Relato erótico
Un poco un zorrona
Quiere mucho a su marido, pero antes de casarse, le puso cuernos. No se arrepiente y además, sigue poniéndose cachonda cuando lo recuerda.
Belén – PALMA DE MALLORCA
Me llamo Belén, tengo 34 años, soy asidua lectora de tus revistas porque mi marido la compra cada semana. Primero me molestaba, pero he acabado siendo yo la que le recuerdo que la compre. Me gustan los Relatos y leer los contactos. En el fondo siempre he pensado que me gustaría vivir alguna experiencia, con mi marido o sin él.
Soy una mujer morena y aún ahora, dicen que estoy “buenorra”. Mido 1,70, buenas tetas, culo respingón y largas piernas. No soy guapa, pero si atractiva, en fin que cuando ocurrió esta historia y con 24 años, tenía mucho éxito con los tíos.
En la oficina solo trabajábamos cuatro personas, Daniel, Marta, el jefe y yo. Daniel me tiraba los tejos, pero cuando me comprometí con mi novio, le sentó mal y casi ni me saludaba.
Una tarde, dos días antes de mi boda, mi jefe y Marta ya se habían marchado, Daniel estaba en otro cuarto sacando unas copias, y yo aproveché para acabar unos asuntos antes de irme y para hablar por teléfono con mi futuro marido. Mientras hablaba, yo veía que Daniel me espiaba de reojo, con cara de pocos amigos y es que Miguel, mi prometido, se calentaba con facilidad, aunque nunca habíamos tenido relaciones sexuales, solo caricias y besuqueos, y empezaba a decirme todo lo que quería hacerme. El escuchar todo eso y saber que Daniel me espiaba, hizo que me excitara muchísimo y empecé a tocarme discretamente.
Creo que Daniel se dio cuenta, porque de repente entró visiblemente molesto y me dijo:
– El teléfono no es para decir marranadas, otras personas lo necesitamos.
Lo miré sorprendida y molesta. Me despedí de Miguel rápidamente, colgué y fui en busca de Daniel. Estaba muy caliente y esa interrupción me había molestado muchísimo.
– Bueno, ¿tú de que vas? Si te molesta que hable con mi novio, eso no es mi problema – le dije bastante molesta.
– ¿Tu novio? – exclamó – ¡Bonito novio tienes!
– ¿Qué tienes contra él? – pregunté muy seria.
– Es el más estúpido que conozco. Hace falta serlo para casarse contigo.
Eso me sorprendió. Sabía que yo le gustaba, pero jamás lo había visto tan celoso y tan grosero. Pero, de un modo extraño, el verlo así me excitaba.
– ¿Por qué dices eso? – le pregunté.
– Todos sabemos la clase de mujer que eres.
Excitada, pero molesta, le pregunté:
– ¿Qué clase de mujer soy?
– Olvídalo.
– ¡No, ahora me contestas! ¿Qué clase de mujer soy, según tú?
– De las que se meten con uno y con otro.
– ¡Mi vida es muy mía y lo que yo haga no te importa!
Me retiré a mi despacho muy molesta y lo dejé allí solo. Sin embargo su actitud me había calentado mucho. El saber que el deseo reprimido lo hacía hablar así era algo que me había gustado. Fue entonces cuando el demonio del deseo se apoderó de mí, el saber que mi boda estaba a la vuelta de la esquina, el saber que mi deseo era algo que estaba mal, el estar conciente de lo pecaminoso de mi deseo, me dominó por completo. Mi relación con Miguel, mi dignidad y mi conciencia pasaron a segundo término. Solo pensaba en satisfacer mi malsano deseo. Ya nada me importó y fui a buscar a Daniel.
Lo encontré en su despacho, furioso aún.
– ¿Estás celoso? – le pregunté, retadora.
– ¿Qué te importa? – me contestó, sin girarse a mirarme.
– Sé que siempre te he gustado y que estás enfadado porque me voy a casar – dije mientras me quitaba el blazer y me arrodillaba, a un par de metros de él – y quiero darte un regalo de despedida.
El se giró y me miró extrañado. De rodillas, yo empezaba a quitarme la blusa dejando a la vista mi sujetador azul. Nos miramos sin decirnos nada. Se levantó, se acercó a mí y puede ver que su verga empezaba a crecer bajo su pantalón, ya que la puso a unos centímetros de mi cara. Yo ya me quitaba el sujetador, súper excitada, cuando le dije:
– Te regalo este cuerpo. Es tuyo por el resto de la tarde, haz con él lo que quieras.
Una sonrisa se dibujó en su rostro y mientras se bajaba el cierre del pantalón, me dijo:
– Ya sabía que eras una guarra y las guarras necesitan verga.
Se la sacó y la acercó a mi cara, yo entreabrí los labios y le miré a los ojos. El me puso una mano en la nuca y me atrajo a su verga.
– Ahora vas a mamármela, Belén, puta – dijo.
Escuchar sus insultos fue la gota que derramó el vaso. Sin pensarlo, con mi mano tomé su verga, dura y gruesa, y empecé a besarla, a lamerla arriba y abajo, desde la cabeza hasta los huevos, ensalivándola por completo. Abrí mis labios la empecé a engullir poco a poco, acariciándola con mi lengua, saboreando su pecaminoso sabor. En ese momento no era yo la futura esposa de Miguel, sino la puta particular de Daniel, dedicada en cuerpo y alma a complacerlo, era su esclava, sin voluntad propia.
