Relato erótico

Un regalo con morbo

Charo
11 de septiembre del 2020

No era la primera vez que iban a un club de intercambio y aquel año, para su cumpleaños, su marido le dijo que podían a celebrarlo allí. Le pareció una buena idea. Sería un cumpleaños diferente.

Sandra – Sevilla

Esto ocurrió hace ya algunos años. El día de nuestro aniversario, Álvaro y yo decidimos ir a celebrarlo a un local de intercambio que en ocasiones frecuentábamos para añadir algo de variedad a nuestra vida sexual. Aquella noche, en el coche, camino al restaurante, comenzamos la velada.
– Sandra cariño, creo que esta noche vas a disfrutar como nunca lo has hecho hasta ahora.
– ¿Qué me tienes preparado esta vez? Después de lo del parador, no sé si fiarme de ti -le contesté.
– Ya verás, es una sorpresa.
Después de cenar, nos acercamos dando un paseo hasta el “pub”. Llegamos alrededor de las doce, el local es un sótano, en él hay muchas mesas iluminadas con velas, un escenario enfrente y una barra a la entrada. Álvaro y yo nos dirigimos hacia ella y le pedimos un par de Gin-tonics al camarero. Estaba bastante concurrido, habría 7 u 8 parejas, y unos cuantos hombres solos. Conforme cruzamos la puerta me sentí el centro de atención. Gracias al ejercicio me conservo muy bien, tengo un cuerpo magnífico y un cabello fino y sedoso que suelo llevar teñido de rubio o pelirrojo. La verdad, es que estaba cachonda, mis pezones se marcaban como dos balas afiladas bajo la fina tela de mi vestido y mi chocho se había puesto a plena producción, expulsando una humedad incipiente. Aquella noche llevaba puesto un vestido de una sola pieza, color blanco que resaltaba el color tostado que había tomado mi piel.
Se trataba de un vestido corto, ajustado a mi cuerpo, que me permitía lucir un más que generoso escote, con la espalda descubierta y una apertura en el muslo. El vestido era muy entallado, así que había tenido que renunciar al sujetador para poder embutir mis pechos. Debajo, por supuesto, para no desentonar, no llevaba braguitas y aquel conjunto hacía las delicias del público del local. Álvaro y yo estuvimos un ratito tomándonos nuestra copa acodados en la barra, examinando al resto de los parroquianos. Al cabo de un rato, llegó un grupo de mujeres que parecían conocer a todo el mundo. En un momento dado, mi marido me comentó divertido apuntando al otro extremo de la barra:
– ¡Mira, el chulo del bar!
Me preguntó si me gustaba. Se trataba de un hombre de unos treinta y pocos años, era el típico tío que se cree un regalo de Dios para las mujeres y que te mira con aires de suficiencia. Sin embargo, aquella noche a mí me parecía que estaba para comérselo y ya le había echado el ojo hacía un buen rato, así que fui sincera y le respondí que sí. Álvaro se encaminó hacia él, se presentó y ambos se pusieron a charlar animadamente mientras me miraban, así que ya supuse cual iba a ser mi regalo esa noche: un trío con otro hombre. Aunque no era ninguna sorpresa, ya había participado en algunos. Así es como me inició Álvaro en la vida de las parejas liberales. En esta ocasión, al imaginar la fiesta que nos íbamos a montar entre los tres, me puse muy cachonda. Transcurridos unos minutos, ambos se dirigieron hacia mí. Álvaro me presentó a Miguel, era alto, moreno, su cuerpo era perfecto, como esculpido por la mano de un artista, sus ojos color miel me miraban con picardía.

