Relato erótico
Un buen vecino
En la vivienda contigua a la suya habitaba un chico con apariencia de ser un estudiante de unos veintitrés años o poco más, de cuerpo apolíneo, de esos que despiden energía y vitalidad por todos sus poros, mirada insolente desde sus ojos azules y pelo rubio recogido en una coleta. ¿Se necesita algo más para encender el deseo de la vecina?
Victoria – Salamanca
Amiga Charo, desde hace unos meses, estoy conviviendo con Luis, mi pareja actual, en un lindo apartamento que tenemos arrendado en un edificio residencial cerca de la Universidad. Mi nombre es Victoria, tengo 32 años y después de un largo tiempo saliendo de forma estable, hemos decidido disfrutar de nuestra relación viviendo bajo el mismo techo. Aquí, la mayoría de los residentes son estudiantes y matrimonios jóvenes. Nuestro nidito de amor está en la planta cuarta, donde hay otra vivienda contigua a la nuestra, habitada por un chico con apariencia de ser un estudiante de unos veintitrés años o poco más, de cuerpo apolíneo, de esos que despiden energía y vitalidad por todos sus poros, mirada insolente desde sus ojos azules y pelo rubio recogido en una coleta.
Con el propósito de darnos a conocer mejor y no limitarnos al rígido saludo de vecindad, le invitamos a tomar café a nuestra casa, manteniendo una interesante plática. Se llamaba Mario y más o menos tuvimos ocasión de ver que tenía unos gustos y aficiones parecidos a los nuestros.
Casi todos los fines de semana le visitaba una chica muy jovencita, realmente atractiva, que pasaba algún día con él. Algunas veces me crucé con él en el rellano de la escalera y siempre intentaba darme conversación con ganas de acercar su trato, mirándome a los ojos de forma sostenida e inquisitiva. Después pasaba su intencionada mirada, sin disimulo, por cada centímetro de mi cuerpo, retratando el conjunto de mi figura, desde mis cabellos castaño claro, mi cara ovalada, mi cuello esbelto, mi cara de rasgos agradables, mirada dulce y pícara, mis pechos firmes y generosos, mi cintura grácil y cimbreante sobre unas nalgas redondas y macizas al final de unos muslos bien torneados. Al terminar su inspección, escrutaba como embobado mi mirada dulce y pícara, para ver mi reacción.
Nuestras terrazas eran colindantes, siendo la zona de expansión del apartamento, sobre todo en la parte cálida del año. Estaban separadas por una pared no demasiado alta, que permitía ver todo lo que había y ocurría al lado.
Cierta tarde de sábado, al salir a fumar un cigarrillo, me pareció oír unos resoplidos, mezclados con suspiros y risitas. El sol ya había rebasado las terrazas y se disfrutaba una sombra fresca y apacible que hacía la estancia en ellas muy agradable, por lo que no me sorprendió que hubiera alguien allí aunque, intrigada, no pude evitar girar mi cabeza ligeramente y observar fugazmente por encima de la barandilla de separación algo que me produjo la consabida erupción de morbo, dejándome magnetizada y atónita a la vez.
Mario estaba sobre su amiga, que yacía sobre una toalla, totalmente desnuda, enroscada a él y cubierta por el cuerpo de su amigo, cuyos glúteos musculosos y redondeados se movían maquinalmente como una catapulta, en un explícito acto de hincar su cuerpo en el de la chica. Mis ojos apenas se detuvieron unos segundos en contemplar aquella frenética follada al aire libre, los suficientes para que la imagen se grabara en mi mente con una intensidad imborrable.
Luego le comenté a Luis mi descubrimiento, pero él no le dio importancia, solo me dijo que les podíamos devolver la pelota y ponernos a follar también en plena terraza a ver qué pasaba.
Un día, mientras estaba en lo más fragoroso de un frenético polvo, con Luis acoplado a mí, la refriega de nuestros cuerpos y el resollar de nuestras respiraciones entrecortadas, debió alertarles de lo que se cocía en nuestra casa y se dispusieron a observarnos por encima del pequeño muro. Desde mi posición podía ver los cuatro ojos asombrados y divertidos por lo que estaban contemplando. Soltaron una risita apenas perceptible y vi que sus cabezas desaparecían al otro lado del muro. Yo, en medio de mi estado de excitación, aún pude escuchar los chasquidos de sus besos y los primeros suspiros de la chica.
A la mañana siguiente a nuestra demostración de apetito carnal, coincidí yo sola en el ascensor con el vecino y su amiga. El corto viaje que tuvimos que hacer juntos en el reducido camarín hasta llegar abajo se me hizo eterno, ya que estaba todo tan reciente que me hizo sentir un poco azorada. Se dedicaron los dos a observarme con una curiosidad impertinente y cierto amago de deseo, explorándome ella de arriba a abajo y él clavando su potente mirada en mis ojos hasta hacer que dejara de sostenerla y mirar a otra parte. Al llegar abajo y antes de salir del zaguán, Mario me detuvo y me presentó a su amiga.
– Mira Victoria, esta es Mamen, una buena amiga.