Daniel ya se había despojado de su camisa y el sudor de la excitación ya cubría nuestros cuerpos. Se retorcía de placer ante mis mamadas y un torrente de insultos salía de su boca.
Yo seguía mamando, intentando meter toda su polla en mi boca aunque ya la sentía tocando mi garganta y sentía sus huevos en mi barbilla. Era lo máximo. Deseaba hacerlo acabar, recibir su leche en mi boca, tenía que saborearla, sentirla en mi lengua y en mi garganta, sin desperdiciar nada. Tragar el semen de alguien que no es mi marido siempre ha sido para mí la prueba máxima de sometimiento a un hombre. Me encanta hacerlo y esta no iba a ser la excepción.
Sin embargo, cuando parecía que se derramaría en mi boca, me tomó de los cabellos y violentamente apartó mi cabeza, sacando su verga.
– ¡Espera, todavía tengo que follarte! ¡Levántate, súbete al escritorio y abre las piernas!
Lo obedecí, quitándome la falda y mi tanga, me tendí sobre el escritorio y abrí las piernas esperando su acometida. Daniel se acercó y sin previo aviso, me penetró de un golpe, insultándome, iniciando un metisaca violento, salvaje. Era doloroso, pero por lo mismo me excitaba. Sentirlo sobre mí, poseyéndome, era enloquecedor.
– ¿Tienes crema, Belén? – me preguntó mientras me follaba – Voy a darte por el culo.
No dije nada, pero haciendo un esfuerzo alcancé mi bolso y sin quitarme a Daniel de encima, busqué mi crema facial y se la entregué. El me continuó follando unos momentos y luego empezó a apartarse.
– ¿Qué me vas a hacer? – le pregunté, haciéndome la tonta, pero presa de la excitación.
– No quiero dejarle ni un agujero a tu maridito… ¡Gírate!
-¿Como dices? – exclamé.
Me untó crema en el agujero del culo, metiendo un dedo de vez en cuando y luego dos. Yo solo cerraba los ojos, disfrutando aquella casi violación, esperando el momento de ser follada por detrás por aquel hombre salvaje. Se acercó a mí y me susurró al oído:
– Lo deseas, ¿verdad?
– Sí…fóllame… fóllame por donde quieras, Daniel… soy tuya… – gemí.
Acercó su verga a mi culo, la frotó un momento, y lentamente empezó a meterla, gimiendo de placer. Me tomó de los pechos fuertemente, hasta casi lastimarme. Mis pezones endurecidos sintieron la rudeza de la caricia y eso me calentó aún más. Cerré los ojos, sintiendo como entraba en mí. Dolía, pero era maravilloso. Poco a poco me la metió hasta que estuvo toda adentro. Yo ya jadeaba, presa de la excitación y le pedía que me enculara más.
– ¡Fóllame, Daniel, fóllame…métemela toda en el culo… soy tuya… no le dejes nada a Miguel… dámela toda!
Yo ya no podía más. Ese hombre, al que nunca había hecho caso, me estaba dando más placer que muchos otros. Nuestros cuerpos sudorosos se estremecían ante aquella fenomenal cogida, prohibida y pecaminosa.
Daniel finalmente terminó dentro de mí, dentro de mi culo. Derramó tanto esperma notaba como se deslizaba por mis muslos. Se mantuvo dentro de mí hasta que los espasmos de su eyaculación terminaron. Yo lo disfruté con los ojos cerrados, recibiendo su leche dentro de mí. Cuando pensé que todo había terminado, sentí como me cogía por los cabellos y me obligó a ponerme de rodillas otra vez.
– ¡Todavía no he terminado contigo, Belén! – dijo acercándome su verga, aún tiesa y dura, embadurnada de semen, y me ordenó – ¡Chúpamela otra vez, límpiala bien y no escupas nada!
Ni falta hacía que me lo dijera, la engullí, saboreando su semen y mi propio sabor. Era algo delicioso. Y era increíble como, sin perder su dureza, su verga se puso a punto nuevamente. Solo que ahora él me dejó mamársela a mi antojo, sintiendo el fuerte sabor de su esperma, delicioso y maravilloso. Nos levantamos, medio limpiamos el lugar y nos preparamos para irnos.
– Eres una zorra, Belén – me dijo mientras cerrábamos la oficina – ¿Tu novio lo sabe?
– No sé – le dije.
– ¿Cuando puedo follarte otra vez? Tengo mucha leche para ti – me dijo.
– Ya veremos.
– Quien te viera, no se imaginaría lo mamona que eres – y repitió – Cuando quieras, mi verga es para ti.
No dije nada y me fui. A los dos días me casé y sentí algo de culpa, pero no dije nada. A mi pesar, el recordarlo me seguía excitando. Daniel y yo seguimos trabajando juntos, pero ya no ha habido nada. Sí lo he pensado, pero sería muy poco espontáneo. Necesito que sea lo más pecaminoso posible. El pobre me lo ha pedido muchas veces, pero no le hecho caso. Ha llegado a amenazarme con contarle todo a mi marido, pero no creo que lo haga. Cuando yo vea que está realmente decidido a hacerlo, y que mi matrimonio está en peligro, solo entonces existirán los elementos necesarios para follar con él otra vez. El peligro es un gran afrodisíaco. Y me encanta.
Besos, querida Charo