Relato erótico
Trayecto ideal
Se iba de compras y decidió coger el autobús. El conductor era un hombre, atractivo, con buen cuerpo y como pudo saber después, era un buen “conductor” en la cama.
Mónica – CARTAGENA
Hola, me llamo, Mónica, y voy a contar una experiencia que he vivido hace unos meses. Aquella mañana, mi marido se levantó temprano y se fue al trabajo. Yo me desperté al mediodía, me duché y volví a mi realidad, la casa, la comida, la ropa y todo eso. Como siempre mi marido, por la noche y por la mañana me hace mamarle la polla, a veces ni me folla porque le gusta más correrse en mi boca, pero lo malo es que yo me quedo caliente y mi chocho saca humo.
Además, como tiene la polla muy grande, me cuesta trabajo metérmela hasta la garganta como a él le gusta y generalmente prefiero lamérsela y chuparle solo el capullo y los huevos. No es por nada pero está muy bien dotado y me gusta más cuando me la mete. El nunca me la ha podido meter por atrás porque no me cabe y siento que me rompe toda cuando lo ha intentado. Bueno, ese es mi problema con mi marido, aunque cuando quiere me folla muy bien.
Pero lo que quiero contar es que fui de compras, tomé el autobús y me tocó sentarme junto al chofer. Como hacía calor, se me ocurrió ponerme un vestidito corto y unas sandalias de tiritas que llegan a la pantorrilla. El chofer me gustó desde que lo vi. Era un tío alto, fuerte, con bigote y muy bien parecido. Llegamos a mi parada y cuando me bajé del vehículo, él me guiñó un ojo y yo le sonreí. Pensé que ahí acababa todo, pero no me imaginaba que era solo el comienzo. Hice mis compras, regresé a la parada y para mi sorpresa me tocó nuevamente el mismo autobús y el mismo chofer. Mi lugar estaba en el asiento trasero, pero él convenció al pasajero de delante que me cambiara el sitio. Se portó muy amablemente conmigo y por el camino me fue preguntando de todo, que si trabajaba o estudiaba, que si tenía novio, todo eso. Yo le dije la verdad, le dije que estaba casada, con dos hijos y que solo me dedicaba a mi casa. De cualquier forma él me siguió hablando y cuando llegamos a mi parada me ayudó a bajar las cosas y se despidió de mí dándome mano, lo cual me hizo temblar pues me la cogió de una manera muy especial, haciéndome una caricia y mirándome a los ojos.
Aunque su mirada no se apartaba de mis pechos y de mis piernas, y cuando le di la espalda, me giré y seguía mirándome, casi sentí su mirada en mi culo y traté de menearme un poco más. El número del bus se me quedó grabado.
Por la noche, como siempre, mi marido me cogió de la nuca y me bajó la cabeza hasta su polla, que ya tenía bien tiesa. Mientras se la lamía y masajeaba los huevos, no dejaba de pensar en el chofer, en sus manos y su pecho peludo, sus ojos y el bulto que se le notaba debajo de la bragueta del pantalón. Cuando recibí la crema de mi marido en la boca, la saboreé y la tragué con mucha calma. Luego, mientras él comenzaba a roncar, me masturbé pensando en el conductor.
Los días siguientes fueron parecidos, solo que en esos días mi marido se subió varias veces sobre mí para follarme, aunque como siempre se corrió en mi boca. Una mañana, después de recibir mi desayuno de semen, me quedé acostada hasta que mi marido se fue y como estaba muy caliente, comencé a masturbarme, pero de pronto decidí detenerme y me duché, me puse un vestidito azul turquesa y zapatillas con tacón, me arreglé lo mejor que pude y decidí buscar al conductor. Llegué la parada y tuve que esperar casi una hora a que llegara el autobús de aquel tío. Como siempre hacía mucho calor y el ambiente se puso para mí muy cachondo. Cuando él me miró me quedé como petrificada, quería hablarle pero reaccioné y me hice la disimulada.
Aquel día era yo la que preguntaba y como siempre, los hombres nunca dicen la verdad, me salió con que era soltero, aunque llevaba un anillo de bodas en la mano, que vivía con sus padres y en fin me dijo auténticas maravillas de él.
Llegamos a mi parada y esperé a que me abordara. Claro que lo hizo y me invitó a comer a la hora que tenía su descanso. Obviamente que acepté y le dije que lo esperaría en un restaurante que está en el centro de la ciudad y como faltaban dos horas, caminé un poco, pero el sol era insoportable. Llegué al restaurante y pedí una cerveza. El tiempo transcurrió muy lento y mientras pensaba en mis hijos, en mi marido, en mi madre y mis hermanos, la cerveza se me hacía cada vez más necesaria para el calor del ambiente, de mi cuerpo y de mi alma.
