Relato erótico

Una alegría en mi vida

Charo
12 de febrero del 2019

Está divorciada, tiene un trabajo muy estresante y cree que precisamente ese fue el motivo de su divorcio. Como está poco en casa, decidió que sería ideal concretar una persona para que cuidara la casa, hiciera la comida etc.

Paula – Madrid
Me llamo Paula, tengo 34 años y vivo en Madrid. Estoy divorciada y no tengo hijos. Creo que la causa de mi divorcio fue el trabajo tan estresante que tengo. Me casé muy enamorada de mi marido, y creo que él de mí. Él tenía un trabajo mucho más relajado que el mío, pero no por ello sin problemas, yo aportaba más dinero y eso lo tenía acomplejado. A los dos años de casados, me dejó por una compañera de trabajo.
Mi trabajo, como digo, es muy estresante y como no tengo dificultades económicas, me planteé el contratar a una chica para que me hiciera el trabajo de casa, a pesar de lo poco que me suponía, en fin: lavar la ropa, hacerme la comida y la limpieza de un piso en el que apenas estoy. Puse una oferta en una agencia y me llovieron las chicas, pero era disparatado el precio que me exigían. Había una que sí me convenció. Era una chica filipina, entendía bien el español pero lo hablaba con mucha dificultad. Aquella chica pedía un sueldo más bajo y a cambio se quedaba interna en la casa.
Era una muchacha de 20 años, muy delgadita y yo le sacaba la cabeza. Su pelo era negro, lacio y su piel morena. Tenía unos labios sensuales, la nariz y los ojos orientales. Sonreía continua y humildemente. Comprobé que los papeles estaban en regla y firmamos el contrato de trabajo. Se puede decir que para mis 30 años me conservo bastante bien. Mi trabajo me obliga a combinar el tono serio de mis vestidos con un toque sexy que me hace triunfar entre los hombres. Estoy muy orgullosa de mi cuerpo, con tetas grandecillas pero bien puestas, cintura estrecha, barriga en su sitio, culito respingón, caderas anchas y piernas largas pero gorditas.
Evelyn se vino a trabajar esa misma tarde. Confieso que al verla se me pasaron ideas muy raras por la cabeza. Nunca he tenido a nadie de aquella manera, digamos, a mi merced. Le compré un uniforme para trabajar en casa. Era una falda por encima de la rodilla que debía acompañar con una pieza delantal que le cubría la parte delantera.
Un día fui a preguntarle por la ropa planchada el día antes, pero ella se estaba duchando. La habitación donde dormía estaba junto a la cocina y tenía anexo un pequeño baño con un plato de ducha. Entré en el baño despacio y la vi ducharse. Tenía un cuerpo delgado pero muy bien formado, sus piernas eran gorditas y algo cortas. Sus tetas eran pequeñas y pegadas a su cuerpo, su pezón oscuro y diminuto estaba rematado en una punta desafiante. Tenía una cintura estrecha y unas caderas anchas. Me descubrió mirándola.
Yo para despistar le pregunté por la ropa, pues había olvidado las llaves en la chaqueta, seguro. Ella me lo indicó y luego sonriéndome me dijo chapurreando si podía enjabonarle la espalda. Hice que no comprendía lo que me dijo y no le hice más caso. Ese día fue un día fatal en el trabajo.

