Relato erótico
¿Tomamos un cafe y …?
Las confidencias de su compañera de trabajo sobre el “abandono” sexual al que la tenía sometida su marido, le dieron una idea. La citó para tomar un café y del café pasaron a…
Lorenzo – MADRID
Amiga Charo, Susana, una compañera de trabajo, me decía con bastante frecuencia:
– Mi marido siempre está encerrado en si mismo, siempre pensando en sus cosas, no se daría ni cuenta si se la estuviera pegando con otro delante de sus narices.
Pero yo no me había percatado de ello hasta que otro compañero me lo hizo notar diciéndome:
– Tío, menuda invitación te está lanzando la tía esa y tú ni te enteras.
– ¿Qué me dices? – contesté intrigado.
– Venga no te hagas el despistado y dale una satisfacción.
A partir de ese momento comencé a mirar a Susana de otra manera. Realmente era una mujer guapa, muy guapa, con un cuerpo de lujo, con curvas allí donde son necesarias, realmente muy hermosa, ¿Cómo no lo vi hasta ahora? Al día siguiente le saqué el tema “marido” y me volvió a repetir las mismas frases de siempre, pero esta vez yo seguí ahondando con mis preguntas.
Aquella mañana, a la hora del descanso la invité a que saliéramos a tomar un café juntos. Ella aceptó cuando faltaban cinco minutos para salir. Por fin eran las 11, hora del descanso, solo media hora. Susana vino hacía mí. Se había quitado la bata de trabajo. Nunca la había visto tan guapa. ¡Vaya hembra! ¿Dónde había estado hasta ahora?
Fuimos no a la cafetería que esta junto al trabajo, sino a otra un poco más alejada, nos sentamos en un rinconcito apartados de las miradas indiscretas, pedimos nuestros cafés, los sirvieron y Susana me dijo:
– Contestando a tu pregunta de ayer, no, no me tiene nada satisfecha.
– ¿Nada, nada?
– Nada.
– Me gustaría poder ayudarte en ello.
– ¿Ah sí… cómo?
– Pues eso que si tú quieres, puedo darte eso que te falta, vamos que estoy dispuesto, que me encantaría… – le dije y al ver que sonreía, añadí – ¿De que te ríes?
– No eres para nada un gigoló.
– ¿Quieres que te ayude?
– Se dice, me gustaría acostarme contigo. También se puede decir de una forma más enfática, pero aún es pronto para ello.
– Cierto Susana, me encantaría, estoy deseando acostarme contigo. Si quieres esta tarde podemos, me han hablado de un motel especial….
– ¡Ajá, todo preparado hombre astuto y tímido! ¿Y lo demás también lo tienes preparado?
– Lo demás aún no, pero dime que sí y esta tarde tendrás la sorpresa de tu vida.
– Adelante, sorpréndeme – dijo al fin.
Se había pasado la media hora del descanso y tuvimos que volver a toda prisa al trabajo. Casi en el acto localicé por internet la dirección del motel en cuestión, llamé, hice una reserva y fijé los detalles. Me dieron un código de reserva que sería el que me permitiera acceder al local.
Por fin, las 6 de la tarde. Mi jefe me invitó a tomar unas cañas, pero le dije que hoy no podía. Salimos del trabajo, había quedado con Susana en la cafetería de la mañana y cuando llegué ella ya estaba allí. Subimos a mi coche y me dirigí al motel.
– ¿Hasta que hora tienes libre? – le pregunté.
– Hasta que me canse o te canses – replicó.
– Eso suena a mucho tiempo, tal vez hasta mañana e incluso más.
– Eso solo dependerá de ti. No sabes aun hasta donde yo soy capaz.
