Relato erótico
Trabajo con complementos
Ya nos contaron la primera vez que se liaron con un empleado de las oficinas que limpian cada noche. Aquel día vieron al chico, pero estaba muy ocupado con un proyecto y además conocieron al jefe.
Soy Carmen, la cachonda madurita de, Castellón. En otra ocasión os contaba cómo, en compañía de mi amiga María, tuvimos una aventura con uno de los empleados de las oficinas en las que trabajamos como señoras de la limpieza, de 6 a 10 de la noche. Tanto mi amiga como yo sospechábamos que aquello no iba a acabar allí y de hecho al día siguiente volvimos a coincidir con Abel, el educado pero cachondo joven con el que tuvimos la aventurilla. Como nos había explicado, estaba esos días muy liado con un proyecto para un cliente que tenían que acabar para una fecha concreta e iban muy mal de tiempo. Ese día estaba también una compañera suya trabajando con él, así que María y yo solo pudimos provocarle un poco inclinándonos insinuantemente delante de él para que se recreara la vista en nuestros escotes cuando limpiábamos la zona de su despacho.
Estuvimos haciendo tiempo para ver si su compañera se marchaba, pero no fue así y las que tuvimos que terminar marchándonos fuimos nosotras, con el chocho más caliente que un horno. Al salir nos estaba esperando en el coche, como de costumbre, mi amigo Miguel, que trabajaba por la zona y nos llevaba a casa. Nos hizo notar que habíamos salido más tarde de lo habitual y nos dijo, con su acostumbrada ironía, si habíamos estado ligando con el vigilante del edificio. No le contamos nada aunque seguro que no le hubiera importado ya que, como quizá recuerden los lectores, en nuestra anterior etapa de desmadre sexual, Miguel no solo estaba al tanto de nuestras aventuras sino que incluso nos animaba para que gozáramos del sexo y hasta llegó a tener más de un lío con alguna de mis amigas. Durante el resto de la semana, la estirada compañera de Abel siempre se quedaba con él a trabajar hasta tarde así que no hubo manera de hacer nada, salvo poner cachondo al chico y calentarnos nosotras con nuestros pensamientos. La cosa, sin embargo, cambió el viernes, aunque en principio nosotras pensamos que ese día tampoco habría forma de estar a solas con Abel.
Ese día, cuando llegamos a las oficinas, a las seis de la tarde, con Abel estaba un hombre de unos 60 años, de pelo canoso pero atractivo y muy bien vestido. Ambos nos saludaron muy correctamente y nosotras empezamos nuestra tarea. Abel trabajaba frente al ordenador mientras el señor mayor le daba diversas indicaciones y le garabateaba unas notas en un papel. Media hora más tarde, el hombre de pelo canoso, cogió su chaqueta y se marchó, recordándole a Abel que era preciso acabar el proyecto ese día pues había que presentarlo el lunes. Por fin a solas con Abel, los tres nos saludamos con más confianza.
Tras explicarnos que el hombre elegante del pelo canoso era su jefe, el señor Ignacio, nos dijo que estaba deseando volver a pasar un buen rato con nosotras pero que si no queríamos repetir, él lo entendería.
– Si a ti te gustan las maduritas, vas a gozar con este par de viejas hasta
que te canses, corazón -le dijo mi amiga- agarrándole el cipote por encima del pantalón y dándole un morreo con lengua, hasta la garganta.
No dijo que aquel día no iba a poder ser porque tenía que acabar el trabajo como fuera y seguro que se tendría que quedar toda la noche si no quería venir a trabajar durante el fin de semana.
Entonces nosotras volvimos a nuestra tarea para dejarle trabajar. Pero, un rato después y mientras estábamos inclinadas y con el culo en pompa, limpiando unos cajones, sentimos unas manos avanzar por nuestros muslos hasta detenerse en nuestras prominentes nalgas. Era Abel, lógicamente. Nos dijo riendo que no podía aguantar la cachondez que le provocábamos y que ya puesto a quedarse a trabajar toda la noche, mejor sería hacerlo una hora más tarde pero con el cuerpo satisfecho. Los tres nos echamos a reír y enseguida las hábiles manos del joven buceaban por nuestros escotes o exploraban nuestros traseros bajo las cortas batas de faena. Y nosotras, como solo llevábamos la bata de trabajo y la ropa interior, pronto estuvimos completamente en pelotas. Mientras Abel nos acariciaba haciendo subir nuestra temperatura, le desnudamos a él y arrodilladas a un lado cada una, le empezamos a chupar la polla con verdaderas ganas.
Él nos pellizcaba los pezones y pronto los tres estábamos calientes como
nunca. Entonces Abel no pudo aguantar más y empezó a soltar unos tremendos chorros de esperma que nos cayeron encima, a mi amiga y a mi, manchándonos la cara y las tetas. Así estábamos cuando ocurrió algo que nos dejó helados a los tres. Oímos un carraspeo y al levantar la vista vimos al señor Ignacio, el jefe de Abel, allí de pie, mirándonos. Había vuelto para ayudar a Abel a acabar el trabajo, como luego supimos. Sin duda había sido testigo, sino de todo, sí al menos del final de nuestro numerito. Tanto el joven como nosotras, estábamos nerviosos y entonces el señor Ignacio dijo:
– Abel, eres un excelente profesional, siempre dispuesto a hacer cualquier trabajo por difícil que sea y algunas veces me he preguntado de donde sacas esa energía pero ahora veo el sistema que usas para relajarte. No puedo por menos que felicitarte y decirte que te envidio.