Por fin llegó Esteban, que así se llama y comencé a recibir sus halagos, sus piropos y todo. Comimos y bebimos. Tampoco tuvo problemas para convencerme de irnos a un hotel y allí me folló de maravilla. Pero lo más importante para mí fue que su polla era de tamaño digamos normal y se la pude mamar como a mi me gusta, usando mi garganta y mi lengua. Nos duchamos juntos y disfruté mucho cuando lo pajeaba con mis manos. El se enamoró de mis pechos y me los estuvo chupando largo rato. Por la noche, mientras se la mamaba a mi marido, mi mente estaba con Esteban.
Desde entonces comencé a buscar pretextos para ir al centro e invariablemente esperaba el bus de él, comíamos en el restaurante de siempre y terminábamos en el hotel de siempre. Así pasaron 2 meses y yo estaba muy satisfecha, tenía por fin un amante que me follaba como a mí me gustaba y tenía la dicha de mamar la mejor verga que mis ojos han visto, la de mi marido.
Un día Esteban me insistió en vernos en un domingo. Para mí era algo casi imposible porque era el día que mi marido estaba en casa y aunque era un poco cansado porque hasta cuando ve el fútbol me obliga a mamársela, no me disgustaba verlo satisfecho y cariñoso conmigo y con los niños. Sin embargo recurrí a algo que tenemos las mujeres: la persuasión. Inventé que iba a ver a una tía que estaba enferma y después de la mamada del fútbol, me arreglé para gustarle a Esteban y me fui a buscar su bus.
Esteban estaba como nunca, atento, cariñoso, sus halagos sobre mis piernas y mis tetas eran excitantes, más porque los pasajeros lo oían con mucha morbosidad. Llegamos a la parada, bajaron los pasajeros y como para él ya empezaba su día de descanso, fuimos a buscar su coche y luego a comprar pan, jamón y queso para hacer bocadillos, cervezas y luego emprendió el camino rumbo a un pueblecito cercano.
Por el camino yo no aguanté la tentación, le abrí la bragueta del pantalón, se la saqué y se la mamé lo mejor que pude. Su mano derecha no dejaba de tocarme lo que podía. Cuando estaba a punto de correrse paró el coche y se dejó llevar por las caricias de mi boca. En el momento en que me daba su lecha espesa y abundante, oímos unas voces, pero como yo no quise perderme el manjar que me estaba dando, no lo solté. Los curiosos me vieron con su polla en la boca y semidesnuda. Eran obreros que trabajan en una obra cercana.
Esteban arrancó el coche de inmediato y nos fuimos a un lugar más tranquilo. Comimos, nos besamos, me acarició todo lo que quiso y me folló todo lo que quiso. Luego nos quedamos dormidos abrazados dentro del coche. Yo estaba completamente desnuda y él me tapó con su camisa. No sé cuanto tiempo pasamos así, pero yo sabía que a las 8 de la noche debía regresar a mi casa. En un momento desperté y vi que eran las siete de la noche y ya estaba oscureciendo, quise levantarme, pero sentí la verga de Esteban y se la comencé a lamer como me gusta.
Cuando se corrió, en mi boca, nos vestimos y me llevó cerca de mi casa y cuando llegué le inventé un cuento a mi marido de que mi tía estaba muy grave y por eso se me había hecho tarde. Quise meterme en la ducha, pero él no me dejó, me cogió como siempre de la nuca y me obligó a mamársela mientras miraba la televisión. Me dolían las quijadas pero se lo hice como a él le gusta, luego me acostó en el sillón y me penetró. Su verga me llenaba con mucho gusto, pero sentí la diferencia con la de Esteban, que me había penetrado también apenas hacía una hora.
Cuando sentí su dedo en mi ano, me corrí como una loca, luego me la sacó y me la metió de nuevo en la boca hasta que eyaculó. Volvió a sentarse y yo me quedé dormida en el sillón, luego él, cogiéndome en brazos, me llevó a la cama. Por la mañana repetí el rito de la mamada matutina hasta que recibí mi desayuno: una rica dosis de crema de la verga de mi marido.
A pesar de todo, me prometí que no iba a volver a ver al conductor, pero recordé que en la calle se pueden encontrar las experiencias sexuales más excitantes para una mujer cachonda como yo.
Besos y hasta otra.