Así que vine súper estresada. Nada más llegar le eché en cara que se duchara por la mañana, pudiéndolo hacer cuando yo no estaba o levantarse antes. Me miraba con humildad. Por vez primera le miré a las piernas y me di cuenta que no llevaba medias. Le pedí la cena. La cena era un plato de comida tradicional que lo rechacé casi sin probarlo. Evelyn se entristeció y yo casi me alegraba de aquello. Con razón mi marido se separó de mí. Soy insoportable a veces…
Estaba sentada en el sofá, viendo la tele y entonces me sorprendieron unas manitas delgadas que me tocaban en el hombro. Aquello era delicioso, que relax. Me entró como un sueño que me hacía olvidar de todos los problemas. Me estuvo tocando los hombros y el cuello hasta quedarme totalmente relajada. Me explicó que en su país, ella daba masajes a la gente y de ahí la experiencia que tenía. La verdad es que lo hizo muy bien.
Empecé a regañarle menos, pero me di cuenta que cada vez se tomaba más confianzas en la casa, utilizando la taza de la misma vajilla en que me servía yo el desayuno, comiendo fuera de las horas que tenía marcadas para comer. ¡Incluso a veces salía fuera de la casa los días laborables a comprarse chucherías al kiosco de la esquina! Yo no sé si esta actitud le venía de que le regañaba menos o de mi actitud hacia sus masajes. En efecto. Evelyn comenzó a hacerme los masajes todos los días.
Al poco tiempo, me convenció de que lo mejor era que yo me tumbara sobre la cama mientras ella me daba golpecitos rítmicos con el canto de la mano y me apretaba los hombros y el cuello. Pronto me convenció de que era mejor hacerlo sin la camisa puesta. Poco a poco me fui convenciendo de que era una experta haciendo masajes, así que no puse objeciones cuando se sentó sobre mí para hacerme los masajes sobre la espalda. ¡Qué poquito pesaba! Sus manos se deslizaban por mi espalda, cada día un poco más lejos de la espina dorsal y más cerca de mis senos. No le daba importancia, como tampoco le daba importancia a que comenzara a relajarme pasando sus labios por mi espina dorsal. Era realmente relajante. Evelyn comenzó a desvestirse y vestirse delante de mí sin pudor. Se quitaba el uniforme para ponerse una bata cuando me recogía la cena, para darme los masajes. Aquella batita dejaba al descubierto sus muslos y un escote que le llegaba al ombligo, entre sus dos tetitas planas. Comenzó a darme los masajes de aquella manera. Yo sentía el calor de su entrepierna en mi zona lumbar. Luego sentía la textura de la bata sobre mi espalda mientras me lamía la columna y me mordisqueaba el cuello, a la par que sus manos acariciaban mis costados, rozando la parte mas exterior de mis senos.

Cuando empezó a hacerme aquello, sentía una extraña excitación. Mi sexo comenzó a sentir el peso de la sangre acumulada, y Evelyn, experta en este tipo de asuntos debió de notarlo, porque a partir de ese momento los acontecimientos empezaron a precipitarse. Un día, Evelyn, después de la cena, vino como siempre con su mini bata. Me llevó a la cama. Yo había tenido un día muy jodido en el trabajo y esperaba sus masajes con desesperación. Tumbada en la cama, volví la espalda hacia un lado y pude ver que Evelyn se había quitado la bata y solamente estaba en bragas ¡eran mías! Le recriminé con dureza que tuviera puestas esas bragas que me habían costado muy caras. Evelyn miró hacia abajo dubitativa, yo seguí regañándola y diciéndole lo disgustada que estaba con ella.
Evelyn estaba a punto de llorar, pero en lugar de eso, se recompuso y me pidió que la esperara. Vino con unas de sus bragas, eran unas bragas baratas, sin ningún atractivo. Se puso la bata y comenzó a darme masajes. Comenzó como siempre con los golpecitos y los amasamientos de músculos. Luego su lengua comenzó a lamerme la columna y los hombros. Sentí como me agarraba de los brazos y entonces en lugar de sentir la bata, sentí sobre mi espalda el tacto cálido, blando y suave de sus pequeños senos, mientras sus besos se convertían en bocaditos en el cuello. Intenté deshacerme de ella, pero me fue imposible. Mientras más me movía mayor era el roce de mi espalda contra sus senos. Yo le pedía que me soltara, mi conejo estaba mojándose por momento y Evelyn lo sabía.
Entonces me dijo a su manera que me dejara llevar pero me negué en rotundo y conseguí apartarla de mí. Evelyn se levantó contrariada y abandonó la cama cabizbaja, yo me quedé así de caliente. Esa noche no pude conciliar el sueño hasta que me masturbé tras acariciarme durante un largo rato, imaginando la escena de hacía unas horas. Me masturbé en un plan tan salvaje que la cama de matrimonio se movía y todo de la manera en que mi cuerpo se convulsionaba por las caricias que mis dedos le prodigaban aquí y allí. He de confesar que la costumbre de masturbarme la había perdido ya, hasta que Evelyn comenzó a lamerme la espalda, pero nunca hasta ese día lo había relacionado con ella.
Desde ese día, Evelyn no volvió a darme masajes. Tenía una actitud algo rencorosa conmigo. Yo estaba llena de orgullo y me iba a la cama sin decirle nada, aunque me quedaba esperando que ella apareciera de un momento a otro para continuar esa historia que habíamos dejado interrumpida. Pasaron dos semanas en que empecé a volver a tratar a Evelyn de una manera injusta y despótica, a pesar de su excelente comportamiento en la casa. Su paciencia rebosó un fin de semana. Ella tenía derecho a unos descansos dominicales de medio día.

