Relato erótico
Un buen par de tetas
Tenía las tetas más grandes que habían visto jamás, y no pararon hasta que consiguieron verlas. Eran muy jóvenes, pero esta imagen aún les pone cachondos.
Eduardo – SEGOVIA
Amigos de Clima, si bien es cierto Magdalena era una mujer de unos 40 años, nada atractiva, es más, demasiado gorda, también es cierto que el exagerado volumen de sus pechos y su culo, no dejaban indiferentes a dos chavales de 18 años, que lo único que pensaban era en ver a una mujer desnuda.
Era verano. Me encontraba en casa de Pablo, mi mejor amigo hasta el día de hoy, estábamos tomando el sol al lado de su piscina, cuando Magdalena, la empleada de la casa, se acercó y nos entregó unos vasos de limonada con hielo. Yo tenía 16 años en aquella época.
Cuando Magdalena se fue, le hice un comentario a mi amigo respecto de sus pechos y él también me confesó que hacía meses que se fijaba en ellos y que la verdad, lo tenían loco. Entonces nos levantamos y nos fuimos a la cocina, donde Magdalena se encontraba lavando los platos después del almuerzo.
Pablo siempre ha sido muy desvergonzado, y con una personalidad que siempre he admirado. Nos sentamos en la mesa de la cocina a hablar con ella, mientras iba haciendo la comida. De repente Pablo sin ninguna vergüenza le preguntó:
– Magdalena, ¿te puedo hacer una pregunta?
– Sí, dime.
– Pero no te vayas a enfadar.
– ¿Qué pregunta?
– Cuanto miden tus pechos
– ¡Niño… como me haces esa pregunta!
– Es que siempre hablan que las mujeres top son las de 90-60-90.
– Pues conmigo te quedas corto en todas las medidas.
– Pero dime, ¿cual es la medida de tu pecho, para tener una idea?
– Que cosas dices… la verdad no tengo idea, pero pasé los 90 hace tiempo.
– ¿Me dejas medirte?
– ¡Como se te ocurre!
– Venga, ¿qué te cuesta?
– Me da lo mismo, si tú quieres…
– OK, voy a buscar la cinta de medir.
Al poco rato volvió Pablo con la cinta de medir. Magdalena se dejó tomar las medidas, muerta de risa. 122 marcó la cinta.
– ¿No te dije que hacía tiempo que había pasado esas medidas?
– Si que son grandes, ¿eh Eduardo? – me preguntó él a mí, que solo me reía.
Nos fuimos de la cocina. Pablo me había dicho que mientras la estaba midiendo sus manos rozaron sus tetas y que eso lo había calentado mucho.
Pasaron dos días y el tema de las tetas de Magdalena, había sido muy común en nuestras conversaciones. Habíamos ingeniado muchos planes para tratar de verla mientras se cambiaba de uniforme, pero por las condiciones de la casa, no había forma. Las tetas de Magdalena habían pasado a ser una obsesión para Pablo. Un día cuando llegué a su casa, me comentó que tenía un plan. Se iba a arriesgar a ofrecerle dinero a Magdalena a cambio que ella nos mostrara las tetas. A mi me parecía un sueño, pero la idea de estar allí cuando Magdalena mostrara sus mamas, me llevaron a creer en ese plan.
Ahorramos durante toda una semana, y cuando teníamos una cantidad, que ya ni me acuerdo cuanto era, decidimos que era el momento. Como todas las tardes, después que sus padres almorzaran y se fueran a trabajar, llegué a casa de Pablo. Incluso a Pablo le daba mucha vergüenza hacer la propuesta, pero después de media hora de estar en su habitación planeando como hacerlo, él se decidió.
Pablo abrió la puerta de su habitación y llamó a Magdalena. En cuanto llegó, Pablo le dijo que se sentara en la cama, que teníamos una propuesta que hacerle. Yo estaba rojo de vergüenza, pero saqué fuerzas de flaqueza y me quedé en la habitación, aunque no hable nada. El solo hecho de ver esas tremendas tetas fuera de ese delantal blanco me parecía razón más que suficiente para arriesgarme a dar ese gran paso. Pablo, después de muchos rodeos le dijo:
– Mira, tenemos una propuesta que hacerte que nos va a convenir a los tres.
– ¿De qué se trata?
– Mira…
– Venga ya, dime.
– Lo que pasa es que yo, con Eduardo…
– Venga niño, dime, mira que me estoy atrasando con el trabajo.
– Es que… me da vergüenza decírtelo.
– Bueno, cuando te decidas, me llamas – y comenzó a levantarse.
– ¡No espera, ahora te lo digo!
