Relato erótico
Un pequeño estímulo
Desde casaron su marido no aguantaba mucho cuando follaban. Un día fueron de cena y él, se tomó unas copitas de más. Curiosamente aquella noche funcionó como nunca.
Yolanda – Almería
Me casé con 26 años, enamorada y dispuesta a todo con tal de satisfacer y hacer feliz a mí marido. Físicamente no soy nada especial, pero tengo un cuerpo apetecible, todo bien proporcionado y si me apuras, un poco exuberante, en concreto los pechos, que es lo que más resalta de mi cuerpo. De recién casados, mi marido tenía muy poco aguante y se corría muy pronto. Alegaba que estaba muy buena y que ponía mucha pasión por mi parte, incluso que meneaba el culo con demasiado entusiasmo. La forma de enmendarlo era follando más que los monos. Cada noche que volvíamos de juerga, cargados de cubatas, nos lo pasábamos bomba. El sexo era diferente, más desinhibido, más espontáneo, sin perjuicios. Hacíamos y nos decíamos todo aquello que no éramos capaces en estado normal. Y lo que era más importante, él mantenía unas erecciones fantásticas y aguantaba mucho sin eyacular. Esos momentos los aprovechaba para metérmela por el culo.
A la mañana siguiente, amanecía con el cuerpo marcado de arañazos, moratones, con los pezones doloridos, con el trasero y las nalgas que tanto me excitaban, todo hay que decirlo. Cuando llegaban las diez y él no había vuelto a casa, era porque estaba tomando unas copas con los amigos. Seguro que vendría cargado y con ganas de juerga. El alcohol lo desinhibía, lo animaba y venía a por mí como un semental. En vez de reprochar esta conducta, yo lo esperaba en la cama desnuda, en cueros, y aprovechaba la espera preparando mi cuerpo para la recepción. Al llegar, retiraba la ropa ya que le gustaba verme desnuda. De pie junto a la cama, me tentaba la raja, metiendo los dedos para comprobar el estado en el que me encontraba. Yo aprovechaba para abrirme y retorcerme en la cama con poses eróticas a la vez que, con frases impúdicas, le ofrecía mis encantos. Eso lo animaba aún más y me tomaba de unas maneras impulsivas, con lo que nos pasábamos ratos fantásticos.
Nos daba morbo meternos mano en lugares más o menos públicos, incluso follar en sitios comprometidos. Le gustaba que exhibiera el cuerpo con ropas provocativas, ropas ajustadas, para lucir los pechos, faldas cortas y escotes insinuantes, sin sujetador. En lugares donde no nos conocían, yo iba delante y él unos metros más atrás para ver cómo me miraban los hombres. Se deleitaba que en la playa solo me tapara con un tanga y que mostrara los pechos al aire pero, más adelante me llevó a playas nudistas donde lucirme y a calas recónditas donde otras parejas liberadas tomaban el sol y se bañaban desnudos. A veces teníamos conversaciones fantasiosas, dejándonos llevar por la imaginación. La mayor de las veces esto ocurría haciendo sexo y otras por la calle preguntándonos que haría él con tal tía o yo con tal tío.
Solíamos pasar algunos fines de semana en el pueblo, en casa de mis suegros y le encantaba presumir ante su familia de lo mucho que disfrutábamos en la cama. Les contaba las intimidades a los padres, al hermano e incluso a los amigos, con lo que cogí fama de ser muy ardiente. Nos levantábamos tarde, hacíamos la siesta y por la noche, cargado o cargados de cubatas, hacíamos el sexo de forma impulsiva y escandalosa para que se enteraran.
Una noche, estando en el pueblo, salimos a pasear con otro matrimonio. Paseando bajo la luz de la luna, los maridos comenzaron a meternos mano, cada uno a la suya. La otra era más vergonzosa, pero se dejaba y yo, por supuesto hacía lo que quería mi marido. Además me daba morbo regodearme con mi esposo. Cachondo perdido, mi marido dijo que me iba a joder. Yo dije que sí pero la otra comenzó a poner dificultades. Con un “hacer lo que queráis”, nos separamos del camino y en una arboleda nos desnudamos y nos dispusimos a retozar. Al fin los otros también lo hicieron. Al terminar y volver a juntarnos, la felicité por haberse decidido y su contestación, sin la vergüenza inicial, fue:
– Lo bueno nos gusta a todas.
De vuelta para el pueblo, el mete mano continuó. Ninguna de las dos nos habíamos vuelto a poner las bragas ni el sujetador, lo que facilitaba que los maridos nos metieran mano fácilmente. Ellos, con las pollas fuera, andaban pegados a nuestras espaldas, nos las restregaban y se las meneábamos. Cerca del pueblo se las mamamos y nos follaron. Estábamos separados unos metros y con la luz de la luna nos podíamos ver unos a otros.
Otra noche, en el pueblo, llegó mi marido cargado. Antes de echarse a la cama, abrió las contraventanas diciendo que deseaba ver el amanecer. Nos pusimos a retozar con todas las luces encendidas y le dimos un buen repaso a todo el diccionario sexual teniendo la sospecha que tras la ventaba había alguien mirando. Esa incertidumbre me excitó muchísimo hasta el punto de pensar que en vez de mirar mejor podían estar conmigo. A la mañana siguiente en la pared, bajo la ventana, había la marca de tres meadas.
Una noche que volvimos a casa, como siempre, bien cargados, invitamos a subir a un amigo. Allí seguimos tomando copas hasta que me fui al baño y cuando estaba haciendo pipí, entró mi marido que, según estaba sentada, se puso a tocarme el coño. Me dio mucho gusto y le dije que tenía ganas de que me follara, pero él, entre morreos, me preguntó:
– ¿Quieres que te follemos?
