Relato erótico
Un nuevo aliciente
Son un matrimonio joven y sexualmente muy activos y viciosos. Entablaron amistad con sus vecinos, también una pareja joven. Las dos mujeres iban de compras, se contaban sus cosas y un día, la vecina le confesó que como su marido viajaba mucho, tenía un “surtidito” de consoladores para cuando se ponía cachonda.
Belén – Alicante
Somos un joven matrimonio. Me llamo Belén y tengo 27 años, soy rubia, ojos azules, buenas tetas, aunque no demasiado grandes, pero siempre están dispuestas a pedir “guerra”; mi marido Juan, es un hombre guapo, muy imaginativo y muy bien dotado, al menos para mí. Además es un hombre muy liberal. Nunca, hasta ahora, habíamos incluido a nadie en nuestras sesiones de sexo y disfrutábamos mucho de nuestros cuerpos. Pero ahora quiero contar una aventura que, al menos para mí, ha sido muy instructiva. Justo en el rellano donde nosotros vivimos, en la puerta de enfrente hay una vecina, llamada Ruth con la que nos llevamos de maravilla. Vamos juntas de compras, al mercado o de trapitos e incluso alguna que otra vez nos hemos ido al cine. Su marido es representante, por lo que ella se pasa la semana sola.
Ruth es morena, de complexión fuerte, casi atlética, tetas gigantescas y un cuerpo bien llevado. Cuando vamos por la calle es la que se lleva más piropos. Para ir al grano diré que nunca habíamos hablado de sexo, pero un día, estando en su casa, salió el tema. Me comentó que cuando Antonio, su marido, no estaba en casa ella se consolaba masturbándose mientras miraba películas porno. Me dijo que tenía varios modelos de consoladores que su marido le había regalado para cubrir sus ausencias. Me entró la curiosidad y le dije que me gustaría verlos y ella, levantándose fue a su habitación. Mientras los buscaba, encendí el televisor y puse una película porno que vi en la mesita. En mi casa no teníamos por costumbre alquilar películas porno. Cuando Ruth entró en el comedor, dijo:
– Veo que has puesto la “peli”, pues esta es muy fuerte. Verás, sale un tío con una polla de casi 30cm.
En efecto, el tipo de la película, tenía una verga como la de un caballo, larga y muy gorda y las chicas tenían problemas para tragársela. En este momento, Ruth me enseñó los consoladores y vi uno, que creo era más grande que la polla del actor. Mi vecina se dio cuenta de la impresión que me había causado el aparato y me dijo:
-Es muy grande pero, cuando estoy muy cachonda, es el que más me gusta meterme…no entero, pero si todo lo que me es posible.
También vi uno de goma con dos cabezas para que dos mujeres pudieran estar follando juntas y a la vez con el mismo aparato. Con la película, los consoladores y una extraña sensación de que Ruth, me miraba de manera “distinta” estaba yo que me derretía perdidamente. Fue ella la que abrió el fuego, tocándome los labios muy delicadamente. Yo miré sus tetas y noté que me atraían.
-Nunca lo he hecho con una mujer – le dije.
-No te arrepentirás -me contesto-. Yo si lo he hecho y puedo decir que no tiene comparación. Relájate cariño, que voy a hacerte gozar como no lo has hecho en la vida.
Entonces se bajó el vestido y dejó al aire, ante mis ojos, sus dos maravillosas y enormes tetas y una pequeña braguita que ocultaba un abultado coño. Yo hice lo mismo aunque fui más allá, sacándome también las bragas y quedándome completamente desnuda. Nos tumbamos en el sofá y empezó a chuparme los pezones que incluso mordía de vez en cuando y con una de sus manos me acariciaba el empapado y chorreante coño. Animada y llena de calor, cogí el consolador de dos cabezas y empecé a lamerlo y a chuparlo para lubricarlo. Luego lo metí en el coño de Ruth. Así estuvimos un buen rato hasta que ella se levantó y me dijo:
– Vamos a la cama, allí estaremos más a gusto.