Nunca los había tomado, pero la pobre, en vista de mi actitud, lo pensó tomar. Yo se lo recriminé, no lo pudo resistir más y se fue a su habitación llorando. Se encerró durante toda la tarde y al final me conmovió.
– Evelyn, no llores cielo… Es que estoy muy estresada. Lo siento. Abre y perdóname, por favor – le dije.
No tardó en abrir la puerta con lágrimas en los ojos, la abracé y la quise besar en la mejilla. Nuestras bocas se rozaron levemente, mis pezones se erizaron. Le confesé que necesitaba uno de sus masajes y comenzó a trabajar, mientras yo la observaba de reojo. Apenas si intercambiamos palabras, yo intentaba romper el hielo. Me preparó la cena y consentí en que comiera a mi lado. Ella seguía callada a pesar de todo. Me preparé para dormir, no obstante, esperé un rato para ver si venía a hacerme los masajes. No vino. Me desnudé, quedándome solo con las bragas puestas, pues hacía mucho calor.
Me despertó la luz de mi cuarto que se había encendido. Lo primero que vi fue a Evelyn, delante mía, desnuda totalmente. Me miraba con una mirada maliciosa. Pronto me di cuenta que mis manos estaban atadas las dos juntas, al cabecero de la cama. Me hizo darme la vuelta, se sentó sobre mí y comenzó a menear sus tetas en mi espalda. Sus manos manoseaban mis nalgas, a las que previamente había liberado bajándome las bragas. Me movía las nalgas de arriba abajo y las separaba. Me daba bocados en el cuello, los hombros y me devoraba el lóbulo de la oreja. Yo insistía en que me dejara libre. Me ordenó que me diera la vuelta, lo que hice con dificultad, por estar ella entre medio. Se colocó de rodillas entre mis piernas y se abalanzó sobre mí, comiéndome la boca primera, mientras amasaba y pellizcaba mis senos. Luego comenzó a comerme los pezones, alternando un ritmo suave de lametones, con una agresividad medida de mordisquitos. A estas alturas ya tenía las bragas súper mojadas.
Evelyn debió de sentir mi humedad al clavar su rodilla en mi conejo, mientras restregaba sus tetitas contra mis pechos. Nuestros pezones tropezaban y se excitaban mutuamente. Sus manos me cogían de las caderas y oprimían mi sexo contra su pierna y no paró hasta que comencé a frotarme yo mismo contra ella. Sentía un calor en el vientre que me subía por la cabeza y me bajaba hacia la vagina. Me abandoné a Evelyn y a mi propio orgasmo. Le pedí que me soltara. Yo creí que todo había acabado ya, pero me equivocaba.
Se puso sobre mi vientre, de forma que sus piernas colgaban a ambos costados. Sentí el suave pelo de su sexo sobre mi ombligo y su humedad. Me hacía prometerle que no la amenazaría nunca más. No le contesté y volvió a repetir su pregunta. Tras esperar mi respuesta giró la cara. Me sentí humillada como había pretendido humillarla tantas veces.
– Jamás volveré a amenazarte – le contesté.
Entonces se abalanzó sobre mi cara y me dio un beso largo y me penetró con la lengua, mientras me mordía con sus labios. Comenzó a bajar por mi cuerpo, besando mis tetas, mis pezones, mientras sus manos no se separaban de mis tetas y mis pezones, me besó las costillas, el ombligo, la ingle y al final, sus labios me mordieron el clítoris y estiraron de él como queriéndolo arrancar.

