Relato erótico

Un día completo

Charo
29 de julio del 2020

Aceptó la invitación de su amigo para ir a caminar por la montaña. No es una de sus pasiones pero, como irían un par de amigas, pensó que podría ser un día “completo”

Pablo – Cantabria
Amiga Charo, yo nunca he sido muy dado a las caminatas o excursiones al campo o a los bosques, pero fue mi amigo Hugo quien me invitó a la caminata, diciéndome que iba una chica que le gustaba y una amiga de ella, o sea, me ocupaba para entretener a la amiga mientras él cortejaba a la otra nena.
Acepté y un sábado al amanecer salí de mi casa para tomar el bus al pueblo donde vive Hugo. Una hora después me bajé y caminé hasta su casa, donde me recibió con normalidad y me presentó a Yolanda, una chica esbelta, de piel muy blanca y rostro amigable, ojos grises, casi tan alta como yo, vestida con un suéter y un buzo. Hugo me dijo luego, que la amiga de Yolanda al final no pudo venir y yo le contesté que no se preocupara, que él hiciera lo suyo y yo me iba a perder por ahí.
Salimos rumbo a la montaña, con nuestras mochilas y caminamos casi una hora y media, Consideré que el viaje valía la pena por los hermosos paisajes que estaba viendo, aunque la mayor parte del recorrido se efectuó con los pies en el río. Mientras disfrutaba las vistas y aguzaba mí oído para escuchar el canto de los pájaros, Yolanda y Hugo se habían adelantado, charlando, y mi amigo buscaba situar bien su traviesa mano.
Como a las once de la mañana llegamos a un claro bonito, donde había una sección del río como de metro y medio de profundidad, de agua totalmente pura, donde mis amigos decidieron bañarse. Si Yolanda no me impresionó al principio, me tragué mis palabras al verla en un diminuto bikini de dos piezas, de ver su cuerpo delgado pero cincelado, de piel blanca y su trasero carnoso, coherente con su cuerpo, así como sus senos pequeños pero bien dibujados.
Nos bañamos los tres un rato, echándonos agua y bromeando sobre morir de hipotermia. Al cabo de una media hora mi amigo me dirigía ambiguas miradas y entendí que era hora de “perderme” un rato. Dije en voz alta que iba a ver si lograba fotografiar algún pájaro, que me iba a tardar quizás una hora, y ellos aceptaron.
La verdad es que me alejé poco del claro, solo me oculté tras una inmensa roca, destapé una cerveza y me puse a leer un librito. Siempre me gusta llevar algo de literatura ligera para esos imprevistos ratos de aburrimiento.
Creo que leí dos páginas antes de que mis oídos captaran un gemido de la voz cristalina de Yolanda y el sonido del agua chapoteando con furia. “Bravo, Hugo”, pensé, y empecé a almorzar unas manzanas y unos bocadillos, que dejé a medias cuando escuché a Yolanda lloriqueando sin control. La curiosidad pudo más y me asomé un poco tras la roca, mirando a Yolanda y Hugo con medio cuerpo dentro del agua y a aquella apoyada en una piedra, soportando el peso de Hugo que la abrazaba de la cintura y se la follaba con devoción.

Pero en ese instante Yolanda abrió sus ojos lacrimosos y encontró los míos, esbozando una lujuriosa sonrisa en la medida que sus quejas se lo permitieron. Le mantuve la mirada un rato y me volví a finalizar mi comida.
Segundos después oí un grito de ella y supuse que se había corrido. Luego me pareció escuchar risas y besos sonoros, después percibí un sonido que lo reconozco donde sea: el de un chupetón. Volví a asomarme y vi que mis amigos habían salido del agua, y Hugo sentado sobre una toalla con Yolanda arrodillada frente a él, succionándole el miembro.
Me oculté de nuevo, terminé mi cerveza y decidí esperar un poco más para darles tiempo de los últimos besuqueos y de vestirse. Me pregunté qué pensaría Yolanda por haberlos espiad, pero la respuesta no se hizo esperar cuando ella me llamó:
– Pablo, ya puedes salir.
Pensé que ya estaban vestidos y listos para irnos, pero grande fue mi sorpresa al verlos empelotados aún y a Yolanda de pie, sonriendo y haciéndome señas con su mano para que me acercara. Entonces se metió al agua, desnuda, semejando una ondina, y siguió incitándome:
– Ven, Pablo, eres el siguiente.
Miré a Hugo y le señalé a su chica. Este me hizo un gesto con la cabeza y me dijo:
– Tíratela, es lo que quiere.
Me encogí de hombros y ya contando con la bendición de mi amigo, procedí a desnudarme, bajando incluso mi traje de baño. A pesar de todo, me puse muy nervioso y el frío del agua no me ayudó mucho. Yolanda se aproximó a mí, sonriendo y me besó, mostrándome lo que son los besos de una chica liberada, nos abrazamos y enseguida acaricié ese diminuto pero perfecto traserito suyo, dentro del agua.
– Ven – me dijo, tomándome de la mano, mirando de soslayo mi erección.
Me invitó a sentarme en una piedra, donde mi recto pene quedaba fuera del agua, agarrándomelo con su mano y besándome de nuevo.
– Es la primera vez que hago esto – me confesó.
– ¿Hacerlo con dos hombres? – pregunté.
Yolanda asintió, riendo, y luego se inclinó para hacerme sentir un fuego que empezó a consumir mi palpitante órgano. Creo que suspiré y me sujeté bien de la piedra, incrédulo al ver mi pene desaparecer en la garganta de esa chica, que puso sus manos en mis muslos y desocupó su boca para confesarme que le gustaban mis piernas, y siguió chupándomela, resonando sus succiones por toda la arboleda. Yolanda casi me vuelve loco tragándose mi carne, liberándola para lamer mi glande y besármelo, sin abandonar su lujuriosa sonrisa. Entonces, cuando vio mi sufrimiento, se puso de pie y acercó sus labios a los míos y me musitó:
– Creo que ya sabes en qué piedra tienes que apoyarme si quieres que follemos aquí en el agua.
Nos dimos un ligero beso y la conduje a la piedra donde la vi recibiendo su merecido castigo de parte de Hugo. Ella se inclinó cerrando sus ojos y pude admirar aquél culito redondito a mi entera disposición.
– Soy tuya, Pablo – me dijo, con voz queda.

