Relato erótico

Todo fue empezar y…

Charo
19 de marzo del 2020

Lo que nos cuenta ocurrió hace unos cuantos años. Era joven y tenía un amante mayor que ella que estaba casado. Cambio de trabajo y conoció a sus compañeras. Eran agradables, simpáticas y liberales.

Silvia – Lugo
Me llamo Silvia, soy de Lugo y tengo 32 años, pero lo que quiero contar es lo que ocurrió cuando tenía 21. En aquellos tiempos tenía una relación, desde hacía un año, con Manuel, un hombre casado de 45 y padre de cuatro hijos, uno de ellos de más edad que yo.
Un día estábamos Manuel y yo en un bar, tomando café, cuando le pedí al camarero el periódico del día. Quería leer, por curiosidad el horóscopo, ya que los dos teníamos el mismo, pero también buscar en las demandas, un empleo para mí ya que trabajaba en una empresa de limpieza y la verdad es que ya estaba cansada de limpiar. Al final me fijé en uno de los anuncios en el que pedían una camarera para un pub del mismo Lugo. Me pareció interesante y tras hablarlo con Manuel y encontrarlo él también bien, me presenté en el lugar que indicaba el anuncio, a las seis de la tarde, una hora antes de que abrieran al público.
Llamé al timbre y me abrió una mujer de unos 40 años, que luego supe que se llamaba Carolina, y un hombre de pelo blanco llamado Juan, un argentino que falleció hace como dos años. Carolina me explicó que en el bar trabajaban dos chicas, que estaban al llegar, y otra que estaba de baja porque la operaban de apendicitis. También me dijo que había una buena lista de muchachas que aspiraban al trabajo pero, no obstante, le di mi teléfono antes de irme, convencida de que no me llamarían. Pero al día siguiente sonó el teléfono. Lo cogió mi madre quien, a los pocos segundos, me dijo:
– Silvia, es para ti, del trabajo que miraste ayer.
Era Carolina que, tras presentarse, me dijo:
– Si quieres, ya puedes venir esta misma tarde.
Tras unos minutos de asombro ya que, como digo, no me esperaba ser elegida, le contesté:
– Diez minutos antes de la hora de abrir estaré allí, así me enseñarás donde están las cosas.
Cuando llegué, Carolina me preguntó si en aquel momento había estado trabajando en otra empresa.
– Sí – le contesté – en una empresa de limpieza pero, la verdad, estoy cansada de limpiar la casa de los demás, además mi madre tuvo bares y tengo experiencia.
Era verdad lo de que mi madre tuvo bares, pero esto es otra historia. Mientras Carolina me enseñaba, llegó la otra chica que al presentármela como Vanesa, nos dimos dos besos. Vanesa era más bajita que yo, tenía 28 años, una cara graciosa y estaba un poco rellenita.
El negocio en el pub iba muy bien, no paraban de entrar gente y los fines de semana no dábamos abasto. Muchas noches me venía a buscar Manuel, mi amante y un día en que cerramos pronto, le llamé para que viniera más temprano. Hacía días que no hacíamos el amor y yo estaba muy cachonda. Nada más llegar y subir yo al coche, le dije que fuéramos a un lugar tranquilo. Me llevó al lado del río y allí aparcado, le abracé y empecé a besarlo.
– ¡No puedo aguantar más! – le dije mientras yo misma me sacaba la ropa y me quedaba completamente desnuda dentro del vehículo.

Cuando eché el asiento para atrás, él empezó a chuparme los pezones, que estaban que parecían que iban a estallar. Yo gemía, el coño me chorreaba hasta que él, arrodillándose como pudo entre mis piernas, pegó su boca a mi coño y empezó a chupármelo, procurando lamerme el inflamado clítoris. Yo no podía aguantar mis gemidos y gritos mientras se agitaba todo mi cuerpo, presa de un intenso placer.
– ¡Así cariño, así… estoy a punto… aaah… ya… ya… me viene… oooh… que placer! – exclamé de pronto.
Tras correrme brutalmente y sin darme descanso, le saqué la polla del pantalón y empecé a chupar los 20cm de rabo que tenía.
Le pasaba la lengua por la punta y el frenillo. Me volvía loca chupándosela hasta que, al tenerla dura como el hierro, me dijo que quería penetrarme el coño. Me puse encima de él, se la cogí con una mano y me la metí en el coño hasta los huevos. Bien penetrada, comencé a moverme muy lentamente hasta que de nuevo exploté en un intensísimo orgasmo.
– ¡Manuel, cariño, me corro otra vez… sí… aaaah…! – exclamé mientras derramaba mis jugos sobre aquella tranca que tanto gusto me daba.
Cuando pude quitarme de encima de él, me quedé en el asiento, rota pero muy satisfecha mientras que él, de rodillas de nuevo, se dedicaba a comerme el chocho e incluso el agujero del culo, hasta ponerme a tope otra vez. Mientras yo me sobaba las tetas, apretándomelas con fuerza y pellizcando mis tiesos pezones le pedí, por favor, que me follara. Ahora él se puso encima de mí, separándome al máximo los muslos, dejando mi chorreante almeja al alcance de su enorme polla que me penetró de un golpe hasta que los huevos hicieron tope contra mi culo.
Estuvo follándome un buen rato hasta que exclamó:
– ¡Cariño, no puedo más… me corro…!
– ¡No te salgas, por favor, estoy a punto… sigue, sigue…! – le supliqué.
Empecé a moverme lo que pude y enseguida me corrí.
– ¡Sí, mi amor, ya me viene, sí… córrete ahora conmigo… dame tu leche… oooh… como la siento… que gustooo…!
Ya tranquilos, nos vestimos y nos dirigimos a las afueras donde él tiene un apartamento. Allí nos duchamos y como aún era temprano, fuimos a una discoteca, nos tomamos dos o tres cubatas, bailamos un poco y luego me llevó a mi casa. Al día siguiente, nada más entrar en el pub, Carolina me dijo que la compañera que había estado de baja, Carmina, quería conocerme y que vendría al día siguiente.
– ¿Cuántos años tiene Carmina? – le pregunté a Vanesa.
– Tiene 26 y es muy guapa – me contestó.
Cuando llegué al pub al día siguiente, Carmina ya estaba allí.

