Relato erótico

“Trabajo” extra

Charo
29 de septiembre del 2019

Su jefe le pidió que se quedara unas horas para preparar una documentación que necesitaba para primera hora de la mañana. Su pareja la llamó y el jefe oyó la conversación. A partir de ese momento, el “trabajo” se desmadró.

Nuria – BARCELONA
Amigos de Clima, ese día tuve que quedarme a trabajar fuera de hora, los malditos papeles me encadenaron al escritorio. Por dentro maldecía hacerlo aunque tenía que ponerle cara sonriente a mi jefe, un sesentón bien parecido, divorciado hacía tiempo y para quien la vida era solamente su oficina, un teléfono, un fax y un ordenador.
Hablábamos muy poco al cabo del día, simplemente charlas laborales, apenas sabíamos nada sobre la vida del otro, solo los chismes de la gente de la oficina. Unos decían que su mujer lo había dejado aburrida de la rutina, otros, que ella era una mojigata y quien se había cansado era él.
Estaba agotada, pero aún quedaban algunos documentos para terminar, don Francisco, el jefe, debía cerrar un negocio al día siguiente y los necesitaba a primera hora. Un poco de música me haría bien, para romper el silencio que había en la oficina. Pero entonces sonó el teléfono, era Felipe.
– Nuria, ¿aún estás ahí? Te estoy esperando en casa. ¿Te falta mucho?
– Felipe, amor, tengo al menos para una hora más…
– En ese caso, la película que he traído la miraré solito mientras espero que llegues.
– ¿Película? No sé por qué pero algo me dice que no es precisamente una policíaca…
– ¿Policíaca? No tontita, es una porno, de las que te gustan a tí, gays y más gays.
Las imágenes recorrieron mi cabeza, se erizó mi piel, quería salir ya de la oficina y dije:
– Trataré de llegar lo antes posible. Venga, hasta pronto.
Al colgar oí otro “clic” en la línea, supuse que era una interferencia y continué trabajando. Pero entonces, por el intercomunicador me llamó don Francisco.
– Nuria, por favor, venga a mi oficina.
Llevé conmigo los documentos que ya había terminado, pues supuse que quería revisarlos.
– Siéntese Nuria – dijo sonriendo.
Me sorprendió, no era común ver una sonrisa en su boca, su gesto siempre era serio, opaco, gris como su traje. Miró los documentos e hizo algunos comentarios sobre las condiciones del negocio del día siguiente. Yo miraba el reloj de reojo, quería irme. Cuando pensé que daría por terminado el trabajo, me levanté.
– Don Francisco, si ya no me necesita, me retiro.
– Entiendo su apuro Nuria, yo saldría corriendo ahora mismo por esa puerta si alguien me esperara en casa para pasar una noche de placer.

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– ¡Señor! – exclamé.
Había estado escuchando mi conversación con Felipe, no me quedaba ninguna duda.
– No se asuste Nuria, oí sin querer su conversación, espero que no se moleste.
– Es que…
– Ya lo sé, estuvo mal hacerlo, pero confieso que casi me muero de envidia.
– ¿Envidia?
– Sí, Nuria, envidia de su novio, hace tiempo que me siento atraído por usted, pero nunca me animé a decírselo, temía que me rechazara y dejara el trabajo.
– ¿Y por qué lo hace ahora?
– Su conversación, sus piernas, su escote…
Sin decir más, se levantó y se acercó a mí, pasó un brazo por mi cintura, me atrajo hacia él con fuerza y me besó. Al principio sentí rechazo, hice fuerza para alejarme, pero no me dejaba. Volvió a besarme y cuando acercó más su cuerpo al mío noté la brutal erección que tenía. Su lengua escrutaba mi boca, lamía mis labios lentamente, sus manos recorrían mis caderas, mis muslos, mis nalgas.
Dejé de resistirme, ese hombre sabía lo que hacía, y comencé a responder a sus caricias. Ya no era el mismo hombre gris y avejentado de hacía unos minutos, el brillo de sus ojos, la humedad de su boca, su lengua, su respiración, todo provocó un cambio notable en él. No decía nada, solo acariciaba todo mi cuerpo, embelesado. Yo me había entregado al placer de sentirlo, cerré mis ojos intensificando mis otros sentidos.
– He soñado con esto desde que estás trabajando aquí Nuria… – decía.
Levantó mi falda y se retiró unos centímetros para observarme de lejos. Ese día yo llevaba un tanga blanco y portaligas. Entonces comenzó a desnudarme, yo seguía en silencio, la falda cayó al suelo, detrás la chaqueta y la blusa.
– Déjame verte, date la vuelta, muéstrame ese culo hermoso que insinúas con cada ropa que te pones.
Giré y volví a mirarlo, estaba despeinado, la cara enrojecida, los labios húmedos, la respiración agitada. Me acerqué, tiré del nudo de la corbata para desatarlo, desabroché su camisa pero no se la saqué, bajé las manos, sentí la erección de su verga, aflojé el cinturón, y bajé la cremallera de su pantalón. Metí mis manos y lo acaricié. Seguí besando su cuello mientras mis manos se apoderaban de su verga, lamí su pecho, mordí sus pezones…
– Sigue Nuria, no pares – dijo apretándome más contra su cuerpo.
Cogí la corbata, que había ido a parar a su escritorio, y até sus manos por detrás de su cuerpo. No se resistió, creo que presentía que eso lo haría gozar muchísimo. Separé sus piernas y me arrodillé frente a él.

