Relato erótico

Un amor del pasado

Charo
18 de agosto del 2019

Fueron a visitar a una amiga de su mujer, fue una tarde agradable hasta que llegó el hermano. Había sido “novio” de su mujer y se dio cuenta que la química aun funcionaba.

Alberto – Elche
Habíamos ido a visitar a Teresa, una amiga de juventud de mi mujer. Empezó como una de esas vistas de tarde de domingo en las que el tiempo pasa lentamente hasta que afortunadamente llega el momento de marcharse. No es que la amiga de mi mujer o su marido sean sosos o aburridos, pero mientras ellas dos sabían que contarse, a mí me costaba un poco mantener una conversación con alguien con quien tengo poco o nada en común. Por ello los dos maridos nos dedicamos a seguir los juegos de su hija y de la nuestra. Ellas tenían muchos temas de conversación, mi mujer estaba en el quinto mes de embarazo y la barriga era evidente.
Mientras esperaba que llegará el momento de irnos no podía evitar pensar en que la iniciación sexual de Anabel, mi mujer, había llegado de la mano de Mario, que era el hermano de Teresa. Mi mujer me había asegurado que nunca habían sido novios tal y como en general entendemos, pero todos los veranos Mario se apuntaba a las salidas de camping del grupo de amigos y amigas de su hermana.
A pesar de ser un poco más joven que Anabel, habían terminado por intimar cuando los distintos miembros del grupo quedaban aparejados, y de intimar como amigos, habían pasado en esas estancias lejos de la formalidad de la vida diaria a intimar como amantes por las noches, cuando no quedaba nadie en el grupo por aparejar. Me había explicado Anabel que en las vacaciones, durante el día y el resto del año, no tenían ninguna relación especial, pero algunas noches en esas salidas a la playa o al campo, el deseo y la pasión les unía. Esta situación terminó cuando por razones de trabajo conocí a Anabel y empezamos a salir.
Al cabo de un rato sonó el timbre de la puerta y llegó Mario a ver a su hermana, a su cuñado y a su sobrina. Siempre había sido celoso y empecé a sentir un cierto mosqueo interior. No es que los celos me enloquezcan pero…
Después de saludarnos con la fingida naturalidad esperable en mí, volví a los juegos de las dos niñas en el jardín de la casa mientras quedaban Teresa, Anabel y Mario conversando en la sala de estar. Después de un ratito llegó Teresa al jardín y debieron pasar unos quince minutos antes que llegaran Anabel y Mario. Al fin llegó la hora de marcharse. Fue una breve despedida en la que no faltaron las habituales indicaciones sobre la necesidad de volvernos a ver próximamente.
En el coche no hubo más comentarios que los necesarios para mantener a la niña despierta hasta llegar a casa y así conseguir que cenara algo, pero después de meter a nuestra hija en la cama no pude evitar preguntarle por el tiempo pasado por Anabel con su antiguo amante. De entrada ella evitó la respuesta mientras fingía mirar la televisión, pero inmediatamente me miró y con cara seria me dijo:
– Te lo puedes creer, me ha dicho que el embarazo me sienta bien y que se me ve muy guapa.
A pesar de que mi mujer no es ninguna belleza extraordinaria, tampoco puede decirse que no tenga sus encantos. No está ni delgada ni gorda y sus curvas siempre me han parecido muy atractivas.