Llegamos al motel. Le pedí a Susana que cerrase los ojos. Abrí la puerta y la empujé suavemente para que entrase, cerré la puerta y le pedí que abriera los ojos. Susana lanzó un gritito de sorpresa. Música suave, luces atenuadas, temperatura de 24º, globos en forma de corazones llenando la sala y la hice pasar al baño. La bañera estaba llena de agua caliente donde flotaban pétalos de rosas, velas perfumadas y una botella de champán en una cubitera con hielo. Dos copas en el filo de la bañera. Pasamos al dormitorio. Allí, extendido sobre la cama, un juego de lencería súper sexy. Sobre la mesilla de noche una caja de condones, gel lubricante, un vibrador y unas esposas.
– Todo está dispuesto ¿Y bien?
– No esperaba ésta puesta en escena, confieso que me has sorprendido – dijo.
– No perdamos más nuestro precioso tiempo.
– ¡Vaya fiera! – exclamó.
La llevé de la mano al baño, eché al agua aceites aromáticos y tomándola por la cintura le di un beso en los labios. Ella aún no reaccionaba, pero no se retiraba, volví a besarla, esta vez más sensualmente, mojé sus labios con mi lengua y cuando ella abrió ligeramente la boca, metí mi lengua dentro y ella ahora sí reaccionó. Nos besamos con pasión, pasión contenida y acumulada que brotaba a borbotones. Le quité la camiseta, le quité el sujetador y sus tetas se derramaron en mis manos. Eran grandes, calientes, duras, más hermosas de lo que podría imaginarme. Sus pezones, muy oscuros, eran largos y era un placer chuparlos. Solté su falda que cayó al suelo y solo llevaba un pequeño tanga de color rojo. Se separó de mí, se volvió de espaldas, se quitó su tanga y se metió en el agua espumosa.
Me desnudé rápidamente, entré en el agua con ella y puse en marcha el sistema de burbujas. Susana se echó hacía atrás, colocó sus piernas sobre las mías y sus pechos flotaban sobre la espuma. Le acaricié los pies, los tobillos, las pantorrillas, las rodillas, los muslos. Susana tenía los ojos cerrados y estaba abandonada a mí. ¡Que delicia acariciar su piel suavizada por las burbujas y los aceites! Sus muslos eran lisos, suaves y por fin mi exploración alcanzó su sexo. Tenía un pelito suave, que aún no había visto, le acaricié sus labios y poco a poco los fui abriendo hasta meter un dedo un poco más adentro. Era muy suave y al encontrar su clítoris comencé a masajearlo en un movimiento circular, sin tocar su cúspide. Su vientre comenzó a agitarse con pequeños tics al principio que adquerían intensidad a medida que mis caricias iban surtiendo su efecto.
Continué con mi labor hasta que Susana comenzó a gemir y a pedirme que no parase. En ese momento tenía dos dedos dentro y con el pulgar masajeaba su clítoris mientras besaba sus rodillas. De pronto gritó, se arqueó, gimió y se relajó de tal manera que me asustó porque creía que se había desmayado, pero abrió un ojo ligeramente y me sonrió.
Se sentó sobre mí, su espalda sobre mi pecho. Mis manos estaban libres para acariciar su cuerpo, para masajear sus pezones tan sensibles e incluso para acariciar su clítoris y hacerla correr en más de una ocasión.
Al rato salí de la bañera, me sequé y tomé una toalla que ofrecí a Susana. Ella se levantó con su cuerpo lleno de espuma. Parecía una diosa saliendo del agua, la arropé con la toalla y le refregué para secarla lo que me permitió recorrer su cuerpo palmo a palmo, aunque fuese a través de la gruesa toalla. Ella la recogió y se envolvió, se dirigió al dormitorio y me pidió que esperase un minuto antes de ir yo. Cuando entré en el dormitorio, ella estaba acostada y tapada con la sábana, que como un delicado velo dibujaba perfectamente sus curvas e incluso permitía adivinar la sombra de su entrepierna.