Nos saludamos con dos besos y nos encaminamos los tres hacia la zona de reservados. De camino al lugar, nuestro nuevo amigo ya me había puesto la mano en el culo y apretado con fuerza. Debía estar evaluando la mercancía que iba a disfrutar. Cuando entramos al reservado nos sentamos en la cama, yo me situé en el centro y cada uno de ellos a un lado. Para romper el hielo empezamos a preguntarnos acerca de naderías, sobre el trabajo y cosas triviales mientras ellos, iban acariciando mis muslos y yo los de ellos, hasta que mi marido se levantó y dijo:
– ¡Hasta ahora! Voy a ver si consigo una botella de cava y vuelvo enseguida.
Tras decir eso, salió del privado y nos dejó solos a Miguel y a mí.
– ¿Qué hacemos? ¿Le esperamos? -dijo Miguel.
– ¿Para qué vamos a perder más tiempo? Yo no sé tú, pero yo estoy tan caliente y cachonda que me hierve la entrepierna -repuse.
Antes de que acabase tan poética frase, él ya se había lanzado a devorar mi cuello como un vampiro hambriento. Nos pusimos de pie y empezó a acariciarme todo el cuerpo, mientras yo iba frotando su miembro, rígido como una columna de acero. Él retiró los tirantes de mi vestido y éste cayó al suelo en un suspiro. Me quedé completamente desnuda frente a él. Miguel empezó a acariciarme los pechos mordisqueando de vez en cuando mis pezones. Sus manos no paraban de recorrer cada centímetro de mi cuerpo, introduciendo de vez en cuando alguno de sus dedos en mi vagina empapada.
– Mis dedos se resbalan en tanta miel, nunca había tocado un coñito tan mojado -me dijo al oído.
Yo llevé las manos hacia atrás para acariciar su cuello y levantar al mismo tiempo mis pechos ávidos de caricias. Él continuó deambulando con su lengua por todo mi ser, deteniéndose en mis senos, en mi entrepierna, parecía un perro rastrero registrando a su captura. De pie, desnuda frente a él, le dirigí hacia mi felpudo. Él, ágil de mente, lo captó rápidamente y se arrodilló delante de mí como un penitente. Casi no me dio tiempo a separar las piernas cuando me lo encontré devorándome el conejito como si se tratara de la última cena de un condenado a muerte. Para facilitar la labor separé mis labios, entonces, una vez que todo estuvo bien a la vista, su lengua comenzó a trabajar con facilidad. Se separó por un momento y recorrió con un dedo la franja de vello y haciendo la curva hacia adentro de mis labios mayores para encontrar el mojado y duro botón de mi clítoris. Resbaló en su humedad mientras abría aún más las piernas para darle un mejor acceso, me dio la vuelta y recorrió mi columna vertebral en todo su largo, introdujo sus dedos y su lengua en mi coño y en mi ano.
Yo me retorcía de placer, cuando él percibía que mi respiración se iba acelerando e iba a llegar al clímax, se retiraba unos segundos y luego volvía a retomar su trabajo. Aproveché una de estas paradas para encararme a él nuevamente. Mis manos desabrocharon ávidas de sensaciones sus pantalones, el cinturón y todos los botones. Introduje la mano dentro y su polla saltó como un resorte. La tomé con la mano, acariciándola, sopesando, notando el flujo que salía por la punta del glande y que me mojaba la mano, haciendo más fácil resbalar sobre ella. La agarré con fuerza y empecé un suave movimiento de subida y bajada descapullándola por completo. Me puse de rodillas y dejé que sintiera mi aliento sobre su glande de engullirla entera de un solo bocado. Empecé a chupársela como si de un caramelo se tratara, entrando y saliendo de mi boca mientras con una mano masturbaba el grueso tronco que sobresalía de la O que formaban mis labios.

