Relato erótico
Una broma pesada, pero…
Tiene una tienda de decoración y fue a Madrid a una feria. Cuando llegó al hotel comprobó que su marido no había la reserva, y se había quedado con las tarjetas de crédito. Le había hecho una broma y seguramente estaba esperando que ella le llamara. Pero a veces las cosas ocurren por algo.
Virginia – Pamplona
En mi vida jamás pensé que de buenas a primera estaría haciendo de “señorita de compañía”. Todo se debió a una broma de mal gusto de mi marido, lo que me llevó a una serie de desafortunados sucesos en los que, muy a mi pesar, me vi envuelta.
Estaba en Madrid por mi negocio decoración. Mi marido no confirmó la reserva en el hotel, por lo que no tenía donde quedarme, ya eran las ocho de la noche y ahí estaba yo sentada en el vestíbulo del lujoso hotel, sin un euro y sin mis tarjetas de crédito, que también fue parte de la broma de mi marido.
Estaba pensando como me vengaría de lo que me había hecho, cuando un tío de unos sesenta años, cuya cara me sonaba, se me acercó. Iba muy bien vestido y sin perder tiempo me preguntó cuanto cobraba. Mi primer pensamiento fue el de mandarlo a paseo, pero como no soy del tipo de mujer que se deja llevar por el primer impulso, con una sonrisa le dije que antes de hablar de negocios, porque no me invitaba a una copa. La propuesta le gustó y mientras tanto, me puse a pensar en cómo me vengaría de mi marido
Fuimos al salón de baile del hotel con Gustavo, que así me dijo que se llamaba. Pidió dos copas y me invitó a bailar. Sonaba una música salsa, y resultó ser muy buen bailarín. Cuando la música cambió de ritmo, y me sorprendió ver como me tomaba en sus brazos y como me apretaba contra su cuerpo.
Después de unas cuantas baladas, regresamos a la mesa, donde seguimos bebiendo durante un buen rato, mientras, Gustavo me hablaba de lo poco que lo entendía su mujer, de lo recatada que era y de lo poco dispuesta a experimentar en el sexo, aun siendo ella unos veinte años más joven que él. Escuchando todas sus quejas sobre su mujer, fui sin querer obteniendo información que después me sería de mucha ayuda.
Ya eran las diez de la noche cuando Gustavo, ya cansado de bailar, pidió la cuenta y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, apenas él se levantó yo caminé a su lado hasta el ascensor. Al llegar a la habitación, mientras que él cerraba la puerta, me acordé de lo que había criticado de su mujer, que eran tan recatada que aun después de varios años de casados, en muy pocas ocasiones la llegaba a ver completamente desnuda. Antes de que él me dijera algo, entré en el baño con la excusa de refrescarme un poco, pero realmente lo que hice fue desnudarme por completo y tras darme una corta ducha, a los pocos minutos salí tal como llegué a este mundo, sin nada encima.
Por la reacción de Gustavo, me di cuenta que no esperaba verme así. Las luces estaban abiertas, por lo que, podía verme perfectamente hasta el más mínimo detalle.
De la manera más seductora que pude, me fui acercando a él, jugando con mi pelo. En cuanto estuve a su lado, lo cogí de la mano y lo llevé hacía la cama. Recordando lo que me contó de su mujer, le bajé la cremallera del pantalón.
Estaba tranquila, pero muy excitada, posiblemente las copas se me habían subido a la cabeza y en cuanto lo vi allí tumbado no lo pude evitar y le saqué la polla.
Me miraba con una cara de vicio que nunca le había visto a mi marido. Al principio solo pensaba en acariciarlo y a lo mejor, hacerle una paja, pero cuando tuve cerca de mi cara aquel trozo de carne enorme y dura me la metí en la boca, fue algo natural.
Por lo menos así lo vi y sentí yo en esos momentos. No es que me lo tragase de golpe, no. Primero comencé a pasar mi lengua, lentamente sobre la piel de su caliente y colorado glande y a medida que se lo iba lamiendo me comencé a meter por completo su polla dentro de mi boca, al tiempo que se la iba chupando sin prisa alguna.
Justo en ese instante recordé que mi marido en infinidad de ocasiones me había pedido que se lo hiciera de esa forma, pero yo tan solo me limitaba a pasarle la lengua por unos instantes y decirle que ya estaba bien, ya que apenas le había dado unas cuantas lamidas o chupadas, inevitablemente se corría dentro de mi boca y yo esperaba que en cualquier momento Gustavo hiciera lo mismo, pero no fue así, colocó sus manos sobre mi cabellera y durante un rato dirigió la mamada, sujetando mi cabeza contra su verga, mientras que yo me puse a manosear mi propio coño, como cuando era jovencita.
