Trayecto calentito

Volvía de un viaje de trabajo. Subió al tren y le entró sueño, para despejarse fue a la cafetería y allí se encontró con una mujer que le había pedido información sobre el trayecto del tren en la estación. Hablaron, era madura y muy guapa.

Mario – BARCELONA
Soy Mario y lo que te voy a relatar ocurrió hace bastantes años. Mi trabajo me llevó a Madrid a visitar a unos clientes y al regresar a Barcelona, en el andén de la estación y dispuesto a tomar el tren de las ocho de la tarde, una voz muy dulce me preguntó si ese tren la llevaría a Logroño. Le respondí afirmativamente, ya que así se leía en el cartel anunciador de esa vía. No le presté más atención a esto y me acomodé en mi asiento decidido a poner en orden mis papeles del maletín. El revisor me pidió el billete y luego se marchó sin más.
Con el tren en marcha y el sueño apoderándose de mí, decidí acercarme al bar a tomar un café. Al pasar de uno a otro vagón me percaté de una señora que no dejaba de sonreírme. Deduje que era la misma que en el andén me había preguntado por lo de Logroño. La saludé y me presenté, ella me dio las gracias por la información y por ser tan simpático. También me contó que hacía años que no viajaba y se sentía un tanto insegura.
Eugenia, que así se llama la señora, es guapa hasta quitar el sentido a pesar de su edad, cosa que nunca supe pues jamás la pregunto a una mujer. No pude menos que invitarla a un café y tras aceptar y tomarlo, fue desarrollándose una conversación acompañada de miraditas y sonrisas. Yo la agasajé diciéndole que era muy guapa y que tenía una figura que más de cuatro veinteañeras quisieran para ellas. No se sonrojó, al contrario, comenzó a llevarme a su terreno devolviéndome los piropo hasta que noté que mi polla se estaba despertando, al igual que lo hacían sus pezones ya que se le marcaban cada vez más en el suéter que llevaba.
Con la excusa de fumarme un cigarrillo, la invité a acompañarme al pasillo del otro vagón y aceptó encantada. Una vez allí, con el cigarrillo en la mano y el traqueteo de tren, simulé peder el equilibrio y me abracé a ella. Esperando disculparme, traté de separarme pero encontré sus brazos alrededor de mi cuello. Entonces la apreté fuertemente hasta que nuestras bocas se encontraron una frente a la otra y se fundieron en un cálido beso.
Me separé un poco y encontré una mirada de insinuación provocativa a la que respondí con otro beso aunque esta vez mi lengua se encontró con la suya, explorándonos todos los rincones. Sin sacar mi lengua de su boca comencé a bajar mis manos desde la cintura hasta sus nalgas, duras y firmes, y mi excitación se disparó notándolo ella enseguida. Sin dejarnos de abrazar, cogió mi mano derecha y yo pensé que era el fin, presintiendo que diría algo como “estoy casada”, o “aquí no”, pero mi sorpresa fue que, con gran sutileza, me la subió a la altura de su pecho e hizo que se lo acariciase por encima del suéter.
Me estaba poniendo a cien y comencé a bajar la boca recorriendo su cara, el lóbulo de la oreja y su cuello, besándolo apasionadamente hasta que me cogió de los pelos e hizo que bajase mi boca a la altura del pezón. Lo besé por encima de la ropa, tratando de no mojarla, hasta que me incorporé, la miré a los ojos y ella me dijo en voz susurrante:

– ¿Qué vamos a hacer, cariño?
– ¿Por qué no te metes en el water y yo entro en un minuto? – le dije.
No contestó, me soltó y acto seguido se metió en aquel reducido espacio. Esperé un poco ordenando mis ideas. Tenía ante mí la posibilidad de cumplir un deseo de adolescente: hacerlo en un tren.
Cuando entré estaba en sujetador y empezaba a quitarse los pantalones mostrando un tanga blanco que apenas cubría su sexo. Pasé el seguro de la puerta y fui desnudándome mientras ella acariciaba y besaba mi pecho o mi espalda, según mi posición. A continuación me hizo sentar sobre la tapa de la taza y ella se sentó sobre mis piernas, luego se incorporó un poco y mientras con la mano acariciaba mi polla con la otra apartaba su diminuto tanga para que la penetrase.
Muy despacio comenzó unos movimientos que, acompasados con los del tren, me estaban subiendo al séptimo cielo. Pronto la hice parar pues no quería correrme todavía y le pregunté si quería que me pusiese un condón. Ella negó con la cabeza y me dijo:
– Para las pocas veces que puedo disfrutar de un hombre como tú, lo quiero hacer a pelo.
Me reí del comentario y le desabroché el sujetador quedando libres dos preciosos pechos cuyos pezones apuntaban amenazantes mi cara. Se los comí hasta la saciedad notando que le agradaba mucho. Con mi polla en su chochito y sus pechos manoseados y húmedos por mi lengua tuvo el primer orgasmo, que trató de disimular mordiéndose la mano para no alertar con sus chillidos. Cuando noté que su chocho volvía a la normalidad, dejé sus pechos y me fundí en un beso en su boca que me supo a gloria.
Entonces ella me hizo levantar y se sentó en la taza para coger mi polla y tragársela poco a poco hasta el fondo de su boca, pero cuando Eugenia notó que mi pene estaba apunto de estallar y comenzaba a convulsionarse, lo sacó de la boca y me pidió que no me corriese, que quería mi leche dentro de su coño. Así lo hice, la levanté, la puse inclinada sobre el lavabo y la penetré despacio. Mi polla estaba gozando de un coño muy húmedo, caliente y receptivo como no recordaba. Mis embestidas fueron acelerándose y al poco era ella la que jadeaba y se convulsionaba hasta que no pude más y me corrí como hacía tiempo no recordaba.
Sin mediar palabra, se giró, se sentó en el lavabo y atrayéndome hacia ella, dándome uno y otro beso en la boca, recorrió con su lengua mi cara, mi cuello hasta que mi polla respondió de nuevo poniéndose firmes. Esta vez la cogí con mi mano y de nuevo la introduje en su caliente coñito. Tardamos un poco más pero los dos nos corrimos de nuevo.
Sudorosos, bajé a Eugenia del lavabo y me refresqué con agua y poco a poco nos fuimos vistiendo, entre sonrisas y miradas de complicidad. Salí del water, acordando que ella tardase un poco y al llegar a mi asiento pensé que todo había sido una hermosa aventura y me adormecí.

Cuando el tren paró en la estación de Zaragoza, Eugenia se acercó a mi asiento y me entregó una tarjeta de visita con su dirección y teléfono de Logroño. En el dorso había escrito:
– Ha sido maravilloso, llámame, cariño.
Me guiñó un ojo y me lanzó un beso, desapareciendo sin decir palabra.
Pasados unos días telefoneé a las cinco de la tarde, bromeamos por teléfono y me confesó que su marido la tenía desatendida desde hacía algún tiempo y que se montaba encuentros con una vecina, pues las dos eran bisex, que hasta lo del tren hacía mucho que no tenía una buena polla a su disposición y que si alguna vez iba a Logroño, que la llamase. Quedamos de acuerdo en que si era su marido el que descolgase e teléfono le dijese que era de catering y que quería hablar con Eugenia. La conversación duró un buen rato y ambos confesamos ser lectores de la revista Clima y que nos masturbábamos con sus historias, pero que no estábamos por encuentros.
Lo que sigue ya os lo contaré en una próxima carta.
Saludos.