Relato erótico

Trío inesperado

Charo
26 de mayo del 2019

Hasta hace poco tiempo le era fiel a su marido, pero se cruzó en su camino un hombre que le hizo perder los papeles. Se ven esporádicamente y es un buen amante. Lo que no pensaba es que dos jovencitos la convirtieran en una zorrona.

Azucena – Cádiz
Hola, mi nombre es Azucena, tengo 34 años, estoy casada desde hace 6 y trabajo en mi propia empresa como gerente. Físicamente soy más bien alta (1’75m), peso 60kg, pelo negro, ojos verdes, tengo bastante pecho, el culo redondito y los muslos bien formados. Dicen que estoy de muy buen ver, debo admitir que en más de una ocasión he sido víctima de piropos de todo tipo, unos elogiando mis encantos y otros algo groseros, tanto por parte de jóvenes como por hombres de mediana edad, además, en alguna ocasión he visto como me han repasado descaradamente con la mirada de arriba abajo. En el terreno sentimental me encuentro muy bien con mi pareja, nos queremos, nos respetamos y nos entendemos bastante bien en la cama.
Quiero contar algo que me ocurrió hace algunas semanas y que me dejó un recuerdo imborrable. Hace algún tiempo conocí a un tipo llamado Lorenzo, un cliente con el que estoy teniendo una aventura. El tipo está buenazo, me vuelve loca en la cama y tiene una portentosa verga de unos 22cm. En realidad nos vemos con poca frecuencia debido a que ambos tenemos mucho trabajo, pero siempre hay tiempo para encontrarnos de vez en cuando.
Aparte de eso, le era fiel a mi marido y no le daba mucha importancia a la relación con mi amante sino en el plano sexual. No pensaba en acostarme con otros tipos o algo por el estilo, pero me sucedió algo verdaderamente caliente. Además de trabajar, dos días por semana voy a una academia donde imparten clases de francés y a la que asisten entre otras personas, dos chicos de poco más de 24 años, llamados Germán y Manuel. Desde hace algún tiempo venía observando que cada vez que entraba en clase me miraban y luego hacían algún comentario entre ellos acerca de mí.
Al principio la situación me resultaba algo incómoda y violenta al sentirme observada y procuraba pasar desapercibida, pero debo reconocer que pasadas unas semanas y no se si fue por las continuas miradas que me lanzaban aquellos jóvenes, unidas a la prolongada ausencia de mi amante (hacía un par de semanas no lo veía y sentía la necesidad de tener dentro su enorme verga partiéndome en dos), comenzó a picarme la curiosidad y a despertarse dentro de mí la coquetería que toda mujer lleva dentro, cambiando mí actitud ante aquellos chicos, respondiendo a sus miradas con una picarona sonrisa, reuniéndome con ellos durante los descansos y a vestirme incluso de forma más provocadora, atrevida y juvenil para asistir a clase, con pantalones ajustados, camisetas ceñidas que resaltaban el tamaño de mi pecho, o con cortas faldas con las que mostraba gran parte de mis piernas. Incluso alguna vez olvidé ponerme sujetador, cosa que no tardaban mucho tiempo en adivinar.