Me metí en la cama junto a ella y comencé a acariciarla, a explorar su cuerpo, a sentir la delicadeza de su piel, la tersura de sus pechos, sus pezones eran bien largos y estaban duros. Exploré su vientre y al fin mi mano encontró su sexo que acaricié, lenta, suavemente. Ella me pidió que apagase la luz, quedando solo una ligera penumbra. Entonces levanté las sábanas y ahora mi boca acompañaba a las manos en su tarea exploradora. Cuando chupé aquellos largos pezones, ella gimió y se convulsionó de placer. Si a la vez tocaba su sexo, era como si estuviera sometida a una continuada descarga de electricidad.
Pasamos horas explorándonos mutuamente, boca, lengua, manos, el cuerpo entero, sirven como pincel para dibujar el cuerpo del otro. Sus jugos y mis jugos se mezclaban y su olor nos enervaba aún más si cabe, y así tuvimos largos e intensos orgasmos. En uno de ellos no pude reprimirme y eyaculé sobre su pecho, entre sus tetas. Ella untó sus pechos con mi semen y volvió a convulsionarse de placer. Esta mujer tenía unos orgasmos increíbles y me decía que nunca disfrutó así y que todo lo más lograba un orgasmo. Hoy ya había perdido la cuenta de los que llevaba.
Pedimos algo de cenar y por una trampilla en la pared apareció rápidamente nuestro pedido. En un momento ella cogió una uva, se levantó y se acercó a mi, su vientre a la altura de mi cara. Me ofreció la uva, pero cuando abrí mi boca para comerla, ella la retiró y la metió en su coño, diciendo:
– Tómala de ahí.
Iniciamos así un nuevo juego, escondiendo bocados en el cuerpo que el otro había de encontrar. Finalmente nos tumbamos en la cama, pusimos una película porno y reímos con las actuaciones de los actores. Al rato ella me dijo:
– Lorenzo, aún no me has follado, ¿a que esperas para hacerlo?
La puse a cuatro patas y de un golpe le metí mi polla hasta el fondo de su coño, empezando a meter y sacar a un ritmo que ya no me esperaba capaz de hacerlo. Ella gemía, gritaba, mordía las sábanas de placer y así conseguí provocarle un par de orgasmos más. Mientras, unté generosamente su ano con gel lubricante y dos dedos me los aceptó sin problema. Había llegado el momento. Saqué mi polla de su coño y la metí en su ano. Ella se sobresaltó, trató de cerrar el esfínter, pero le di una palmada en las nalgas y le ordené que se abriera. Resultó, el camino estaba libre y pude encularla a placer mientras ella gemía y gritaba de dolor y gozo. Cuando no pude aguantar más, la inundé de mi leche caliente que se derramaba a borbotones por su culo.
Caímos rendidos. Mi polla estaba enrojecida y su coño y su ano también lo estaban. Llevábamos horas follando sin parar. Nunca había sentido tanto placer durante tanto tiempo. Nos quedamos dormidos, agotados. A la mañana siguiente me desperté pronto, pero ella ya no estaba en la cama. La oí en el baño. Me levanté y me acerqué a ella. Estaba orinando. Le pedí que parase y me metí en la bañera, invitándola a meterse allí y que se orinase sobre mí. Ella reía pero me complació, se abrió de piernas sobre mí y tuve una visión espectacular de su coño, que se abría y de él manaba un chorro potente de orina caliente que bañaba mi cuerpo, empinándome la polla de inmediato. Susana aprovechó la situación y se sentó sobre mi miembro erecto introduciéndoselo hasta las bolas. Me cabalgó con movimientos tan rápidos que me hizo eyacular antes de lo que me hubiera gustado hacerlo.
Por fin, nos vestimos y abandonamos aquel delicioso lugar. Había que trabajar y nadie debía sospechar nada. La acerqué hasta su coche, aparcado cerca de la oficina. La besé por última vez en su ardiente boca y prometimos repetir la experiencia tan pronto como fuera posible.
Hasta otra y ya os contaré lo que ocurra.