Nos saludamos con un ligero besito y antes de despedirse él me dijo que estábamos invitados a tomar unas copas en su casa al día siguiente por la noche, si a Luis le parecía bien y no teníamos otros compromisos.
Quedé en confirmárselo a tiempo. Por supuesto, aceptamos.
Llegamos a la hora prevista, nos habían preparado unos cócteles. Estuvimos bebiendo un buen rato, destapando confidencias y hablando de cuestiones eróticas. A los cuatro nos chispeaban los ojos, nuestra sangre joven circulaba ya como un torrente por nuestras venas y la desinhibición estaba a flor de piel. De pronto, Mamen se levantó para ir a traer unos cubitos de hielo y yo, con gesto decidido, me ofrecí a ayudarle y la seguí hasta la cocina. Una vez a solas la abordé diciéndole que si deseaban repetir los numeritos que habíamos descubierto en la terraza por nosotros no había problema en seguir el juego, ya que nos considerábamos una pareja bastante liberada y amigos de cualquier juego sexual que fuera novedoso.
Mamen me respondió con una sonrisa pícara y divertida y con el mayor descaro se acercó a mí más, acorralándome contra la pared y dejándome en medio de sus brazos que se apoyaban en la misma. Yo hice un extraño aparentando sorpresa, pero me dejé acosar por ella.
– ¿Quieres decir hacerlo juntos los cuatro? – me preguntó inocentemente.
– Eso mismo, supongo que hay confianza entre nosotros, ¿no? – la interrogué mirándola a los ojos – ¿Te imaginas…?
Su reacción fue que, mientras me hablaba, se acercó a mi desafiante y sin darme lugar a reaccionar me atenazó por la cintura, se inclinó sobre mi cara y comenzó a darme suaves besitos alrededor de la boca, luego arrastró una de sus manos sobándome el vientre, subiendo hasta mis pechos, y terminando la caricia oprimiéndome el pezón entre sus dedos. Yo enmudecida, no supe que hacer.
– No te asustes, Victoria. Perdona por no advertirte, pero yo soy bisex…no se cómo lo ves – me confesó mientras me acariciaba la cabeza – ¡Además me gustas mucho!
Desconocía esta faceta de nuestra vecina y su audacia me dejó desconcertada ya que no esperaba de alguien tan joven ese dominio y predisposición para entrar en acción. A decir verdad, su iniciativa me alegró mucho porque venía como anillo al dedo para llevar adelante nuestro plan.
– Hasta ahora, no he sentido atracción por las mujeres… – le dije mientras me dejaba tocar.
– Tendrías que probarlo, tal vez pudiera gustarte – me animó mientras besuqueaba mis ojos.
– Bueno, no sé… me encantaría tener una noche muy loquita con vosotros – declaró Mamen.
Viendo que ella ya había entrado en mi terreno sin reservas, me libré de su asedio y pasé a la ofensiva, rodeándole el cuello con mis brazos me dispuse a besarla en la boca, a la vez que le introducía mi lengua caliente y húmeda. Mamen reaccionó con agitación, acusando la recepción de mis besos y mordiéndome los labios con pasión. Adelanté mi pierna y comencé a frotarle la entrepierna con mi muslo. Nos enzarzamos en una vorágine de tocamientos, exaltadas y dominadas por una fogosa intensidad. Las manos de Mamen masajeaban con destreza mis pechos por debajo del top que llevaba y yo lamiendo su cuello y sus orejitas, pellizcando sus pezoncitos erectos por la excitación.
– Te gusto, ¿verdad? – preguntaba Mamen con la respiración entrecortada.
– Creo que sí – apenas pude contestarle.
A continuación ella introdujo su mano por debajo de mi faldita y empezó a maniobrar con dedos de seda por encima de mi tanga.
– Creo, Victoria, que has sabido ponerme en marcha muy bien y esto ya no hay quien lo pare – me dijo.
Súbitamente, mientras estábamos las dos tan entregadas, apareció una figura en la cocina.
– Mira… ¿qué está pasando aquí….?
Era la voz de Mario quien hacía el comentario. Sin darnos tiempo a reaccionar, se acopló a mi trasero, apretando y restregando su pubis contra mis nalgas mientras me rodeaba con sus brazos y me atrapaba por los pechos con ambas manos. Mamen me guiñó el ojo y lanzó una risa nerviosa y excitada, se apretó a mí de tal forma que mi cuerpo quedó como un el relleno de un bocadillo entre los dos. Así ella comenzó a besar a Mario que inclinaba la cabeza por encima de mi hombro. Mario se había desprendido de su batín, luego me quitó la faldita que llevaba dejándome solo con un tanga negro y el top que cubría mis senos. Todo el poderío de su torso se dejaba sentir sobre mí, por arriba su musculosa tenaza y más abajo sentía la dureza de su virilidad entre mis glúteos. Pronto sus largos dedos se precipitaron por mi monte de Venus, se abrieron paso, apartando el triángulo de tela para dibujar con sus yemas el trazado de mi hendidura depilada y húmeda…
Lo que sigue ya te lo contaré, amiga Charo, en una próxima carta.
Besos.