi marido. Y la verdad es que me siento horrible.
– Espero que no sea la última vez.
– No sé, no creo que me anime otra vez.
Pasé el resto de la tarde pensando en lo que había sucedido y en lo bien que había estado. Sobre la hora de salida llamé a Conchita para ver como estaba. Me habló poco y como queriendo sacarme de encima lo más rápido posible, pero al día siguiente, cerca del mediodía, apareció nuevamente, solo que esta vez no venía sola. Venía con su marido a quien me presentó nada más llegar. El marido era un hombre de unos setenta años. Bastante más alto que ella y con pinta de ser bastante acaudalado. Volvimos a revisar los posibles negocios durante un buen rato.

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Casi dos horas después terminamos cerrando el negocio. El hombre, muy agradecido, me invitó a cenar a su casa. Al principio me negué, pero ante su insistencia y a la de Conchita, accedí. Por la noche, puntualmente como había quedado, fui a casa de Conchita. La cena transcurrió normalmente. Yo no perdía de vista a Conchita que llevaba con un vestido negro apretado, ajustado y con un generoso escote que la hacía muy apetecible, aunque yo trataba de disimular para que el marido no se diera cuenta. Después de la cena tomamos un café y conversamos un rato. El marido de Conchita me dijo que tenía otro negocio para proponerme. Quería vender un apartamento que tenían en el centro y que hacía un par de meses que se habían ido los inquilinos y no quería nuevos. Me pidió si le podía dar una idea del precio a lo que acepté gustosamente, pero para mi sorpresa me pidió de ir a verlo en ese momento. Conchita le hizo notar que era un poco tarde y que no me habían invitado para hablar de negocios. Él insistió y volvió a sorprenderme cuando me dijo que lo mejor era que fuera con Conchita, que como ya había paseado bastante por la ciudad mostrándole casas que paseara un poco más y de paso le hiciera el favor.
Cinco minutos más tarde estábamos rumbo al apartamento. Subimos en el ascensor, entramos y casi enseguida estábamos besándonos. Sin decirnos nada fuimos hasta el dormitorio donde, después de sacarle la ropa, ella comenzó a besarme el pecho y yo a manosearle todo su cuerpo. Ella comenzó a pajearme y cuando mi verga alcanzó un estado de rigidez comenzó a mamarla. Lo hacía muy bien. Pensé que iba a correrme en ese momento y entonces decidí prolongar más la sesión. Comencé a meterle un dedo mientras mi lengua trabajaba su clítoris y no tardó casi nada en correrse. Esta vez recibí con sumo placer sus jugos en mi boca y sin parar de comerle el coño empecé a meterle un dedo en el culo aprovechando la lubricación que me daba su sexo.
– ¡Eso no, que me vuelve loca, mi amor!
– ¿Te gusta, cariño?
– ¡Sí, me encanta!
Siguió un poco más y luego se montó sobre mí como el día anterior. La comodidad de la cama permitió que se moviera con mayor libertad. Yo sentía como mi polla recorría cada centímetro de su coño, que parecía más caliente que el día anterior. Podía sentir como mi dedo rozaba contra la verga que bombeaba en el coño.
– ¡No pares que me corro, mi amo, sigue así que me encanta!
Casi de inmediato nos corrimos los dos en un sonoro orgasmo que retumbó por todo el apartamento. Descansamos un rato hasta que empecé a jugar con mi dedo nuevamente en su ano y pronto tenía dos dedos en su culo. En ese momento ella me dijo:
– Si lo vas a hacer no tardes más. No me hagas desear más.
Y no la hice desear más. Comencé a penetrarle el culo lentamente. Le metí la cabeza y ella pegó un gritito. Esperé un poco y continué con el resto de la polla hasta tenerla toda dentro. Volví a esperar un momento y comencé a bombearla lentamente.

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Ella se quejó un par de veces y le pregunté si le dolía y si quería que se la sacara. Me dijo que si se la sacaba me mataba. Así que empecé a aumentar el ritmo de mis bombeadas, a la vez que le metía un par de dedos en su coño. Mis dedos se encontraron con un par de dedos suyos y entre los cuatro lograron que tuviera un par de orgasmos más antes de que me corriera yo. Volví a eyacular dentro de ella, solo que esta vez fue en su hermoso culo.
Desde entonces quedamos que mi comisión tendría un suplemento y sería un par de noches y de tardes como las que tuvimos…
Saludos.

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