Mi chocho comenzó de nuevo a funcionar. Su lengua lamió la raja de arriba abajo y comenzó a golpearme el chocho. Intentaba profundizar en mi interior, para lo cual se ayudaba ahora de sus manos, que separaban los labios del coño y aprisionaban mi botón entre sus dedos. Tenía fuego en mis pezones y en el clítoris.
Sentía con temor la presencia de un dedo travieso en mi nalga. Mi excitación iba en aumento. Comenzaba a balancearme rítmicamente de nuevo. El dedo se acercaba por la parte baja de la nalga hacia el oscuro agujero. ¿Será capaz? ¿Lo hará? Descubrirlo me provocó el segundo orgasmo mientras aquel dedo me hacía cosquillas entre las dos nalgas buscando el calor de mi ano. Le pedía por favor que me dejara descansar y me soltara pero no me hizo caso. Evelyn fue subiendo a gatas por mi cuerpo y de repente se sentó de rodillas sobre mi cara. Yo tenía su coño en mi boca, no sabía que hacer. Me agarró la cabeza con las dos manos y comenzó a moverla y moverse ella como más placer le producía. Su sexo estaba mojado y podía oler su fragancia deliciosa.
Pronto me di cuenta de cuál era su clítoris y lo lamía y besaba continuamente. Desde abajo, sus tetas parecían algo más grandes. Sus pezones destacaban como una cereza negra. Deseé tocarlos, pero no podía desatarme. La violencia de sus movimientos me comunicaba la cercanía del orgasmo. Me cogía cada vez más fuerte de los pelos y sus jugos se esparcían por toda mi barbilla y mi boca. Se desplomó hacia atrás, cayendo sobre mis senos y entre mis piernas. Yo pensaba que esto había acabado ya, entre otras cosas por que nunca había tenido antes más de dos orgasmos seguidos, me equivoqué.
Se levantó y me dijo que esperara unos minutos, así atada, reflexionando y llegando a la conclusión de que aquello me gustaba. Vino entonces con algo escondido en la mano. Se sentó a los pies de la cama y comenzó a lamerme y comerme cada dedo de los pies. Luego, metió una pierna entre mis dos piernas y fue aproximándose a mí, con una pierna mía colgada sobre mi hombro, hasta que ambos conejos entraron en contacto, nuestros pelos se rozaban, nuestros sexos se mojaban mutuamente. Evelyn comenzó de nuevo a menearse cíclicamente contra mí, y yo me dejé llevar por la inercia. Sentí un piececito diminuto posarse sobre mi pecho y luego buscar mi boca, así que yo también le lamí los dedos de los pies.
Cuando estábamos metidas en faena, entonces Evelyn sacó el objeto que había traído y no había conseguido descubrir que era. Era una zanahoria bastante larga, la colocó entre las dos, metiéndosela primero ella y luego yo. Me sostuvo de tal manera con sus piernas, que la otra punta entró en mí. Hacía año y medio que no me entraba nada y fue un consuelo aquello.

Comenzamos a movernos como locas, la una contra la otra, lo que una dejaba en la retirada, le entraba a la otra en la avanzada. Pronto nos volvimos a correr, esta vez la una contra la otra y permanecimos así un largo tiempo.
Desde esa noche, Evelyn duerme conmigo. En el trabajo me va mejor, creo que el no mojar contribuía a que me tomara las cosas en el trabajo de tal manera que me producía un gran estrés. Cuando llego a casa, descanso, y luego Evelyn me entrega el uniforme y ella se pone la bata. Me acerco a ella, que está sentada en el sillón y ella abre las piernas para ofrecerme su tierno conejito. Después de comérmelo, dejo que ella haga conmigo lo que quiera…
Saludos para todos

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