Relato erótico
Un trío por una infidelidad
Tuvieron un pequeño enfado y el sexo se enfrió. Cuando hicieron las paces y mientras estaban echando un polvo, su mujer le confesó que mientras estaban enfadados se había liado con un antiguo profesor. Solo había sido una vez pero…
Jorge – Murcia
Tengo 43 años y mi mujer 42. Nos conocemos desde muy jóvenes y siempre nos entendimos a las mil maravillas en la cama. En general, salvo los “bajones” propios de todo matrimonio, llevábamos una relación muy feliz.
En una ocasión tuvimos un enfado y nuestras relaciones, incluidas las sexuales, se enfriaron hasta que vino la reconciliación, que terminó en una tremenda revolcada en la cama. Ahí, ensartada, me confesó que conforme pasaba el tiempo y yo no me la follaba, se había sentido cada vez más caliente hasta que buscó a un antiguo maestro, que ya la había hecho suya una vez.
En vez de enfadarme me excité muchísimo mientras me iba contando, a petición mía y con todo lujo de detalles, como ese otro hombre se le había follado. Ella se dio cuenta de mi reacción al notar como mi polla crecía aún más en sus entrañas y decidió contarme todas las aventuras que había tenido.
Ese fin de semana quedé con el “pájaro” dolorido de tanto follar, ya que solo parábamos un poco para comer y descansar.
Yo también le conté todo lo que recordaba en ese momento y sentí que nos conocimos más, nos aceptamos como éramos, nos sentíamos en completa libertad, quedamos muy satisfechos y nuestra relación se hizo más fuerte, por lo que me pareció algo muy bueno y sentí que la vida era muy bella.
Desde entonces fantaseábamos en torno a la participación de hombres y mujeres en nuestras relaciones y aunque en los instantes de mayor excitación ella se mostraba dispuesta, cuando yo le proponía pasar a los hechos se resistía.
No obstante me parecía tan puta la forma en que se había entregado a su ex maestro, que ardía yo por verla emputecida en brazos de otro, de modo que poco a poco la fui convenciendo, llevándole películas y revistas, y haciéndola imaginarse lo que podríamos hacer tres en la cama, hasta que finalmente estuvo de acuerdo en intentarlo.
Puse un anuncio en la revista, seleccioné a uno de quienes lo contestaron y fui a conocerlo para saber cómo era, si podría adaptarse a nosotros y si le gustaría a mi mujer. Después de hablar un buen rato con él, le pregunté de qué tamaño tenía el miembro ya que ella quedó fascinada con el pito de su ex maestro, que es más grande que el mío. El me dijo que era de tamaño regular e insistió en que fuésemos a verla. Excitado por la con- versación acepté y lo llevé a casa, explicándole a ella que él era la persona de quien le había comentado. Se puso un tanto nerviosa y se sonrojó, y lo hizo más aún cuando le dije que ya le había preguntado de que de qué tamaño lo tenía.
Alejandro, que se portó muy correctamente, le dijo entonces que tenía una polla de regular tamaño y que le agradaría mostrárselo en ese momento para que lo conociera, ya que ella, que es muy guapa, le había gustado mucho. Montamos una cita para el siguiente fin de semana.
Llegado el día, ella se vistió con una fina blusa, una amplia minifalda y unos zapatos de tacón comprados exclusivamente para ese día. Se maquilló cuidadosamente y decidió no ponerse nada debajo de la blusa para que todo estuviera más al alcance de la mano.
Alejandro llegó y todos estábamos un poco nerviosos, luego lo hice sentar junto a nosotros, tomé su brazo y lo puse sobre los hombros de mi mujer, a quien empecé a acariciarle una teta. Ella se excitó y se giró para besarlo apasionadamente en la boca. Sentí un vuelco en el corazón, en parte de celos y en parte de excitación, al ver la entrega que ponía en aquel beso. Como el hielo no acababa de romperse del todo, ella tomó la iniciativa y le dijo:
El otro día querías enseñarme algo, muéstramelo ahora.
Alejandro se levantó y se quitó toda la ropa, a excepción del calzoncillo.
– Aquí está, tómalo – le dijo al
tiempo que acercaba la cadera al rostro de mi mujer.
Ella cogió el borde superior de la prenda y lo bajó poniendo ante nuestra mirada la verga de Alejandro, más corta y delgada que la mía, pero con una gran cabezota curvada hacia un lado.
Fue un momento de gran excitación. Ella cogió la verga y con sus dedos la recorrió suavemente, acariciando también los huevos, luego él terminó de quitarse los calzones, la tomó de la mano y la puso en pie. Así se abrazaron como si estuvieran bailando. Ella se aferró a su cuello y le besó largamente, mientras él le levantaba la falda y se apropiaba de sus nalgas para masajearlas por arriba y por debajo de la braga, a la vez que pegaba su polla contra el vientre femenino.
Después le quitó la blusa, le besó brevemente las tetas y la hizo sentar de nuevo, se agachó, le levantó las piernas por los tobillos y le quitó las bragas. Entonces ella se giró hacia mí, me dio un largo beso
Y ordenó:
– ¡Desnúdate!
Rápidamente me quité toda la ropa y les propuse que pasáramos a la habitación, dejando toda la ropa ahí, tirada en el piso. Primero me fui al lavabo y cuando regresé me sorprendió ver a mi esposa situada detrás de él, abrazándolo por la cintura con una mano y manipulando su verga con la otra, mientras restregaba su pubis contra las nalgas del macho y le decía algo al oído.
Otra vez sentí algo contradictorio: una punzada de celos y por otra parte un aguijonazo de excitación. En ese momento también sentí que algo mojaba mi pierna y vi que de la punta de mi verga, gruesa y cabezona, goteaba lubricante presta a entrar en acción. Nunca me había goteado así.