Una vez encima de la cama, nos sentamos una frente a la otra con las piernas enlazadas y nos rozamos los clítoris mientras no besábamos y nos tocábamos los pechos. Al final cogí el doble consolador. Primero se lo metió ella en el coño y luego agarrando la otra parte, lo dirigió hacia mí y metió la otra cabeza en mi chocho, removiéndola lentamente como si me follara. Cambiaba de ritmo con frecuencia y eso me volvía loca. Así obtuvimos nuestro primer orgasmo.
Después ella me comió el coño, yo creía que mi marido era un gran comedor de chochos, pero Ruth era una experta. Me abrí de piernas y con mucha suavidad separo los labios de mi coño, y empezó besándolos con mucha lentitud. De vez en cuando se le escapaba un lengüetazo en mi clítoris que me daba un calambrazo increíble. Entonces se dedicó a mi pipa, lamiéndola suavemente y de pronto la succionaba con rapidez. No pude evitarlo y gritando le dije que iba a correrme. Ella me animaba diciendo:
-Córrete putita, pero no creas que voy a parar, hoy sabrás por primera vez en tu vida lo que es correrse hasta que quedes agotada.
Quise apartarme, pero la muy cerda, me tenia bien agarrada y no podía moverme. Sabía muy bien lo que hacía, ya que dejo mi clítoris en paz y fue chupando mi chocho y todo mi orgasmo. Hasta que volvió a atacar mi pipa otra vez. ¡Aquello era fabuloso! No podía más. Creo que me corrí durante una hora seguida. Cuando me incorporé estaba mareada y con el coño irritado.
Me llevó a la ducha y nos bañamos juntas.
Ella me enjabonaba y yo también le hacía lo mismo. La ducha me estaba “resucitando”, y cuando llegue a su coño, me entretuve frotándoselo con la mano llena de jabón. Ruth se estremeció, y aunque nunca le había comido el coño a una mujer, me ponía caliente verla con los ojos cerrados y gimiendo. Le saqué el jabón de todo el cuerpo y la hice salir de la bañera. Puse una toalla encima del wáter y le abrí bien las piernas. Tenía un coño precioso. Sus labios eran rosados y parecía un chocho virgen. Pasé mi lengua por toda su raja, y aquel sabor me encantó. Le chupé el clítoris y me entretuve mamándoselo. De pronto me agarró la cabeza y me apretó la cara contra su coño. La muy guarra se estaba corriendo y a mí me faltaba tiempo para saborear aquel orgasmo que era el primero que me bebía en mi vida.
Cuando se había corrido, nos levantamos y la llevé al dormitorio, una vez allí cogí el consolador gigante y tumbándola en la cama, se lo metí de golpe. La muy cerda se lo follaba mientras gritaba:
– Así cariño, voy a correrme, pero dame tu coño, ¡dámelo!
Me coloqué en posición del 69 y mientras yo me la follaba con el consolador, la tía me comía el coño. Nos corrimos tres veces por lo menos. Estábamos rotas, además se había hecho tarde y seguramente mi marido ya debía haber llegado…
Al regresar a mi piso se lo conté todo a Juan. Le excitó tanto la aventura, que primero me folló en el salón, después en la cocina y por fin en la habitación. Fue un “safari” por la casa de polvo en polvo. Ya no podía más tenía la almeja destrozada. Cuando terminamos, me dijo que le preguntara a Ruth si le importaría que él estuviera presente en nuestras sesiones, ya que estaba seguro que repetiríamos muchas veces más.
Por supuesto no se equivocaba, Ruth y yo nos hemos convertido en amantes y ha consentido que Juan esté presente. Aun no le ha dejado participar y de momento el se hace unas pajas de ensueño mientras nosotras dos nos comemos el coño o nos follamos con los consoladores. Aun no he conseguido meterme el consolador grande pero creo que lo conseguiré. Lo que más morbo me da en pensar que Ruth se decida a dejar participar a mi marido y que se lo diga al suyo. Un intercambio con ellos, podría ser de vicio.
Besos.