Lo preguntó dos veces y a la tercera yo le dije excitada:
– ¿Es que lo deseas?
– Sí, anda, ponte sexi – me contestó con cara de vicioso.
Salí en picardías y con tanga. Ellos estaban ya en calzoncillos, marcando las pollas erectas. Me senté en el sofá y mi marido se echó sobre mí comiéndome la boca y los pechos, momento en que el amigo me abrió las piernas, metió la cabeza y mientras separaba mi tanga yo saqué el culo para que me comiera el coño.
Estaba tan excitada que el primer orgasmo me llegó muy rápido y cuando noté que estaba a punto se lo dije al amigo y él de rodillas, entre mis piernas bien separadas, me la metió en el coño. Solté un chillido al sentirme llena y comencé a gemir de placer exigiendo que me diera fuerte. Fue una gran follada. Nos corrimos juntos sintiendo un fuerte placer y en cuanto me la sacó, me tumbé en el sofá para que me la enchufara mi marido, que bufaba como un toro. Fue una follada tan impulsiva que me veía rodando por el suelo. Cuando el amigo se marchó, nosotros nos metimos en la bañera donde continuamos metiéndonos mano, le hice una buena mamada a mi marido y luego continuamos en la cama haciendo un 69. La follada fue antológica ya que a mi marido no se le bajaba ni se corría. Pudimos retozar en varias posturas, resultando una noche redonda con el colofón que, tras descansar unas horas, volvimos a engancharnos de forma fantástica. Reconocí haber sentido mucho morbo follando con otro y durante días nos duró la excitación.
Diez días después, una noche en la que lo esperaba acostada y de la manera que antes conté, se presentó por sorpresa con el amigo. Retozamos a placer hasta que me prepararon para follarme a dúo. Mientras montaba al amigo, mi esposo me la metió por el culo. Sentí tanto gusto por tener dos pollas al mismo tiempo que me meé durante esta doble follada. Pero no todo acabó aquí ya que cuando me enteré de que venía mi cuñado a pasar unos días con nosotros, me estremecí pensando en qué habría tramado mi esposo. Salimos todos a cenar y de copas y según se calentaba la noche, pensé que me iba “echar” al cuñado cuando llegásemos a casa. Mientras bailaba con mi marido, achuchándonos, me preparó diciéndome:
– Cariño, baila con mi hermano y deja que te restriegue el paquete, verás que sorpresa te llevas.
En cuanto me arrimó el paquete mi cuñado, quedé sorprendida, y viendo lo animada que estaba yo, él se me arrimaba y me tocaba. A través de los restregones, me daba cuenta que tenía una buena herramienta, aunque, en algunas ocasiones mi esposo ya me había hablado de lo bien que calzaba su hermano. Tanto me lo apretaba contra las ingles que le dije:
– ¿Pretendes clavármela aquí? Seguro que en la cama te gustará más.
Resumiendo. Me acosté con los dos. Mi marido me ofreció la polla de su hermano como el mejor de los regalos y la verdad es que era para eso y más. Como tenía hecha la fimosis, a falta de prepucio poseía un glande del tamaño de un huevo de gallina, reluciente, y un mango superior a mis dos manos, de 22 cm, cuatro más larga que la de mi marido. Retozamos entre mamadas y comidas de todo tipo, hasta que me sentí empalada por mi cuñado y posteriormente por mi marido. Me dejaron como un trapo, desmadejada de tanto gusto y recubierta de sudor y leche. Al volver de la ducha, mi marido se fue a otra cama a dormir porque tenía que madrugar. A solas con mi cuñado, juntamos las hambres con las ganas. Con el morbo que sentía por estar a solas con un joven y temperamental amante de 23 años, pasamos una noche de sexo y placer fantástica. Me poseyó cantidad de veces y cuando mi marido se levantó para ir a trabajar, aún continuábamos retozando.
Los cuatro días que mi cuñado pasó en casa, fueron de sexo total. Era inagotable y tenía la destreza de mantenerme movida continuamente pero unos meses después, mi marido le proporcionó un trabajo en la empresa donde trabaja y se vino a vivir con nosotros. Lo arreglaron para tener los turnos cambiados, de forma que una semana duermo con uno y la siguiente con el otro, pero eso no es todo. Lo más fuerte es que cuando uno se levanta para ir al trabajo, a la media hora viene el otro. Tengo el tiempo justo de bañarme y prepararle algo de comer para volver a la cama con el que llega. Dicen que “burro cansado, burro empalmado”, así que no perdonan la follada mañanera, ni yo se lo permito. De esa forma, tras la galopada, duermen relajados y yo me dedico a mis labores, satisfecha y contenta. De que el uno viene y el otro se levanta, comemos a las cuatro. La tarde siempre es una incógnita, porque por experiencia sé que puede ocurrir cualquier cosa y precisamente, esta incertidumbre me tiene en ascuas. A veces sé claramente sus intenciones, pero otras sin pensarlo, me sorprenden con el deseo de gozar de mis encantos. Yo, por si acaso, voy preparada, consciente que tengo dos sementales viciosos y temperamentales. Me siento una mujer, una hembra, afortunada, me tratan como a una reina, me cuidan, me miman y me colman de placer y gusto. Es por todo eso que me siento obligada a devolverles todo lo que me dan, tanto por su bien como por el mío propio. Sé que si doy todo lo que puedo, me lo devolverán con creces.
¿Es posible que cuanto más sexo hago más me gusta y más lo necesito?
Espero que mi relato os haya gustado, yo me he puesto caliente mientras lo escribía.
Un beso