Relato erótico

Un gran descubrimiento

Charo
12 de abril del 2019

Fue a Madrid para estudiar y compartía habitación con otra chica. Poco a poco se dio cuenta que el cuerpo de su compañera la excitaba. No se lo podía creer.

Candela – SORIA
Soy una estudiante de biología, nací en un pequeño pueblo de Soria que, aunque no lo crean, lo considero casi un paraíso terrenal. Respecto a mi forma de ser en general me considero conservadora, no acostumbro a visitar bares, ni perder tiempo en asuntos que no tengan que ver con mi vida personal o con mi carrera. Estoy es delgada, aunque en ropa interior me veo muy sexy.
La historia que les voy a contar sucedió a comienzos del primer semestre, cuando llegaba a Madrid para comenzar mis estudios universitarios.
Empecé viviendo en una residencia universitaria donde tenía que compartir habitación con mi nueva compañera, Natalia. Yo jamás había salido de casa y vivir con más universitarios sin que nadie me pregunte o cuestione lo que hago me daba una extraña sensación de libertad pero también de abandono.
Natalia resultó buena amiga desde el comienzo y me enseñó muchas cosas sobre como “sobrevivir” en una ciudad y la verdad es que me acostumbré a pedirle consejo en todo. Me gustaban muchas cosas de ella, su forma de pensar, su seguridad y sobre todo el hecho de que a pesar de no ser delgada lucía su cuerpo sin ningún complejo. Acostumbraba a levantarse en la mañana y después de bañarse se paseaba por la habitación en ropa interior sin ningún reparo.
Tenía unos pechos grandes, muy blancos y algo caídos, pero con el sujetador quedaban totalmente empinados. Además cuando llevaba camiseta se podían adivinar perfectamente sus pezones.
Jamás había pensado de otra chica de esa manera y creo que ella menos. El hecho es que poco a poco me fui dando cuenta de que sentía cierto placer cuando la observaba y con el tiempo llegué aprovechar cualquier oportunidad para mirarla de reojo cuando se cambiaba.
Eso me dio mucho temor porque, aunque no lo quisiera, siempre mi mirada estaba buscándola. Supe que algo andaba mal cuando una mañana me desperté y ella estaba casi desnuda, me saludó y se acercó para hablarme de su novio y de lo que iban a hacer en ese día. Estaba muy cerca de mi, probándose que sujetador le daba más forma a sus tetas. Después que ella salió tomé su ropa interior y la besé con pasión. Unas horas después estaba dándome golpes de pecho porque me consideraba una pervertida.
Aunque realmente mis remordimientos no duraban mucho, porque cuando tenía oportunidad de verla desaparecían los prejuicios. Inclusive llegué a buscar excusas para acercarme a ella. Por ejemplo, a la hora de ver la televisión me pasaba a su cama porque, supuestamente, desde allí se veía mejor.
A veces nos quedábamos dormidas y en la madrugada no podía evitar la tentación de abrazarla de tal forma que cuando pasaba mi mano sobre ella rozaba levemente sus pezones.
Ella también me abrazaba y yo aprovechaba para acariciarla como una buena amiga, si despertaba sonreía y me estrechaba entre sus brazos. Esto con el tiempo se volvió casi un ritual y aunque ninguna decía nada al respecto cada vez las caricias eran más erógenas.

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Yo acostumbraba a pasar la mano sobre su vientre apenas rozando, recorría completamente su abdomen y poco a poco me atreví a jugar con su ombligo. Notaba que ella se ponía algo tensa, pero que definitivamente le gustaba porque podía oler su transpiración.
Hubo ocasiones en que me atreví a bajar un poco más y tocaba el encaje de su braga en forma muy discreta. Ella jamás me reprochaba, así que yo continuaba con el juego sin nunca pasar los límites.
Sin embargo una madrugada estábamos en el mismo inocente juego de caricias y yo como de costumbre rozaba su vientre con la yema de mis dedos. Empecé a bajar un poco más mi mano hasta la liga de su interior y posaba mis yemas donde siempre pero esta vez en un impulso deslice mis dedos en forma algo inusual.
Sentía que mi corazón se salía de mi pecho sin embargo seguía con mi juego hasta bajar más de donde debía y para sorpresa mía Natalia estaba algo mojada. Ninguna pronunciaba palabra, seguí acariciando y el aumento de la humedad más la ausencia de rechazo me decían que definitivamente algo iba a pasar.
Debajo de las sabanas me di la vuelta para poder oler esa fragancia natural de mujer que me excitaba tanto. Besaba sus piernas y supe que ella estaba de acuerdo cuando las separó ligeramente para que mi cabeza pudiera estar cómoda.
Seguía lamiendo con pasión sus muslos y poco a poco me iba acercando a su ingle y cuando menos lo creí, mi cabeza estaba en medio de sus piernas y succionaba con mi boca el líquido de sus braguitas que aun le ajustaban su sexo.
Tomaba mi cabello con sus manos y con su entrepierna apretaba mi cabeza que estaba totalmente sumergida entre sus bragas. Soltaba gemidos y podía sentir como estallaba de placer y como mi lengua y mi cara estaban completamente lavadas con sus fluidos.
En esa locura no pude evitar la llamada que me hacían sus carnosos glúteos que apretaba como loca. Ella sin decir palabra, se dio vuelta boca abajo ofreciéndome el dorso y me permitía lamer sus abundantes curvas. Deseaba succionarla toda, poseerla.

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Ella se empinaba ligeramente y así podía lamer su conejito. Sus olores y sabores me volvieron loca y en un instante llego a mi mente la peor de mis locuras, bajé ligeramente sus bragas y lamí como una desesperada su coñito bajando, poco a poco, mi lengua. Sabía que aunque no lo podía ver ahí estaba su ano. Como una demente metí mi cara entre sus glúteos y al instante estaba lamiéndola donde jamás creí que lo haría. Ella estaba paralizada y yo restregaba mi lengua contra sus carnes. Lo que sucedió después de eso…
Bueno, lo que siguió en la madrugada es la segunda parte que espero poder contar en otra ocasión.
Besos y saludos a todas las lectoras.

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