Relato erótico

Tres mejor que una

Charo
10 de mayo del 2019

Es una asidua lectora y sus relatos son calientes y muy viciosos. En esta ocasión nos cuenta los que ocurrió en el apartamento de un amigo. Ya se habían montado tríos con él, pero aquellos días, se “agregó” otro más.

Catalina – Valencia
Soy Catalina y quiero seguir relatando nuevas experiencias vividas en el terreno sexual. Recuerdo que tengo 40 años y que conservo un buen cuerpo de 1,72 de estatura, 73 kg y 110 de pecho. En definitiva, en conjunto y por lo que parece ser, resulto apetecible para los hombres.
En mi anterior relato explicaba lo vivido con mi marido y nuestro amigo Juan en su apartamento de la playa en el que estuve tres fines de semana, uno acompañada por los dos y otro a solas con Juan. La tercera vez es la que quiero contarte en esta ocasión.
Aprovechando el largo puente que tenemos en Valencia con motivo del día de la Comunidad, del 9 al 12 de Octubre, y como todavía hacía buen tiempo, Juan nos propuso pasarlo en su apartamento de la playa puesto que con su amigo ya lo tenían apalabrado para venderlo a final del mes. El día 8, miércoles a última hora de la tarde, salimos hacia el apartamento, a una hora escasa de Valencia. Por delante teníamos un puente de cuatro días.
Cuando llegamos, dejamos las bolsas y tras arreglarnos un poco, fuimos a cenar a un pueblecito de la costa. Al regreso dimos una vuelta por el paseo entrando a tomar una copa en un pub musical muy ambientado. Allí estuvimos un buen rato hasta que decidimos irnos al apartamento.
Como es lógico nos dispusimos a pasarlo lo mejor posible, así que nos metimos todos en la habitación de Juan, yo comencé a quitarme la ropa de forma insinuante y el ambiente se caldeó de inmediato. Después de pajearlos y chupárselas hasta ponérselas bien duras, pasaron a penetrarme los dos a la vez. Mi marido tumbado en la cama, yo encima de él mientras Juan, arrodillado detrás de mí, me penetraba analmente logrando con sus empujones que su polla me entrara cada vez más. Prácticamente nos corrimos los tres al mismo tiempo y luego nos quedamos dormidos.
Por la mañana lució un día estupendo, con un sol radiante por lo que decidimos quedarnos a tomar el sol en la terraza que, como ya expliqué, no podíamos ser vistos desde otros apartamentos. Nos desnudamos y nos repartimos entre una amplia colchoneta y una tumbona. Cuando llegó la hora de comer, nos arreglamos y bajamos a un restaurante cercano. La tarde la pasamos en el sofá, medio dormidos o viendo la televisión, pero sobre las siete la cosa cambió al empezar a tocarnos y besarnos lo que derivó a que termináramos nuevamente en la habitación.
Allí, mientras se la chupaba a uno, el otro me penetraba. Mi marido fue el primero en correrse. Yo estaba con los pies en el suelo, con mis rodillas apoyadas en el borde del colchón, mi cuerpo flexionado hacia adelante apoyándome con mis brazos a ambos lados de su cuerpo para poder engullir sus 18 cm de gorda polla, mientras Juan, teniéndome sujeta por las caderas, sacaba casi del todo sus 26 cm de lujuriosa verga para a continuación metérmela poco a poco hasta el fondo de mi coño.

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Mi marido se fue a duchar, dejándonos solos, entonces Juan me tumbó sobre la cama y echándose sobre mí, me penetró hasta tener su polla totalmente metida en mi coño y comenzó un frenético metisaca mientras me decía:
– Avísame cuando te corras, quiero que lo hagamos los dos al mismo tiempo.
Mis grititos y jadeos le presagiaban que no tardaría mucho en correrme así que no cesó ni un momento de aplicarme un ritmo rápido de follada. Cuando finalmente me encontré en los preámbulos de un fuerte orgasmo, exclamé:
– ¡Sí… así… más fuerte… dámela toda, así, sí… siiií…!.
Como en otras muchas ocasiones, Juan se corrió al mismo tiempo logrando de esa forma que mi orgasmo se alargara por el efecto de notar su caliente y fuerte corrida en mi interior.
Fue al separarnos y tumbarnos uno junto al otro cuando vi que en la puerta del dormitorio estaba un hombre observándonos. De inmediato Juan le saludó mientras yo procuraba taparme con la sábana.
– Pedro, ¿qué haces tú por aquí? ¿No ibas a salir de viaje estos días? – preguntó Juan.
– Sí, pero a última hora me cancelaron varias entrevistas y he decidido pasar el puente aquí antes de que lo vendamos – contestó el tal Pedro – Perdonar que os haya visto pero al entrar y oir la ducha creía que te estabas duchando y luego, al oir los jadeos, no he podido evitar asomarme justo en el momento que gozabais.
Se trataba del amigo y compañero de apartamento de Juan. Yo me encontraba ya de pie junto a la cama, tapándome con la sábana, y me lo presentó.
– María, este es mi amigo Pedro, medio dueño de este apartamento. Pedro, esta es María, mi mejor amiga – dijo Juan.
– Me lo he imaginado nada más veros en la cama y tengo que decir que eres mucho más guapa de lo que pensaba por las explicaciones de Juan – contestó Pedro, añadiendo – Y entonces quien está en la ducha tiene que ser…
– Exacto, mi marido – le contesté yo mientras nos dábamos dos besos.
Me dirigí al cuarto de baño donde mi marido terminaba de ducharse y le expliqué lo ocurrido. Luego, mientras yo me duchaba, él salió y les oí hablar en el salón. Cuando finalmente me arreglé salí a la terraza, donde continuaban hablando, y tomando unos refrescos.
– Hemos decidido ir a cenar a un pueblo cercano donde, en una masía, hacen carne a la brasa en un ambiente de campo al aire libre – me informó Juan.