Alejandro se volvió hacia mi mujer y le dijo:
– Ahora vamos a hacer realidad tus fantasías, arrodíllate.
Él cogió mi polla y la acercó a la boca de mi mujer, lo mismo que hizo con la suya. Ella tomó nuestras vergas en sus manos y las besó suavemente, sin mamarlas. Alejandro se retiró y se sentó apoyado en la pared, con las piernas abiertas y con una mano en la nuca de ella la atrajo hacia sí y ordenó;
– ¡Mámamela!
Mi esposa, con el culo levantado y el rostro casi pegado al colchón, dudó un poco pero al final tomó la verga con la mano derecha y se la metió a su boca, pero para retirarla casi de inmediato.
– Sabe muy salada – dijo.
– Pues me acabo de bañar – contestó él – Pero si quieres me lavo otra vez.
– No – añadió ella – Voy a ser tuya así – y se la volvió a meter.
Nuevamente me sorprendí porque ella empezó a mamarlo con tal fruición y ansiedad que parecía que era la primera vez que tocaba a un hombre. Estaba en éxtasis, con los ojos cerrados, recorriendo el tronco con su lengua, chupando y comiéndose sus jugos, para después hundírselo hasta el fondo de la garganta y nuevamente sacárselo para pasárselo por todo el rostro y luego hundir éste entre los pelos de aquel hombre que prácticamente acababa de conocer, acariciando con sus labios los huevos.
Después se acostó boca arriba entre las piernas de él, que estaba hincado, y durante largo rato volvió a dedicarse a los huevos para luego hurgar con su lengua entre las nalgas de él hasta alcanzar el ano.
Ya no sentí celos, sino sólo un profundo arrebato.
-Qué hermosa eres, qué bella te ves, le dije.
Por toda respuesta ella le pidió:
-¡Fóllame!
Él se quedó donde estaba y le dijo:
-Ponme un condón.
Mi mujer tomó un sobre, lo abrió, y con una delicadeza que me volvió loco, le puso el preservativo; luego se acostó
boca arriba, acomodándose para que él
-que no se había
movido- quedara entre sus piernas.
Ante sus evidentes intenciones le pregunté
-¿Quieres que te folle Alejandro?
-Sí, respondió ella.
Yo, para ver su golferio, insistí
-¿De veras quieres que te la meta ahora?
-Sí, -dijo ella- e impaciente flexionó las piernas alrededor de la cintura de él para atraerlo hacia sí.
Él, por supuesto, no se hizo de rogar, le puso el pito entre
las piernas e hizo tal
movimiento de nalgas, empujando con
fuerza y girándolas
con tanta energía,
que inmediatamente
le arrancó un grito
de placer, luego de
lo cual mi mujer levantó las piernas y las abrió lo más que pudo a fin de que aquella verga recién conocida le entrara lo más posible y los huevos le tocaran el ano.
Yo estaba cada vez más excitado y di vueltas alrededor del colchón, me puse de pie y me agaché para observar desde todos los ángulos posibles cómo el cabrón agarraba un ritmo bárbaro entrando y saliendo del chocho de mi mujer, mientras ella lo besaba, le acariciaba las nalgas y el cabello, abriendo a veces los ojos cuando él le llegaba hasta el fondo y otras cerrándolos mientras gritaba y sollozaba como nunca lo había hecho conmigo.
Yo estaba fuera de mí. Escuchar sus sollozos, ver sus pelos enredados con los de él, ver cómo se entre- lazaban sus lenguas y cómo escurrían los jugos de ella empapando los huevos de aquel cabrón que estaba dándose gusto con mi mujer prestada en mi colchón, me puso al borde de correrme.
Yo también quería saborear aquel culo, besar aquella boca; pero cuando les dije que me tocaba, ella sólo dijo:
-¡No! ¡No!. ¡Déjalo! ¡Deja que me folle!
Él aumentaba el ritmo, acunándose entre las piernas de ella, hasta que casi al mismo tiempo empezaron a gritar y ella lo agarraba de las nalgas y luego se abría de piernas todo lo que podía en una desenfrenada exhibición de calentura y que me hizo muy feliz.
Terminados los gritos, ambos se quedaron quietos, muy tranquilos; él sudoroso y ella besándolo en la boca como una colegiala. Luego ella me dijo:
– Te toca,
Alejandro se retiró de su entrepierna, me atrajo hacia sí.
Yo tenía el cipote hinchadísimo, pero ella estaba tan mojada que entró con mucha facilidad.
-Cabrona, no te lo querías quitar de encima, le dije.
-Para eso lo trajiste, me contestó.
No pude aguantar más y le solté la leche en medio de mis gritos, mientras ella me acariciaba el pelo como a un niño pequeño.
Una vez repuestos nos acercamos a Alejandro que se había acostado a un lado. Ella se colocó en medio de ambos y él le pasó el brazo por los hombros. Estuvimos hablando un rato hasta que ella estiró la mano y le agarró la polla, que estaba flácida.
Lo empezó a acariciar y a besarle el cuello y las tetillas, luego se acomodó para pajearle la polla y acariciarle el culo con la otra, hasta que se le puso dura, después bajo hasta los huevos y se la chupo como una loca, hasta que Alejandro dijo:
-Me corro, me corro…
Ella sacó la verga de su boca y apartó la cara para ver como la polla de su amante escupía leche.
Esa fue la primera vez que montamos un trío. Luego tuvimos otras experiencias y a cada follada yo me sentía más feliz y lleno de vida; más enamorado y con más proyectos.
Después, por diversas razones, tuvimos algunos años muy difíciles pero ahora estamos saliendo de nuevo adelante.
Un beso para todos.