Relato erótico
Un buen calenton
Aprovecharon aquel puente y fueron a la playa a relajarse. Su mujer era un poco “cortada” en el sexo y se le ocurrió ir a un sex shop y comprar unas gotas que le dijeron que la pondrían caliente. Pensó que era una ocasión de oro para probarlas.
Rubén – Alicante
Hace un par de años conseguí de mi empresa, por fin, me concedieran un puente en el mes de julio. Mi esposa y yo teníamos cuatro días por delante para disfrutar de la playa. Pensé que el sol y el mar debían venirnos muy bien a los dos y servir para desconectar del trabajo y del frenesí de la gran ciudad.
Dado que mi mujer es bastante cortada y hasta entonces no se había salido un pelo de lo tradicional (polvo con la luz apagada y poco más) decidí darle un poco de emoción al fin de semana y compré en un sex shop unas gotas que, según decían, servían para poner a 100 a tu pareja.
El segundo día de estar en la playa, mientras estábamos cenando en una terraza y aprovechando que Natalia (así se llama mi mujer) fue al servicio, le eché 15 gotas en su cerveza.
La cena acabó y decidimos pasar por el hotel un rato y cambiarnos para ir después a tomarnos unas copas a una discoteca y echarnos unos bailes.
La verdad es que yo no notaba si el producto milagroso le había o no hecho algún efecto pero a la hora de vestirnos para salir por la noche vi que elegía la falda más corta que había llevado. Era de color negro y abotonada por delante.
La combinó con una blusa de seda de color blanco. Me preguntó qué tal se veía y yo, más para comprobar el efecto del potingue que por cualquier otra cosa, le sugerí que con la blusa se le trasparentaba el sujetador y sería mejor que se lo quitara.
Jamás, que yo hubiera sabido, se había desprendido de esa prenda, ni siquiera hacía top less en la playa. Para mi sorpresa no tardó ni 15 segundos en quitárselo sonriendo. El efecto era en verdad bastante calentón, ya que entre la falda corta y la blusa en la que se notaban perfectamente sus dos pezones oscuros estaba para comérsela allí mismo.
Llegamos a la discoteca, donde no había mucha gente y tras pedir unos combinados nos pusimos a bailar, primero suelto, después agarrado, bueno, ya os podéis imaginar. El ambiente se iba cargando de humo y cuanta más gente iba llegando más calor iba haciendo. Mi calor también iba aumentando al ver así a mi mujer.
En un rato que estábamos sentados le quité, como quien no quiere la cosa un broche con el que cerraba la parte superior de la blusa, con lo cual quedaba abierta hasta muy abajo. Al comenzar de nuevo a bailar suelto y moverse la blusa se abría y podía vérsele por completo una teta en la que el pezón se veía muy duro. Creo que Natalia se estaba dando perfecta cuenta de la situación y le estaba gustando el juego.
Ya bastante tarde, pusieron música más romántica y relajada, el disk jóquey o como carajo se llame tuvo la feliz idea de proponer un cambio de pareja de baile por la más cercana.
La pareja más cercana era un matrimonio joven, ella rubia y él muy bronceado. Empezamos a bailar y la rubia no hacia ningún esfuerzo por despegarse. La tenía abrazada por arriba y también le hice un acercamiento por debajo que no rechazó. Por fuerza tenía que sentir mi polla completamente tiesa apretando contra su muslo pero ni se inmutó. Con la excitación que tenía encima casi me había olvidado de mi mujer y ya habían pasado tres o cuatro piezas.
Cuando volví la vista hacia donde creía que estaba bailando la otra pareja me costó trabajo distinguirles. Se habían desplazado hasta la zona más oscura de la pista de baile y se les veía en sombras.
Me acerqué bailando hacia allí y contemplé, no sin asombro, que si nosotros estábamos pegados, ellos parecían estarse dando el sobo más alucinante que podía imaginar.
Él, le besaba el cuello y ella le abrazaba dirigiéndole la cabeza hacia la nuca, hacia delante. Estaban casi parados, el dándonos la espalda. La razón según comprobé no era otra que le estaba tocando el culo con todo el descaro del mundo.
En ese momento me hirvió la sangre en la cabeza pero Miriam, la rubia que bailaba conmigo me susurró al oído que en lugar de enfadarme no fuera tonto e hiciera yo lo mismo con ella.
Así transcurrió un buen rato hasta que de nuevo comenzó la música para bailar suelto. Nos fuimos los cuatro hacia donde estaban las bebidas y en un momento aparte Natalia me comentó que se estaba muy caliente y que Daniel (así se llamaba su pareja) le había pedido que para darle más morbo a la situación se quitara las bragas y bailara con él sin ellas.
-¿Qué te parece?
Le contesté que por aquella noche era completamente libre de saciar su calentura como mejor le pareciera, que yo no pensaba enfadarme. De inmediato se fue al servicio y yo imaginé que al volver no debía llevar nada bajo la falda. Tras un rato de charla intrascendente comenzó la música suave y Natalia se levantó y nos dijo ¡Venga, no seáis vagos!
Ella directamente se fue hacia aquella parte que estaba más oscura y yo, que estaba disfrutando de la situación, me puse a bailar con Julia muy cerca de ellos. No pasaron dos minutos cuando me di cuenta de que Daniel tenía la mano metida por debajo de la falda y le estaba acariciando su conejito.
Aquella visión, de mi mujer entregándose en público a un desconocido me excitó tanto que con el simple roce del baile me corrí y tuve que bajar al servicio a limpiarme un poco.
Cuando subí estaban los tres esperándome, ya que eran casi las cinco de la madrugada, hora de cierre de la disco. Nos fuimos camino de nuestro hotel a seguir la fiesta y subimos los cuatro a mi habitación. Cuando comencé a atacar a Julia más en serio e intenté meterle mano me miró muy seria y me dijo que me estuviese quieto.
– Tu ya te has corrido en la disco. Ahora, siéntate y disfruta de cómo nos follamos a tu mujer.
Me encantó ver a mi Natalia chupándole el coño a otra mujer mientras que un desconocido se la estaba follando por detrás, le daba azotes en el trasero, le retorcía los pezones y yo no podía hacer otra cosa que hacerme una paja tras otra hasta el amanecer.