De vez en cuando, la sacaba de mi boca y me dedicaba a masturbarlo frente a mi cara, acariciando tan solo su capullo con mi lengua. Miguel gemía y gemía y yo solo esperaba que vaciara sus pelotas en mi garganta. Estuvimos así unos minutos, hasta que mi marido entró en la habitación con la botella de cava en la mano y acompañado de otro hombre. Álvaro sonrió al ver mi expresión de loba hambrienta mientras gozaba de la tranca de Miguel.
– ¡Vaya veo que ya has destapado tu regalo! A ver qué sabes hacer con tres pollas para ti sola. Esta vez no estarás atada, tendrás que inventar -dijo mi marido.
La sola idea poder disfrutar de tres pollas para mí sola, casi hizo que llegara mi primer orgasmo. Álvaro adivinó en mi cara de viciosa que aquel regalo me había encantado de veras. Sin sacarme el caramelo que ya tenía en la boca, con un gesto les indiqué a mi marido y al otro hombre que se acercaran. El otro era castaño, increíblemente alto, aunque de aspecto bastante anodino, nada del otro mundo. Cuando llegaron los dos a mi altura, me saqué el caramelo de la boca y empecé a acariciar el paquete de ambos, notaba como los bultos se iban haciendo cada vez más y más grandes, parecía que fueran a reventar los pantalones. En un abrir y cerrar de ojos ya estaban los tres desnudos, apuntando con sus vergas hacia mi cara.
Me acerqué a ellos de rodillas y me rodearon, la primera que me metí en la boca fue la del chico nuevo, él con sus manos acompañaba el movimiento de mi cabeza y yo, mientras, en cada mano tenía otra herramienta, masturbándolas con mucha tranquilidad, iba pasando de polla en polla, mientras masturbaba las otras dos, a veces cogía dos y me las intentaba meter a la vez en la boca, pasaba la lengua por sus brillantes capullos. Estuvimos así un rato hasta que mi marido tomó la iniciativa y se puso a mi espalda, colocándome a cuatro patas sobre el suelo y ensartándome de un solo empujón. Ahí fue cuando llegué al primer orgasmo que me recorrió toda la espalda, me sentía muy puta, mientras mi marido me follaba y yo chupaba las otras pollas, pasando de una a otra con solo girar la cabeza. Y sentirme así, me encantaba. Luego Miguel se tumbó en el suelo boca arriba, me acerqué a él y me fui acomodando poco a poco.
Noté su punta en la entrada vaginal y como se abría camino dentro de mí hasta tocarme la pared de la matriz. Empecé a trotar sobre sus huevos, su polla entraba y salía, salpicando y chapoteando en mi coño. Me la metí hasta el fondo con cuidado, notando como se curvaba para tomar la forma de mi vagina y comencé a mover las caderas. Al cabo de un rato el otro chico se puso a mi espalda, se arrodilló detrás de mí. Yo tenía los ojos cerrados y por eso no me di cuenta de su maniobra. El muchacho, con cuidado, apoyó su prepucio en mi ojete. Miguel, al darse cuenta de lo que pretendía, detuvo momentáneamente sus embestidas. El otro, de una manera casi sádica, comenzó a empujar su polla, notaba como mi ano gemía, como si se rasgara un trozo de tela. Con la sorpresa, abrí los ojos y me quedé boqueando, casi sin aire.
Sin embargo, después del sobresalto inicial que me había cogido desprevenida, no le costó ningún esfuerzo enterrármela toda y empezar a empujar, ya que estoy bastante acostumbrada a que los hombres me la metan por detrás, y no tan solo en un sentido figurado. El chico llevaba el ritmo y Miguel y yo nos dejábamos llevar. Álvaro, de pie frente a mí, puso su polla entre mis labios para que se la chupara. Poco aguantó hasta correrse mi marido.
– Mirad lo que tenéis que hacerle, esto a la muy guarra le encanta -dijo.
Sacó su polla de mi boca y empezó a masturbarse frente a mi cara, yo abrí la boca y saqué la lengua para esperar el cálido líquido que me aguardaba.