El jefe, entonces, se dio la vuelta y ya se iba riendo con buen humor, cuando Abel le contestó:
– Espero que no se lo tome como un atrevimiento excesivo pero si de verdad me envidia por estar con estas dos estupendas señoras, quiero decirle que a ellas no les importaría que usted se nos uniese.
El hombre, entonces, se volvió sonriendo y le dio las gracias pero añadió que seguro que nosotras preferíamos un joven como Abel y que no querríamos nada con un viejo como él. Yo me armé de valor y dije que seguro que los cuatro nos lo podíamos pasar muy bien si es que dos maduras como nosotras le gustábamos. El elegante jefe de Abel se acercó a nosotras y poniendo sus manos sobre nuestras tetas desnudas, nos confesó que estaba cansado de tocar las tetas de silicona de su mujer y su cuerpo flacucho y que deseaba más que nada en el mundo pasar un rato con dos mujeres de verdad, con todo abundante y natural. Como todo estaba claro, decidimos no perder más tiempo y enseguida dejamos al señor Ignacio completamente desnudo.
Yo fui quien le quitó los calzoncillos y entonces me llevé la gran sorpresa de la tarde. Lo que el señor Ignacio tenía entre las piernas era un auténtico pollón. Y no es que yo sea una fanática de las pollas grandes ya que la mayoría de las que he conocido han estado en torno a los 15 centímetros y puedo asegurar que me lo he pasado muy bien con ellas, pero es que la del señor Ignacio, sin estar ni siquiera en media erección, debía rondar los 21 centímetros. Ante los ojos que debíamos estar poniendo, tanto mi amiga como yo, nos miró orgulloso de su herramienta y nos dijo:
– Bueno, señoras mías, si les gusta mi gorda polla tanto como a mí sus gordas tetas, ni duden en ocuparse de ella.
Así que María y yo nos pusimos a la faena empezando a chuparle todo aquel badajo. Cuando la cosa fue adquiriendo consistencia y tamaño, el glande era casi como una pelota de tenis así que era imposible metérselo en la boca. Mi amiga y yo teníamos que contentarnos con darle profundos lengüetazos para degustar aquel tremendo cipote. Sin embargo no lo debíamos hacer mal porque a los pocos minutos Ignacio empezó a soltar espesos chorretones de leche que fueron a parar a mi boca y a la frente de María. El resto de semen, que afloró ya con menos fuerza lo limpiamos
entre las dos, provocando el delirio del señor Ignacio, que no se cansó de llamarnos zorras y viciosas cosa que, a nosotras, lejos de molestarnos, nos pareció todo un cumplido.
A continuación Abel, que estaba que explotaba, le dijo a mi amiga que se pusiera a cuatro patas para follársela. Por su parte Ignacio, para volver a excitarse, me empezó a pasar la polla por la cara antes de intentar metérmela. Yo acariciaba como hipnotizada, sus huevazos y aquel tremendísimo cipote que iba recuperando la dureza según se paseaba por mis mejillas, culo, boca o frente. Por fin Ignacio me dijo que me tumbara en el suelo, bien abierta de piernas. Al hacerlo, casi me corro.
Cuando se puso sobre mí, dudé por unos instantes que aquella monstruosidad de polla fuera a caberme en el chocho, sin embargo entró más fácil de lo que yo pensaba. Mi extrema calentura hacía que mi coño estuviera como un lago y por otro lado el señor Ignacio era un experto en meter su badajo con suavidad a pesar de su tremendo tamaño, o quizá precisamente por ello.
Finalmente la tuve toda dentro y ya con el primer empujón me empecé a correr como una perra. Ignacio follaba a buen ritmo y yo enseguida empecé a tener una verdadera cadena de orgasmos, tal era el placer que su polla me provocaba. Creo que tuve cuatro o cinco orgasmos, cada uno más intenso que el anterior. El último de ellos coincidió con la corrida de Ignacio y fue realmente tremendo sentir su caliente esperma saliendo de su gordísimo cipote.
En ese momento también se corría mi amiga, chillando como una loca debido al polvazo que le estaba echando Abel. Instantes después se corría él, derramándose sobre las gordas tetas de María. Tras descansar un rato, Ignacio elogió de nuevo tanto nuestro físico como nuestra calentura, añadiendo:
– Ha sido la mejor experiencia sexual que he tenido en años y ahora de buena gana me tiraría a María, pero seguro que tardaré en tener el cipote a punto otra vez.
– Deja eso de nuestra cuenta – le dije yo entonces.
A continuación le indiqué a mi amiga que le hiciera una cubana con sus tremendas tetas mientras yo, detrás de él, empezaba a chuparle el culo.
El tratamiento dio resultado y casi de inmediato, el hombre volvió a tener su pollaza en condiciones para follarse a mi amiga. María pudo probar así, el tremendo pollón de Ignacio en su coño mientras a mí me follaba Abel haciendo que las dos tuviéramos otro par de buenos orgasmos y que nuestras almejas quedaran bien embadurnadas de semen.
Cuando finalmente abandonamos las oficinas, como habíamos salido una hora más tarde de lo habitual, al regresar a casa en el coche de mi amigo, éste nos dijo con sorna:
– O le tenéis mucho amor al trabajo o vosotras tenéis un lío con alguien de la oficina, a mí no me engañáis.
Los tres reímos y nosotras, especialmente, notando todavía el calor del semen de nuestros amantes, en la entrepierna.
Un beso muy caliente para todos.