Sus pechos tampoco están nada mal, y con el embarazo todas estas curvas quedaban bien realzadas.
– ¿Y que más te ha dicho?
Se sonrojó ligeramente y volvió la mirada al televisor, después me contestó:
– Pues eso Alberto. Que estaba guapa, de hecho…
Y no siguió. Ante mi insistencia me dijo que seguramente no me iba a gustar lo que me diría si seguía. Le contesté que prefería que no hubiese secretos ni malos entendidos entre los dos y que aún sin gustarme lo que pudiese oír, creía que era mejor que me lo contase todo. Ella respiró hondo y me contó lo siguiente.
Teresa, Mario y Anabel empezaron a hablar del embarazo, naturalmente Mario le dijo a Anabel que la felicitaba y que le deseaba que el bebe llegara bien y que todos fuéramos muy felices. Entonces le pidió que les permitiera ponerle las manos sobre la barriga. De entrada Anabel se sorprendió pero accedió. Mario le pidió que se levantara un poco la ropa para poder poner las manos directamente sobre la piel, entonces Teresa le hizo notar a su hermano que quizás iba demasiado lejos y propuso salir fuera con las niñas y los padres.
Entonces vino con nosotros esperando que la siguieran, pero Anabel y Mario permanecieron en el salón y las manos de él pasaron bajo la ropa y se situaron sobre la piel del vientre de mi mujer.
– Y pensar que hubiera podido ser el padre de tu hija y del nuevo bebé si nos hubiéramos tomado las cosas de otro modo – le dijo Mario.
– Ya sabes Mario que nunca hubo otra cosa entre nosotros que sexo y pasión. Nunca hubo un sentimiento como el que tengo con Alberto.
– Entonces estaba muy seguro pero ahora, no sé. Al verte con esta barriga me gustaría abrazarte, hacerte otra vez mía. Creo que aquello nuestro es la mejor de mis relaciones con una mujer. Sabes que nunca he sido capaz de mantener una relación mucho tiempo y en cambio ahora creo que junto a ti sería feliz.
– Me parece que es mejor que salgamos Mario.
Anabel hizo ademán de salir pero Mario la abrazó y sin que mi mujer supiera resistirse la besó en los labios con esa pasión que hacía poco había recordado.
– Anabel, estoy seguro que tú y tu marido os queréis mucho pero yo también te necesito. Por favor seamos uno del otro una vez más. No he hecho nunca el amor con una mujer embarazada y si no he de ser padre, me gustaría que tú fueras la que me permitiera ser tierno y a la vez hombre.
– No sabes lo que me pides Mario.
Y dicho esto salió al jardín. Mario la siguió inmediatamente. A medida que me hizo el relato los celos me iban ganando el alma, pero al mismo tiempo entendía que tanto los deseos como los sentimientos no pueden ser dominados. Por ello y tras respirar hondo abracé a Anabel y le di un suave y largo beso en los labios. Luego me separé un poco y sin soltarla le dije:

– Lo que debes hacer es lo que realmente te dicte tu corazón. No me escondas nada y a pesar de que no me guste lo que suceda, prefiero que estés conmigo porqué realmente lo deseas y también para el bien de nuestra hija y de la que está en camino. Ya sé que me amas a mí pero Mario ha sido para ti una persona importante. No quiero impedirte nada de lo que de verdad desees.
Anabel me miró largamente y me respondió que no sabía si hablaba en serio o no. Me recordó que soy celoso y que no sabía como tomarse lo que estaba oyendo. Quedamos abrazados y mirando el televisor.
Realmente no sé que le estaba pasando por la cabeza a ella, pero yo pensaba en algunos de nuestros amigos que se habían separado por incomprensión del uno por el otro y se lo recordé:
– Por favor, Anabel, no seguiremos hablando del tema si no quieres, pero no me digas nunca que te he prohibido algo que deseas.
Anabel me miró y me dio un beso largo y dulce. Luego me tomó de la mano y me llevó a la cama. Hicimos el amor y luego permanecimos un rato abrazados. Ella se irguió un poco y mirándome me dijo:
– Alberto, quiero acostarme de nuevo con Mario. A ti te amo y te deseo. Pero también le deseo a él. Él fue mi primer hombre y después solo he estado contigo. Lo que viví con él es para mí un buen recuerdo y ahora nuevamente un deseo.
Nos abrazamos de nuevo y no dijimos nada más. Nos dormimos. A la mañana siguiente nos levantamos con el despertador y a continuación con una mirada intensa entre los dos. Le recordé mis palabras de la noche anterior y le insistí en que no me mintiera, le recalqué en que hiciera lo que realmente deseaba.
Al llegar del trabajo por la tarde no hubieron más comentarios, pero al acostarnos ella me dijo que había llamado a Mario y que habían quedado para verse en casa de él, el próximo viernes por la noche. Me dijo que se iría después de que acostáramos a nuestra hija y que regresaría por la mañana antes de la hora en que suele despertarse. Le deseé que fuera feliz y le rogué que siguiera amándome a mí.
Para bien o para mal la semana pasó muy rápida para mí, el trabajo me resulta totalmente absorbente. Solo por las noches y a medida que se acercaba el viernes me costaba un poco más dormirme, y eso que cada noche teníamos sexo con mi mujer. Hacía muchos años que no lo teníamos tantas noches seguidas.
Llegó el viernes y tras acostar a nuestra hija, Anabel se fue. Se había puesto tan bien vestida como su barriga le permitía, pero su cara estaba tan radiante de felicidad que no creo que nadie con quien se cruzase llegara a mirar otra cosa. Me dio un largo beso y se fue.
Realmente me sentí solo y muy mal, no encontré nada que me interesase en la televisión, no supe que hacer antes de acostarme por lo que me puse el pijama y me metí en la cama. Naturalmente no podía dormirme ni sacarme de la cabeza a mi mujer en brazos de Mario, y no se porqué pero empecé a masturbarme, lentamente, rápidamente, lentamente…