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Nos fuimos los cuatro en el coche de Juan, ellos dos sentados delante y mi marido y yo en la parte trasera. No tardamos mucho en llegar al sitio y mientras bajábamos mi marido, haciendo que nos retrasáramos un poco, me comentó:
– ¿Sabes que Pedro no ha dejado de elogiarte hasta el punto de envidiar a Juan por la suerte de tenerte como amiga? Parece ser que Pedro también practicó tríos hace tiempo, incluso me han contado que, en una ocasión que estuvieron con dos chicas en el apartamento y cuando llegó el momento y una de ellas no quiso tener sexo, se lo montaron toda la noche con la otra.
– Entonces… ¿yo podría montármelo con los tres? – le pregunté.
– Si te apetece, ¿por qué no? – me contestó.
Como llegábamos a la altura de ellos, paramos de hablar y entonces, dándole un beso en la boca a mi marido, aproveché para decirle:
– Podría ser interesante… será cuestión de pensarlo.
Durante la cena no paramos de hablar, tocando diferentes temas. En un principio, Pedro no me había llamado excesivamente la atención. Quizá porque al ser rubio y en principio a mi me gustan más los hombres morenos, luego su altura, más baja que la de mi marido de 1,76, y yo diría que prácticamente tenía mi misma estatura, con lo que al ser de complexión fuerte, pues practicaba la natación, tanto los hombros como la caja torácica los tenía muy desarrollados, producía el efecto de que era más bajo. Tenía 34 años, edad que no aparentaba en absoluto, cara de rasgos muy normales, ojos castaños, el pelo muy corto y tieso, en definitiva, resultaba un hombre de lo más normal.
Recuerdo que al final de la cena estaba comentándome temas relacionados con la música y el baile y me quedé absorta mirando como se movían sus labios y creo que por venirme al pensamiento lo que antes de entrar a cenar había comentado con mi marido, que empecé a imaginarme besando aquellos labios, como podían recorrer todo mi cuerpo hasta llegar a mi gruta y quedarse allí chupando hasta darme placer.
– ¿Qué te pasa…? – me dijo Pedro – Parece que estés pensando en otra cosa.
– No, nada, que me gustan tus labios – le contesté – Siempre me han gustado los labios anchos.
– Bien, si pueden hacer algo por tí, yo les obligo para que se pongan de inmediato a tu disposición y que cumplan fielmente tus órdenes – añadió.
– ¿Todas… todas? – pregunté.
– Todas, absolutamente todas – afirmó tajante.
Dedicándole una sonrisa de complicidad, me acomodé para tomarme el café que acaban de traernos. Luego fui al servicio y cuando regresé fueron Juan y Pedro. Al quedarnos a solas, mi marido me dijo:

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– Tienes a Pedro loco, le has gustado mucho y me ha preguntado si habría inconveniente en acostarse contigo pero yo le he dicho que no dependía de mí, que la decisión es tuya.
– Ya se me ha estado insinuando algo durante la cena – contesté – Mira a ver si primero vamos a una discoteca y ya te diré mi decisión. En principio no me parece mal chaval.
– Eso sí, tienes que tener en cuenta que Pedro no es como Juan, por lo que hemos hablado está mucho más corrido y tiene otro tipo de preferencias sexuales – aclaró mi marido.
Como ya regresaban, dejamos la conversación y nada mas se sentaron, mi marido propuso ir a una discoteca. Entre Juan y Pedro propusieron algunas y al final Juan nombró una que de inmediato hizo reaccionar a Pedro que, instintivamente se incorporó para que nos fuéramos diciendo:
– Vale, esa está muy bien, además abren pronto y dispone de dos ambientes.
Tanto mi marido como yo nos quedamos extrañados mirando a Juan que nos dijo:
– Sí, es una discoteca que está muy bien, pero no tiene dos ambientes sino tres y creo que es el tercero el que querrá enseñarte, María.
Pedimos la bebida en una zona de música disco muy estridente, luego pasamos a otra zona donde el tipo de música, más latina y salsera, resultaba más adecuada para nosotros. Bailé con Juan, luego con Pedro, incluso un par de piezas lo hice rodeada por los tres, después mi marido y Juan se sentaron y nos quedamos Pedro y yo bailando un merengue lo que Pedro aprovechó para tocarme y pasar sus manos por más partes de mi cuerpo que los necesarios para el baile. Cuando terminó la pieza le dije:
– ¿No tenías que enseñarme otro ambiente?
– Sí, es la pista del lento, pero no sé si te atreverás a ir conmigo – me contestó.
– ¡Claro que me atrevo, tampoco vas a violarme! – le increpé.
Pedro se animaba rápidamente, ya me tenía totalmente abrazada y apartando uno de los tirantes de mi camiseta dejó un hombro al descubierto que de inmediato empezó a besar subiendo por mi cuello, orejas y finalmente, cogiéndome por la nuca, me atrajo hacia su boca y me besó empezando a comerme literalmente los labios. Si tenía que llegar a algo más con Pedro, ese era el momento de comprobarlo así que le dejé hacer poniendo algo de mi parte. Comenzamos a enlazar nuestras lenguas y él, con la suya, profundizaba todo lo posible en el interior de mi boca recorriendo todos los rincones.
Estuvimos así un par de piezas luego, cogiéndome por la cintura, me llevó hacia un lado quedando apoyada contra un muro de 1,70 aproximadamente. Detrás seguía sin verse nada y Pedro, muy bajito y al oído, me dijo:

