Relato erótico

Todo puede cambiar

Charo
14 de septiembre del 2018

Está casada, el sexo no funciona con su marido y está harta de hacerse pajas y meterse cosas por el cocho. Aquellas vacaciones en la playa fueron el principio de una nueva “vida”

Maite – La Rioja
Soy Maite, y voy a explicar una de mis últimas aventuras. Todo empezó cuando a los tres años de casada, mi marido me sorprendía en el cuarto de baño follándome con la ducha teléfono. En el acto, comprendió que mi cuerpo joven y sensual necesitaba más marcha. Mi marido en la cama es poca cosa, o mejor casi nada, y yo estaba a base de pajas como una burra. Fue entonces, al descubrirme en el baño, cuando él me dio libertad para que, ocasionalmente, dejara de masturbarme y buscara una buena polla, que era lo que yo necesitaba. Mis aventuras son muchas, desde que un vecino me comiera el coño y me follara en la cocina de mi casa, lo que ocasionó que él pidiera el divorcio a su mujer, a que unos jóvenes que pasaban por la playa me dijeran “que buen coño tienes” y yo les invitara a follarme detrás de una roca. Soy una mujer que necesita gozar todos los días y que cuando no tiene una polla a mano, usa su colección de consoladores.
Mi última gran fiesta la tuve este verano en Alicante. Fui con mi marido a pasar quince días de vacaciones y los primeros fueron de lo más normal. Por la mañana playa, donde siempre voy en top-less, buscando un buen paquete que llevar a mi coño y cuando no tenía, me apañaba con mi marido aunque él dos días seguidos no funciona. Me ponía en la terraza del hotel por si caía algo mientras mi marido, por la tarde, se quedaba durmiendo la siesta en la habitación del hotel. Por la tarde/noche si mi coño estaba seco, me masturbaba debajo de una buena ducha y luego me vestía muy provocativa y me maquillaba como una zorra que sale de caza. Alicante, en verano, invita a una mujer como yo a las más calientes orgías. Serían las ocho de la tarde cuando entré en un bingo para esperar a mi marido, que estaba en el hotel y me senté en una mesa donde había un matrimonio y dos señores. Al poco tiempo me quedé con los dos hombres sola en la mesa y que, llamando al camarero, me invitaron.
Yo siempre voy sin bragas y sujetador y aquellos dos pares de ojos no se apartaban de mi cuerpo. Sentados muy cerca de mí, me ofrecieron un cigarrillo. Aquello se estaba calentando por momentos cuando uno de ellos le dijo al otro en voz baja pero señalándome:
– Javier, esta debe de ser muy cara.
El otro le contestó:
– Pues se lo voy a preguntar – y Ramón, que así se llamaba, dirigiéndose a mí, me preguntó – Señorita, ¿cuanto cobra por los dos?
– Ponga usted precio – le contesté, deseando que se decidieran pues yo estaba dispuesta a cualquier precio.

Ramón entonces le dijo a Javier:
– Vamos, sea lo que sea lo que pida, vale la pena.
Cuando terminamos de jugar la partida salimos hacia el paseo de la playa.
Por la calle llamaban la atención mis pantalones estrechos, mi blusa transparente y mis tacones altos. Ramón me había pasado su mano por mi cintura y Javier había colocado la suya en mi hombro. Mucha gente giraba la cabeza para mirarnos. Entramos en un pub con música suave y poca luz, pedimos una copa y en un rincón, sobre un taburete alto y una pequeña barra en la pared, empezaron a meterme mano. Ramón me besaba locamente y Javier me pellizcaba el culo. Yo estaba como una perra en celo, con el coño todo mojado y los pezones en pie.
– Es muy temprano para cenar – comentó Ramón, cogiéndome de la cintura y sacándome a bailar.
Bailamos los tres en la pista, siendo la atención de toda la gente del local. Mi cuerpo solo sentía ganas de ser follado. Ellos me besaban, me abrazaban, me mordisqueaban los pechos y me pellizcaban el marcado coño pues los pantalones tan estrechos dibujaban los labios de mi chocho, abiertos como pidiendo una manguera. Al marcharnos del pub las miradas de varias mujeres se clavaron en mi cuerpo. Entramos en un restaurante y Ramón, el más joven de los dos, pues tiene 39 años, me dijo al oído:
– Mientras nos preparan la cena, te echo un polvo.
Nos dirigimos a los aseos de caballeros, nos metimos en un reservado y empezó a comerme los pechos mientras yo, de un golpe, le sacaba un falo grande y largo, como me gustan. Con dos movimientos, me lo introduje en la boca pero él, sin darme tiempo a respirar, me lo metió en el coño y en el acto aquella polla, que ya estaba a punto, me lo llenó de leche. Sin dejarle saborear su orgasmo le dije:
– Vete y dile a Javier que lo espero aquí mismo.
Javier, con 41 años y un pene largo, no se hizo esperar, me besó y me introdujo su polla poco a poco con más profesionalidad que su amigo. Cuando llegué al clímax mi grito tuvo que oírse en todo el restaurante. Con el coño lleno de semen, salí desnuda del reservado y en el mismo lavabo me repuse, lavé, vestí y maquillé, ante la mirada sorprendida de varios hombres.
Después de cenar, salimos del restaurante muy alegres y satisfechos. Íbamos los tres abrazados por las calles y por la avenida de Alicante, con una y mil miradas de la gente. Nos dirigimos al hotel y el joven que estaba en recepción al vernos, dijo:
– Buenas noches, don Ramón – sin quitarme la vista de mis pechos y de mi marcado coño.
Ramón, al despedirse del recepcionista con el que, al parecer, tenía cierta amistad, le dijo:
– Cuando termines el turno pásate por la habitación y si te apetece, le comes el coño.

