No pude relajarme…

Llegaba a su casa de una comida familiar. Era domingo y su idea era descansar. Justo en la puerta de su casa se encontró con una antigua compañera de trabajo y su pareja. Los invitó a su casa, les enseño el piso y…

Emilia – Granada
Me llamo Emilia, tengo 35 años. Mido 1,65, quizá me sobre algún kilito, tengo unas tetas de la talla 100 y un culazo con buenas nalgas.
Ahora que me he presentado os contaré lo que me ocurrió. Era domingo, regresaba a casa me encontré con Felisa, una antigua compañera de trabajo a la que no veía desde hacía mucho tiempo.
Felisa tiene una par de años menos que yo y un físico parecido al mío, de hecho, cuando trabajábamos juntas a veces nos preguntaban si eramos hermanas. Iba acompañada de un chico, algo más joven que ella. Se llamaba Manolo, me contó que era vecino suyo.
Los invité a subir a mi piso y les fui enseñando las distintas habitaciones. Al llegar a uno de los dormitorios, se abrazaron y empezaron a besarse en la boca, y luego en el cuello. Mi amiga gemía de placer, y lo hizo más cuando la quitó la ropa y se quedó desnuda.
Me quedé sin palabras. ¿Cómo era posible que se estuviesen dando el lote en mi casa?, pero no se cortaron ni un pelo.
Manolo empezó a acariciarle las enormes tetas con gran delicadeza y a chuparle los pezones, mientras que ella aprovechó para bajarle la cremallera del pantalón y dejar a la vista una enorme polla, que sobó reiteradamente en toda su extensión, hasta que se puso bien dura.
Felisa se apartó y me pidió que hiciera honor a mi fama de chupapollas. Me estaba poniendo caliente al verlos y no me lo tuvo que decir dos veces y, en cuanto me desnudé, comencé a chupársela, y, tan entusiasmada estaba, que no le oí decir que se corría y me tuve que tragar toda su leche que, por cierto, me supo a gloria.
Al acabar, me dijo que le gustaría metérmela por el culo a lo que, en principio, me negué pues nunca lo habían hecho. Los dos me dijeron que no me preocupara y que iba a disfrutar mucho.
Ahora que lo estoy contando, no me puedo explicar porqué me dejé convencer, pero lo hecho, hecho está y no me arrepiento. En fin, sigo con mi historia.

Manolo empezó a empujar hasta que me la introdujo hasta los huevos y empecé a gritar de dolor, pero, a medida que la polla iba entrando y saliendo, fue desapareciendo y empecé a gritar como una posesa. En ese momento Felisa se colocó delante de mí y me pidió que le comiera el coño, lo que hice encantada. Poco a poco se iba humedeciendo hasta que se corrió en mi boca y me tragué todos sus jugos, y, sólo unos instantes después, sentí como mi culo se llenaba de semen y una parte me resbalaba por los muslos.
Las dos nos tumbamos en la cama. Felisa me besó en la boca y luego en el cuello, causándome un gran placer. Me acarició las tetas y me pellizcó los pezones, hasta que se pusieron bien duros, deslizó su mano sobre el vientre y, al llegar al coño, empezó a masturbarme hasta que me corrí. En ese momento Manolo me metió la polla en su totalidad, y empezó a follarme con gran rapidez, lo que me causó un gran placer. Con las manos aproveché para apretarme las tetas y a pellizcar los pezones, sin dejar todo el rato de suspirar y gemir. De esta manera nos corrimos como animales en celo y pude sentir una gran humedad en el coño. Había disfrutado de aquel pollón durante un buen rato y, la verdad, pocas veces lo pasé tan bien.
Decidimos descansar y aproveché para ir a la ducha. Al volver, Felisa le estaba acariciando la polla, hasta que se puso dura como un garrote y empezó a chupársela. Manolo estaba disfrutando como un cerdo, al igual que Felisa, quien la tenía introducida en su boca por completo, mientras que con las manos le acariciaba los huevos. Aproveché la ocasión, para sacar un consolador de un cajón de una de las mesillas y metérselo en el culo. Cuando lo notó, intentó gritar pero, al tener aquel rabo en la boca, no pudo. Mientras se la chupaba, yo se le metía y se le sacaba, hasta que Manolo se corrió en su boca y Felisa se tragó hasta la última gota. Cuando se libró de la polla, empezó a gemir y así siguió hasta que, al notar que se corría, se le saqué del culo y, a grito pelado, me pidió que se le metiera por el coño.
Nos tumbamos en la cama y, sin pensarlo dos veces, se la coloqué en la entrepierna, pero sólo la introduje una parte y se le volví a sacar. Cada vez le iba metiendo más y, al metérsele totalmente, empezó a aplastarse las tetas y a pellizcarse los pezones. Yo se le metía y se le sacaba lentamente, y entre una cosa y otra empezó a rugir de placer, hasta que se corrió y quedó exhausta.

A Manolo se le había vuelto a poner dura la polla y, cuando lo vi, me dirigí hacia él, le coloqué contra la pared y empezamos a besarnos. En esa postura me la metió por el coño y aprovechó la ocasión para acariciarme las tetas y lamer mis pezones, causándome un gran placer. En éstas estábamos, cuando sentí un dolor en el culo. Felisa me había introducido el consolador, y empezó a meterlo y sacarlo a gran velocidad, aumentando mi placer hasta el infinito. Manolo hizo lo mismo y, al rato, en perfecta coordinación, empezaron a moverse los dos, por lo que siempre tenía algo en mi interior. Ni que decir tiene que me lo estaba pasando en grande y no paraba de gritar como una posesa. De repente, pararon y se separaron de mí. Pude ver como la polla de Manolo no estaba introducida en su totalidad en mi coño. También sentí como Felisa había separado el consolador de donde estaba. Coloqué mis manos en los hombros de Manolo y empecé a moverme hacia delante y hacia detrás, hasta que Manolo me agarró de las nalgas y se corrió en mi coño.
Unos instantes después, Felisa empezó a mamársela a Manolo hasta que se la puso bien gorda. Al lograrlo, se puso a cuatro patas, levantó el culo y, tras separarla las nalgas, se la metió hasta los huevos de un solo golpe.

Sus tetas se bamboleaban hacia delante y hacia detrás, y sus rugidos se oían en toda la habitación. Aquel pollón entraba y salía con gran facilidad, hasta que Manolo la agarró las tetas y se corrió, echándola una gran cantidad de semen, que la resbalaba por las rodillas. Cuando acabó, nos tumbamos los tres en la cama, estábamos completamente agotados.
Nos fumamos un cigarrillo, y charlamos un rato. Felisa me dijo que se estaba algo avergonzada y que no lo había planeado, pero que posiblemente se habían tomado alguna copa de más y no se habían podido controlar.
Le dije que no se preocupara, que al principio me había sorprendido, pero que lo había pasado genial. Nos duchamos y quedamos que volveríamos a repetirlo. Por supuesto, repetimos.
Gracias por leerme, un beso para todos y uno muy especial para ti, querida Charo.