Comenzaba a gustarme este juego, el hecho de atraer y gustar a otros hombres además de a mi marido, ya que como mujer, necesitaba confirmar que era joven y atractiva, pero sin ninguna otra intención hasta ahora por mi parte. Una vez finalizado el primer trimestre y con motivo de celebrar las vacaciones de navidad, se acordó ir a cenar a una pizzería de la ciudad.
Para la ocasión me vestí con una camisa blanca algo transparente, una falda de lycra gris, corta y ceñida, unas medias oscuras con una apertura central, unos elegantes zapatos negros con algo de tacón, la cuestión es que estaba rompedora. Cuando llegué casi todos los compañeros ocupaban sus asientos, al final de la mesa vi como Germán me llamaba para indicarme que me sentara frente a Manuel. Durante la cena todos estuvimos comentando anécdotas del curso, ocupaciones, aficiones, etc., en un ambiente distendido, a la vez que mis dos compañeros se mostraban muy amables y caballerosos hacia mí.
Me llenaban continuamente la copa con vino y notaba como me miraban de una manera especial, pero fue poco antes de los postres cuando noté como por debajo del mantel la rodilla de Manuel rozaba la mía. Al principio creí que no se había dado cuenta y la aparté discretamente pero volvió a insistir a la vez que tocó con su pie el mío bajo la mesa. Estaba nerviosa y no podía evitarlo, con asombro comprobé que el muy descarado se había descalzado. Su dedo gordo comenzó a tocarme despacio, desde mis pies hasta la rodilla, luego bajaba de nuevo, así una y otra vez, pero cuando intentó subir más arriba, cerré las rodillas, él presionó. No sé si fue el morbo de sentirme acariciada bajo la mesa, el hecho de que nadie se enteraba de nada o la imposibilidad de montar un número cambiándome de asiento, lo que hizo que muy despacio separase las rodillas.
Él iba despacio, rozándome los muslos hasta que llegó a mi entrepierna y tocó con aquel dedo la tela de mis bragas; la impresión fue tremenda. Lo más morboso de todo aquel sobeo tan íntimo y directo es que aquellos dos chicos seguían hablando como si nada. Ahora yo estaba tan abierta de piernas como la falda lo permitía y en menos de un minuto mi coño empezó a humedecerse. No me atrevía a mirar a ninguno de los dos, pero sentía tanto gusto con todo aquello que abría y cerraba las piernas muy despacio. Así, durante los postres, me estuvo tocando aquel sinvergüenza aunque, a decir verdad, yo también era una descarada, ya que no hice nada para apartarme, sino que continué espatarrada.

Aprovechando que llegaba el camarero con la cuenta y mis compañeros decidían a donde iríamos después de cenar, me disculpé, me levanté y me fui al servicio.
Me metí en uno de los lavabos, pasé el pestillo y levantándome la falda hasta la cintura, me bajé las bragas. Mi mano fue directa a mí coño, estaba muy mojado, procuré tranquilizarme, me limpié con un papel, me arreglé la ropa, me refresqué las manos y salí de nuevo. Al dirigirme hacia la mesa vi que no quedaba nadie y que mis compañeros y la profesora abandonaban el local, mientras que Germán y Manuel me esperaban en la barra.
– Hemos acordado en ir al cine y luego ir a una discoteca, si es que todavía estamos animados. Los demás han marchado ya hacia allí pero nos hemos quedado para acompañarte -dijo Germán.
Me pareció bien, así que cogimos el coche y marchamos hacia allí. Germán conducía, Manuel se sentó a su lado y yo me senté en la parte posterior del vehículo, ya que me encontraba algo aturdida, no sé si por el vino o por el sofoco. Tardaríamos un poco en llegar ya que se encontraba a las afueras de la ciudad y aproveché el trayecto para cerrar los ojos e intentar tranquilizarme de la bochornosa situación en la que me encontré. Transcurridos unos minutos noté como el coche entraba a la zona de aparcamientos de un hotel en una zona residencial de la ciudad. Todo aquello era muy sospechoso y no tardé en comprobar que todo había sido un montaje premeditado en el que yo me encontraba inmersa.
-¿Dónde me habéis traído? ¿No habíais quedado con los demás?- pregunté algo enojada.
– Ha habido… un pequeño cambio de planes.
– ¿Cambio de planes?
– Sí, ahora te lo explicaremos con más tranquilidad.
Ambos salieron del coche y abriendo cada uno una puerta, pasaron a la parte posterior del vehículo donde me encontraba yo.
– Mira, que te parece si continuamos con lo de antes…
– ¿Lo de antes? ¿Qué queréis decir?
– Vamos, no te hagas ahora la estrecha que lo sabes muy bien
– Creo que ha habido un malentendido -dije con voz temblona y asustada. – ¿Un malentendido? Pues mejor será lo aclaremos cuanto antes porque llevas unas cuantas semanas calentándonos la polla…