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– Ahora vas a saber lo que es una mamada Francisco – le dije ya lanzada.
Lamí su entrepierna, sus huevos, su ano. Él gemía, tensando sus piernas y apoyado en el escritorio dejaba todo su sexo a disposición de mi boca. Yo deseaba esa polla y me la metí de golpe en la boca, él gritó de placer, y yo seguí chupando. La sacaba de mi boca lentamente, y volvía a meterla hasta que alcanzaba mi garganta, una y otra vez. Daba pequeños mordisquitos al glande, jugaba con mi lengua alrededor y volvía a chupar.
– ¡Me corro! – gritó de pronto – ¡Quiero que te tragues toda mi leche!
Parecía que no terminaba nunca, seguía brotando leche, había tanta, que salpicó mis pechos, mi cuello y mi boca se llenó. Tragué, lamí, saboreé.
– ¡Eres magnífica… la mejor mamada de mi vida… ven, desátame, déjame hacerte gozar!
Una vez libres sus manos, se lanzó a mí, queriendo comprobar si estaba mojada y creo que se sorprendió al ver que mis jugos ya bajaban por mi entrepierna alcanzando mis muslos. Cogió las tijeras de su escritorio, cortó mi tanga por los costados y hundió sus manos en mi coño. Sus dedos jugaban con mis labios vaginales, empapando su mano con mis jugos y recorriendo desde el ano al clítoris una y otra vez. Luego subió su mano hasta meter los dedos en mi boca. Olía a hembra, pero los chupé, deleitándome con mi propio sabor.
Después me sentó sobre el escritorio, hizo que apoyara los talones sobre el borde, y así mi coño estaba ahí, a su disposición. Su lengua me dio placer, alternaba entre mi coño y mi culo, me penetraba con ella y con los dedos, apretaba el clítoris con los dientes hasta el borde del dolor. Al final exploté sobre su boca, con un orgasmo interminable que se apoderó de mi cuerpo.
– Quiero follarte – dijo y sin más enterró su verga dentro de mí.
– ¡Fóllame, quiero sentir tu polla!
Subió mis piernas hasta sus hombros, me follaba con fuerza, como con rabia por todo el tiempo perdido. No tardamos en corrernos otra vez y su leche corría empapando mi culo. Cuando se apartó, me miró, miró mi coño desbordado de leche, mi culo dilatado por la calentura y me dijo:
– Estoy seguro que esto te va a gustar.

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Apoyó la polla en mi culo y lentamente comenzó a penetrarme el ano, llevó mis manos hasta mi clítoris y no necesité que me dijera qué quería, por lo que comencé a pajearme mientras su verga entraba y salía de mi culo sin dificultad. No conté los orgasmos que tuve así, solo sé que cuando acabó yo estaba agotada.
– A partir de hoy empezarás a hacer horas extras Nuria, es una orden – dijo riendo satisfecho.
Me arreglé un poco y salí casi corriendo, pues ahora, pasada la calentura me sentía culpable. ¡Felipe esperándome en casa y yo follando con mi jefe! Cuando llegué no fue necesario explicarle a Felipe lo que había sucedido, lo adivinó cuando metió su mano y notó que no llevaba ropa interior.
– Puta, has estado follando…
– Felipe… déjame explicarte…
Le conté lo sucedido y cuando creí que iba a comenzar a gritar e insultarme, Felipe se bajó el calzoncillo, sacó su polla totalmente erecta y empezó a masturbarse diciéndome:
– La próxima vez, quiero que pongas una cámara en su oficina, quiero veros follando, pero ahora, ahora ven que te voy a enseñar quien es tu dueño.
Nos dormimos dos horas después, abrazados, agotados. A partir de aquel día, las horas extras se hicieron cada vez más placenteras. Con la cámara cada encuentro con Francisco era filmado minuciosamente y luego, ya en casa, una motivación más para nuestra relación con Felipe. Francisco disfrutaba cada día más, en poco tiempo su aspecto había cambiado, llegaba a trabajar con una sonrisa en los labios. Ya era casi imposible disimular nuestros encuentros frente a mis compañeros, todos murmuraban cuando me llamaba a su despacho a última hora. Aunque ignoraban qué sucedía allí adentro, mi expresión, mi ropa arrugada lo decía todo.
Ahora soy doblemente feliz.
Besos a todos.

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