Relato erótico

Todo fue empezar y…

Charo
2 de enero del 2019

Sus “juegos” ya vienen de lejos. Llevan 12 años juntos y poco a poco se fueron abriendo a nuevas experiencias. Pero lo que desencadenó una serie de vivencias que aún perduran en este momento, fue el día del cumpleaños de nuestro amigo. Prestad atención, la historia no tiene desperdicio.

 

Manolo L. – MADRID

No hace mucho que descubrí esta revista. Me gustó. También le gustó a Carmela, mi pareja, cuando se la mostré. Después de lecturas y cachondeos fue ella misma la que me dijo:

¿Y si contamos una de nuestras experiencias?

La miré con ojos libidinosos, sabía a lo que se refería.

– ¿Realmente quieres que escriba contando los líos en que nos hemos metido?

¿Por qué no? – me contestó ella con esa sonrisa endiablada que siempre me ha desarmado.

La tomé de la cintura y haciéndola girar la senté sobre mi regazo al tiempo que le metía la mano bajo la falda iniciando un toqueteo que culminó como siempre, con el regalo de otra hermosa corrida.

Estuve unos días pensándolo hasta que hoy me decidí y aquí estoy intentando escribir éstas líneas, esperando no resulten tediosas. Somos pareja hace ya más de 12 años y la verdad nos llevamos muy bien, en todo. Hay algo que creo nos caracteriza: siempre estamos en el borde del buen humor. Jugamos, jugueteamos, nos provocamos mutuamente todo el tiempo, nos tenemos ganas y siempre estamos buscándonos, estimulándonos como si fuéramos dos cachorros. Qué se yo, ¿Como decirlo?, por ejemplo, vamos a una discoteca y ella baila con uno y con otro y se deja meter mano y responde o cosas así mientras que yo hago lo mismo por mi lado y cuando nos reencontramos ella me aprieta la polla por encima del pantalón para preguntarme si encontré algún lindo lugarcito para estacionarlo o cosas así.

Y también ocurre a la inversa, le meto mano bajo la falda, entre las piernas y al tiempo que le repaso el coño con el canto de la mano y soy yo el que le pregunta si encontró algo calentito que la refrescase y cosas de ese estilo, todo el tiempo y en todo lugar. O vamos a un restaurante y le meto mano a la vista de todos para que vean sus braguitas y se calienten. En fin, juego, juego permanente. Así somos.

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A poco de convivir, fuimos destapándonos nuestras lujurias escondidas. Muchas eran, y son, impracticables, otras no tanto. Mi predilecta era hacerlo una vez con una geisha. La de ella, hacerlo con un negro tipo NBA. Cuando cumplí treinta años ella se atrevió y en secreto contrató una geisha para mí.

A las diez de la noche estábamos terminando de cenar en casa cuando sonó el timbre de la puerta. Cuando abrí casi me caigo de la sorpresa: una belleza oriental, alta, que preguntaba por mí. Me había llamado la atención que Carmela, durante todo el día, no había hecho ninguna mención a mi cumpleaños y claro, entonces me di cuenta que lo había hecho a propósito para darme esa sorpresa. Confieso que me dio un poco de vergüenza pero ella misma, mi mujer, me cogió de la mano y me llevó al dormitorio.

– Disfrútala, que yo me voy a divertir mirándote – me dijo antes de comerme la boca con un besazo.

Al principio estuve un poco nervioso por la situación inédita de esa mujer desconocida buscándome y estimulándome frente a mi propia mujer pero al cabo de unos minutos y viendo que ella estaba de lo más campante y muerta de risa me dejé llevar. La “made in Japan” terminó haciéndome de goma y dejándome rendido completamente. Un polvazo de esos memorables. Tres horas me tuvo a su merced, excitándome, poniéndome al borde del orgasmo y dejándome allí, al borde, para luego enfriarme con cambios sutiles y recomenzar. Una boca jugosa y exquisita, un coñito apretadito que abría y cerraba a voluntad, divina, divina la oriental. Cuando al final me permitió eyacular lo hizo pajeándome para que Carmela viera mi erupción, que fue además de violenta, pues los chorros de leche me llegaron hasta mi propia cara, tanto me había estimulado la oriental, fue en una cantidad que creo podía llenar un vaso. Tanto fue lo que me exprimió la chica.