Ambos se acercaron hacia mí y sin darme opción, comenzaron a besarme por las mejillas, las orejas, el cuello y a acariciarme suavemente por encima de la ropa. Manuel no tardó en colocar su mano sobre mí muslo, iniciando una lenta y suave caricia hacia arriba mientras me separaba suavemente la otra pierna. Intenté convencerles para que lo dejasen, pero estaban demasiado excitados como para venirse a razones y es que la situación no era para menos. Cerré los ojos mientras me dejaba acariciar por aquel par de chicos que me habían calentado tanto durante la cena. Cuando quise darme cuenta me encontraba con la camisa desabrochada y abierta, quedando a la vista un minúsculo sujetador negro del que asomaban la mayor parte de mis pechos y la falda remangada hasta más de la mitad, mostrando casi la totalidad de mis muslos.
– Joder, como viene vestida nuestra amiguita esta noche.
– Por favor, dejarme, esto es una locura, sois muy jóvenes y yo soy una mujer casada.
-¿Casada? ¿Ya sabe tú marido el modelito que te pones para salir a cenar con los amigos?
– No, no lo sabe, será mejor que lo dejemos, si se enterase mi marido.
– No se va a enterar de nada de lo que pase esta noche, al menos por nuestra parte y por la tuya creo que tampoco te interesa, así que no te preocupes y relájate. Tú lo único que quieres ahora es que te den una buena polla ¿verdad?
Durante unos segundos dudé, pero luego asentí y nos fuimos a una suite. Nada más llegar instintivamente mis manos fueron resbalando sobre los muslos de aquellos jóvenes y una vez allí, no tardé en encontrar unos enormes y alargados bultos que palpitaban bajo la cremallera de cada uno de los pantalones.
No podía creerme lo que estaba haciendo me encontraba con la falda remangada hasta las ingles y con mis tetas casi al aire dejándome acariciar y con el deseo de ver y amasar la polla a aquellos dos perversos jóvenes, así que sin perder un instante más, bajé la cremallera a uno, luego desabroché los botones del tejano al otro y me apresuré en sacar aquellas dos pollas. Ahora las tenía en mis manos, a mí entera disposición. Germán la tenía muy gorda y carnosa, aunque algo flácida todavía, mientras que Manuel la tenía más larga, dura y muy mojada, ambas buenísimas y con unos gordos testículos en la base. Mientras tanto, ellos tampoco perdieron el tiempo en acabar de dejarme solo en bragas. Germán me separó las piernas y comenzó por apartar mí braga, con dos dedos y con gran maestría comenzó a darme una suave caricia en mí clítoris, cosa que hizo que lanzase un pequeño suspiro y quedase mi boca entreabierta, lo que aprovechó para pegar sus labios a los míos y entregarme su lengua que acogí con sumo gusto mientras que Manuel comenzó a acariciarme suavemente los pechos haciendo que mis pezones reaccionaran y se pusieran duros mientras me decía al oído:

