Relato erótico

Un buen consejo

Charo
4 de febrero del 2020

Eran novios desde hacía un par de años y la relación se estaba volviendo algo rutinaria. Se lo comento a su madre y ella de dio unos consejos que le funcionaron a las mil maravillas.

Tania – Cáceres
Llevaban un par de años saliendo, por lo que a esas alturas de la relación, la rutina se había instalado como un miembro más de la pareja. Hacían siempre las mismas cosas, y el terreno sexual no se libraba tampoco.
Aquello la tenía preocupada. Eran una pareja muy sexual, y aunque no todo se basaba en eso, sí era muy importante, y al llevar una semana a pan y agua, sus estados de ánimo se habían resentido un tanto.
Esa tarde, mientras se arreglaba, su madre la notó pensativa, y ella que se lo contaba todo, se lo explicó. Era su madre una mujer práctica, comprensiva y liberal que solía dar buenos consejos basados en la experiencia de una ardiente juventud de la que se sentía orgullosa.
Cuando se lo contó, se echó a reír y dijo algo así como “Esta juventud, qué poca imaginación tenéis, de verdad. En nuestra época nos buscábamos las mañas y lo hacíamos en cualquier parte”.
-Qué va, no se me ocurre nada, pero por si acaso a él se le ocurre algo, conviene estar preparada.- contestó Lara con media sonrisa.
-Pero qué pasa hija mía, ¿es que necesitas una cama? ¡Creía que te había educado para ser más espontánea!- dijo su madre con sorna. -¿Sabes lo que yo haría? Me pondría el abrigo encima, unos tacones y punto.- acabó mientras se encendía un cigarrillo. Lara se sonrojó.
-Anda ya, ¡qué corte! ¿Y si alguien me ve?- respondió, tomándoselo a broma.
-Ahí está el riesgo, claro, por eso es tan morboso hacerlo.- y salió de la habitación, dejando a su hija pensativa.
Ésta se miró al espejo, maquillada y peinada, en ropa interior y con tacones. Un leve cosquilleo de excitación la recorrió al imaginarse la cara de su novio si la viera así. Y no le disgustó la idea.
Pero necesitaba algo para sacudirse la timidez. Una cosa era tener morro, algo de lo que no andaba falta, y otra muy distinta era aquello, ¡salir a la calle así en plan prostituta de lujo! Bastaba una ráfaga de viento a lo Marilyn Monroe para que cualquiera le viera el culo.
Veinte minutos más tarde, sonaba el timbre de la portería, y a Lara le flaquearon las piernas cuando se disponía a coger el ascensor. Pero cuando se cerró la puerta tras ella, se dijo que ya no había marcha atrás.

Al llegar abajo y encontrarse frente a él, estuvo a punto de darse la vuelta y volver a su casa a ponerse algo, pero él la cogió por la cintura y la besó sonriendo.
-Qué guapa te has puesto.- dijo en su oído, refiriéndose a su pelo y al maquillaje.
Ella esbozó una sonrisa y sintió un leve cosquilleo de anticipación en el bajo vientre. Como siempre que estaban a solas, las manos de él cobraron vida propia y manosearon los pechos de su novia.
-Oye, que nos pueden ver los vecinos.- dijo ella en voz baja, separando su boca un par de centímetros.
De repente se había excitado mucho, al pensar que, si él estaba así ahora, a saber cómo se pondría cuando se diera cuenta de que no llevaba nada debajo del abrigo.
Él no tardó en averiguar que había algo raro cuando introdujo un par de dedos furtivos por entre los botones de la chaqueta.
-¿Y qué si nos ven? Hace días que no estamos a solas, y hoy estoy…
-susurró él mientras con las yemas de los dedos rozaba el encaje.
Ella sonrió al ver el gesto de perplejidad en la cara de su novio, que había notado ya el pezón justo bajo la tela. No le dejó preguntar nada.
-¿Vamos a algún sitio o nos vamos a quedar aquí plantados?- sugirió ella.
-Espera, ¿Es que no llevas sujetador?- preguntó él, haciendo caso omiso de la pregunta. Ella se sonrojó y miró a su alrededor asegurándose de que no había nadie cerca.
-Pues… Compruébalo tú mismo.- dijo en tono juguetón.
Él no se lo pensó mucho y desabrochó un botón. Cuando vio el encaje la miró con cara de sorpresa y excitación. Sus manos se deslizaron por la cintura de ella hasta llegar a las piernas, y de allí ascendieron ansiosas por comprobar lo que había bajo el abrigo. Cuando tocó las nalgas desnudas y palpó el menudo tanga, exhaló un suspiro en el cuello de ella.
-No llevas nada. -confirmó con voz entrecortada.