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Ni que decir que Carmela no dejó de meterse el dedo viendo como la japonesa me trataba y luego, tras mi orgasmo, no tardó un segundo en venirse a mi lado y llenar sus manos y sus dedos con mi leche para luego chupetearme íntegro y frotar su cara en mi propia crema y después hacer que yo mismo la besara, le besara la cara y las manos y le comiera la boca.

Fue nuestra primera experiencia de tres, aunque en realidad no hubo trío. De tres porque éramos tres, pero Carmela se quedó siempre a un lado, sin participar. Así fue, de generosa, mi hermosa Carmela, mi enamorada.

Cuando ella cumplió los 33 le devolví la gentileza. Tomé la decisión un par de meses antes y en absoluto secreto, puse manos a la obra. Fui a un par de agencias, marqué y comprobé anuncios que aparecían en el diario, no me fue fácil. Quince días antes de la fecha clave, por fin, encontré lo que buscaba: Leandro, cubano, metro noventa, espalda impresionante y por fotos que me mostró, atributos que mejor no describir: me dejaron sin palabras.

De hecho, antes de cerrar el trato, me asaltaron serias dudas. No por Carmela o por como pudiera reaccionar ella, sino que tuve miedo que el juego se volviera en suplicio para ella, y la cosa no era que ella saliera lastimada sino que se diera el gusto ese que tantos años atrás me había confesado. Seguí entonces buscando alguna otra alternativa pero al no encontrarla y faltando tan solo cinco días para su cumpleaños, no me quedó otra cosa que volver a Leandro.

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Conversamos, arreglamos condiciones económicas, una pequeña fortuna, pero bueno, en ese momento teníamos una posición económica bastante holgada gracias a que los dos trabajamos y tenemos sueldos más o menos interesantes y cerramos el trato después de hacerle prometer a Leandro que sería extremadamente cuidadoso, nada de forzamientos ni nada que pudiera terminar lastimando o desgarrando a mi mujer. La cosa tenía que ser para disfrutar y obtener placer. Salí de la agencia convencido que Leandro iba a respetar el trato y de hecho, así fue.

Pero en el trato hubo algo más, un añadido inesperado para mí que acepté encantado. Me ofrecieron, dentro del precio, filmar para que luego nos quedara un recuerdo del cumpleaños y del gusto que le quería dar a mi mujercita. Eso implicaba una tercera persona en la escena, pero me arriesgué tras asegurarme el dueño de la agencia que en eso no había trampa ni nada raro. El que filmaba no intervenía, solo filmaba y el original del video me lo entregaban en el momento.

Así llegó al día, pero no hice como ella, no me hice el olvidadizo. Le llevé el desayuno con flores a la cama, le regalé un camisón de seda, fuimos a comer a un restaurante céntrico y por la tarde, a las seis, ya estábamos en casa. Carmela estaba buscando no recuerdo qué cosa en el desván, cuando sonó el timbre. Cuando regresó me encontró hablando con dos desconocidos en el living: Leandro y el peliculero. Pidió disculpas y quiso retirarse pero la llamé y los presenté:

– El es Leandro, tu verdadero regalo para hoy.

La cogí tan de sorpresa que de entrada se puso un poco tensa, intentó escabullirse, pero al cabo, aunque a regañadientes, pareció aceptar. Pidiendo disculpas me llevó a la cocina, quería hablar conmigo a solas. Entre risas y mimos la convencí, y aceptó el juego.

¿Nunca me lo vas a reprochar, no? – me preguntó.

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– Nunca – le prometí.

¿Haga lo que haga, pase lo que pase, nunca pero nunca, nunca? – insistió.

Levantando la mano como un juramento, se lo volví a prometer.

– Bueno, que sea entonces… – dijo y dando media vuelta volvió hacia donde estaba Leandro sentándose a su lado.