– Tú debes ser Silvia – me dijo al verme – Yo soy Carmina, mucho gusto.
Al darme la mano, también me dio dos besos en la comisura de los labios, cosa que me dejó muy sorprendida.
Como me había dicho Vanesa, Carmina era realmente guapa, pelo negro, ojos negros, de la misma estatura que yo y un cuerpazo de impresión. Pasaron los días y nos hicimos muy amigas aunque lo que yo encontraba raro es que Manuel le tenía rabia a la chica. No la podía ver.
Un día, sobre las nueve de la noche, hora en la que no había nadie en el pub, Carmina me dijo:
– Ven, que te invito a un cortado.
Fuimos a un bar y hablamos un rato hasta que ella, llenándome de sorpresa, me dijo:
– Mira, Silvia, yo soy bisexual y desde que te he conocido me gustas mucho y he pensado que tú y yo…
– No, Carmina, no – pude decir tras un rato de quedarme muda por el asombro – No puede ser, yo nunca he estado con una mujer…
– Siempre hay una primera vez – me cortó ella.
– Vamos, Carmina, que tenemos que trabajar – dije yo intentando cambiar de conversación.
Salimos del bar y aunque ella no volvió a hablarme de ello, en toda la noche yo no pude sacarme de la cabeza su propuesta.
A primeros de noviembre terminamos de trabajar y nos quedamos un rato hablando hasta que Vanesa se fue a su casa y Carolina, Carmina y yo nos fuimos a un bar, que abre a las cuatro de la madrugada, a comer algo. Todo el rato Carmina y yo no podíamos dejar de mirarnos hasta que yo, levantándome y sin poderlo evitar, me acerqué a ella y le pregunté en voz baja:
– ¿Cuando vamos a hacerlo tú y yo?
– Cuando quieras – me contestó con una sonrisa.
– Ahora – dije, resuelta.
Carmina se volvió hacia Carolina, le dijo algo al oído y luego girándose hacia mí me dijo:
– Ya está arreglado – y ante mi cara de extrañeza, añadió – Es que al lado del pub Carolina tiene un piso.
Terminamos de comer y nos fuimos hacia aquel piso en el que yo nunca había estado y donde se quedaba algunas noches Carolina a dormir cuando su marido viajaba por motivos de trabajo.
Subimos al piso, Carolina se fue a dormir en la otra punta del piso y nosotras nos fuimos al baño a darnos una ducha. Nos desnudamos y nos metimos por fin irnos al dormitorio.
– Acuéstate boca abajo – me dijo Carmina.

La obedecí y ella empezó a masajearme la espalda y luego todo el cuerpo. Yo sentía una rara sensación cuando aquellas manos, no más grandes que las mías pero muy suaves, me recorrían la carne así como sus tetas que también notaba en mi espalda, pero al poco rato en vez de las manos pasó la lengua hasta que empezó a chuparme las nalgas primero y luego por la raja de mi culo. Cuando me hizo dar la vuelta, me dio un suave beso en los labios y a continuación lamió, besó y chupó mis pezones, que yo tenía duros como piedras. Luego, poco a poco, fue bajando hasta mi coño. Nadie me había comido el coño como me lo estaba haciendo ella, haciéndome gemir sin parar hasta que, sin poderlo aguantar más, me corrí lanzando un largo berrido.
– ¿Verdad que también podemos tener placer sin hombres de por medio? – me preguntó mientras yo intentaba reponerme de tan intenso placer.
– ¡Sí, mi vida! – exclamé yo, empezando a besarla en la boca, con lengua incluida.
Luego llevé mis labios a sus pechos, que chupé hasta dolerme la boca por lo que fui bajando, como había hecho ella conmigo, hasta su sexo que chupé y lamí llegando también al agujerito redondo y moreno de su culo. Ella se mordía los labios para no gritar y yo, animada, me dediqué a su clítoris, abultado y endurecido.
Era la primera vez que yo me comía un coño pero me gustaba lo que estaba sintiendo y el gusto que ella me demostraba tener gracias a mí. Cada vez que yo la sentía gemir, me comía su coño aún con más fuerza hasta que explotó en un orgasmo increíble exclamando:
– ¡Aaah… cariño, me corro… así, así… sigue… oooh… que gusto… qué maravilla…!
Mientras descansábamos, me contó que era madre de tres hijos y que en la actualidad estaba viviendo con un marroquí. La verdad es que a mí no me importaba nada de eso así que, para hacerla callar, la abracé y pegando mi boca a la suya, nuestras lenguas jugaron la una con la otra hasta que acabamos en la posición del 69, mi primer 69, y no paramos de comernos el coño hasta que nos vino el orgasmo al mismo tiempo. Esta fue la mejor experiencia de mi vida que tuve con otra mujer a solas ya que las que he ido teniendo después siempre ha habido un hombre de por medio.
Besitos para todos y todas.

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