El primer chorro de leche me dio en toda la mejilla y con él mi segundo orgasmo, los siguientes chorros ya fueron a parar a mi boca, y empecé a jugar con la leche antes de tragármela y seguí succionando la polla de mi marido, hasta sacarle la última gota de semen, después de haberlo dejado seco, se sentó en la cama, pero por lo visto el chico nuevo había aprendido bien la lección y breves instantes después la sacó de mi culo y vino corriendo para soltarme su leche en toda la cara. No tenía buena puntería y no atinaba dentro de mi boca, así que a cada nuevo chorro que salía, yo pasaba mi lengua por mi cara para tragarme toda la leche que podía, y si no llegaba, con un dedo la acercaba hacia mi boca. Cuando acabó de correrse, se sentó junto a mi marido y entonces me dediqué plenamente a Miguel. Yo trotaba sobre él, cada vez más rápido, el sudor de mi cuerpo se mezclaba con el suyo, no dejábamos de jadear, hasta que noté como una segunda polla estaba intentando entrar poquito a poco en mi coño.
Dejé de trotar sobre Miguel para facilitarle las cosas a la otra polla. Una vez dentro las dos pollas, empezamos a movernos muy lentamente los tres y llegué a mi tercer orgasmo. Luego apareció frente a mí el otro chico, abrí la boca y me la metió hasta la garganta de un solo envite, la apreté fuerte con mis labios para no dejarla salir, con una mano acariciaba sus huevos y masturbaba el tronco de detrás. Poco tardé en notar como su leche volvía a manar directamente en mi garganta, succioné la poca leche que le quedaba y no dejé que sacara la polla de mi boca hasta haberla dejado bien seca. Tras haberlo dejado exhausto se retiró y se tumbó en la cama. Durante ese tiempo no dejé de estar ensartada por los otros dos. Mi marido la sacó al poco rato y me la metió en el culo, que ya estaba bien cedido. Tras unas pocas envestidas sentí como su cálido semen invadía mi interior.
Tras correrse la sacó y me la acercó a la boca para que limpiara los últimos restos de leche que quedaban en ella, mientras notaba como su leche empezaba a resbalárseme por los muslos. De nuevo nos quedamos Miguel y yo solos, y esta vez no estaba dispuesta a quedarme sin su leche, intentaba trotar rápido sobre su miembro, pero era incapaz, ya estaba agotada. Al notar que yo apenas me movía, Miguel se levantó y me ayudo a levantarme, me tumbó en la cama boca arriba y me dijo:
– Ahora descansa, ya me ocuparé yo de hacer todo el trabajo.
Se colocó de pie frente a la cama, me cogió por la cintura y me arrastró hasta el borde de la cama, separó mis muslos y colocó cada uno al lado de su cintura, cogió su miembro con la mano y empezó a acariciarlo sobre mi vulva, hasta que la metió de golpe, luego la sacó y la acercó a mi culo, que ya estaba bien abierto y lubricado, y también me embistió, y la volvió a sacar, iba pasando de un agujero a otro, hasta que se quedó en mi coño, entraba y salía con fuerza, notaba como sus huevos chocaban contra mis nalgas, daba grititos de placer, hasta que no aguante más y me corrí por cuarta vez. Al notar que me corría la sacó y se sentó en mi estómago, colocando su miembro entre mis pechos, apreté mis tetas contra su polla y empezó a follármelas, yo encorvaba el cuello y lamía su capullo cada vez que sobresalía de ellas.

– Así, así, chúpamela bien -decía.
– Quiero que me llenes la boca con tu leche -contesté.
El primer chorro salió con tanta fuerza que se me metió por la nariz, el siguiente entre el cuello y los pechos. Yo estaba ansiosa porque descargara aquel manjar en mi boca y al fin llegó. Acercó su polla a mi cara, la leche no paraba de manar, me cubrió la cara y llenó mi boca, no daba abasto para tragar tanta leche, aquello parecía que no tenía fin. Al final acabó y relamí cada gota de semen que quedaba por mi cuerpo. Miguel y el otro chico se vistieron y se fueron, y mi marido y yo nos quedamos un rato hasta que recuperé las fuerzas. Me vestí, mi marido y yo nos dimos un gran beso y le susurrándole al oído le dije:
– Esto tenemos que volver a repetirlo cuanto antes…
Besos para todos.

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