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– Aquí empiezan los reservados con butacones separados por esos muros y así las parejas pueden estar tranquilas sin que nadie las moleste.
Ahora, que mis ojos estaba más habituados a la oscuridad, pude medio intuir lo pequeña que era la pista, no tendría más de tres por tres metros. También pude observar unas sombras que, colocadas como nosotros, junto a otro muro, creo que, por los movimientos que hacían, estaban follando.
Entonces Pedro me dio un profundo beso para luego hacer que me girara con lo que me quedé prácticamente mirando al rincón, él colocado detrás de mí y pegado como estaba a mi espalda, comenzó a besarme la nuca y cuello mientras una de sus manos me rodeaba la cintura y la otra, entrando en mi escote, cogía uno de mis pechos. No tardé en notar como su miembro crecía y se apretaba contra mi trasero y quise tocárselo así que eché mi mano derecha hacia atrás y comencé a tocar aquel paquete. Recuerdo que la primera sensación que me dio es que llevaban un plátano escondido en la bragueta. Poco a poco, y sin que le soltara el paquete, se colocó junto a mi derecha. Su mano izquierda, aferrada a mi cintura, me atraía con fuerza hacia él mientras que con su mano derecha sobaba mis desnudos pechos y como sus carnosos labios no paraban de besarme y sorber los míos, llegué a ponerme realmente caliente, pero como yo no quería prolongar por más tiempo la situación, le dije:
– Cálmate un poco, será mejor que regresemos donde están Juan y mi marido.
– Como tú quieras, pero la verdad es que ardo en deseos de follarte hasta hacerte disfrutar – me contestó.
– Solo he dicho que nos reunamos con ellos, mí también me apetece hacer algo más, pero no voy a dejarlos a ellos fuera – le comenté.
– Por mi parte no existe ningún inconveniente, al contrario, creo que dedicándonos los tres a tí puede resultar una experiencia extraordinaria – replicó Pedro.
Regresamos, vi a Juan y a mi marido charlando animadamente con dos chicas. Me acerqué a mi marido y discretamente le comenté lo ocurrido. El me dijo que si me atrevía y me apetecía estar con los tres no tenía inconveniente, al contrario, la sola idea le estaba poniendo más cachondo que el poder llegar a acostarse con alguna de aquellas chicas. Entonces me propuso esperar un poco y después marcharnos. Yo me quedé con Pedro mientras observaba como mi marido le comentaba algo a Juan, luego hablaron con aquellas chicas y a los diez minutos salíamos hacia el apartamento.
Por los comentarios que hacían, parece ser que las chicas estaban dispuestas a irse con ellos a otro lugar más tranquilo, pero como tampoco lo tenían muy claro mi marido, después de hablar conmigo y comentarlo con Juan, decidieron decir a las chicas que, si les apetecía, podrían encontrarse al día siguiente en esta misma discoteca.

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Llegando al coche, me cogí del brazo de Pedro y le indiqué que yo también había ligado. Entonces mi marido hizo intención de sentarse en la parte delantera, junto a Juan, pero cogiéndome del brazo hice que se sentara conmigo, por lo que Pedro tuvo que ir delante. Yo no quería que Pedro se sentara a mi lado ya que prefería reanudar la acción cuando ya estuviéramos en el apartamento. Durante el trayecto, hablamos de temas que fueron caldeando el ambiente, incluso Pedro, ya totalmente lanzado, se atrevió a pronosticar lo bien que lo pasaría con los tres. Mi marido, entonces cogiéndome la mano, me la llevó a su paquete y pude notar lo excitado que estaba con solo pensar en verme disfrutar siendo el centro de los tres.
No quise excitarlo mucho por lo que solo movía lentamente mi mano sobre su miembro sin sacárselo del pantalón. Besos, Charo y en unos días te enviaré la continuación de esta inolvidable experiencia.

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