Relato erótico

Un aroma inolvidable

Charo
1 de enero del 2019

Trabajaba desde hacía dos semanas, como mensajero, en una agencia de seguros. Había muchos agentes y entre ellos varias mujeres muy atractivas pero, la que más le gustaba, era la secretaria de la gerente.

David – Valencia
Estaba trabajando en una oficina de seguros, aquí en Valencia, como mensajero. Hacía solo dos semanas que había empezado a trabajar pues acababa de terminar los estudios y con mis escasos 19 años, poco conocía de los infinitos placeres de las relaciones sexuales. La oficina era amplia y cómoda, quedaba en un octavo piso y tenía excelente vista de la ciudad, estaba dividida en departamentos, desde el despacho de la gerente hasta los despachitos de los vendedores de seguros.
En total el grupo lo formaban unas veinte personas, de las cuales trece eran mujeres y solo siete hombres. El grupo de mujeres estaba formado por mujeres de entre los 28 y 35 años, muchas de las cuales se destacaban por su belleza y sus grandes atributos físicos, en especial Susana, la gerente, y su secretaria Marisa. Ambas tenían unos pechos enormes y un trasero gordo y bien salido.
Del grupo masculino, para que hablar. Con mi juventud y mi poca preparación, el mayor tiempo que me encontraba en la oficina, me lo pasaba pensando en cómo serían esos grandes pechos y lo bueno que sería tenerlos en mi boca y como sabía que era imposible que mis deseos se volvieran realidad, tenía que ir al baño de la oficina a masturbarme ya que mis pantalones iban a reventar. Iba a cumplir mi tercera semana en la empresa, exactamente un viernes, cuando ese día Marisa llevaba una diminuta minifalda blanca y una ceñida blusa negra escotada, dejando ver parte de sus hermosos pechos, duros y redondos. La gerente, por su parte, llevaba unos vaqueros ajustados al cuerpo e igualmente una blusa que permitía apreciar los encantos de su cuerpo entre ellos su hermoso culo y sus extraordinarias tetas. Como era mi costumbre, antes de salir a repartir y buscar papeles, decidí entrar a pajearme para no mortificarme el día. Sin darme cuenta, me demoré más de lo acostumbrado en el baño y cuando salí la oficina ya estaba casi vacía.
La gran mayoría de los vendedores habían salido y el personal administrativo se encontraba en un seminario de capacitación. Las muchachas del aseo estaban en la cocina, la gerente en su oficina y Marisa en su escritorio. Ya había tomado mi carpeta con los papeles para salir a trabajar cuando de repente escuché una voz que me dijo:
– Oye, David.
Inmediatamente me di la vuelta y vi que era Marisa quien me llamaba.
Le pregunté que quería y me dijo:
-¿Serías tan amable de traerme algo de la cafetería de enfrente?
– Por supuesto – le dije.
Se dio la vuelta para buscar en su bolso el dinero y se agachó de tal manera que alcancé a ver parte de su hermoso culo y por supuesto su diminuto tanga. De inmediato mi polla se puso tiesa y un gran bulto sobresalía de mi pantalón. Lo cual me dio mucha vergüenza por si ella lo notaba. Siguió buscando y cada vez dejaba ver más. Estuve a punto de agarrarle las nalgas, pero temí por mi trabajo y me contuve, así que seguí sentado. Ella se dio vuelta y me preguntó qué edad tenía.

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Yo le dije que diecinueve. Se acercó más y se sentó junto a mi, así que podía ver aún mejor sus tetas y sus grandes pezones.
-Eres muy simpático y atractivo para tu edad – me dijo.
-Gracias -le respondí y sin timidez, le dije:
-Usted es una mujer muy guapa.
Entonces ella se puso de pie y cerró la puerta de su despacho, se acercó a mi y me preguntó:
– ¿De verdad te parezco atractiva?
– Por supuesto – le dije y me quedé mirándola embobado.
Ella se dio la vuelta y se pasó suavemente la mano por su trasero. Yo estaba a punto de reventar cuando ella insistió:
-¿Te gusta de verdad? – le contesté que sí con voz temblorosa – Pues cálmate que a esta hora no viene nadie a mi despacho.
Siguió acariciando su redondo culo y empezó a subir muy lentamente su minifalda hasta el punto que empecé a ver el hilo negro de un tanga que apenas le cubría su esbelto culo y su gran chocho el cual empezó a sobresalir debajo de la breve tela.
– Acércate – me dijo – ¿Te gustaría conocer el aroma de mi culito? – yo no lo podía creer y ella insistió – Ven, no seas tonto, acércate que no te va a pasar nada.
Me acerqué y coloqué mi cara exactamente entre sus glúteos, grandes y jugosos, y empecé a olerla. Nunca antes había gozado de un olor tan agradable, así que seguí haciéndolo hasta que comencé a agarrar su culo y a besarlo. Ella me dijo:
– ¡Muy bien, muy bien, sigue así… sigue…!.
Después de besarle las nalgas intensamente le retiré el hilo del tanga y le metí la lengua en su agujero rosado y ella empezó a gemir. Continué haciéndolo más fuerte. Luego le metí la lengua en su chocho, el cual ya estaba todo mojado. Le pasaba la lengua suavemente desde el coño hasta el culo y viceversa hasta que no me contuve más y me puse de pie, le quité la blusa y desesperadamente, empecé a besar sus pechos pero seguí acariciando su pubis. Ella, con rapidez, bajó la cremallera de mis pantalones, me agarró la polla, de un fuerte empujón, me tiró sobre su escritorio y empezó a chuparme la polla.
Después de chupármela un rato, colocó una vez más su culo sobre mi cara en posición del sesenta y nueve y me decía:
– ¡Cómemelo… cómemelo por favor, mete tu lengua en mi culo!

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Así lo hice hasta que ella se puso de pie, me dio la espalda, se fue sobre su escritorio y recostándose sobre él, abrió sus piernas, las cuales dejando ver su grandísimo coño rosada y sus hermosos labios húmedos y me dijo escuetamente:
– ¡Penétrame!
Me abalancé sobre ella y le metí mi polla. Era tal mi excitación que a los cinco minutos de estar penetrándola me corrí, sin embargo le dije que podía seguir ya que mi polla seguía erecta y dura. Más tarde procedí a penetrarla por el culo. Estuvimos como dos horas follando.
Después de ese día seguimos un par de meses haciéndolo. Ella colocaba toda su experiencia y yo mi juventud. A pesar que hoy ya ha pasado mucho tiempo, aún no puedo olvidar el aroma de ese culo redondo y ese coño rosado.
Saludos.

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