Su altura era perfecta y la penetré con lentitud, haciéndola suspirar, bien agarrado de sus glúteos de porcelana, avanzando hasta el fondo, iniciando un metisaca despacio mientras Yolanda suspiraba y siseaba.
-¿Cuántos años tienes? – le pregunté, tirándomela.
– ¡Aaah… 23… aaah…!
– Ya entiendo por qué eres tan silenciosa, pero yo soy especialista en hacer llorar a las chicas – le dije, acelerando mi velocidad y tomando un poco de agua helada y chorreándole la blanca espalda.
– ¡Aaaah… muy bien… quiero llorar… aaah…!
Me aferré de su cintura con una mano y la otra la apoyé en su nuca, golpeándola con mis caderas, con una fuerza inusual en mí, logrando sacarle gemidos más fuertes, retomando el orgasmo que casi me produce con sus excelentes mamadas. Su mano buscó la mía sobre su talle.
– ¿Dónde quieres mi corrida? -le pregunté, a segundos de la misma.
– ¡Aaaah… en mi mano… en mi mano! – y su helada mano rozó mi escroto en cuya palma recibió los jugos de su orgasmo y en la que después posé mi pene enrojecido, pajeándomelo y acabando abundantemente entre esos dedos.
Temblorosa, se apoyó con su brazo sobre la piedra, de modo que Hugo desde la orilla y yo pudiéramos ver el espectáculo de como sorbía mi semen de su mano izquierda como si fuera una paleta.
– ¿Te gusta el sexo anal? – le pregunté, hechizado por la asquerosa y ardiente escena.
– Si quieres, puedes encularme, pero voy a necesitar tiempo para recuperarme y soportar la caminata de descenso – me contestó, con toda naturalidad.
Salimos del agua, Yolanda se cubrió con una toalla, yo me sequé por mi lado, pero mi polla semi-fláccida parecía hipnotizarla, así como la de Hugo, que también se había recuperado. Para mi sorpresa, Yolanda sonrió, consciente de lo que le esperaba y rebuscó en su mochila hasta sacar una moneda.
– ¿Cara o cruz? – nos preguntó.
– Cruz – dije.
– Cara – dijo Hugo.
– El lado que caiga para arriba me va a dar por el culo – nos dijo ella – y al de abajo se la chupo.
-¿Y por qué no te subes en el de abajo y por atrás te da el otro? – le preguntó Hugo.
Yolanda nos miró un poco preocupada, pero enseguida sonrió y dijo:
– Excelente.
Lanzó la moneda y cayó cruz hacia arriba.
– Tu culo es mío – le dije palmeando.

– Esperad – nos dijo y se arrodilló sobre una toalla, haciéndonos gestos para acercarnos.
Nos cogió las vergas y empezó a mamarnos por turnos, siempre con sus chupetones tan sonoros. Se dedicó en ensalivar más la mía y me guiñó un ojo. Entonces, Hugo se acostó sobre la toalla y Yolanda lo montó, encajándose su miembro y cabalgándolo un poco, hasta que la chica se inclinó, abrazándose con Hugo y dejando su recto a mi entera disposición. Aprovechando su reciente baño, con cuidado, empujé mi pene contra su ano y entró despacio, como que lo usaba de vez en cuando, e impulsándome de su cintura fui penetrándola.
– ¡Aaaah… que gusto, mis amores! – nos dijo, en medio de lo que parecía un llanto de placer.
Cuando mis huevos toparon con los de Hugo, Yolanda se enderezó un poco e intentó mover sus caderas un poco, supe que todo el coito iba a depender de mí y reuniendo fuerza, comencé a follarle el culo a la chica, para que se enterrara el pito de mi amigo.
Yolanda parecía fuera de sí, en medio de un cántico de chillidos y lloriqueos que hasta ese día creí que eran fingidos de las actrices porno. Yolanda se abrazó con Hugo y se besaron con ardor, lo que yo aproveché para inclinarme y poder metérsela con más furia.
– ¡Ah, preciosa! – le dije – ¡Se ve que te gusta comer carne por el culo!
Hugo y ella se carcajearon un poco, aunque ella continuó gimoteando y se pegó a mí, cruzando sus brazos tras mi cintura y doblando la cabeza para que nuestras bocas se encontraran. Nos corrimos los tres, yo en lo profundo del culo de Yolanda, chupándole su lengua, y Hugo aferrado a los pechitos de su novia.
Yolanda quedó exhausta, pero sus mejillas estaban encendidas de felicidad. Yo fui a lavarme y escuché a Hugo y Yolanda besándose y diciéndose cosas.
Bajamos a las 4 de la tarde y Yolanda nos prometió que estaba dispuesta a repetir la súbita orgía, diciendo que se marchaba feliz por haber encontrado un nuevo novio en Hugo y un nuevo mejor amigo en mí.

No hace falta decir que ahora soy entusiasta de ese tipo de paseos.
Saludos de los tres.

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