– ¿De qué se trata?
– Lo que pasa es que yo, con Eduardo… nos morimos de ganas de…
– ¿De qué?
– …lo que pasa es que con Eduardo, hemos reunido dinero… y…
te lo queremos dar… a cambio de… que nos enseñes tus pechos sin ropa…
– ¿Queeeeeeeee…?
– Eso.
– ¡Estáis locos! Mejor me voy a trabajar – y diciendo eso nos dejó en la habitación.
Nos quedamos helados y muertos de vergüenza. Nuestro plan y nuestros esfuerzos de nada habían servido. Salimos y nos fuimos a la piscina. Aun con un poco de vergüenza por lo que habíamos hecho, aunque también la situación nos daba un poco de risa. Al rato aparece Magdalena con nuestro zumo y nos dijo en broma de que nos tomásemos también los hielos para que se nos bajase la temperatura. A la media hora, Magdalena se asomó por la ventana de la habitación de Pablo y nos llamó para comer.
– Venga niños, sentaros aquí que os sirvo algo – y como nosotros estábamos muy callados, añadió – ¿Qué os pasa… os comieron la lengua los ratones?
– No, nada
– Venga, comed, mejor será.
– Magdalena… ¿te puedo pedir un favor?
– ¿Otro más…? ¡Son un poco peligrosos tus favores!
– No, en serio, no le digas nada a mis padres.
– No niño, tranquilo.
– ¿De verdad?
– ¡Sí, niño! ¿Y como se os ocurrió eso?
– No sé, se nos ocurrió así, sin más.
– ¿Y cuanto pensabais pagarme?
– Cien euros.
– ¿Cuanto?
– Cien.
– ¿Por solo mostrároslas?
– Sí.
– Ya, venga, comed.
Terminamos de comer y nos fuimos a la habitación de Pablo a jugar con el ordenador y estábamos en eso cuando entró nuevamente Magdalena a la habitación.
– Os propongo algo – nos dijo – Pero me debéis jurar que no lo vais a decir a nadie.
– Lo juramos.
– Pobres de vosotros si le decís a alguien.
– ¿Qué es, Magdalena?
– Pues que… acepto el trato.
– ¡De verdad!
– Sí, pero me tenéis que jurar los dos que nunca lo vais a contar a nadie.
– Sí, lo juro.
– ¿Y tú, Eduardo?
– También lo juro.
– Conste, que me lo habéis jurado.
– Sí, lo juramos
Le dimos el dinero a Magdalena. Ella lo cogió y lo echó al bolsillo de su delantal. Después de hacernos prometer que nunca se lo diríamos a nadie, una vez más, nos hizo sentar en la cama. Una vez ahí, se quedó de pie delante de nosotros y lentamente comenzó a desabrocharse el delantal.
Un generoso escote ya nos dejaba ver como sus grandes tetas se juntaban apretadas por un tremendo sujetador de color carne. Cuando yo ya creía que estaba en el cielo, ella levantó ese sujetador por encima de sus pechos y en ese momento su tremendo par de tetas, caídas, quedaron colgando ante mis ojos. Eran mucho más grandes de lo que nos imaginábamos. Esa mujer de 40 años, morena, pesando fácilmente los 90 kilos, sus pezones grandes, negros y duros quedaron grabados en mi mente hasta el día de hoy. Yo estaba con mi pobre polla a punto de explotar, quedando más que satisfecho con el trabajo del dinero entregado. Sin embargo, Pablo, cuando Magdalena daba por terminado el espectáculo, le dijo que por el dinero que le habíamos dado, nos tenía que dejar al menos tocárselas. Ella al principio no quiso, pero después de pensarlo unos segundos accedió.
El primero en hacerlo fue Pablo, con sus dos manos agarró esos tremendos pechos por solo unos segundos. Luego Magdalena lo apartó y dijo que era mi turno. Me levanté y siguiendo el ejemplo de mi amigo, comencé a tocar los pechos de Magdalena igual que él. Eran blandos, eran exquisitos y un tímido roce por sus pezones hizo que mi excitación no diera más y no pudiendo contenerme, terminé corriéndome dentro de mis pantalones. Ella no sé si se había dado cuenta de lo que me hizo sentir. Solo fueron unos segundos, pero para mí, fue la gloria.
Magdalena se bajo su sujetador y salió abrochándose el delantal. Ambos quedamos muertos de contentos. Pablo al igual que yo, también se había corrido en sus pantalones.
Desde ese día comenzamos nuevamente a juntar dinero para hacer una nueva propuesta a nuestra querida Magdalena.
Ya contaré lo que suceda. Hasta pronto.