A medida que se la chupaba, con mis dedos yo misma me apretaba sabrosamente mi clítoris hasta que alcancé un orgasmo bestial, y él, para mi gran sorpresa, no se corrió. Después de un rato sacó su miembro de mi boca y me dijo:
– Ahora quiero algo diferente, a ver que te inventas.
La verdad es que no se me ocurría nada, como no fuera acostarme boca arriba, abrir las piernas y dejar que me lo metiese por el coño. Pero cuando ya estaba colocándome sobre la cama de la habitación, sentí que sus manos me tomaban por la cintura. Yo estaba a cuatro patas cuando después de que sus manos me agarraron por las caderas, sentí que pegaba su miembro contra mis nalgas. En ese instante me asusté ya que nunca me habían dado por el culo. Pero no fue eso lo que hizo Gustavo, no por lo menos en ese momento. Debió tomar su verga entre sus dedos y la dirigió directamente a mi húmedo y lubricado coño. El miembro de Gustavo se deslizó dentro de mi cuerpo, mi coño sentía cada milímetro de su presencia dentro de mí. Comenzó a meter y sacar lentamente su polla mientras que yo continuaba en esa posición, disfrutando de lo que me estaba haciendo. A medida que sus embates comenzaron a ser mucho más fuertes rápidos y profundos, yo movía con mayor fuerza mi culo, restregando mis nalgas contra su cuerpo.
De pronto, en medio de esa manera tan diferente de hacer sexo a la que mi marido me tiene acostumbrada, Gustavo comenzó a introducirme un dedo dentro de mi culo, al tiempo que seguía metiendo y sacando su verga de mi coño.
Pensar que me lo iba a meter por el culo, me excitó más todavía. Yo estaba como loca moviendo todo mi cuerpo, cuando nuevamente sentí que otro de sus dedos se abría paso dentro de mi ano y en esos instantes ya no me quedó duda de que sí él no se llegaba a correr dentro de los próximos minutos, esa noche sabría qué se siente que le dieran a una por el culo. Gustavo siguió metiendo y sacando su verga de mi coño, mientras me decía que yo era toda una antorcha, que deseaba metérmelo por detrás, a lo que sin vergüenza alguna le respondí:
– Todo mi culo es tuyo en esos momentos, haz lo que quieras con él.
Apenas terminé de decírselo, introdujo dos dedos dentro de mi ano y a medida que me enterraba su polla por el coño, seguía como tratando de meter completamente su mano dentro de mi culo. Yo estaba que me moría de curiosidad por saber qué se sentía, aunque el miedo al dolor siempre fue la excusa para no dejar que mi marido me lo hiciera. En esos instantes, mientras que Gustavo me hacía todo eso, mi deseo era probarlo, por lo que no sé ni cómo, le pregunté, que si deseaba darme por el culo. Su respuesta no se hizo esperar. Casi de inmediato sacó la polla de mi chocho, sacos los dedos y la dirigió a mi culito. Me dolió un poquito y apenas sentí que me la había metido por completo. Además, una de sus manos me restregaba el coño.
Gemía y gruñía como una cerda a medida que Gustavo me enterraba y sacaba su verga del culo. El placer que sentía por todo mi cuerpo era único, hacía años que no me excitaba y gozaba tanto.
Con mi marido me excito, pero nunca como en esos momentos. Tuve un orgasmo bestial en cuanto noté que se corría en mi culo. Sentí como su leche invadía mi culo. Jamás había disfrutado tanto.
Cuando acabó, se dejó caer sobre mí y saco la polla de mi culo. Entró en el baño, se ducho y salió completamente vestido y arreglado. Yo, aún estaba tumbada en la cama, completamente desnuda, sentada frente a él y con las piernas bien abiertas.
No os lo vais a creer pero me sentía rara estando así, en casa por lo general soy extremadamente pudorosa frente a mi marido. Gustavo me observó con detenimiento, mientras buscaba su cartera de la que extrajo unos cuantos billetes de cien euros, y me preguntó cómo podía volver a ponerse en contacto conmigo. No le podía dar mi teléfono móvil y mucho menos el de mi casa, por lo que lo único que se me ocurrió fue darle el numero telefónico de mi negocio, al fin y al cabo soy la única que lo atiende por lo general, cuando no es el contestador automático. Tras dejar el dinero sobre la mesa y anotar mi número, se me acercó y de manera lasciva introdujo uno de sus dedos dentro de mi coño, se lo llevó a la nariz y tras olerlo profundamente, dijo:
– Nos tenemos que volver a ver, y si quieres quédate en la habitación ya esta pagada hasta mañana a las tres de la tarde.
Cuando Gustavo se fue, vi que la cantidad de dinero que me había dejado en la mesa era mucho más de lo que yo esperaba. Contenta entré en el baño, me di otra buena ducha y expulsé de mi cuerpo lo que Gustavo había dejado momentos antes.
Recibe todos mis besos.