Intercambiaron algunas palabras mientras el encargado de filmar se situaba y yo me quedé apartado. Cinco minutos después Leandro iniciaba la conquista. Lo vi todo, paso a paso. Vi como se estremeció mi mujercita cuando los dedos de él se colaron por debajo de su tanga para empezar a adueñarse de su coño. Vi y sentí sus suspiros. Los vi besarse. Vi como ella tembló por un instante cuando llegó con sus manos a sospechar lo que Leandro le ofrecía bajo la tela de su pantalón. Vi su expresión de asombro absoluto cuando él se incorporó frente a ella y desabrochando su pantalón dejó al descubierto su miembro. La vi temblar. Yo también temblé: era mucho, mucho más impresionante que lo que recordaba de las fotos que me había mostrado. Una vara de carne rígida, enorme, fantásticamente larga, fantásticamente gruesa, apabullante. Me volví a estremecer. Cerré los ojos un momento.

Cuando los abrí vi como ella ya comenzaba a consumirse en su propia hoguera de lascivia. De allí en adelante, nunca más volvió a acordarse de mi presencia o la presencia del peliculero. Vi como se la chupaba, como intentaba comérsela, como intentaba envolverla con sus labios, con su boca. Por un momento él la hizo a un lado y se sentó, pero ella volvió por su manjar. Lo asía de un lado, del otro, de arriba, de abajo. Lo besaba, lo baboseaba, lo mordisqueaba. Se puso como loca con ese palo en su boca y mientras eso ocurría, también vi como él, simultáneamente con sus largos brazos, llegaba y le jodía el coño con sus dedazos.

Ella suspiraba, jadeaba, por momentos parecía que se ahogaba, hasta que se corrió, se corrió una vez y una segunda vez. Cerraba los ojos, se estremecía, pero seguía chupando y chupando. Después de su tercera corrida tuvo que parar por un instante. Él le dijo algo. Entonces cambiaron de posición: ella se sentó en el sofá y él se arrodilló frente a ella, abriéndole las piernas.

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Por favor, no me partas – oí muy claramente el ruego de ella.

-Tranquila, lo vamos a hacer los dos, despacito, a tu gusto – le contestó Leandro.

Vi como él se la follaba, como se la iba metiendo, metiendo palmo a palmo. Vi como ella se estremecía a cada movimiento, como ella se abría más y más, recibiéndolo. Sentí y vi la cuarta y la quinta corrida de ella. Y luego el revoltijo. El se volvió a sentar en el sofá y ella, abriendo las piernas, se montó encima de él, empalándose ella misma con semejante vara. Hasta el fondo, hasta el fondo se la clavó. Pero no pudo cabalgarlo, quiso pero no pudo, no lo resistió. Ella se corría una y otra y otra vez, era un grito continuo.

Al final se dieron la vuelta y él se la folló desde atrás. Y entonces sí él la cabalgó, desfondándola, haciéndole gritar y gritar de placer hasta que, rendida, sin fuerzas, ella se dejó caer vencida sobre el sofá. Allí él se la sacó. Lo vi y lo sentí todo, hasta el sonoro “plof” que hizo cuando se la sacó. Y así fue que volví a ver su polla, aún rígida, aún apabullante, aún dispuesta a continuar.

En un último esfuerzo físico Carmela se giró y también la vio.

¡Dame, dame lo que tengas, pero dámelo ya que no puedo más, me rindo! – la oí decir entre suspiros.

– Chúpala, que yo también me quiero rendir – le contestó Leandro.

Y así lo hizo ella, se la volvió a llevar a la boca y un minuto después le llenaba la cara de leche. Así fue el cumpleaños de Carmela, mi mujer.

De todas formas, lo que estoy seguro ninguno de ustedes puede imaginar, aunque de hecho, ya tampoco pude prever o imaginar o anticipar, las consecuencias que a posteriori se fueron generando a partir del regalo que en su cumpleaños le hice a Carmela. Consecuencias, endiabladas y que aún hoy se siguen generando.

Saludos de los dos.

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