Relato erótico
Tú te la follas y yo…
Son jóvenes, llevan casados hace seis años y juntos han aprendido todos los entresijos del sexo. Se han hecho amigos de una vecina joven y muchas tardes las dos mujeres toman café y hablan de todo, incluso de sexo.
Andrés – Gijón
Me llamo Andrés y mi mujer María. Nos casamos hace seis años, ella tenía 18 y yo 20, y te aseguro que fui yo quien la estrenó. Al principio estábamos algo verdes con relación al sexo, pero al cabo de dos años, ella parecía una profesional. De ella salió hacer el 69, etc. Nuestra vida sexual era un goce continuo. Por aquel entonces teníamos una vecina que era un cromo de guapa. Se llamaba Clarita y vivía con una tía suya, ya mayor. Esta chica tenía 20 años y se hizo muy amiga nuestra, principalmente de mi mujer. Estaba como un tren. Una cara francamente bonita, unos pechos firmes y de un tamaño ideal, un culo respingón, que daba ganas de comérselo, y unas piernas estupendas.
La chica se pasaba muchas tardes con María en nuestra casa y lo que más le agradaba era que mi mujer le contara chistes verdes. María le decía que sabía muchos y muy buenos, cosa que era verdad. Una tarde de la primavera pasada, llegué a casa cuando se marchaba Clarita. Me saludó y siguió su camino. María, después de darme un beso, me dijo:
– Como has visto, Clarita ha estado aquí y no ha parado hasta que le he contado un par de chistes de sexo. He notado que, cuando llegaba el momento culminante, temblaba. Me preguntó sobre nuestras relaciones sexuales, si eres bueno en la cama y si lo hacíamos a menudo. Naturalmente, le he dicho que eres una fiera – mi mujer soltó una risita y continuó diciendo – La he invitado a tomar café después de cenar y me ha dicho que vendría pero le he indicado que yo llevaría una minifalda y que ella se pusiera también una… Yo sé que tú le tienes muchas ganas y si me dejas llevar la iniciativa, haré todo lo posible para que le eches un buen polvo, ¿qué te parece?
– Hombre, María… ¿qué quieres que te diga? Yo… – contesté bastante
sorprendido.
– ¡Anda, tontín, que lo estás deseando, que te he visto mirando su culo y en sus piernas! Está muy buena y yo te ayudaré, pero déjame hacer a mí. ¿De acuerdo? – insistió.
A las diez llegó Clarita. María llevaba una minifalda blanca, cuatro dedos por encima de la rodilla y Clarita con una parecida, pero negra. Nos dio un beso a cada uno y se sentó a mi lado. María hizo el café y le dijo a Clarita:
– Estás muy guapa con esta falda negra, en cambio yo me la he puesto blanca al igual que mi ropa interior.
Uniendo acción a la palabra, mi mujer se subió la falda para que viéramos el color de sus braguitas. Clarita, sin cortarse, me miró y me dijo sonriendo:
– Ríñela porque yo pienso que te gustarán más negras, como las mías – se subió de un golpe la faldita y añadió, dirigiéndose a María – Como el otro día me dijiste que las braguitas negras eran las favoritas de Andrés…
– Venga, Andrés, cuenta un chiste bien verde – me dijo entonces mi mujer.
Conté uno muy bueno y, efectivamente, Clara parecía estar ya caliente. María, al notarlo, me echó mano al paquete. Clara lanzó un quejido y mi mujer, al notar que mi verga estaba ya durísima, cogió una mano de Clara y la llevó a mi polla, diciéndole:
– ¡Mira como está Andrés!
Clarita me la cogió y la apretó. Yo le di un beso en la boca. Ella apretó sus labios contra los míos y mi esposa dijo muy animada:
– ¡Venga, vamos a la cama!
Llevamos entre los dos a Clarita, que no opuso ninguna resistencia pero, bajando la mirada, me dijo en voz baja:
-Oye, Andrés, lo haces un poco con María, yo miro y luego yo ¿Te parece?
– Vale, Clarita – respondió en el acto mi mujer – verás que cosas más agradables.
Yo, que estaba deseando pasar al ataque, lo primero que hice fue quitarles las braguitas a las dos. Primero a María, a la que le di un beso en el coño, y luego a Clarita premiada también con un beso, pero que duró mucho más, hasta que la sujeté y le metí un poco la lengua en la raja.
Me costó un poco porque tenía el coño muy cerrado, pero cuando lo conseguí y busqué su clítoris. Le gustó porque apretaba mi cara contra ella, no paraba de balbucear palabras que no entendía. De pronto, lanzó y profundo suspiro y me soltó una corrida fabulosa. ¡Con que gusto saboreé sus jugos!