Al cabo de un par horas y tras haberme levantado para tomarme dos whiskys, me dormí. Desperté cuando mi mujer llegó, seguía con la cara radiante de felicidad. Me besó, me dijo que no podía haber marido mejor que yo y se desnudó. Se metió en la cama junto a mí, me abrazó y se durmió. Nunca se había podido dormir mientras estaba abrazada a mí. Yo no me dormí y a la media hora Anabel se despertó. Le pregunté si habían sido felices, me sonrió con una mirada lujuriosa que no suele tener y me dijo dulcemente, recordando algo muy agradable:
– Mi querido cabrón, tengo un marido que me quiere y hoy en cambio lo he dejado en casa para gozar del sexo con otro, tanto como puede desear una mujer. ¿Y tú que has hecho esta noche? ¿Qué son estos kleenex? ¿Pensabas en lo que estábamos haciendo Mario y yo?
Asentí con la cabeza y para mí sorpresa, me explicó su noche.
“Cuando llegó al piso donde vive Mario y tras cruzar la puerta se abrazaron, se besaron y se fueron directamente a la cama. Él empezó a desnudarse, dejándose el calzoncillo mientras ella le miraba tendida en la cama. Luego se acercó a Anabel y lentamente la desnudó a ella mientras la besaba por todo el cuerpo. Al quitarle el sostén empezó a morderles suavemente los pezones y a lamerlos con lo que mi mujer empezó a temblar de placer. Al descubrir su sexo, Mario empezó a lamerlo primero lentamente y luego a succionar. Anabel me reconoció que la mamada la dejó totalmente excitada. Entonces ella se incorporó y haciendo tumbar a Mario le quito el calzoncillo. El miembro del él, mayor y más gordo que el mío, según me aclaró, estaba totalmente erecto y a pesar de que a ella no le gusta mamarla, empezó una larga chupada. Después se volvieron los abrazos, los besos por todos los lados y las manos de él sobre el vientre y los pechos de ella.
Él se quedó tendido sobre la cama y ella se puso sobre él, colocándole el preservativo que le alargaba. Entonces se ensartó en el miembro de él y empezó a moverse arriba y abajo.
Al llegar a este punto, agarró mi pene, tan duro como pueda imaginarse y empezó a masturbarme mientras que yo no sabía como tomármelo.
Me contó Anabel que tras un buen rato de bombeo el orgasmo la inundó y empezó a sollozar. Entonces Mario la tendió junto a él y empezó de nuevo a besarla y a acariciarle los pechos y el vientre. Finalmente Anabel volvió a colocarse sobre él y tras otro orgasmo de ella él se corrió. Se quedaron uno junto al otro un rato y se durmieron.
Estas salidas se repitieron cuatro veces más (cada quince días y siempre en viernes por la noche), antes del nacimiento de nuestra segunda hija. Anabel no me ha dicho nada de lo que vendrá en el futuro, especialmente después de la “cuarentena”.

Lo único que puedo desear es que mi mujer sea feliz. Si ella es feliz, yo estoy más cerca de serlo, y he de reconocerlo, después de cada noche que mi mujer pasa con Mario, el sexo entre ella y yo ha mejorado.
Ya os contaré si la historia sigue. Un beso.

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