Relato erótico
Un grato recuerdo
Lo que nos cuenta le ocurrió hace muchos años, pero para él, es un buen recuerdo. Fue un polvo salvaje y fue la primera vez que se comió un chochete.
Agustín – Murcia
Hola, soy Agustín y en la actualidad tengo 32 años pero lo que voy a contar me ocurrió a los 19. Había acabado los estudios y salía todas las noches de discotecas para liberarme de tantos años de esclavitud estudiantil. En uno de estos locales conocí a una mujer de unos 30 años, morena, alta, con un cuerpo estupendo, unos pechos muy grandes pero bien tiesos y un culo gordo y salido. Entre semana las discotecas no suelen tener mucho personal por lo que si alguna mujer sobresale de las demás, todos suelen fijarse en ella y yo no iba a ser menos. Muchas veces cruzábamos nuestras miradas pero nunca me atreví a insinuarle nada ya que su edad me asustaba y también porque siempre estaba acompañada de amigos y moscones. Pero fue en una noche en la que yo llevaba un buen rato en la discoteca y estaba bastante alegre por las copas que me había tomado, cuando entró ella. Fue directa a la barra y se sentó junto a mí. Estuvimos hablando un rato de cosas sin importancia hasta que me atreví, creo que debido a las copas que había ingerido, a invitarla a bailar. Para mi sorpresa ella aceptó encantada. Al rato de estar bailando y al ir yo lanzado, le dije:
– Me gustas mucho pero no me he decidido a decírtelo hasta ahora porque no pensaba que una mujer como tú te fueras a fijar en alguien como yo.
-Me gustan mucho los jovencitos y tú eres uno de ellos – dijo mirándome sonriendo.
Cuando oí estas palabras me aferré a ella para sentir todo su cuerpo, notar sus duros pechos y también para que ella notara mi calentura, ya que mi polla estaba al máximo y mis pantalones no daban más de sí al sentir su entrepierna. Le dije que esto no me pasaba todos los días, que no me gustaría que aquello se terminara ahí. Ella me contestó preguntándome:
– ¿Tienes coche para llevarme a casa? – le dije que no y entonces añadió – -Entonces espérame fuera, pues no quiero que te vean salir conmigo, e iremos con el mío.
La esperé, montamos en su coche y me llevó a su casa. Tenía un apartamento fuera de la capital y a mitad de camino, aprovechando la oscuridad de la noche, me acarició la entrepierna y al notar el bulto de mi polla, que seguía con su gordura, me dijo:
– Tienes una buena calentura, amor. ¿Quieres que acabe con ella?
No tuve que contestarle pues ya me estaba bajando la cremallera y sacándome la polla fuera del pantalón, muy dura y tiesa, me miró sonriendo y me dijo:
– ¡Que rica la tienes, cariño!
Frenó de golpe, aparcando en el arcén, agachó la cabeza y empezó a recorrérmela de abajo a arriba con su lengua pero cuando intentó metérsela en la boca, exclamó:
– Es la primera polla de todas las que he mamado, que no puedo meterme en la boca.
No es que yo la tenga muy grande pero sí que es muy gorda. Lo fue intentando hasta que, con maestría, logró tragarla casi la mitad. Yo ya no pude aguantar más. Reventé y le llené la boca con toda mi leche caliente mientras ella me masajeaba los huevos para no dejar ni una gota dentro de ellos.
Al llegar a su casa me sirvió una copa y ella fue a ponerse cómoda. Regresó al poco rato con un camisón transparente y sin nada debajo. Podía contemplar todo su cuerpo y sus gordos pechos descaradamente tiesos, con los pezones que parecían querer salirse del camisón. Me dijo que me levantara y le acompañara al baño. Allí se desnudó por completo y comprobé que estaba tremenda. Incluso pensé que no podría con ella. Me miró y me preguntó:
– ¿Te apetece ducharte conmigo?
Me desnudé en el acto y me metí en la bañera con ella. Nos enjabonamos y así pude recorrer todo su hermoso cuerpo con mis manos, desde el poblado coño hasta las tremendas mamas, mientras ella, con sus masajes, volvía a poner mi polla al máximo de dureza. Luego se arrodilló y la miraba mientras acariciaba mis huevos. Nos secamos mutuamente sin dejar de acariciarle los pezones y metiéndole mis dedos en su coño masturbándola cada vez más hasta que, agarrándome la cabeza, me la llevó a sus pechos sintiendo por primera vez la dureza de sus pezones entre mis labios, pezones que mordí y chupé mientras ella abría cada vez más sus muslos para que mis dedos entraran más y más profundamente en su coño.