Mi mujer, que en todo este rato me había estado chupando la polla, se la llevó a su coño. Al poco rato de estar follándomela con fuerza, Clarita le preguntó:
-Oye, María, ¿no te lastima este pedazo de estaca dentro de ti?
-¡No, Clara, nada de eso, me está dando un gusto terrible y lástima que no sea incluso un poco mayor! – le contestó, entre suspiros, mi mujer.
María tragaba mi polla sin dificultad y con cara de satisfacción, y eso que la tengo de 20 cm. Al final puso a mi mujer como a ella le gusta más, con el culo sobre el larguero de la cama y las piernas en el suelo.
– ¿Por qué te pone así? – preguntó Clarita.
– ¡Pues porque así me la clava toda y me da más gusto! – contestó María, añadiendo- Ven aquí.
Clarita obedeció, María cogió la almohada y mandó a Clara que se sentara en ella. Entonces comprendí. Así tenía el culo de Clara casi a la altura de mi cara. Moví un poco mi cabeza y la metí entre sus piernas. Era un placer añadido escuchar a las dos hembras dar gemidos de placer mientras me tiraba a una y me comía el coño de la otra. María pedía más y la otra me apretaba la cabeza contra sus muslazos, como si quisiera tragarme por el coño. Al poco rato se corrieron las dos. Un momento después María me dijo:
– Ahora te falta lo principal, Andrés, ver como tratas a Clarita.
Esta ya estaba preparada con todos sus encantos al aire y, temblorosa, me dijo:
– Por favor, Andrés, hazlo despacio, guapo, que la tienes muy grande y te tengo miedo.
– Mira, Clarita – le dijo mi mujer – yo también era virgen cuando me folló, me dolió un poco pero después te compensa el placer que te da.
Le puse la polla a la entrada del coño, empujé un poco y le metí el glande, Como estaba lubricada, todo fue bien. Le chupaba los pezones, la besaba y mi polla estaba dura como una barra de hierro. La abracé fuerte y con un golpe de mis riñones, se la metí entera. Dio un grito, se le saltaron las lágrimas y me llamó cabrón, diciéndome que se la sacara, pero yo la tenía bien sujeta y mientras yo hacía un metisaca muy suave, ella le dijo a María:
– ¡Mari, me abraso!
– Tranquila, que desde ahora todo será placer, Clarita, la primera vez duele un poco – le contestó esta.
– ¡Sí, bésame Andrés! – soltó de pronto Clara – ¡Dame un beso tú también Mari… que gusto estoy recibiendo, cariños, que guapos sois!
– Ahora ya está, cariño – le dije yo – Disfruta, que vas a saber lo bonito que es todo esto.
Al final me mordía, levantaba el culo, parecía una serpiente moviéndose, hasta que noté que estaba a punto de correrse. Aceleré para correrme también. A los pocos instantes ella empezó a decir palabras incomprensibles y nos corrimos a un tiempo. Estuvimos así un rato hasta que la polla salió sola y entonces Clarita le dijo a mi mujer:
– No me extraña que quieras tanto a Andrés.
Clara no paraba de besarme, por lo que le pregunté si quería más pero me contestó que no, que estaba muy satisfecha pero, mirando a mi mujer, le dijo:
– ¿Me vas a dejar que venga alguna vez más para que Andrés me eche algún polvo?
– Eso es él quien tiene que decirlo – contestó María – ¿Qué dices, Andrés?
– Si tú lo permites y Clarita me regala la braguita que le he quitado hoy, no hay inconveniente, estaré encantado de satisfacerla.
-Bueno, amigos, me tengo que marchar, pues ya es muy tarde – nos dijo dando un beso a María y a mí un besazo mientras me decía – Hasta mañana, cariño, que te vendré a ver.
Cuando nos quedamos María y yo solos, ella me dijo:
– Que bien lo pasaste, amor, y como disfrutó Clarita, como se retorcía… y todo gracias a mi, pero ahora quería pedirte un favor, pero es algo muy fuerte y no me atrevo.
-Pues atrévete, que lo tienes concedido de antemano – le dije.
-¿Podría yo algún día disfrutar de una polla mayor que la tuya? – me soltó entonces.
Me quedé de piedra. Yo creía que con la mía, ya disfrutaba a tope, y que ya era suficiente. Pero tampoco no le podía decir que no después de lo ocurrido.
– Pues mira – le dije después de pensar un rato – conozco a un chico que reúne estas condiciones, procuraré hacerme más amigo de él y sí, creo que será posible, pero aunque él te conoce a ti y tú a él, no me preguntes más que no te diré quién es, solo que es muy joven y está muy bien.
Me dio las gracias, nos besamos y terminamos echando un polvo salvaje.
Saludos para todos.