-¿Ya sabe tu marido lo puta y calientapollas que eres cuando vienes a clase? ¿Qué diría si viese a su mujercita dejándose meter mano en un coche por dos tipos?
Aquellas palabras, al contrario de lo que hubiese podido pensar semanas atrás, en vez de ofenderme, me excitaron aún más, haciendo que acelerase el ritmo de la paja que les estaba propinando, entonces Germán comenzó a introducir dos de sus dedos en mí encharcado y abierto coño, iniciando una follada con su mano mientras simultáneamente con la otra estimulaba mi clítoris, dándome placer por todas partes. Me tenían muy caliente y así, espatarrada, dejándome sobar y chupar los pezones por uno, metiéndome mano en el coño el otro y una verga en cada mano me corrí por primera vez sin poderlo evitar, retorciéndome de gusto como una guarra.
La situación no era para menos, pero me encontraba muy excitada y no podía parar. Me giré entonces hacia Germán, vi su gorda y mojada verga, y sin pensármelo dos veces me amorré comenzándola a engullir con auténtico desenfreno, me apetecía metérmela en la boca y lamerla, chuparla a fondo. No sé si era por el morbo de tener una polla tan enorme a mí disposición, o por el hecho de encontrarme en aquel lugar, dejándome meter mano por aquellos dos jóvenes y sin que mi marido se enterase de nada, el caso es que acabé derrotada ante tal situación, entregándome al placer, al sexo.
Mientras, con el culo ofrecido a Manuel, no tardó en darme lo que tanto necesitaba, puso su verga a la entrada de mi mojado coño y empujando suavemente, la metió hasta el fondo, provocando que lanzase un quejido de placer, después comenzó a embestir suavemente, luego aceleró, entrándola y sacándola al completo, acompañando al ritmo de la mamada que le estaba propinando a Germán y que descargó toda su leche dentro de mí, fue como una explosión que acabó por llenarme toda la boca y mientras me apresuraba en sorber y tragar todo aquello, Manuel comenzó a bombear acelerando y profundizando aquel mete y saca tan placentero que me estaba dando. Y así, con el chapoteo de mí coño con la verga de Manuel entrando y saliendo de él y con la polla de Germán en mí boca, nos corrimos los tres.
Me incorporé tras unos instantes después de relamer y limpiar la polla a Germán, agarré con una mano la polla de Manuel y comencé a meneársela y a chuparla, volviendo a ponerse dura y teniendo que dejar una parte de polla fuera de mi boca, ya que no me cabía entera. Mientras, Germán colocó su verga en la entrada de mí culo y comenzó a presionar. Emití un leve gemido.
– ¿Qué pasa? ¿No estás acostumbrada a que te la metan por el culo? ¿O es que ésta verga es más gorda que la de tú marido?
Y así, agarrándome por la cintura, comenzó a presionar. Con un golpe seco metió el glande y después de tres o cuatro empujones más supuse que tenía toda su polla dentro de mí, confirmándomelo el golpeteo de su pelvis con mis nalgas. Con toda su polla dentro comenzó a encularme lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo. No sabía cuanto iba a durar aquella enculada pero viendo que estaría sometida un buen rato por aquel joven y ante la imposibilidad de acabar con aquello, acabé por asumir la situación en la que me encontraba mientras iba mamando la deliciosa polla de su amigo, entrando y saliendo de mí boca al ritmo con el que la otra polla entraba y salía de mí culo que acabó acoplándose a aquella enorme polla, todo se movía ahora con mucha más facilidad, incluso debo reconocer que cesaron mis esfuerzos y se convirtieron en sollozos placenteros, gemidos, suspiros y en alguna que otra palabra grosera y sucia.

Quién me iba a decir a mí que aquella noche iba a acabar poniéndole los cuernos a mí marido, teniendo una aventura con dos jóvenes y mucho menos dejarme follar por todos los agujeros, pero estaba sintiendo mucho placer con todo aquello y ahora era yo misma quien se movía para rozarme más y más, me sentía como una perra caliente, mientras no paraba de chupar polla. Así nos corrimos de nuevo los tres, descargando uno toda su leche en mí culo y el otro en mí boca, y tras lamer y saborear todo aquello, con mí culo inundado y el coño chorreando, les ofrecí mi boca a los dos como muestra de satisfacción.
Después de relajarnos unos instantes, tomamos unos tragos y volvimos a la faena. Estuvimos follando horas e hicimos de todo, lo hicimos en todas las posturas imaginables e incluso algunas que no había sido capaz de imaginar. Cuando llegué a casa mi marido estaba durmiendo, me lavé y me metí en la cama procurando dormir. Manuel y Germán se habían marchado con la promesa de volver a repetirlo.
Besos.

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