Ya en la habitación y después de darme una ducha, Ramón me tumbó sobre la alfombra y empezó a besarme todo el cuerpo muy tiernamente. Luego empezó a mordisquear mi coño mientras me introducía la lengua con gran maestría. Javier, más tranquilo, me besaba y tocaba mis pezones puntiagudos llamándome “coño dorado”. Ramón ahora, con su lengua tipo batidora, me daba en el clítoris hasta que me corrí como una loca.
– ¡Zorra! ¿Desde cuándo hace que no te follan? – empezaron a decirme.

– Con dos pollas como las vuestras, dos o tres años – contesté yo.
– ¿Y tu marido, no te folla? – me preguntó Ramón.
– Calla, ese es un cabrón que no funciona.
– Pues se merece los cuernos que lleva, con ese cuerpo que tienes y lo puta que eres – añadió Javier.
– ¡Méteme la polla en la boca, Javier! – le supliqué.
Con toda ella metida en la boca, le puse mi culo a Ramón. Mis movimientos eran tan rítmicos que al poco rato me llenaron los dos con su leche pero, sin darme tiempo, se cambiaron de sitio y empezaron de nuevo. Yo, en cada chupada, gruñía como un animal pero ellos me decían:
– ¡Calla, y mama!
La leche me salía hasta por las orejas pero mi coño estaba seco de ella. Al rato largo de estar Ramón y José empalándome por la boca y por el ano, intercambiándose, Javier me la metió en el coño y casi pierdo el sentido del gusto que me daba mientras dirigía a mi marido las siguientes palabras:
– ¡Mira cabrón, así se folla a una mujer!
A las seis de la mañana, cuando me levanté para ducharme, oí un golpe en la puerta. Desnuda como estaba y con la piel llena de leche de macho, abrí. Era el recepcionista que venía a por su parte. Primero me besó y luego se sacó una descomunal polla que, sin pérdida de tiempo, me metió en todo el coño hasta los huevos. En mi vida había sentido tanto gusto y mi coño la recibió tal y como se merecía. Como yo estaba cansada, dejé que él me trabajara el chocho de pie, tal y como estábamos. Él se corrió en un minuto y en mi vida un hombre me había echado tanta leche en el coño que, al vérmelo tan chorreante yo misma, pasándome la mano por él, recogía el semen y llevándomelo a la boca, lo saboreaba además de untármelo por todo el cuerpo. Cuando el chico, muy satisfecho, se marchó, pasé al cuarto de baño y lavé mi dolorido cuerpo. Mi coño estaba enrojecido y de él salían hilitos de semen. Como pude me vestí y antes de marcharme desperté a Ramón el cual me dio un beso y dinero.

Al llegar a mi hotel, a las ocho y media, mi marido dormía plácidamente pero despertó al oírme entrar.
– ¿De dónde vienes? – me preguntó.
– De follar y ganarme cincuenta mil pesetas – le contesté llanamente.
– Muy bien, cariño, para tus gastos – añadió tranquilamente.
Me acosté sobre la cama, desnuda como siempre, y él me preguntó como lo había pasado.
– Muy bien – le contesté.
– ¿Cuantos cuernos tengo de más? – insistió.
– Pues tres, cariño – confesé.
– ¿Como tres, si me dices que te han ligado dos hombres? – preguntó extrañado.
– Y el recepcionista, cariño, el recepcionista – repliqué sonriendo – Que fue el mejor.
Varias horas después desperté. Mi marido estaba viendo la tele.
– Cariño – me dijo – ¿Te pido el desayuno?

– No, gracias amor, ya tomé ayer mucha leche – contesté.
A mi marido nunca le cuento mis aventuras con pelos y señales pero esta vez, sentada en el borde de la cama, empecé a contarle mi noche loca y al final él me preguntó:
– Cariño, ¿cuantos polvos te han echado?
– Siete, amor, siete.
– Pues si estás contenta y eres feliz, duerme para que esta noche estés tan guapa y radiante como siempre.
– Marido, tú sabes que estás casado con una prostituta de lujo – le dije.

– Sí, cariño, pero mi polla no lo sabe, descansa y ya sabes, mañana la misma tarifa, que los cuernos son muy caros.
Besos para todos vosotros.

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