Ella asintió y lo besó, comiéndose su boca. Notaba que la humedad calaba el tanga, una excitación como pocas veces había sentido provocaba que su sexo se hinchara por momentos. Su mano, traviesa, había ido a comprobar que el pantalón que él llevaba puesto estaba hinchado por un gran bulto.
-Vamos a algún sitio.- volvió a sugerir. Él miró a su alrededor, y se fijó en el hueco de la escalera, que quedaba al abrigo de las miradas. No se lo pensó y la llevó hasta allí de un tirón. Una vez resguardados, retiró bruscamente el abrigo de ella y la miró de hito en hito.
-Joder, estoy tan cachondo que voy a estallar…- decía mientras le sobaba los pechos por encima del sujetador y se restregaba contra ella.
El ascensor se detuvo y se abrió la puerta. Ellos contuvieron la respiración y se quedaron totalmente estáticos. Lara notaba la polla de él apretando sus nalgas. Cuando el vecino salió de la portería y estuvieron de nuevo a solas, se dio la vuelta y bajó del todo el pantalón y el calzoncillo de él, que acariciaba todo su cuerpo rápidamente, como si le faltaran manos para tocar todo lo que quería. Tenía la mirada brillante y opaca, su pensamiento consciente ido, la polla tenía ahora el control absoluto de su cuerpo.
Lara se agachó y sin pedir permiso empezó a lamer el falo erecto y brillante que la apuntaba acusador. Él se arqueó un poco y la miraba desde arriba, suspirando en aquel espacio que, como todas las porterías, hacía eco.
En muchos edificios, alguna ventana de los pisos da a un patio interior o al rellano. Esto sucedía también en el suyo, y los suspiros de ambos, amplificados por el eco llegaron a oídos de algún vecino, que abrió la ventana.
-Paco, te digo que se oye algo en la portería. ¡Ven, escucha tu, a ver si es que yo estoy loca!- decía una voz de mujer. La pareja volvió a quedarse quieta.
En el lugar se hizo el silencio, tanto arriba como donde estaban ellos. Ambos sentían sus sexos palpitantes y ansiosos. La vecina no había cerrado la ventana todavía.

Pasó un minuto y todo seguía igual. Una mano traviesa acarició las nalgas de ella, y un dedo se posó en sus labios, incitándola a callarse. Ella se puso de rodillas y él volvió a colocarse detrás, era la postura más cómoda en aquella situación.
Despacio, intentando no hacer ruido, la polla se fue introduciendo entre los labios húmedos de la chocho de Lara, que lo recibía ansiosa. A lo lejos oyeron cerrarse la ventana, mientras él empezaba a bombear rápidamente, agarrándola por las caderas. Echaba la cabeza hacia atrás y cerraba fuertemente los ojos, concentrándose tanto en no suspirar audiblemente como en no correrse. Jamás hubiera pensado que su novia pudiera haber hecho aquello. No era una mojigata, pero presentarse así, en plan putón, pidiendo guerra como una actriz porno, lo había puesto tan cachondo que sentía cada roce con la vagina húmeda de ella y tenía la sensación de que en cualquier momento estallaría. Estaba tan mojada que el dedo resbalaba.
Por fin, encontró el pequeño botoncito y jugó con él, lo acarició suavemente mientras se encendía a cada suspiro de ella, que movía las caderas al compás de los lametones.
Cuando sintió que ella no podría más y que estaba a punto de correrse, paró se sentó en el suelo. Lara se dio la vuelta y fue a sentarse encima de él. Quedaron unidos como dos piezas de puzle que encajan, entrelazados. Empezaron un movimiento de vaivén buscando el máximo roce, olvidado el cuidado de nuevo. Ambos se suspiraban al oído y se agarraban fuertemente para no perder el ritmo.
De nuevo, la misma ventana se abrió.
-¡Paco, joder, que no me lo invento, que parece que estén haciendo cosas guarras aquí mismo!- anunció aquella vecina en voz alta.
-Pero mujer, ¿cómo va a ser eso? Será que entra aire de la portería, alguien se habrá dejado la puerta abierta.- contestó el marido, y su voz se acercaba a la ventana.
Lara era totalmente ajena a esto, no tenía ni idea de que sus gemidos se oyeran porque no era consciente de estar emitiendo ningún sonido. Su novio le metió la lengua en la boca para callarla mientras el vaivén era más intenso cada vez, haciendo que a pesar del frío suelo, ambos sudaran enfebrecidos y cachondos.

El saber que los estaban oyendo, que cualquiera que se fijara un poco al entrar los pudiese ver… Se echó hacia atrás y se apoyó en los brazos para mover aún más las caderas bajo ella, que se movía encima como una amazona cabalgando un caballo salvaje.
Ella se corrió de repente. No hubo aviso, simplemente un grito ahogado salió de su garganta mientras la vagina apretaba una y otra vez el pene en su interior. Cuando él vio el gesto de Lara y sintió las contracciones estimularle de aquella manera, se corrió también de forma abrupta, casi dolorosa, mientras a lo lejos se oía al tal Paco diciendo a su mujer que a ver si iba a tener razón y había alguien follando en la portería…
A ellos les dio igual. Era posible que bajaran a comprobarlo, así que se dieron prisa en vestirse. O en el caso de ella, de ponerse el abrigo. Salieron de allí casi corriendo, ambos con una sonrisa de felicidad absoluta en el rostro y cogidos de la mano.
-Cariño, te invito al cine.- dijo él abrazándola. Ella frunció un poco el ceño.
-¿Así como voy?-
-Precisamente.- contestó él, sonriendo pícaro y echándole mano al culo.
Cuando volvió a casa, su madre estaba viendo la televisión. No le preguntó nada; de hecho no hizo falta, le bastó con ver la sonrisa estúpida y los ojos brillantes en la cara de su hija para echarse a reír.
-Ya veo que te ha ido muy bien.- dijo.
-Sí, no ha estado mal.- respondió Lara sin perder la sonrisa.

-Me alegro mucho. ¡Pero la próxima vez, te vas a otra portería, que os ha oído todo el edificio y el vecino del tercero está que trina!
Queda claro que la próxima vez, follaremos en otro sitio.
Un beso para todos.

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