– ¡Sigue, sigue chaval, sigue…! – me decía – ¡Me estás dando un gusto tremendo!
Al rato se corrió mientras me besaba como una loca. Verla como se corría y jadeaba, me había puesto la polla a punto de estallar y ella, al verlo, me dijo:
– Ven, vamos a la habitación, quiero que me folles y me llenes el coño con esa polla tan gorda y dura que tienes.
Nos tendimos en la cama y ella empezó a acariciarme todo el cuerpo, besándome, recorriendo con su lengua mi piel y volviendo a meterse mi polla en su caliente boca. Ahora sí que podía sentir en toda su plenitud la mamada y vaya forma de mamar que tenía. Pero yo no deseaba volver a correrme en aquella boca tan sabia y al parecer ella tampoco lo quería pues se levantó y llevando una de sus manos a su raja, me dijo:
– Mira, ¿no te apetecería comerte un coño como este?
La verdad es que me iba a comer un coño por primera vez en mi vida. Era muy negro, con los pelos que dejaban ver el color rojo de sus labios y lo caliente que estaba. Se lo comí lo mejor que pude y supe, al oír sus jadeos y la forma en que se movía, que no lo estaba haciendo nada mal por ser la primera vez. También por primera vez saboreé el jugo de una mujer y no me desagradó en absoluto. Después de correrse, se levantó y se sentó encima de mí. Cogió mi polla con una mano y se la colocó entre los labios de su coño, metiéndosela dentro de un solo golpe. Dio un grito de satisfacción y pude notar el calor de aquella raja como abrasaba mi capullo. Ella entraba y salía mientras no cesaba de gemir y suspirar diciéndome:
– ¡Que polla tan grande tienes… hacía tiempo que no me sentía tan llena!
Estas palabras y sus movimientos hacían que mi polla todavía se endureciera más hasta que cambiamos de postura. Me dijo que quería probar lo más posible antes de correrse. Al final se colocó de cuatro patas y se la metí en el coño mientras la agarraba por la cintura. Con mis manos podía llegar hasta sus pechos y pellizcarle los pezones. Yo ya no podía aguantar más pero ella, corriéndose como una bestia, me suplicaba:
– ¡Por favor, mi amor, aguanta… no te corras… quiero sentir esa polla dura y tan gorda en mi culo!
Sacándosela del coño intenté metérsela en el agujero del culo, pero por más que lo intentaba no podía. Ella me dijo que se lo acariciara para que le fuera relajando el ano poco a poco y así lo hice intentando, después, metérsela de nuevo logrando introducirle todo el capullo. Después de un rato de intentarlo, empujón tras empujón, se le fue abriendo el agujero y logré metérsela casi entera en el estrechísimo canal. Ella no paraba de jadear y de soltar, de vez en cuando, un grito. Yo estaba a punto de estallar. Me agarré bien a sus caderas y de un empujón se la metí toda en el culo mientras me corría como un loco. Ella gritaba y se corría también mientras intentaba agarrarme las nalgas con las manos hacia atrás para sentirme bien adentro.
Rodeándola con mis manos, le masajeaba las tetas a la vez que tiraba de sus pezones. Mi polla seguía todavía dura dentro de sus entrañas y ella lo aprovechaba para seguir corriéndose a la vez que mis dedos le acariciaban su endurecido clítoris. Cuando se me arrugó y a ella ya no le daba ningún placer, se estiró en la cama y salí de ella tumbándome a su lado. Me besó, recorriendo su lengua todo el interior de mi boca y chupándome la mía. Así nos quedamos descansando un rato hasta que tuve que marcharme. Volví a ducharme, ahora solo, y me despedí de ella no sin antes darme su teléfono para vernos otra vez.
– No quiero perderme una polla como la tuya – me dijo al acompañarme a la puerta.
Usé ese teléfono muchas veces y disfrutamos como locos en su cama hasta que ella encontró una especie de novio y yo me lié con la que ahora es mi mujer.
Un saludo para todos.